El lunes 17 de enero a las ocho y media de la mañana, Ehud Barak, ministro de Defensa y secretario general del Partido Laborista, informó al Parlamento israelí (Knesset) sobre su intención de establecer una nueva bancada parlamentaria, Atzmaut (Independencia), de la que además de él también formarían parte otros cuatro diputados laboristas. Su grupo […]
El lunes 17 de enero a las ocho y media de la mañana, Ehud Barak, ministro de Defensa y secretario general del Partido Laborista, informó al Parlamento israelí (Knesset) sobre su intención de establecer una nueva bancada parlamentaria, Atzmaut (Independencia), de la que además de él también formarían parte otros cuatro diputados laboristas. Su grupo contará con cuatro ministerios -él mantiene la cartera de Defensa- en el Gobierno de Benjamin Netanyahu.
Después del mediodía ya se hablaba de que los ocho diputados restantes del grupo laborista se dividirían entre los dos partidos. De ser así, nadie sabe si en las próximos comicios alguna de estas formaciones tendrá respaldo electoral.
Llega así a su final el partido político más identificado con el proyecto sionista.
No se trata de una formación política más en la historia de Israel y del sionismo, sino del partido sin el cual el Estado de Israel no se hubiera establecido. Se trata del partido que creó las condiciones materiales, sociales e ideológicas que constituyeron la base para la fundación del Estado sionista.
Sus principios fueron humildes. Menos de cincuenta delegados participaron en la conferencia de Poalei Tzion (Obreros de Sion) en Palestina, en la ciudad de Ramleh en 1907. En este encuentro el partido se dividió entre quienes situaron su primera lealtad con la clase obrera, que en 1919 fundaron el Partido Comunista, y quienes seguían a David Green, más conocido como David ben Gurion, que mantenían que el trabajador era el vehículo para el establecimiento de un Estado judío en Palestina y fueron los padres fundadores de lo que hoy conocemos como Partido Laborista israelí.
El laborismo fundó el instrumento que facilitó la creación de un Estado judío en Palestina: la Confederación General de los Trabajadores Hebreos en Eretz Israel, conocida como Histadrut. Esta organización no era un sindicato obrero, sino una entidad paraestatal que estructuraba a la colonia sionista en Palestina (Yieshuv).
La Histadrut regulaba la colonización de Palestina y la inmigración judía a ese territorio y los comités de defensa de esta organización, conocidos como Hagana, monopolizaban el uso de la fuerza en el Yieshuv en las mismas narices del Mandato Británico.
La limpieza étnica del pueblo palestino fue llevada a cabo por la Hagana y la colonización de las tierras palestinas fue gestionada por el departamento de colonización de la Histadrut. El laborismo controlaba esta organización y siguió controlando los destinos del Estado de Israel después de su establecimiento.
Después de la guerra de 1967, el Partido Laborista, a través de la Histadrut, gestionó la colonización de Cisjordania, la Franja de Gaza, la península del Sinaí y los Altos del Golán. Pero a finales de los años 80 del siglo pasado, tras la primera Intifada, el Partido Laborista reconoció que la política de colonización había llegado a su límite y que era necesario llegar a un acuerdo con el mundo árabe para «normalizar» la existencia del Estado de Israel en la región.
Éste fue el proyecto que nunca pudo llevar a cabo y que le llevó a la ruina.
Shimon Peres y Yitzhak Rabin gestaron los acuerdos con la Organización para la Liberación Palestina (OLP), que firmaron el 13 de setiembre de 1993 con el líder palestino Yasser Arafat, en Washington.
Pero el Partido Laborista nunca tuvo el coraje de llevar adelante el proceso que debía culminar en el establecimiento de un Estado palestino soberano e independiente, aunque no le faltaba fuerza política para llevarlo adelante. En las elecciones de junio de 1992 el bloque parlamentario aliado al laborismo tenía la mayoría absoluta, mientras que la derecha y los partidos religiosos estaban en desbandada. Pero el partido temía romper la tradición gubernamental israelí y crear un Gobierno sin la participación de algún partido religioso.
También se temía la eventual reacción de la opinión pública israelí en el caso de que se desmantelaran colonias. Más que nada, tras el asesinato de Yitzhak Rabin, al Partido Laborista le inquietaba la división que se vislumbraba en la sociedad israelí.
El proyecto de paz y normalización fue dejado de lado menos de tres años después de su lanzamiento. En su lugar, surgió la idea de imponer a los palestinos pautas políticas que evitaran la ruptura interna en Israel. Ehud Barak fue quien llevó adelante esta idea y en julio de 2000, tras la conferencia de Camp David II, puso al pueblo palestino entre la espada y la pared forzando el estallido de la segunda Intifada.
En otras palabras, conduciendo el proyecto de paz al fracaso, Barak llevó al Partido Laborista a la ruina, de la que no ha conseguido recuperarse. En las elecciones de 1999, la formación laborista consiguió 26 diputados; en las elecciones del 2003, 19; el mismo número en los comicios de 2006, y en 2009, trece parlamentarios. Según encuestas anteriores a la escisión en caso de celebrarse elecciones en 2011 el laborismo obtendría seis diputados. Nada más.
Para muchos en el Partido Laborista, la escisión de Ehud Barak no es una tragedia, sino una oportunidad para la formación de regenerarse como un partido socialdemócrata sionista. El lunes por la tarde, la Guardia Juvenil del Partido Laborista salió a las calles a pegar carteles que decían «No hay nada que llorar, es el momento de fortalecer al partido» y, por la noche, en la reunión del Comité Nacional, la secretaria de la Guardia Juvenil en Jerusalén declaró a la prensa que «se trata de un momento histórico», mientras sus compañeros se dedicaban a romper imágenes de Barak.
Sergio YAHNI I Director de Alternative Information Center (AIC) de Jerusalén