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Texto del famoso escritor sueco que iba en uno de los barcos atacados sobre una visita a Israel unos días antes

Bloqueado por el apartheid

Fuentes: michelcollon.info

Hace más o menos una semana visité Israel y Palestina. Formaba parte de una delegación de escritores de diversas partes del mundo e íbamos a participar en el Festival Literario Palestino. La ceremonia de inauguración debía celebrarse en el Teatro Nacional palestino de Jerusalén. Acabábamos de reunirnos cuando llegaron soldados y policías israelíes armados hasta […]

Hace más o menos una semana visité Israel y Palestina. Formaba parte de una delegación de escritores de diversas partes del mundo e íbamos a participar en el Festival Literario Palestino. La ceremonia de inauguración debía celebrarse en el Teatro Nacional palestino de Jerusalén. Acabábamos de reunirnos cuando llegaron soldados y policías israelíes armados hasta los dientes para anunciarnos que iban a interrumpir la ceremonia. Al preguntarles las razones para ello, nos contestaron que éramos una amenaza para la seguridad.

Pretender que nosotros suponíamos en aquel momento una amenaza terrorista para Israel carece de sentido alguno. Pero es cierto que en cierta manera tenían razón: representábamos una amenaza al ir a Israel y expresar públicamente nuestras opiniones sobre la opresión a la que Israel somete al pueblo palestino. Una amenaza que podía compararse a la que yo mismo y otros miles de personas representamos para el sistema del apartheid en Sudáfrica. Las palabras son peligrosas.

Eso es lo que afirmé cuando los organizadores de la conferencia se movilizaron para llevar a cabo la ceremonia de inauguración del Centro Cultural francés: Lo que estamos viviendo en estos momentos es una vergonzosa repetición del sistema del apartheid que trataba a los africanos y a las gentes de color como a ciudadanos de segunda clase en su propio país. Pero no hay que olvidar que aquel régimen de apartheid ya no existe. Fue abolido por el movimiento de la gente a principios de los años 1990. Existe una relación directa entre Soweto, Sharpevile y lo ocurrido recientemente en Gaza.

Durante los días siguientes visitamos Hebrón, Belén; Jenin y Ramala. Un día caminábamos por las colinas acompañados por el escritor palestino Raja Shehedeh que nos mostraba cómo las colonias israelíes se iban extendiendo, confiscando tierras palestinas, destruyendo carreteras para construir otras reservadas exclusivamente para los colonos. En los distintos puestos de control, el hostigamiento era lo normal. Para Eva, mi mujer, y para mí, resultaba sencillo pasarlos. Pero para los miembros de la delegación con pasaportes sirios o de origen palestino las inspecciones fueron muy diferentes: Saquen sus equipajes del autobús, vacíenlos, enseñen su contenido, vuelvan a abrirlos, etc.

En Cisjordania, la situación es mucho peor, especialmente en Hebrón, donde en el centro de una ciudad con 40.000 palestinos, 400 colonos judíos han confiscado una parte del mismo. Los colonos son brutales y no dudan en atacar a sus vecinos palestinos. ¿Por qué no orinar sobre ellos desde las ventanas de los pisos superiores? Hemos visto grabaciones en las que las mujeres de los colonos y sus hijos dan patadas y golpean a una mujer palestina, mientras los soldados israelíes que contemplaban lo que ocurría no hacían nada para impedirlo. Esa es la razón que mueve a las gentes de Hebrón, que solidariamente, se ofrecen como voluntarios para acompañar a los niños palestinos hasta la escuela y de regreso a sus casas. ¡1.500 soldados israelíes protegen a los 400 colonos día y noche! Es decir, cada colono está protegido de forma permanente por 4 ó 5 guardaespaldas.

Por si fuera poco, los colonos tienen derecho a llevar armas. Cuando estábamos en unos de los puestos de control más execrables en el interior de Hebrón, un colono extremadamente agresivo nos grabó. Si descubría cualquier objeto palestino, por insignificante que fuera: un brazalete o un broche, se precipitaba hacia los soldados para informarles.

Naturalmente, nada de lo que sufrimos puede compararse con la situación de los palestinos, a quienes conocimos en taxis, en la calle, en las conferencias, en las universidades y teatros, con los que dialogamos y a quienes escuchamos sus experiencias.

¿Es extraño que algunos de ellos, por pura desesperación, cuando no ven otra salida, decidan cometer atentados suicidas? ¿Lo es de verdad? Quizá lo raro sea que no lo hagan más. El muro que divide actualmente el país puede evitar nuevos atentados a corto plazo. Pero el muro es una manifestación evidente del desconcierto de la potencia militar israelí. Al final, sufrirá la misma suerte del que dividía a Berlín en épocas pasadas.

Lo que he visto durante mi viaje era evidente: El Estado de Israel en su forma actual no tiene porvenir. Y que quienes defienden la solución de los dos Estados están equivocados.

En 1948, el año de mi nacimiento, el Estado de Israel proclamaba su independencia en un territorio ocupado, sin que existan razones legales que lo justifiquen de conformidad con el derecho internacional. Lo que ha ocurrido es que Israel sencillamente ha ocupado el territorio palestino. Y la dimensión de ese territorio se ha ido ampliando sin parar, con la guerra de 1967 y con las colonias cada vez más numerosas en la actualidad. De vez en cuando se desmantela una colonia, pero se trata de una mera farsa, porque enseguida resurge en otro lugar. Una solución con dos Estados no acabará con la ocupación histórica.

A Israel le va a pasar lo mismo que ocurrió con Sudáfrica durante el régimen del apartheid. El problema es saber si es posible apelar al lenguaje de la razón con los israelíes a fin de que acepten voluntariamente el final de su Estado de apartheid. O si deberá producirse en contra de sus deseos. Nadie puede decirnos cuándo se producirá. La insurrección final, por supuesto, se desencadenará en el interior [de la Palestina ocupada]. Pero los cambios políticos que se están produciendo en Siria y Egipto contribuirán a ello. Es importante, también, que antes de lo que se cree, Estados Unidos no va a encontrarse con medios para financiar a esta horrenda fuerza militar que impide a los jóvenes que les lanzan piedras vivir normalmente en libertad.

Cuando se produzca ese cambio, cada israelí deberá decidir por él (o por ella) si están dispuestos a abandonar sus privilegios y vivir en un Estado palestino. Durante mi viaje, no he encontrado ningún tipo de antisemitismo. Lo que sí he comprobado es el odio contra los ocupantes, algo totalmente normal y comprensible. Distinguir entre ambos es crucial.

La última noche de nuestra estancia estaba previsto que terminara de la misma manera con la que habíamos intentado iniciar nuestro viaje en Jerusalén. Pero el ejército y la policía rodearon de nuevo el teatro. Y tuvimos que reunirnos en otro lugar.

El Estado de Israel no puede esperar otra cosa que la derrota, como todas las potencias ocupantes. Los israelíes destruyen vidas pero no pueden arrasar los sueños. La caída de este escandaloso régimen de apartheid es lo único concebible, porque se trata de un imperativo.

El problema no es sí se producirá, sino cuándo y cómo.

Traducido del francés para La Haine por Felisa Sastre

rCR