«Hoy sólo me ha escrito la Caja de Ahorros», confesaba apenado a finales del siglo pasado el escritor Ramón Irigoyen. ¡Qué tiempos! Hoy, ni eso. Las entidades bancarias cobran por el envío de sus cartas en papel así que muchos clientes se han pasado al correo electrónico que, de momento, sale gratis. La sequía epistolar […]
«Hoy sólo me ha escrito la Caja de Ahorros», confesaba apenado a finales del siglo pasado el escritor Ramón Irigoyen. ¡Qué tiempos! Hoy, ni eso. Las entidades bancarias cobran por el envío de sus cartas en papel así que muchos clientes se han pasado al correo electrónico que, de momento, sale gratis. La sequía epistolar preocupa. «Otra mañana / que me avisa la muerte: / buzón vacío», reconoce asustado el poeta Juan Bonilla.
Si los buzones hablaran… Hace sólo un par de años, el Estado español ostentaba dos curiosos títulos: tenía más cajeros automáticos (125 por cada 100.000 habitantes) y menos oficinas de correos (sólo una por cada 13.000 habitantes) que cualquier otro país de la Unión Europea. Visto lo visto, como vuela el dinero de mano en mano, con que alegría exprimimos los cajeros, quizás haya llegado la hora de pensar seriamente en reconvertir nuestros buzones… en huchas.
El último grito en correspondencias pertenece GMail, el correo electrónico de Google. Su nuevo servicio Priority separa automáticamente los mensajes importantes de los que carecen de interés. Sabe con quién nos escribimos o chateamos, con qué frecuencia lo hacemos, cuántas palabras intercambiamos… y decide. Si el programa comete algún error, un mensaje irrelevante se cuela como prioritario o viceversa, puede corregirse para que no vuelva a suceder. ¿Lo próximo? Ordenadores que leen y contestan por nosotros, mejorando el original, sin posibilidad de descubrir el engaño. La comunicación sin alma, corazón ni vida.
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