Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
«Los viejos morirán y los jóvenes olvidarán» – esta fue la predicción del primer primer ministro de Israel, David Ben Gurion. Sesenta y tres años después, me sigo preguntando qué le hizo pensar así. ¿Acaso olvidarían alguna vez las masas judías o incuso cualquiera de los otros millones de personas que padecieron el Holocausto?
Por lo que yo sé tras haber vivido durante casi toda mi vida en el campo de refugiados de al-Azzeh, en las estrechas callejuelas del campo siempre ha habido mucho espacio para la memoria colectiva de las masacres israelíes, del desplazamiento y de la limpieza étnica sistemáticos. Estas imágenes están impresas en las mentes de los refugiados palestinos, tanto jóvenes como viejos.
Nunca olvidaré que en la primavera de 2003 mi abuela y yo «retornamos» a nuestro destrozado pueblo, Beit Jibrin. Conseguimos llegar a él a pesar de los checkpoints y del alto nivel de la seguridad israelí; no fue fácil a pesar de que la distancia real que separa mi campo de refugiados del pueblo no llega a una hora de coche.
Mi campo de refugiados es el más pequeño de Cisjordania ya que solo tiene 0.02 metros cuadrados. Los residentes originarios del campo provenían de Beit Jibrin, en las colinas occidentales de Hebrón.
Había estado en Beit Jibrin varias veces antes, pero nunca con mi abuela. Anduve detrás de ella subiendo una colina del pueblo. Parecía mucho más fuerte y capaz de andar rápido de lo que yo recordaba. Sabía exactamente a dónde íbamos, como si hubiera estado ahí ayer mismo.
Nos sentamos bajo una higuera y mi abuela sonrió y recordó cuando jugaba con sus amigos, hace décadas. Dijo: «Es el mismo árbol, un poco diferente ahora; al fin y al cabo, han pasado más de cincuenta años. Con todo, es el mismo árbol»,
Mi cabeza estaba saturada de pensamientos; ella debía de haber susurrado algunos de sus secretos de infancia al viejo árbol. No contó mucho, pero la tristeza de sus ojos lo decía todo. Sonreímos y permanecimos sentados escuchando el canto de los pájaros y respirando todo el aire fresco del pueblo que éramos capaces de respirar, como si nunca hubiéramos respirado antes. Al fin y al cabo este es el pueblo para el que se me educó para que comprendiera que es mío.
Sus recuerdos se remontaban a 1948. Acababa de cumplir diez años. A pesar de lo pequeña que era se acordaba. Se acordaba de su escuela, de las maravillosas tardes de verano que pasaba con su familia en el pueblo. Recordaba la época de la cosecha y los viajes a Haifa y Yaffa (Jaffa) con su padre para vender sus frutos.
También recordaba las noches en las que el apacible pueblo fue atacado por primera vez. «Nunca habíamos visto antes un avión de combate», dijo. Quizá lo habían visto, pensé yo, pero estoy seguro de que no era la misma visión que la que ahora estaba esparciendo muerte y miedo en los corazones de la gente en 1948. Este año también fue testigo de la expulsión de sus hogares y de sus pueblos de unos 750.000 habitantes originarios palestinos. Hasta ahora, hasta el día de hoy, nunca han podido retornar
Desde hace sesenta y tres años y a pesar de las muchas resoluciones de las Naciones Unidas y de las condenas del mundo la impunidad de Israel sigue prevaleciendo. No se ha logrado justicia ya que los refugiados palestinos no han visto implementarse la Resolución 242 de las Naciones Unidas que ratifica claramente «un arreglo justo del problema de los refugiados» ni la Resolución 194 que estipula que «se debe permitir a los refugiados que deseen retornar a sus hogares y vivir en paz con sus vecino hacerlo en la fecha más próxima que sea factible».
Del mismo modo que estas resoluciones han permanecido vivas en la memoria de mi abuela, han permanecido impresas en las conciencias de los refugiados, tanto si estaban familiarizados con el derecho internacional como si no. Cada refugiado palestino cree firmemente en el derecho a vivir en el pueblo o en la cuidad de la que es originario, y del que ellos y sus familias fueron desarraigados por la fuerza.
Mi abuela falleció el pasado mes de marzo en el campo de refugiados. Sin embargo, su sueño de retornar a Beit Jibrin está todavía vivo y yo creo firmemente que ella está en un lugar en el que no existen las fronteras. Su alma está por fin libre de los grilletes de la división étnica y ella es capaz de cernerse sobre Palestina y sobre nuestro querido pueblo – nuestro hogar – Beit Jibrin. Puede que ahora mismo mi abuela esté susurrando secretos a las higueras y a los olivos. Sus sueños de retornar continúan vivos.
Nunca la olvidaré ni olvidaré su pasión cuando hablaba del pueblo. Siempre estaré segura de que voy a transmitir sus sueños y aspiraciones a las próximas generaciones. Estoy segura de que esto es una promesa que cada refugiado ha hecho consciente o inconscientemente hasta el retorno y la plena realización de nuestros derechos.
Nunca olvidaremos nuestro pueblo ni ninguno de los pueblos palestinos que padecieron una limpieza étnica ya que el recuerdo permanece en el corazón y en el alma de todos los palestinos. Para nosotros puede que mueran los ancianos, pero los jóvenes nunca olvidarán.
Merna Alazzeh es una activista de derechos humanos palestina, profesional del desarrollo comunitario e internacional que vive en Londres. Alazzeh obtuvo un máster en derechos humanos de la London School of Economics.
Fuente: http://electronicintifada.net/content/young-will-never-forget-and-will-one-day-return/9989