Con la conclusión de un mes de Ramadán bastante duro , y el inicio de las negociaciones en Naciones Unidas para un eventual reconocimiento de Palestina como Estado soberano e independiente, septiembre se presenta severamente tenso e incierto, tanto a nivel diplomático como sobre el terreno. Si la iniciativa diplomática palestina consigue seguir adelante, hasta […]
Con la conclusión de un mes de Ramadán bastante duro , y el inicio de las negociaciones en Naciones Unidas para un eventual reconocimiento de Palestina como Estado soberano e independiente, septiembre se presenta severamente tenso e incierto, tanto a nivel diplomático como sobre el terreno. Si la iniciativa diplomática palestina consigue seguir adelante, hasta 170 países podrían votar a favor de esta, lo que a priori y pese a la oposición de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad, le dotaría de un nuevo y mejor estatus jurídico en el plano internacional como Estado independiente o, al menos, «observador».
Antes de realizar un sucinto análisis de la estrategia diplomática palestina que se atisba en septiembre y de cualquier interpretación e hipótesis, resulta inevitable partir de tres premisas contextuales fundamentales: la realidad sobre el terreno, el marco del derecho internacional y, por último, cuál es el posicionamiento oficial israelí ante la iniciativa diplomática:
Los hechos sobre el terreno: Cuál es la situación de hecho sobre los Territorios Ocupados sobre los que se pretende el reconocimiento. El territorio en cuestión es el mismo que está destinado a la creación de un Estado Palestino independiente por la resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y refrendado por subsiguientes resoluciones. Un territorio que en condiciones normales configuraría un 22% aproximado de la Palestina histórica (esto es, la misma del Mandato Británico entre 1917-1947), pero que con la ocupación militar israelí, las colonias y todo su enrevesado entramado de obstáculos a la libertad de movimientos y a la continuidad territorial (carreteras de uso exclusivo para colonos, bases militares, chekpoints, campos de entrenamiento, vertederos de los colonos, etc) se limita a una serie de localidades semiautónomas inconexas y de guetos o bantustanes cercados por el muro y/o por barreras militares.
La vida cotidiana de los dos millones y medio de palestinos en Cisjordania discurre bajo una violencia estructural ejemplificada dramáticamente en los humilladeros militares llamados «checkpoints» (puestos de control israelíes en las carreteras palestinas que unen poblados y ciudades palestinas), en el sistemático «robo del tiempo» del pueblo palestino, en controles e incursiones militares tan rutinarias como arbitrarias, detenciones «administrativas», etc. En suma, la humillación cotidiana es la principal característica de la Cisjordania ocupada.
Por su parte, Gaza, que con un millón y medio de palestinos hacinados en poco más de 300 km, configura poco más del 2% de toda la Palestina histórica (o lo que es lo mismo de la suma de los Territorios Palestinos Ocupados y el Estado israelí), es un auténtico campo de concentración sometido a un bloqueo ilegal con dramáticas consecuencias humanitarias y a constantes bombardeos, intensificados tras el atentado cerca de Eliat. Los precedentes del Derecho Internacional Público: El derecho internacional público es contundente en relación al llamado «conflicto palestino-israelí». En primer lugar las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU obligan al Estado israelí a retirarse a las fronteras acordadas en 1949 en el armisticio de Rodas (la llamada «línea verde») y a desmantelar los más de 140 asentamientos que albergan a medio millón de colonos en territorio palestino . La IV Convención de Ginebra, relativa a la Protección de las Personas Civiles en tiempo de Guerra, aplicada de iure sobre dichos territorios está reconocida por todas las partes firmantes de dicha Convención así como por la Asamblea General de las Naciones Unidas (AGNNUU) y por el Consejo de Seguridad (CS), pero el Estado israelí se niega a cumplirla.
En los 90, la administración estadounidense y toda la infraestructura de relaciones públicas y marketing israelí, sin embargo, orquestaron el circo mediático por todos bien conocido llamado «Acuerdos de Oslo». En la Conferencia de Madrid, las resoluciones internacionales (las más importantes, la 181, la 194 y la 242) se sustituyeron por el vago principio de «territorios a cambio de paz». Nada se comentaba del problema de la colonización, y, de hecho, los gobiernos israelíes en esos años incrementaron la construcción de colonias hasta unos niveles sin precedentes, aumentando el número de colonos en un 72% entre septiembre de 1993 y marzo de 2001, siendo 1999, con Ehud Barak, el año de mayor crecimiento, es decir, justo antes del estallido de la segunda intifada.
Mientras de cara al público se intentaba vender las supuestas virtudes y avances que los acuerdos de Oslo supondrían para los palestinos, en los territorios ocupados continuaba la opresión y la humillación en los chekpoints y centenares de hectáreas eran confiscadas para la construcción de nuevas colonias. Algo muy parecido ocurrió el año pasado, mientras se hablaba de «conversaciones de paz .
Además del nítido marco jurídico internacional ya mencionado y el fracaso de negociaciones existe todo un abanico de propuestas: la Hoja de Ruta del Cuarteto (Estados Unidos, UE, Rusia y Naciones Unidas), por ejemplo, que sin decir nada del muro y otras cuestiones relevantes, explicita como mínimo que el Estado Palestino debe construirse en la Franja de Gaza, Cisjordania, y Jerusalén Este, de acuerdo a las resoluciones 242 (1967) y 338 (1973) del Consejo de Seguridad, que sí son vinculantes y que el Estado de Israel ha violado sistemáticamente. Lo mismo ocurre con el plan de la Liga Árabe (2002). Así, ¿por qué esta nueva estrategia? ¿qué puede esperarse? Es lo que se intenta responder en adelante. Pero sigamos contextualizando.
La tradicional reacción israelí ante posibles escenarios diplomáticos que puedan alterar no ya su seguridad o su hegemonía militar, si no tan sólo su imagen pública. El currículum histórico, junto a los antecedentes de intransigencia y unilateralismo en torno al Derecho Internacional Público y a cualquier amago de «conversación de paz» hace presagiar que el ejecutivo israelí no reconocería en ningún caso, bajo ningún concepto-ni siquiera bajo una severa presión internacional- cualquier resolución de reconocimiento de un Estado Palestino. Por desgracia, hasta la fecha, la historia y los hechos tanto en el panorama diplomático como sobre el terreno indican que el Estado israelí sólo ha reculado ante su propio lenguaje: el lenguaje de la fuerza (sólo así devolvió a Egipto la península del Sinaí, tras la Guerra de 1973, sólo así se retiró de la mayor parte del sur de Líbano en 2000 de la misma forma que sólo así lo vuelve a hacer en 2006, por poner algunos ejemplos).
En definitiva, a priori podríamos concluir con una perspectiva poco optimista: en principio, el contexto histórico-político y geográfico expuesto suscita pesimismo o mucho escepticismo cuanto menos. No obstante, los palestinos no se resignan al stand by diplomático, traducido en la práctica en una literal depuración étnica de su pueblo ante un expansionismo israelí inquebrantable desde 1948. Así es que en este sentido incluso podría haber algunas ventajas y aspectos positivos del nuevo posicionamiento palestino, entendiéndolo siempre como un primer paso (que nada cambiará sobre el terreno en octubre) de una iniciativa estratégica más amplia a medio plazo.
Posibles ventajas de la estrategia diplomática para los palestinos
En primer lugar, hasta ahora la ofensiva diplomática cuenta con el consenso nacional. Una buena noticia ante la estrategia israelí de «divide y vencerás» aplicada desde 1987 (entonces con el apoyo a Hamas contra Fatah, e invirtiendo esos apoyos desde 2004, tras el asesinato de Arafat y en especial desde la victoria electoral de Hamas en 2006). Sin duda, el esfuerzo realizado ante las presiones de la juventud palestina, que se echó a las calles la pasada primavera reivindicado dicha unidad, es imprescindible de cara a la convivencia interna y a cualquier tipo de avance diplomático sustancial a escala internacional.
El objetivo es claro: dar un paso adelante en el plano diplomático sin depender de un intermediario parcial y poco honesto (los EEUU) y romper el impasse en el plano de las relaciones internacionales. El paso es el de emitir una declaración unilateral de independencia junto a la solicitud de adhesión a Naciones Unidas y a la ratificación de una serie de convenciones y tratados internacionales, entre ellos las Convenciones de Ginebra. Estas negociaciones facilitarían además el acceso futuro a la Corte Penal Internacional.
Por otro lado, el debate relanzará a Palestina a la escena internacional, y a la palestra mediática sin el anterior hándicap de la desunión social y política, y obligará, como decimos, a romper un estancamiento diplomático que solo beneficia al ejecutivo israelí y su estrategia de ganar tiempo para consumar hechos sobre el terreno. Este hecho se antoja fundamental: para los palestinos es imperiosamente necesario romper ese stand by que beneficia al ansia maximalista del fundamentalismo expansionista israelí.
Cuando las iniciativas norteamericanas (en especial la Hoja de Ruta, la Conferencia de Annapolis o la reciente farsa de las negociaciones de paz) y la parálisis de Obama no frenan lo más mínimo el expansionismo israelí y además benefician la estrategia expansionista israelí, no es descabellado pensar en un paso adelante por parte palestina. En este caso estamos ante una iniciativa diplomática consensuada, firme y fundamentada, pero nunca se puede descartar, además, un posible salto cualitativo en la resistencia popular en forma de Intifada.
En un reciente debate de expertos en derecho internacional celebrado en Ramallah, con la participación de las reconocidas asociaciones al-Haq (palestina) y Diakonia (sueca), se concluía que ante el más que posible veto de los USA, a lo más a lo que los palestinos podrían aspirar sería a lograr, por medio del procedimiento de admisión en Naciones Unidas, a una resolución de la Asamblea General que recomiende el reconocimiento de Palestina como un Estado, o bien dotarlo del estatus de «Estado observador» . Ello, al parecer daría algunos motivos para la esperanza en tanto que aceleraría los procesos legales internacionales en marcha y aumentaría el acceso a los mecanismos de responsabilidad internacional para hacer frente a las violaciones del Derecho Internacional por parte de Israel. Como decíamos, por ejemplo a la Corte Penal Internacional.
De otra parte, si bien recalcábamos al principio el enorme rosario de planes y resoluciones de la ONU ya emitidas, es preciso tener en cuenta que la estrategia no es incompatible con el resto de resoluciones del Consejo de Seguridad existentes. Más bien, al contrario, insistimos, supondría la recuperación y la ratificación de éstas ante su supresión de facto con los Acuerdos de Oslo. Esto supondría plantar cara de forma real al diktat israelí impuesto desde 1993, consistente en eliminar el derecho internacional (básicament las resoluciones 194 de derecho al retorno de los refugiados, la 242 y la 333, etc) por un complejo y difícil estatus territorial (las zonas a, b, c) y el vago principio de «paz por territorios. Es decir, obligaría desde el derecho internacional, a someter cualquier estatus final a las legítimas aspiraciones del pueblo palestino reconocidas ya por el Consejo de Seguridad. Y no en vano, otro punto que hace considerar esa estrategia diplomática palestina, es la tremenda preocupación mostrada por la diplomacia israelí, que desde primavera ha elevado el rango diplomático de presión, en especial a los países europeos, que andan divididos en torno a esta cuestión.
El posicionamiento de los actores internacionales
Por otro lado, los USA, se tendrán que retratar de nuevo ante el mundo árabe: después de su certera estrategia de marketing y cautela respecto a las revueltas árabes, sobre todo en el caso egipcio, ahora tiene que lidiar con este asunto (junto a otros muy delicados en la región). Además de la presión israelí, hay que contar con las elecciones presidenciales a la Casa Blanca en noviembre, que siempre tienen en cuenta el lobby sionista interno y el electorado judío. Pero no se puede «quedar bien» con todos. Sin duda, su veto no gustará nada en el mundo árabe con lo que el ejecutivo de Obama daría un paso atrás en su proyección pública en la región.
En el seno de la Unión Europea el debate se antoja también complicado: habrá división entre los votos, ya que hay Estados mucho más proisraelíes que otros. España ha anunciado implícitamente el reconocimiento del posible Estado Palestino, mientras que Francia, Alemania, el Reino Unido y la Alta Representante de la UE no se han definido aún sobre el reconocimiento del estado de Palestina.
Conclución
En suma, aunque escéptica, buena parte de la sociedad palestina prefiere algún movimiento a favor mejor que el nefasto stand by internacional. Como decía Mohamed Totah, miembro del Consejo Nacional Legislativo y parlamentario de Hamas, en una entrevista realizada por el AIC el pasado julio: » ¿por qué no intentarlo? ¿por qué Hamas va a poner obstáculos para obtener reconocimiento internacional? … Lo bueno es que se va a mostrar al mundo lo que representa Israel y que los palestinos están luchando por sus derechos… »
Con seguridad, el 1 de octubre ninguna pieza sustancial de la red de ocupación y expansión israelí habrá cambiado en Cisjordania, ni se habrá liberado Gaza, pero quizá Palestina pueda recuperar un espacio clave en la escena internacional, en un contexto regional que se renueva y que clama democracia e independencia ante regímenes tiránicos e injerencias externas de carácter neocolonial.