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Estados Unidos «la pifia» en Bahrein

Fuentes: Foreign Policy In Focus

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

El apoyo continuo de la administración Obama a la monarquía autocrática en Bahrein frente a las masivas manifestaciones por la democracia, hace que EEUU se quede de nuevo a la zaga de las nuevas realidades políticas en Oriente Medio. Durante más de dos semanas, decenas de miles de manifestantes por la democracia se mantienen acampados ocupando la Rotonda de la Perla. Esta circunvalación del tráfico ubicada en Manama, la capital de Bahrein, al igual que la Plaza Tahrir en El Cairo, ha sido siempre el centro simbólico de la ciudad y, por extensión, del país. Aunque esas manifestaciones y decenas más por todo el país han sido abrumadoramente no violentas, se encontraron con una dura represión por parte de la monarquía apoyada por EEUU.

Entender la lucha por la democracia que recorre esta diminuta nación-isla requiere poner en contexto la excepcional historia del país, su demografía y sus históricamente estrechas relaciones con los Estados Unidos.

Aunque Bahrein tiene una larga y rica historia, el Estado moderno no consiguió la total independencia de Gran Bretaña hasta 1971. El mismo año en el que los británicos se retiraron de sus compromisos de seguridad en la zona, EEUU avanzaba para ocupar su lugar como potencia extranjera más importante. Bahrein es el país más pequeño de Oriente Medio, está compuesto por un archipiélago de 33 islas, ubicándose la capital, Manama, en la mayor de esa islas, que ocupa el 85% del total del territorio del Estado (unos 470 kilómetros cuadrados, una extensión menor que el área de la Ciudad de Nueva York). Tiene una población de sólo 1,2 millones de habitantes (menor que la de San Antonio, Texas). Más de la mitad de esa población se compone de trabajadores extranjeros, provenientes sobre todo de la India y de otros países surasiáticos. El pequeño tamaño del país no refleja la importancia con que el gobierno de EEUU lo percibe.

Los lazos que nos atan

La embajada de EEUU en Manama, construida como una fortaleza, es probablemente la mayor embajada con respecto a la población de un país de acogida en cualquier lugar del mundo. El ejército de EEUU en Bahrein, que dirige la Quinta Flota y el Mando Central Naval estadounidense, controla aproximadamente la quinta parte de esta pequeña nación, dejando la parte sur de la isla fuera de las posibilidades de acceso de los bahreiníes. Durante más de cinco años, alrededor de 1.500 estadounidenses soldados han ido pasando por la base (a la que el gobierno de EEUU se refiere como «centro de operaciones de avanzada») en apoyo de diversas operaciones y sirviendo como puerto-base a 15.000 marineros más. Como lo describe el Profesor Mark LeVine, de la Universidad de California-Irvine: «Si EEUU es el principal patrón de Egipto, en Bahrein es el inquilino principal de la familia reinante». El antiguo Jefe de la Junta de Estados Mayores, el Almirante William Crowe, me dijo en una entrevista que Bahrein «valía su peso en oro, que era el mejor aliado que EEUU tenía en cualquier lugar del mundo».

A diferencia de otros Estados del Golfo donde los estadounidenses han mantenido tradicionalmente un perfil bajo, la presencia estadounidense es muy visible en Bahrein como puerto importante de escala para los marineros de permiso. Justo antes de mi última visita, el gobierno preparó una gran fiesta de Navidad para el personal militar estadounidense, incluso llevaron un Santa Claus que apareció montado en un camello. Esto fue posible gracias al dictador, y amigo de EEUU, el Rey Hamad ibn Isa Al Jalifa. El primer ministro es el Príncipe Jalifa ibn Salman Al Jalifa, tío del rey y con fama de ser el hombre más rico de Bahrein, donde lleva gobernando casi cuarenta años. Ambos están firmemente comprometidos en una estrecha alianza estratégica con EEUU. Y también han creado estrechos vínculos económicos.

Así es, también los intereses económicos vinculan a las dos naciones. Bahrein fue el primer país árabe en producir petróleo allá por 1932. La Standard Oil de California (ahora Chevron), se fusionó después con Texaco, haciéndose con el control de la industria del petróleo del país a través de la propiedad de la Bahrein Petroleum Company, hasta que el gobierno bahreiní compró la compañía en 1980. En 2005, Bahrein  se convirtió en el primer Estado del Golfo Pérsico que firmó un acuerdo de libre comercio con EEUU. El gobierno se embarcó en un programa de privatización masiva en años recientes: vendiendo bancos, servicios financieros, telecomunicaciones y otros activos públicos a los intereses privados. El Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage/Wall Street Journal sitúa a Bahrein como la economía «más libre» del Oriente Medio y la décima «más libre» del mundo.

Represión

La mayoría de los bahreiníes no se sienten muy satisfechos con esas políticas. Pero el sistema político de Bahrein no da para muchas rebeldías. Incluso el Departamento de Estado reconoce que el gobierno bahreiní «restringe las libertades civiles, la libertad de prensa, de expresión, de reunión, de asociación y algunas prácticas religiosas».

Allá por la década de 1990, los funcionarios barheiníes con los que me reuní estaban empezando a sentir que habría que prestar mayor atención a cuestiones como los derechos humanos y la justicia económica. En aquella época, no parecía precisamente que EEUU les empujara en esa dirección. «Poner tanto énfasis en la rentabilidad de las corporaciones a expensas de otras preocupaciones mucho más fundamentales podría llevar a la inestabilidad política», dijo Mohammed Ali Fakhro, ministro de educación de Bahrein, en unos comentarios totalmente clarividentes. «Si se quiere estabilidad, es necesario que haya mayor justicia en la distribución de la riqueza, no sólo entre Norte y Sur, sino también dentro de los países, incluido EEUU». Él, y otros funcionarios bahreiníes a los que entrevisté en aquella época, subrayaron que EEUU tenía que ser más coherente con las preocupaciones que manifestaba acerca de los derechos humanos, porque a menudo los políticos estadounidenses se saltaban sus posibles compromisos con esos principios cuando chocaban con sus intereses a corto plazo. La democratización está barriendo el mundo, observaron, incluyendo Oriente Medio. En su opinión, iría en beneficio de la estabilidad regional que EEUU jugara un papel como catalizador del cambio en vez de limitarse a ser tan sólo una potencia armada.

Los años de la década de 1990 fueron testigos de protestas periódicas y generalizadas por todo Bahrein, incluidos algunos actos aislados de violencia, contra el autoritario Jeque Issa. Cuando Issa murió en 1999, su hijo y sucesor, el Rey Hamad, anunció un conjunto de importantes reformas. La aprobación de la Carta de Acción Nacional de Bahrein, codificada en un referéndum celebrado en 2001, puso fin a más de siete años de protestas contra el régimen. Aunque los bahreiníes disfrutaron de un entorno político y social algo más liberal bajo ese nuevo gobernante, la mayor parte de las prometidas reformas no llegaron nunca a materializarse. Por ejemplo, la Carta permitía la elección de una Cámara Baja en el Parlamento aunque prácticamente sin poder concreto alguno. La Cámara Alta -designada por el rey- tiene que refrendar cualquier acto legislativo que se haya aprobado en la Cámara Baja. Además, el rey puede vetar cualquier legislación sin tener que anularla y puede abolir el parlamento entero a voluntad. Los miembros de la familia real son quienes ocupan todos los puestos importantes del gabinete -y, en general, casi todos los puestos-.

Aunque Bahrein permite mayor libertad de expresión que muchos de los países vecinos, están prácticamente prohibidas las críticas a la familia real -lo que en la práctica se aplica al gobierno y a la mayoría de sus ministros-. De forma similar, se han venido aplicando a nivel amplio una serie de leyes contra el fomento del «sectarismo». Esto no supone sorpresa alguna, dado que la familia real es sunní y la mayor parte de los grupos de la oposición pertenecen mayoritariamente a la comunidad chií.

Varias fuerzas políticas boicotearon las elecciones parlamentarias de octubre de 2010, incluido el principal partido de la oposición, el Movimiento Haq por la Libertad y la Democracia (que incluye dirigentes tanto sunníes como chiíes), así como el Partido Wafa, el Movimiento por la Libertad de Bahrein, el Movimientos Jalas y la Sociedad para la Acción Islámica. Justo antes de las elecciones, las autoridades arrestaron a una serie de dirigentes de la oposición cuando éstos expresaron su preocupación ante las violaciones de los derechos humanos.

Una tradición progresista popular

El autoritarismo del gobierno de Bahrein contrasta con la tradición relativamente progresista y pluralista de la isla. A pesar de haber vivido muchos años bajo monarquías e imperios, los bahreiníes han sustentado siempre una tradición de libertad y justicia social. Durante la mayor parte de los siglos X y XII, una secta islámica, conocida como los qarmatianos, gobernó la isla y creó una sociedad radicalmente igualitaria basada en la razón y en la distribución equitativa de la riqueza y propiedad entre sus partidarios. En el siglo XIX, Bahrein era el centro comercial más importante de toda la región del Golfo -con influencias árabes, persas y otras-, lo que reforzaba las tradiciones de cosmopolitismo, tolerancia y pluralismo.

Actualmente, una visita a Manama revela no sólo mezquitas sunníes y chiíes, también iglesias cristianas, templos hindúes y sijs y una sinagoga judía. Bahrein fue el primer país árabe del Golfo en proporcionar una educación moderna formal a las mujeres. Con una economía tradicionalmente basada en la pesca, en el buceo de la perla y en el comercio -y con muy poca tierra para el pastoreo y muy poca agua dulce para la agricultura-, Bahrein ha sido durante siglos una sociedad urbana en gran medida, incluso antes de que se descubriera el petróleo. Por tanto, nunca ha estado sometida al tipo de tribalismo parroquial de otros países árabes. Además, a diferencia de otros emiratos ricos en petróleo de la región del Golfo, la diversidad de fuentes de su riqueza ha llevado al establecimiento de una clase media indígena.

Aunque sea una isla, Bahrein es accesible por carretera. Una autopista de unos 25 kilómetros la conecta con Arabia Saudí. De hecho, las costumbres sociales relativamente liberales de Bahrein la han convertido en residencia de elección de los saudíes que desean vivir en un ambiente menos restrictivo. Se ha hecho también popular como destino de fin de semana para los saudíes que quieren ir de marcha.

Aunque los suministros de petróleo de Bahrein están agotándose, sigue siendo un importante centro de refinamiento de petróleo. Todavía cuenta con inmensas reservas de gas natural y se ha convertido en un importante centro financiero. Reparaciones de buques, refinamiento de aluminio e industria ligera han ayudado también a diversificar la economía. Con una renta anual per capita de 26.000$ (similar a la de Grecia), escaso desempleo, tasa de alfabetismo por encima del 90% y una expectativa media de vida y tasa de mortalidad infantil comparable a la de algunos países europeos, es una de las naciones con mejor situación económica de Oriente Medio. No obstante, las impresionantes estadísticas económicas y sociales no son sustitutivas de las libertades políticas, especialmente cuando se combina con una persistente discriminación contra la mayoría chií.

Luchas sin violencia

Inspirados por los levantamientos de Túnez e Irán, los activistas por la democracia convocaron protestas por toda la nación el 14 de febrero, el décimo aniversario del referéndum de la Carta de Acción Nacional. Los organizadores, mayoritariamente jóvenes, pidieron a los bareiníes «que tomaran las calles el lunes 14 de febrero de forma pacífica y ordenada» para reescribir la constitución y establecer un órgano dotado de «un mandato popular total que investigue y lleve ante la justicia a los responsables de las violaciones sociales, políticas y económicas, incluido el robo de la riqueza pública, la naturalización política, los arrestos, la tortura y otras medidas de seguridad opresivas, así como la corrupción económica e institucional».

Según el Centro por los Derechos Humanos de Bahrein (CDHB), la respuesta del gobierno fue «un estado de confusión, aprensión y anticipación», incluyendo un intento de aplacar a la oposición con dinero. El rey ordenó que se distribuyeran 1.000 dinares bahreiníes (alrededor de 2.600 dólares) a cada familia para celebrar el décimo aniversario del referéndum.

El 12 de febrero, el CDHB envió una carta abierta al rey para «suavizar tensiones» y «evitar el uso de la fuerza» instándole a liberar a 450 detenidos, a disolver el aparato de seguridad y a enjuiciar a los funcionarios culpables de las violaciones a los derechos humanos, así como a iniciar un «diálogo serio con la sociedad civil y los grupos de la oposición sobre las cuestiones en litigio». El Presidente del CDHB, Nabil Rayab, afirmó: «La disolución del aparato de seguridad y el enjuiciamiento de sus funcionarios no sólo distanciará al rey de los delitos cometidos por este aparato, sobre todo desde 2005, como la tortura sistemática y el uso de fuerza excesiva contra los manifestantes pacíficos, sino que evitará el fatal error cometido por aparatos similares en Túnez y Egipto que provocaron la pérdida de vidas y cientos de víctimas y finalmente abocaron la caída de los regímenes que crearon esas «espadas de doble filo».

Cuando el 14 de febrero estallaron las protestas por todo el país, el gobierno respondió con arrestos masivos y palizas, matando a un joven e hiriendo a docenas más. En su funeral, la policía disparó contra la multitud. Una persona murió y 25 resultaron heridas. Al Wefaq, un partido de mayoría chií que había ganado varios escaños en las recientes elecciones parlamentarias, anunció que suspendía su participación en el parlamento y se incorporaba a las manifestaciones. Decenas de miles de manifestantes ocuparon la Rotonda de la Perla, colocando tiendas de campaña de forma parecida a las sentadas masivas de la Plaza de Tahrir en El Cairo.

Alrededor de las tres de la madrugada del 17 de febrero, sin que mediara advertencia alguna, la policía antidisturbios atacó con gases lacrimógenos, porras y balas a los miles de personas acampadas cuando dormían. Mataron a cuatro personas más, incluida una niña de dos años que recibió varios balazos. Al Yasira informó que los hospitales de Manama estaban llenos de cientos de manifestantes heridos y describió cómo «la policía golpeaba a los médicos y al personal de emergencia cuando trataban de atender a los heridos». Contradiciendo abiertamente los relatos de testigos y las grabaciones, el régimen insistió en que los manifestantes habían atacado a la policía y que las fuerzas de seguridad habían utilizado tan sólo una fuerza mínima para defenderse. El gobierno de Bahrein, como los regímenes dictatoriales en Egipto y Libia, intentó culpar de todo a fuerzas externas. Insistió, por ejemplo, en que habían encontrado armas y banderas del grupo radical libanés Hizbolá.

A pesar de esas provocaciones, la respuesta de la oposición fue mayoritariamente pacífica. Activistas por la democracia se reunieron para rezar y mantener vigilias en los alrededores de los hospitales. Y emprendieron nuevas protestas pacíficas en la capital al día siguiente. Cuando las fuerzas de seguridad les atacaron, los manifestantes alzaron sus manos y gritaron: «¡Pacíficos, somos pacíficos!». Unidades de la policía y del ejército arremetieron de nuevo contra los manifestantes -junto con los dolientes, los periodistas y los doctores – matando a otra persona más e hiriendo a decenas.

Como ha ocurrido a menudo en otros lugares, cuando un gobierno utiliza de forma ilegítima la fuerza contra manifestantes pacíficos, las protestas, en lugar de disminuir, aumentan en intensidad. Al reconocer esto, el régimen retiró al ejército y la policía de la capital. Miles de manifestantes volvieron a la Rotonda de la Perla para reanudar su pacífica sentada.

El 22 de febrero, más de 100.000 manifestantes antigobierno tomaron la calle. En esta ocasión el gobierno permitió la marcha. En días posteriores continuaron una serie de protestas más reducidas. El gobierno trató de retractarse de su posición de línea dura: declarando un día nacional de luto por los muertos, liberando a cientos de prisioneros políticos, permitiendo la vuelta del exilio de un dirigente de la oposición, despidiendo a cuatro funcionarios del gabinete muy impopulares y haciendo una serie de concesiones económicas. El 25 de febrero, más de 200.000 personas se manifestaron, esa cifra constituye el 40% de la población original bahreiní. En días recientes, han aumentado sus protestas bloqueando la sede de la televisión estatal y el edificio del parlamento.

La mayoría de esos manifestantes desea una transición de una monarquía absoluta a una monarquía constitucional, más que derrocar a la monarquía. Quieren que dimita el primer ministro, mayores libertades civiles y un parlamento elegido popularmente que tenga un poder auténtico.

El hombre del saco iraní

Casi las tres cuartas partes de la población originaria de Bahrein son chiíes. Los chiíes constituyen apenas el 10% de la comunidad islámica mundial, pero son mayoría en Irán e Iraq. El gobierno de Bahrein, controlado por los sunníes, ha discriminado siempre a los chiíes en las áreas de empleo, vivienda y proyectos de infraestructuras. El ejército, especialmente su cúpula, es mayoritariamente sunní. La policía secreta es casi exclusivamente sunní y, al parecer, incluye pakistaníes y otros elementos extranjeros. Solo se le ha concedido a los chiíes un puñado de puestos del gabinete, limitado a las carteras de menor importancia. En un esfuerzo por aumentar las cifras de sunníes, el gobierno ha dado un paso poco usual, como es de garantizar la ciudadanía a algunos de los trabajadores extranjeros sunníes, medida prácticamente sin precedentes en otros países del Golfo con grandes poblaciones de trabajadores extranjeros. La consecuencia es que existe un actual elemento sectario, aún cuando la mayoría de los manifestantes por la democracia no están buscando per se un Estado de dominio chií.

Cuando las poblaciones chiíes sin derecho a voto en Oriente Medio se organizan por sus derechos, los regímenes a menudo las tildan de agentes iraníes. En algunos casos, la inteligencia iraní ha apoyado esos movimientos, aunque la inmensa mayoría son luchas populares de las poblaciones indígenas con reivindicaciones legítimas. La conexión iraní, aunque sea falsa o exagerada, introduce el temor de una trama iraní que busca reafirmar su influencia y establecer una teocracia estilo iraní. Así pues, se atiza el espectro de Irán para reforzar el argumento de que va en interés de EEUU apoyar a los regímenes represivos para suprimir esos movimientos.

Sin embargo, la mayoría de los chiíes bahreiníes, a diferencia de sus homólogos en Irán y otros países, no siguen a ayatolás. Como fueron conquistados por el Imperio Persa durante determinados períodos de su historia, valoran mucho su independencia y rechazan los llamamientos de algunos ultranacionalistas persas para reincorporar Bahrein a Irán. Aunque muchos chiíes bahreiníes se sintieron inicialmente entusiastas de la revolución islámica inmediatamente después del derrocamiento del Shah en 1979, al igual que la mayoría de los mismos iraníes, se han sentido desilusionados con la revolución a causa de su giro reaccionario y represivo. A pesar de todo el alarmismo de algunos elementos pro-autoritarios en EEUU y en algunos lugares más que tratan de describir el levantamiento bahreiní como una revolución fundamentalista chií, las protestas en Bahrein cuentan también con el apoyo tanto de progresistas sunníes como de la población laica. Este movimiento por la democracia es tan legítimo como las luchas populares de Túnez, Egipto y Libia. Las pancartas y las consignas en las manifestaciones indican que se ha evitado el sectarismo, subrayando la unidad chií-sunní en la causa de la democracia.

Al mismo tiempo, debido a que la mayoría chií es la que más tiene que ganar de un cambio democrático, los manifestantes han sido abrumadoramente chiíes. El régimen, con el respaldo de EEUU, con una estrategia de divide y vencerás, ha agitado el espectro de una toma del poder fundamentalista chií en un esfuerzo por conseguir el apoyo de la considerable minoría sunní para proteger su privilegiado estatus, creando así el potencial para una profecía autocumplida de polarización de la sociedad bahreiní en líneas sectarias. En efecto, no fue casualidad que una concentración a favor del gobierno organizada por el régimen tuviera lugar en la plaza cercana a la gran mezquita sunní, una concentración a la que se animó a unirse a miles de indios y pakistaníes sunníes. El gobierno está también sintiendo las presiones del régimen saudí para que tome medidas enérgicas. Los saudíes temen que lucha exitosa por la democracia dirigida por chiíes en Bahrein pudiera no sólo animar a los elementos a favor de la democracia de su propio reino, sino también alentar a la inquieta y oprimida minoría chií en Arabia Saudí -concentrada en la zona nororiental del país- a rebelarse también.

Responsabilidad internacional

A raíz del derrocamiento no violento del dictador egipcio Hosni Mubarak, el Presidente Obama advirtió a otros dirigentes de Oriente Medio que «apoyaran la oleada de protestas» para avanzar rápidamente hacia la democracia. Aunque su conferencia de prensa del 15 de febrero se produjo durante la peor represión en Bahrein, decidió no nombrar el país. Frente a la violencia desplegada por las fuerzas de seguridad bahreiníes contra los manifestantes pacíficos, Obama insistió en que «cada país es diferente, cada país tiene sus propias tradiciones; EEUU no puede dictar cómo deben gobernar sus sociedades». Aunque ciertamente fue una declaración válida en sí misma, en este caso parecer haber sido algo más que una racionalización del silencio frente a la extrema violencia de un aliado autocrático. En efecto, EEUU no se ha mantenido precisamente en silencio frente a la actual represión del régimen autoritario de Libia, aunque parte del movimiento por la democracia en ese país, a diferencia de Bahrein, ha tomado las armas.

Mientras tanto, el 23 de febrero, el Almirante estadounidense Mike Mullen, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, se presentó en Bahrein para reunirse con el Rey Hamad y con el Príncipe Heredero Salman, que sirve como comandante en jefe de las fuerzas armadas bahreiníes. Según el portavoz de Mullen, el capitán de navío John Kirby, el almirante «reafirmó nuestro firme compromiso en nuestras relaciones militares con las fuerzas de defensa bahreiníes». Y, a pesar de las masacres de la semana anterior, dio las gracias a los dirigentes bahreiníes «por la forma tan mesurada en que habían estado manejando la crisis popular en el país».

De hecho, el 25 de febrero The New York Times informaba de cómo la administración Obama «ha enviado a diplomáticos de alto nivel en días recientes para tranquilizar y ofrecer consejo a los monarcas, incluso a quienes están al frente de los gobiernos más opresores». El artículo afirmaba que la administración no es contraria a animar las reformas, indicando sin embargo que los «funcionarios estadounidenses han tratado de mantener el enfoque en lo que insisten han sido concesiones hechas por Bahrein, el lugar donde está estacionada la Quinta Flota de la Marina, como una señal de que las protestas pueden empujar al rey y al príncipe heredero para que encaucen el diálogo con los manifestantes en la dirección adecuada».

Un Bahrein más democrático probablemente se mostraría más amistoso con el régimen iraní que el actual gobierno, pero ciertamente no se convertiría en un títere de Irán. De forma parecida, un Bahrein más democrático probablemente restringiría la presencia militar estadounidense en su pequeña isla, aunque no se mostraría estridentemente antiestadounidense. Queda por averiguar qué cantidad de democracia estaría EEUU dispuesto a apoyar aunque esté dirigida por un movimiento popular de masas no violento. Dejando a un lado los argumentos normativos, no apoyar una democratización completa demostraría muy poca visión de futuro. Como señala el Profesor Levine: «¿Qué es más es esencial actualmente para la seguridad estadounidense, bases bien situadas para sus barcos, aviones y tropas por todo Oriente Medio, o una transición plena hacia la democracia en toda la región?».

Tanto en Túnez como en Egipto, EEUU tuvo de ponerse al día en su política hacia esos regímenes aliados frente a las luchas populares contra el autoritarismo, apareciendo tarde y mal en apoyo de las luchas masivas no violentas por la democracia en esos países. Sería de agradecer que, en lo relativo a Bahrein, EEUU no espere al último minuto para ponerse en el lado correcto de la historia.

Stephen Zunes es columnista de Foreign Policy in Focus y profesor de política en la cátedra de Estudios sobre Oriente Medio de la Universidad de San Francisco. Es autor, junto con Jacob Mundy, de «Western Sahara: War, Nationalism and Conflict Irresolution» (Syracuse University Press).

Fuente: http://www.fpif.org/articles/america_blows_it_on_bahrain

rCR