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El conflicto kurdo: la deriva del momentum

Fuentes: El Corresponsal

En apenas un año, las expectativas generadas en torno de la resolución de la cuestión kurda en Turquía parecen enterradas y las ilusiones iniciales del movimiento pro-kurdo van siendo sustituidas por la frustración y la rabia. En apenas un año, las expectativas generadas en torno de la resolución de la cuestión kurda en Turquía parecen […]

En apenas un año, las expectativas generadas en torno de la resolución de la cuestión kurda en Turquía parecen enterradas y las ilusiones iniciales del movimiento pro-kurdo van siendo sustituidas por la frustración y la rabia.

En apenas un año, las expectativas generadas en torno de la resolución de la cuestión kurda en Turquía parecen enterradas. La ambivalencia del gobierno turco ha dado paso, en la práctica -por acción u omisión-, a la persecución política, judicial, policial y militar de los sectores pro-kurdos, tanto civiles como actores armados. A su vez, las ilusiones iniciales del movimiento pro-kurdo van siendo sustituidas por la frustración y la rabia, optando por intensificar su campaña de protesta, tanto con acciones no violentas como por la vía de las armas. 2010 es un año complicado y a corto plazo será difícil volver a generar momentum para la paz. No obstante, la oportunidad de paz abierta durante 2009 sí ha servido para situar a la cuestión kurda de nuevo en la agenda, abrir la puerta al cuestionamiento de ciertos tabúes en la sociedad turca y sentar ciertas bases y avistar ya obstáculos para un hipotético futuro proceso de paz. En todo caso, a largo plazo podría derivar en una nueva oportunidad perdida, sobre todo si las partes no prevén ya los riesgos y consecuencias de sus estrategias actuales.

El panorama a mitad de 2010 parece desolador, de la mano de acciones o decisiones de todas las partes. Desde el ámbito kurdo, el PKK, que llevaba meses advirtiendo sobre su capacidad de respuesta armada a las acciones del Ejército y a la posición gubernamental, ha puesto fin a la tregua unilateral iniciada en abril de 2009. Si en la práctica la tregua se había diluido ya en 2009, su ruptura formal en junio de 2010 y el incremento de sus ataques armados este año muestra a un PKK dispuesto a hacer amplias demostraciones de fuerza, desgastar al máximo al gobierno o, incluso, agotar la vía armada antes que permitir otras salidas que no incluyan el reconocimiento directo o indirecto del grupo o de su líder, Abdullah Ocalan. Y en ese sentido, no está de más recordar que el PKK cuenta con miles de combatientes, un amplio apoyo social y jóvenes dispuestos a enrolarse en él, y una gran capacidad de presión y control sobre el sector pro-kurdo. En un intento de presionar al gobierno, Ocalan ha anunciado su retirada del «proceso» ante la falta de interlocución, dando -al menos aparentemente- más capacidad de decisión al PKK, distanciándose formalmente de este nuevo periodo de violencia, reerigiéndose hacia el Estado turco como actor clave para un hipotético proceso posterior, y en la práctica legitimando ante los suyos el incremento de violencia y la continuación de la guerra.

A su vez, el movimiento social y político pro-kurdo se ha visto muy afectado por la continua y masiva persecución policial y judicial. Numerosos cargos políticos, incluyendo alcaldes y concejales, así como activistas de diversos ámbitos, han sido detenidos en el marco de macro-operaciones contra el KCK (estructura o sistema que agrupa a los movimientos civil y armado kurdos). Por tanto, el capital humano civil -político y técnico- ha sido mermado de manera significativa, dificultándose el desarrollo normalizado de la vida política y la aplicación de las políticas públicas en el amplio territorio del sudeste de Turquía bajo control kurdo. El impacto ha sido una profunda frustración y mayor animosidad hacia el gobierno y el Estado turco, si bien la respuesta pública pasa hasta el momento por mantener las formas, reiterando la defensa de una solución pacífica y dialogada al conflicto y la reivindicación de una mayor democratización de Turquía. A ello se une un mayor distanciamiento del Estado, ampliando las acciones de protesta y resistencia civil no violenta y profundizando la autonomía que de facto ya tienen los kurdos en algunos sectores de la mano del movimiento social y político kurdo. Por tanto, la estrategia civil kurda incluye una mayor movilización de sus bases y la resistencia activa a la ofensiva del Estado. Lejos de provocar disensiones, el movimiento social y político pro-kurdo puede salir reforzado de lo que se considera una campaña de agresión externa desproporcionada e indiscriminada, ya que ha atacado directamente a su dimensión política.

En la práctica, si bien mantienen sus diferencias en cuanto a estrategia, las agendas del movimiento armado y del movimiento político-social pro-kurdo continúan convergiendo. Y en un contexto percibido como hostil y agresor, éste último acepta y coexiste con las estrategias del primero, sin gran margen -y quizá tampoco intención- de maniobra hacia el primero. Ante la asimetría con el Estado y el gobierno turco en cuanto a capacidad de movilizar una salida dialogada, pareciera que el movimiento kurdo opta por la simetria en la capacidad de resistencia. Es decir, antes «resistencia» que «imposición» de una solución bajo patrón turco. Y antes «unidad» entre sectores pro-kurdos que «ruptura» y «exigencia interna de disolución» sin contraprestaciones. En paralelo, el PKK parece mantener secuestrada la capacidad de imaginar cómo sería la lucha social y política kurda -y por tanto la resolución de la cuestión kurda- sin el PKK, y se autoproclama sin decirlo único actor capaz de ejercer presión suficiente como para generar cambios sustantivos en torno a la cuestión kurda.

En todo caso, si bien el movimiento político y social pro-kurdo actualmente es cercano a la lucha del PKK, la cadena de agravios del pueblo kurdo va más allá y, de hecho, se remonta a las primeras décadas del siglo XX. La memoria histórica colectiva kurda se alimenta de un legado de discriminación sistemática por parte del Estado y de periodos anteriores de violencia. A su vez, la larga trayectoria de militarización del sudeste (zona militarizada entre 1925 y 1965, y estado de emergencia entre 1987 y 2002) ha mantenido activa la necesidad de desarrollar mecanismos psicológicos y materiales de resistencia.

A las incertidumbres sobre las perspectivas de los sectores kurdos y, especialmente, del PKK (ej. ¿Hasta dónde llegará su escalada de violencia? ¿están valorando riesgos y consecuencias? ¿responde la nueva campaña de violencia en última instancia aún al objetivo de una salida negociada o hay cambios en sus planteamientos?) se añade otra incertidumbre quizá mayor, la de la posición gubernamental. El gobierno del AKP anunció la «apertura kurda» (rebautizada como «iniciativa de democratización») como una vía de solución a la cuestión kurda, siempre desde cierta ambigüedad en cuanto a su alcance. Esta vaguedad se fue consolidando conforme avanzó 2009, derivando a un contexto de graves contradicciones a ojos kurdos: por una parte, caída de tabúes y aparente voluntad gubernamental de búsqueda de soluciones pacíficas; y, por otra, macro-operaciones policiales, renovación del permiso parlamentario para las operaciones militares transfronterizas, ilegalización del partido político DTP, retórica anti-negociaciones y anti-amnistía, etc.

La posición del «establishment» clásico del Estado turco no ha cambiado, y continua rigiéndose por la defensa a ultranza del concepto de turquicidad y unidad nacional y territorial. Incierta es en cambio la posición del gobierno del AKP. Su visión en política exterior de «cero problemas» en el ámbito regional vecino contrasta con una gran ambivalencia con respecto a su proyecto para Turquía en lo que respecta a ejes como la identidad y la seguridad clásica. Aun si el contexto estructural de Turquía (ej. ejes de división civico-militares, seculares-religiosas, élites tradicionales-nuevas élites, etc.) plantea numerosos obstáculos al desarrollo de visiones que supongan cambios en los pilares y centros de poder clásicos de la república turca, un obstáculo previo en este caso está siendo la propia ambivalencia del Gobierno, aparentemente inclinada cada vez más a «cambiar todo para que no cambie nada» en lo que respecta a la cuestión kurda.

De momento, un año después, la esperada iniciativa de democratización ha generado más frustración y tensión que acercamiento. Por ello, el AKP, que mira ya a las elecciones generales de 2011 y que por tanto no dará pasos que puedan perjudicarle estatalmente, habría de evaluar bien su estrategia y quizá transmitir mejor sus objetivos. En última instancia, la resolución de la cuestión kurda tendría que incluir tanto la dimensión de derechos y libertades, en sentido amplio, como la de seguridad clásica. En este sentido, pensar en una derrota definitiva del PKK parece actualmente improbable, dadas las capacidades militares que aún mantiene, la difícil geografía del terreno en que se mueve, y el amplio apoyo social y capacidad de regeneración, entre otros factores. Y un escenario de fin de violencia alternativo obliga a pensar en vías de negociación, en diversas modalidades. No obstante, actualmente continua sin aceptarse la estrategia del diálogo, ya que conllevaría cierto reconocimiento directo o indirecto del grupo armado.

En el escenario actual de frustraciones, incremento de la violencia e incertidumbre sería necesario el diseño de estrategias de largo plazo, la creación de alianzas intersectoriales, el distanciamiento de la violencia y la exigencia de responsabilidad, concreción y clarificación a las partes implicadas por parte de sus bases de apoyo.

Ana Villellas Ariño es investigadora de la Escola de Cultura de Pau (Universidad Autónoma de Barcelona).

Fuente: http://www.elcorresponsal.com/modules.php?name=News&file=article&sid=5694