En Cuba se viven tiempos de estrecheces económicas pero a la vez de esperanzas, estas últimas basadas sobre todo en la forma directa con que se están abordando los problemas y siempre ese es el primer paso para resolverlos. Es verdad también que a veces el entusiasmo lleva a algunos a descubrir el «agua tibia» […]
En Cuba se viven tiempos de estrecheces económicas pero a la vez de esperanzas, estas últimas basadas sobre todo en la forma directa con que se están abordando los problemas y siempre ese es el primer paso para resolverlos.
Es verdad también que a veces el entusiasmo lleva a algunos a descubrir el «agua tibia» y entonces es preciso poner las cosas en su justo lugar para no confundir logros recientes con manquedades que hace rato no tienen razón de ser.
Hace unos días escuché a una persona decir con frenesí ante un grupo de colegas que en este país ya se podía discrepar y lo planteaba como si fuera algo bueno, una conquista o simplemente una concesión a los demás.
El suceso visto así carece de notoriedad alguna y no es más que un ejemplo de cierta moda de reconocer circunstancias y estilos de actuar que, si bien son totalmente naturales y hasta loables, estaban enquistados en el mosaico social cubano.
Por ejemplo, al fin se reconoce que hay que ir, o mejor volver, a ciertas raíces esenciales que se extraviaron de nuestro sistema educativo, que no podemos gastar más que lo que producimos, que en la tierra está nuestra mayor riqueza y fortaleza económica, que los beneficios humanos del socialismo solo tienen coto en los haberes contables y por eso tienen que ser racionales y hasta que… se puede discrepar.
Menudo «descubrimiento» ese último y merece una reflexión.
Es cierto que para algunos funcionarios la discrepancia era, y es, sinónimo de falta de unidad, inmadurez, debilidad ideológica o, en el mejor de los casos, confusión ante un suceso o proceso determinado.
Claro, a nadie se le ocurre decir en público, y mucho menos en la prensa, que no se puede discrepar porque eso atenta contra uno de los principios básicos de nuestra democracia socialista; si bien en la práctica, algunos «compañeros» ejercen sus funciones acallando de una forma u otra cualquier criterio adverso o diverso al suyo.
Para ellos, la unanimidad o la «inmensa mayoría», es el campus social adecuado para tomar acuerdos y llevar adelante los procedimientos que, según opinan, son siempre más eficaces si se encarrilan sobre sus ideas y estilos de actuar.
Muchas veces usted los ve abrogarse el derecho de hablar por los demás con el conocido San Benito de que «interpreto el sentir de mis compañeros cuando digo que…» y ahí van sus puntos de vista e ideas vestidas del camuflaje del consenso virtual que le otorga una posición determinada.
Hay otra forma más sutil de no aceptar la discrepancia y es precisamente… aceptándola, pero de dientes para afuera, a flor de piel. Aquí solo se le tolera en su expresión enunciativa y no como catalizador en la confrontación de ideas de donde saldrán las mejores que ayuden a llevar adelante los propósitos que tengamos.
Hay otras modalidades y algunas hasta forman estereotipos… Usted tiene razón compañero pero vamos a analizarlo… y ahí vienen las atenuantes para que su discrepancia no progrese o simplemente se quede solo en la formulación porque según ellos es que no están creadas las condiciones para… , los factores tales o más cuales deben pronunciarse primero…, usted tiene razón pero debemos atenernos a las indicaciones superiores…, y uno, que en el sector de la prensa subsiste, cada vez con menos regularidad pero de vez en cuando asoma la cabeza: no podemos darle armas al enemigo y ese asunto es mejor ventilarlo internamente porque si lo publicamos puede generar temor, inseguridad y desconfianza en… y ahí va la censura incluso de los que no tienen facultades para ello.
Otro slogan muy usado contra el derecho de disentir, es que la discrepancia hay que hacerla en tiempo, lugar y forma… es decir cuando a algunos les parezca bien o convenga.
Claro que se debe discrepar adecuadamente pero no se puede perder el don de la oportunidad, pues a tiempo de ella puedan salir soluciones eficaces y siempre será mejor antes de que después de. Cuando ya no hay solución la discrepancia queda como un mero ejercicio teórico, hueco, yermo.
Aunque la discrepancia está reconocida como derecho, deber y necesidad en todos los documentos rectores de nuestra sociedad, desde la constitución hasta en los estatutos de muchas organizaciones, esta no se traduce a estilo en el actuar de muchos funcionarios.
Lo que realmente necesitamos es reconocer y promover la discrepancia responsable, que es preciso y hasta esencial discrepar y no exagero si digo que no es revolucionario quien no discrepa cuando siente que disiente de algo que se le propone porque la eterna y total anuencia es prima hermana de la doble moral, del oportunismo, del conformismo y de la adulonería que tanto le gusta a algunos.
Hace unos años Fidel Castro dijo algo sencillo pero muy oportuno y aleccionador: «Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas;… es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio;… es no mentir jamás ni violar principios éticos…»
¿Que es una revolución si no una discrepancia con el estado de cosas anterior? Y toda revolución verdadera es siempre un proceso inacabado, por lo tanto: hay que discrepar de aquello de lo que realmente divergimos aun cuando estemos equivocados porque para eso también sirve la discrepancia: para esclarecer y desnudar errores, mostrar carencias y conceptos errados pero siempre perfectibles.
La discrepancia muchas veces es dolorosa pero no por ello menos sana, como el bisturí que corta los tejidos putrefactos del inmovilismo, la doble moral, el conformismo y la mediocridad, esos comportamientos que traban el rebrote de la sangre fresca con la que se oxigena el tejido social que da continuidad a la revolución.
De las mejores y auténticas discrepancias siempre han salido excelentes soluciones y en la historia de Cuba hay ejemplos emblemáticos.
Las que hubo entre Céspedes y Agramonte no los llevaron a cejar en el empeño de liberar a Cuba del coloniaje español y en ello les fue la vida. Maceo, Gómez y Martí no siempre coincidieron en cuanto a la forma de conducir la «guerra necesaria» por la independencia, lo que no les impidió entregarle a la causa sus mejores empeños y todos ellos son héroes eternos de la patria.
Abogo por la discrepancia desde la pertenencia ideológica pues bien ejercida, es una de las mejores actitudes de los revolucionarios porque entre ellos la discrepancia no da cabida a la indisciplina ni a la apatía.
Las mejores herramientas para discrepar son la honestidad y el argumento, el respeto por la opinión ajena pero también la valentía y la constancia.
Quien cree, persevera y aporta a esa unidad que tanto necesitamos y que solo será real cuando la fecunde esa diversidad de los que seguimos creyendo en el caudal de humanismo de este proyecto social imperfecto pero mejor.
En su tiempo grandes personalidades acuñaron su apego a la honestidad y utilidad de la discrepancia y lo hicieron en su estilo y circunstancia. Así el gran poeta hindú Rabindranat Tagore dijo que «»si cierras la puerta a todos los errores, la verdad también se quedará afuera», «El hombre honrado no mira de que lado se vive mejor sino de que lado está el deber…» , decía José Martí, «el acto más revolucionario es decir lo que uno piensa», dijo en cierta ocasión la gran polemista y socialista alemana Rosa Luxemburgo mientras que el propio Fidel Castro sentenció a inicios de la revolución: «no le decimos al pueblo cree, le decimos lee…»
Más vale una discrepancia errada que una aprobación taimada. La primera es un derecho de los que aman y fundan, al decir de Martí; la segunda puede ser hija de la falsa unanimidad que es uno de los rostros de la complacencia estéril.
Más seguro y fecundo es un remolino de ideas bullendo espumosas como las aguas de un río vigoroso que el remanso tranquilo y dócil que esconde en su apacible belleza la inercia que lo convierte en pantano.
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