Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Cerca de un quinto de la población de Israel, los árabes, son ciudadanos con iguales derechos, y la misión de una democracia es, en principio y por encima de todo, defender los derechos de sus minorías.
La democracia israelí se está fracturando. Una intensiva investigación compilada por el Instituto de Israel para la Democracia, divulgada en la edición de ayer de este periódico, muestra un sombrío y preocupante panorama cuya esencia es una suerte de ignorancia de los principios básicos del sistema político israelí.
Casi todos los resultados de las encuestas apuntan en esta tendencia. Una mayoría del público sostiene que se debe apoyar la iniciativa de jurar fidelidad al Estado judío; solamente el 17% cree que el carácter democrático del estado es más importante que el judío. La mayoría absoluta conceptúa que las decisiones importantes del Estado deben ser tomadas por los judíos únicamente, así como los mayores recursos económicos deben ir para los judíos en detrimento de las comunidades palestinas. Un tercio de los judíos apoya el encierro de los palestinos en campos de detención en tiempos de guerra y dos tercios están seguros de que no se debe nombrar a palestinos en ningún ministerio.
Se llega a estas conclusiones luego de que manifestantes de la extrema derecha política y religiosa provocaron actos violentos en poblados palestinos y que unos proyectos de ley antidemocráticos fueron presentados en el Parlamento y algunos hasta fueron votados como leyes. Todo esto ocurrió sin que se hayan escuchados las voces para evitarlo del primer ministro, del ministro de Educación o del líder de la oposición. Aún así, los resultados, sin ser una sorpresa, son muy graves. En su base reside el concepto erróneo de que la democracia es la tiranía de la mayoría y que los derechos igualitarios no son parte integral del sistema democrático.
Inmediatamente después de estos resultados se debe entrar en acción. La dirigencia del Estado y todos sus órganos administrativos, especialmente el sistema educativo y el Parlamento, deben movilizarse para inculcar los auténticos valores democráticos en el público que sustenta esas creencias y opiniones. Todas las instituciones relevantes tienen la obligación de actuar contra la ignorancia y el nacionalismo que se vieron reflejados en el trabajo de investigación. Se debe volver una y otra vez y explicar que un quinto de los ciudadanos del Estado, los palestinos, son ciudadanos con iguales derechos y el rol de la democracia es, esencialmente, la defensa de la minoría; que no es posible en la democracia la existencia de ciudadanos de categorías diferentes, de primera y de segunda selección. Y, especialmente, educar para las generaciones posteriores.
No es posible exagerar la importancia de este esfuerzo; aquí se trata del sistema que rige a la sociedad israelí y sus instituciones de gobierno. Las fracturas en el sistema ponen en peligro el futuro de Israel no menos que el peligro de factores externos. La sociedad que reflejó el informe no puede asegurar la democracia, ni siquiera su apariencia.