Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Mientras asistía a una marcha de apoyo a la creación de un Estado palestino me entrevistó un reportero de la televisión canadiense. Me preguntó si creía que los palestinos deberían adoptar un enfoque no violento para lograr sus objetivos. Le respondí que los palestinos deben ser los dueños de su propio destino y que yo no estoy en condiciones de asesorarles sobre eso.
La cuestión acerca de la resistencia no violenta en relación con el próximo «septiembre». «Septiembre», como una metáfora, me recordó un evento del cual fui testigo una noche en el puesto de control del Bor Zait, un evento que para mí es un modelo y un símbolo del verdadero espíritu.
Brindo la documentación de los hechos que presencié esa noche, como un símbolo de esperanza para el próximo septiembre: Una tarde, en el puesto de control de Bir Zait:»¡Éste no es un puesto de control, es un puesto de inspección!», dijo un soldado tratando de deshacerse de nosotros.
Le recordamos que el Ministro de Defensa había anunciado que no debía haber puestos de control en ese camino y respondió: «¿Dijo el Ministro de Defensa que había dos hombres armados por aquí?» No, el Ministro no me dijo nada de eso. Pero yo estaba segura de que en ese momento estaba viendo no a dos, sino a siete hombres armados merodeando por allí y eran los soldados israelíes.
«Asegúrese de detener a un rebaño», gritó un soldado a sus colegas. Cuando llegamos, estaban inspeccionando al primer rebaño (seis hombres): colocaron sus documentos de identidad en el suelo, por miedo a tocarlos, les obligaron a subirse las camisetas, a abrir las piernas y examinaron todo el contenido del vehículo sacando y agitando todo su equipaje. A continuación los soldados recogieron las identificaciones y dieron los detalles a una especie de centro misterioso. Sólo después de comprobar que los miembros de la «manada» estaban «limpios» los liberaron.
Mientras tanto los demás esperaban en sus vehículos nerviosos y con una expresión de profundo desprecio en sus rostros. No se atrevían a acercarse hasta que un soldado les señalaba con el dedo mientras los apremiaba groseramente: «mueve el culo, hijo de puta…»
Inspeccionaron a un nuevo «rebaño»: un autobús de palestinos lleno de hombres, mujeres y niños. Primero sacaron a los hombres. Empezó el ritual otra vez. Los jóvenes, y en especial Yusef, el conductor, no parecían sucumbir como esperaban los soldados y mientras seguían sus órdenes los jóvenes palestinos se burlaban de ellos. La pancarta estaba en la pared -se inició un juego machista con el sonido metálico de la presión en el gatillo de las armas-, los dos grupos se aproximan, los soldados exhiben pistolas de gas y granadas de choque y se carga la atmósfera. El comandante se abalanza y ordena a sus soldados que se aparten. Una vez que todo se resolvió un soldado enojado y amargado, al parecer insatisfecho por el resultado, se acercó a Yusef y le amenazó: «Todavía no he acabado contigo».
El tiempo se alargaba, pasaban las horas. La respuesta para esas personas de parte de los servicios secretos con la autorización se retrasó. Abdullah, un hombre joven y agitado paseaba por el lugar como si fuera suyo y le reprendieron. Abdullah no se dio cuenta de este reproche y siguió igual, lo que le valió que le enviasen a un campo de espinos cercano como castigo «siéntate allá». Le obligaron a estar de espaldas a sus amigos mirando al horizonte mientras un soldado le apuntaba en la espalda con su arma para asegurarse de que permanecía en la misma posición aunque le dolieran las piernas y se le agarrotasen los huesos.
Una hora y media después del inicio de este evento, el comandante ordenó a las mujeres y a los niños que subieran al autobús mientras los soldados ordenaban otra línea de trabajo. Ordenaron que colocaran los documentos de identidad en el suelo y que vaciaran sus bolsos. A esta altura, los soldados se dieron cuenta de que no había hecho una inspección física de todos los hombres y cada uno de ellos fue inspeccionado ahora: camisas, zapatos, cinturones, bolsillos…
¿Y ahora qué más? Los uniformados hicieron una lluvia de ideas y se les ocurrió que Yusef (el conductor) debía llevará a cabo el «procedimiento del vecino» (una acción prohibida por el derecho internacional y el de Israel). Le ordenaron descargar todo el bagaje, las bolsas de compras y todas las mochilas de los estudiantes, todo lo que estuviera dentro del autobús. Le ordenaron abrir, juntar y amontonar ropa, objetos personales, libros, cuadernos, cajas de zapatos nuevos… fue una fiesta real e interminable de violación de la privacidad, y todo se hizo en nombre de la seguridad. Como no se encontraron bombas entre las pertenencias y los cinturones eran solamente eso, y nada más, enviaron a los pasajeros de vuelta al vehículo y les devolvieron sus documentos de identidad. Todos excepto Yusef. Después de todo le habían hecho una promesa… Le llevaron al otro lado de la muralla que rodea el puesto de control y el portón de comunicación se cerró con llave detrás de él.
Todo el grupo estaba en el autobús en silencio. Se sentaron y esperaron. A continuación se oyó un alboroto procedente de la zona restringida: golpes, sonido de los gatillos de las armas y fuertes gritos. Como si hubiesen oído una señal, los hombres irrumpieron por la puerta del autobús y corrieron en dirección hacia los soldados que les apuntaban con sus rifles mientras gritaban: «¡Matadnos a nosotros, queremos morir, traed a nuestro conductor de vuelta!».
Se encontraban frente a frente dos grupos de hombres, desiguales en el armamento y aún así, parejos.
El portavoz de los palestinos, un hombre mayor, canoso, sermoneó a los superpertrechados soldados que continuaban apuntando sus armas al grupo que enumeraba en voz alta todos los crímenes e injusticias que habían cometido.
Como la explosión de un volcán, como un absceso que se había ido formando en el fondo de los cuerpos de estas personas, durante los largos años de ocupación, el motín estalló e inundó el lugar con una lava brillante que iluminó ese lugar abandonado por Dios en la oscuridad de la noche, justo en frente de los enmudecidos soldados y delante de nosotros, que quedaron encandilados por la situación
No había miedo en sus ojos ni en su corazón.
Una vez que el temor al rifle disminuyó, la mano que sostenía el arma se aflojó.
Los débiles se hicieron poderosos, y no había nada sino ese momento. Un momento esencial. Era la esencia de años de ocupación y opresión, privaciones, humillaciones y deshumanización.
(Para ver un video documental de la actividad, haga clic aquí).
Traducido al inglés por Ruth Fleishman
Tamar Fleishman, como miembro de MachsomWatch, una vez a la semana se encamina a los puestos de control que están entre Jerusalén y Ramala para documentar los episodios. Esta documentación (informes, fotos y videos) se puede encontrar en el sitio de la organización: www.machsomwatch.org. También es miembro de la Coalición de Mujeres por la Paz y voluntaria en Rompiendo el Silencio
Fuente: http://www.palestinechronicle.