El profesor de Sociología de la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB) y miembro de la redacción de Viento Sur, Josep Maria Antentas, se posiciona en la siguiente entrevista de una manera muy crítica ante la política de los sindicatos mayoritarios -UGT y CCOO- y sus recientes pactos suscritos con gobierno y patronal. «Favorece la confusión, […]
El profesor de Sociología de la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB) y miembro de la redacción de Viento Sur, Josep Maria Antentas, se posiciona en la siguiente entrevista de una manera muy crítica ante la política de los sindicatos mayoritarios -UGT y CCOO- y sus recientes pactos suscritos con gobierno y patronal. «Favorece la confusión, la apatía y la resignación de la clase trabajadora en un momento de aguda crisis», afirma. Antentas es autor de diversas publicaciones sobre sindicalismo y movimientos sociales y coautor con Esther Vivas de Resistencias Globales. De Seattle a la crisis de Wall Street (Editorial Popular, 2009).
¿Cómo valoras la política de CCOO y UGT y la firma del acuerdo sobre la reforma de las pensiones con el gobierno? ¿Deberían haber convocado una huelga general en vez de negociar el acuerdo?
Asistimos, no sólo en el Estado español sino a escala internacional, a una ofensiva empresarial y a una intensificación de las reformas neoliberales que buscan transferir el coste de la crisis a los trabajadores, infligir una derrota histórica al movimiento obrero y reforzar los mecanismos de dominación de clase. Frente a ello la única respuesta posible es la movilización social y organizar la resistencia a los ataques.
La política seguida por CCOO y UGT ha sido completamente errónea. Primero acompañaron acríticamente la política de rescates bancarios y las medidas tomadas en los primeros meses después del estallido de la crisis. Convocaron tarde, y en frío, la huelga del 29S y, aunque su resultado fue mucho más positivo de lo previsto, dilapidaron el potencial abierto volviendo de nuevo a la actividad sindical rutinaria.
Su visión de la huelga general fue la de una movilización puntual, convocada desde arriba a modo de paréntesis o de desvío accidental en el camino, y no como un punto de inflexión dentro de un plan de movilización sostenida. Después, ante el embate del gobierno con las pensiones pareció que se orientaban de nuevo a la movilización, después de un par de meses de parálisis y, a última hora, giraron bruscamente hacia la búsqueda de un pacto con el gobierno.
Francamente, parece un manual de cómo no hay que actuar. CCOO y UGT no sólo han firmado un acuerdo que es perjudicial para los trabajadores, sino que su política contribuye a la desorientación y la confusión, fomenta la apatía y la resignación, el desapego a los propios sindicatos, mina su propia base social…y crea las condiciones para futuros ataques. La reacción empresarial ante cada reforma es siempre la misma: exigir otra.
-Qué ha hecho posible que Francia y Grecia o Gran Bretaña e Italia (como ha ocurrido con los estudiantes) hayan impulsado movilizaciones masivas que no se han visto en España? ¿Cuáles son las diferencias?
Hay varios factores, que tienen que ver tanto con la coyuntura como la cultura política y la situación social. El hecho que en Francia, Italia y Gran Bretaña gobierne la derecha favorece la movilización social y la respuesta sindical. A nivel más de fondo, en la situación del Estado español pesa en particular la historia reciente derivada de la transición y el sistema político y modelo sindical que se derivaron de la misma.
También hay que tener en cuenta el impacto que ha tenido, para las conciencias y el comportamiento de muchos trabajadores y de sectores de las clases medias, el proceso de «modernización» posterior a la transición, y el auge del boom inmobiliario y de un modelo que ha favorecido la generalización de los pequeños accionistas individuales, la participación en fondos de inversión, la especulación inmobiliaria privada, y el sentirse propietario y parte del sistema económico.
Francia tiene una larga tradición de conflictividad y revuelta social y desde las huelgas de 1995 contra la reforma de la seguridad social ha vivido un largo ciclo de contestación al neoliberalismo con varios momentos fuertes, y este clima social empuja y presiona a los sindicatos a una política más movilizadora.
La derecha y la izquierda social-liberal francesa no consiguieron que la sociedad y los trabajadores franceses internalizaran como «normal» e inevitable el catálogo de medidas neoliberales que se fue imponiendo con más facilidad en el resto del continente. Y, por su parte, Grecia desde el año 2008 vive una situación de efervescencia social y, lógicamente, la aplicación del brutal plan de ajuste estructural desencadenó una fuerte reacción social en un contexto de excepción.
-El estado español es líder en tasas de desempleo y precariedad laboral. ¿Cuál es la responsabilidad de los sindicatos mayoritarios en la situación de la clase trabajadora?
Los sindicatos mayoritarios no han ofrecido la respuesta adecuada al ascenso de las políticas neoliberales y a la precarización de los derechos sociales y laborales. Su modelo de sindicalismo de concertación, orientado fundamentalmente a la práctica institucional, ha hecho una labor de «acompañamiento crítico» de las líneas maestras de la política neoliberal y de la integración europea.
Sólo ha ofrecido resistencias puntuales ante situaciones concretas que se juzgaban «excesivas», pero sin plantear una crítica de conjunto al modelo neoliberal ni organizar una respuesta movilizadora. Tienen, por tanto, una importante responsabilidad en la situación actual de la clase trabajadora y su política ha contribuido decisivamente a desmovilizarla y desorientarla.
-Sin embargo, con motivo de la huelga general del 29-S, medios conservadores como «La Razón» o «El Mundo» han propuesto «encarcelar a los líderes sindicales» o «ilegalizar UGT y CCOO». ¿Existe el peligro de que una crítica a las burocracias sindicales refuerce la ofensiva antisindical de al derecha?
Hay que distinguir entre la crítica a las burocracias sindicales desde la izquierda y el discurso antisindical y la demagogia de la derecha que, lamentablemente, se ve favorecida por la propia política de los sindicatos que mina su crédito. Se trata de defender otro modelo de sindicalismo, defender la legitimidad y la necesidad de la movilización social y combatir la criminalización de la protesta social, como sucedió por ejemplo después del 29S con la cháchara mediática sobre los «antisistema».
En un contexto como el actual, donde la intensificación de los ataques contra los derechos sociales se combina con una falta de credibilidad del neoliberalismo, es más necesario que nunca ser firmes en el combate de las ideas y recordar que la crisis actual es responsabilidad del actual sistema económico, el capitalismo, y que son las luchas sociales las que encarnan la defensa del bien común y los intereses de la mayoría. Es así como podemos articular una crítica desde la izquierda al sindicalismo burocrático sin hacerle el juego al antisindicalismo derechista.
El Viejo Topo preguntaba, en uno de sus monográficos, a un grupo de especialistas «¿Por qué los trabajadores votan a la derecha?» ¿Cuál es tu opinión?
El capitalismo y sus valores han penetrado muy profundamente entre los trabajadores. El consumismo, las ganas de prosperar en un sentido capitalista del término, y el deseo de «ser como ellos» han arraigado con fuerza entre amplios sectores de la población. El neoliberalismo ha conseguido fragmentar como nunca a las y los asalariados, desgarrar las solidaridades y favorecer la atomización social y la privatización de las vidas de muchas personas. La descomposición, organizativa y cultural, de sindicatos, partidos, asociaciones de vecinos de izquierda… ha facilitado el avance de la derecha.
La izquierda tiene una responsabilidad importante en todo esto. La política de los sindicatos mayoritarios favorece la resignación y la apatía. La conversión al social-liberalismo, o en muletas del mismo, de la izquierda dominante destruye los vínculos entre las organizaciones de izquierda y los trabajadores, abriendo paso al ascenso de la xenofobia y los valores reaccionarios y del individualismo consumista. Y a la despolitización, la abstención resignada o directamente el apoyo a una derecha que consigue imponer sus temas en la agenda política.
Si tomamos el caso de la inmigración, por ejemplo, vemos como la «izquierda» oscila entre adaptarse al discurso xenófobo de la derecha, como lo muestra el caso por ejemplo, de la demagogia sobre el burka en Catalunya o en la criminalización de los inmigrantes por parte del ex ministro Corbacho, o limitarse a mantener un discurso ético contra el racismo, que va acompañado sin embargo del apoyo a políticas económicas y sociales que crean el caldo de cultivo para el ascenso del mismo. Esto último quizá sirva para dirigirse a un sector progresista de las clases medias profesionales pero no, desde luego, a la población trabajadora.
Has escrito que, ante un contexto de crisis, «las reacciones de las y los trabajadores pueden estar dominadas por el miedo, el desánimo y el egoísmo; o por la rabia ante la injusticia, la movilización colectiva y la solidaridad». ¿De qué depende que finalmente se imponga la segunda perspectiva?
La dinámica de las luchas sociales suele ser imprevisible. No está decido de que lado va a decantarse la balanza y en parte depende de cómo actúen las organizaciones sindicales, políticas y sociales de izquierda. Se trata de intentar reconstruir una cultura de la solidaridad y la movilización desde abajo. De realizar una labor paciente de construcción de tejido asociativo en los centros de trabajo y en los barrios, impulsar espacios de producción cultural desmercantilizada…para favorecer la emergencia entre los trabajadores de un «sentido común» alternativo al dominante. Hay que combinar el trabajo paciente, de hormiga, en pequeñas iniciativas, con la organización de movilizaciones y actividades generales.
¿Y sobre qué bases habría de articularse un referente político para la clase trabajadora?
Los principales partidos de izquierda hoy existentes no sirven como herramienta de transformación social. Algunos, como IU, pueden defender globalmente posiciones progresistas pero el eje de su actividad es la práctica institucional, carecen de vida militante real y su papel en la animación e impulso de las luchas sociales es mínimo. Mucha gente de izquierda puede seguir votándola, a falta de una alternativa anticapitalista sólida, pero su credibilidad electoral no implica una credibilidad política o la adhesión activa a su proyecto.
Necesitamos construir un referente político vinculado a las luchas sociales, no institucionalizado y no profesionalizado, que tenga un horizonte de ruptura con el actual orden social y que sitúe la lucha contra la explotación y cualquier tipo de opresión en el centro de su programa. Anticapitalismo, ecologismo, feminismo, antirracismo e internacionalismo deben ser señas de identidad fuertes de la alternativa a construir.
Es necesaria una izquierda cuyo objetivo sea «cambiar el mundo de base» y no la mera gestión posibilista en el marco de un esquema social-liberal. Para ello, una cuestión central en la orientación estratégica hoy en día de cualquier proyecto de izquierdas es la independencia respecto a los partidos socialistas y sus gobiernos. El balance de las experiencias de gobierno de coalición entre partidos socialistas y fuerzas a su izquierda, como hemos visto en Francia, Italia o Catalunya es muy claro. Los socios minoritarios de la socialdemocracia se ven arrastradas hacia la derecha y se convierten en corresponsables de políticas contrarias a los intereses de su base social. El caso de ICV en Catalunya con los ochos años de gobierno tripartito es muy claro.
¿Debe limitarse el sindicalismo a la lucha en el centro de trabajo?
No. Hay que combinar la acción sindical en el centro de trabajo, e impulsar la participación de base de los trabajadores, con la acción el territorio. No se trata de contraponer una con la otra, sino de actuar en los dos ámbitos. Es necesario favorecer nuevas formas organizativas y estrategias para conectar con los segmentos más débiles de las y los asalariados (parados, precarios, inmigrantes…), combinando la acción dentro y fuera del centro de trabajo, y fomentar la colaboración entre sindicatos y otras organizaciones sociales y desarrollar una práctica militante dinámica que rompa con la acción sindical rutinaria.
Existen ya muchas experiencias de campañas e iniciativas, tanto en el Estado español como en otros países, que combinan acción sindical en el centro de trabajo y fuera y alianzas entre sindicatos y movimientos sociales. Muchas son débiles y limitadas, pero marcan vías a profundizar. Creo que es necesario recuperar la dimensión sociopolítica de la acción sindical y desarrollar lo que en el mundo anglosajón se ha llamado un «sindicalismo movimentista», que busque alianzas con otras organizaciones, actúe dentro y fuera del puesto de trabajo y tenga una práctica activista.
¿Cuáles son, a tu juicio, los retos más urgentes del sindicalismo alternativo?
Hace falta mejorar la coordinación y la unidad de acción entre las distintas organizaciones sindicales alternativas y, en alianza con organizaciones y movimientos sociales, impulsar un plan de movilizaciones sostenido. Aunque sea a pequeña escala hay que dar una respuesta a la desmovilización social fomentada por CCOO y UGT y mostrar una senda alternativa para hacer frente a la crisis que combata el desánimo y la resignación.
Al mismo tiempo es necesario tener una política inteligente respecto a los sindicatos mayoritarios y no olvidar que, en su seno, a pesar de no existir corrientes organizadas que representen un modelo sindical alternativo, hay personas, cuadros sindicales y afiliados que tiene una visión critica de lo que hacen sus sindicatos, aunque ésta no se exprese siempre de forma clara y coherente. Es posible que algunos cuadros sindicales, que organizaron el 29S y que pensaban hasta comienzos de enero que habría otra huelga general frente a la reforma de las pensiones, hayan quedado desconcertados y desorientados por el giro brusco hacia el pacto y la negociación. Aunque sea difícil hay que buscar vías, desde el sindicalismo alternativo, para discutir con ellos.
Más en general, como te señalaba antes, el reto del sindicalismo alternativo es reconstruir, en una sociedad cada vez más fragmentada, una cultura de la solidaridad y la movilización y la participación cotidiana en los asuntos colectivos. Hay que poner un énfasis especial en organizar a los trabajadores más débiles y en los sectores económicos en auge y, también, reforzar mucho más la acción sindical internacional, al menos a escala de la Unión Europea y de los países de la Europa del Sur en pleno ojo del huracán.
¿Consideras la socialdemocracia una fórmula agotada?
La socialdemocracia europea vive una crisis de identidad y proyecto sin precedentes. Carece de cualquier agenda propia de salida a la crisis diferenciada de la de la derecha. Sólo se diferencia de ésta en temas culturales, morales o «societales», pero sus tímidas políticas en estos ámbitos aparecen a menudo como coartadas para marca distancias interesadas con la derecha o son vaciadas desde su interior por los efectos de su propia política económica neoliberal.
La socialdemocracia abandonó progresivamente cualquier perspectiva de transformación reformista de la sociedad adaptándose cada vez más al pensamiento neoliberal en ascenso desde los años ochenta. Pasó del reformismo al «reformismo sin reformas» y de aquí al «reformismo de las contrarreformas». Bajo el neoliberalismo ha habido un cambio en el significado histórico de la palabra «reforma» que ya no se asocia a transformaciones sociales en un sentido igualitario, sino en un sentido proempresarial.
Por último, tanto en Francia como en España está recuperándose el pensamiento del filósofo Daniel Bensaïd, un referente del trotskismo y de las organizaciones sociales anticapitalistas. Tú has impulsado la traducción de algunas de sus obras al castellano. ¿Qué parte de sus reflexiones cabría rescatar?
Daniel Bensaïd fue una de las diversas voces que a partir de los años noventa, en un contexto de desconcierto y de capitulación de buena parte de la izquierda, emergió como una referencia para el anticapitalismo. Creo que de su obra intelectual hay que tomar en consideración su interés por la reflexión estratégica, es decir, por cimentar una estrategia de transformación del mundo para la izquierda del siglo XXI. Y también su preocupación por la cuestión de la transmisión de las experiencias, los proyectos y las visiones del mundo entre generaciones y periodos históricos distintos, buscando un equilibrio entre continuidad y cambio, entre lo nuevo y lo viejo. Conviene tomar su obra como un estímulo útil para seguir aprendiendo como cambiar el mundo.
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