El 21 de septiembre comenzará la 66º Asamblea General de la ONU y está previsto que culmine el 27 del mismo mes. Sobresale la moción cubana para que se levante el bloqueo norteamericano, un asunto que en los últimos diecinueve años tuvo un voto masivo sin que el imperio se diera por aludido. El otro […]
El 21 de septiembre comenzará la 66º Asamblea General de la ONU y está previsto que culmine el 27 del mismo mes. Sobresale la moción cubana para que se levante el bloqueo norteamericano, un asunto que en los últimos diecinueve años tuvo un voto masivo sin que el imperio se diera por aludido.
El otro debate, que viene levantando temperatura en estos meses, es el pedido palestino para que la ONU reconozca a su estado independiente y le asigne un sillón en la entidad. Desde la década del ´70, la OLP de Yasser Arafat y desde 1993 a la Autoridad Nacional Palestina que conducía aquél y luego de su muerte Mahmud Abbas, tiene trato de «organización observadora».
Hay 125 estados que ya reconocen a Palestina, según la cuenta que ofreció el negociador palestino Nabil Shaath, de Al Fatah. Se espera que al menos 140 países apoyen ese reconocimiento en la Asamblea General.
Si así fuera, la sufrida y combativa Palestina podría convertirse en el miembro número 194 de la ONU. Pudo ser el 193, pero ese sitial se lo arrebató Sudán del Sur el 14 de julio pasado, que no tuvo inconveniente porque el Consejo de Seguridad recomendó su admisión.
El caso palestino es diferente, no porque su ingreso tenga muchos enemigos. Tiene muy pocos, contados con los dedos de una mano, pero además de Israel, que influye en otros gobiernos, está el escollo fundamental de Estados Unidos. La vocera del Departamento de Estado, Victoria Nuland, adelantó que hará ejercicio del derecho al veto que tiene en el Consejo de Seguridad. «Por lo tanto, es cierto, si hay algo que sea sometido a votación en el Consejo de Seguridad de la ONU, Estados Unidos lo vetará», dijo la lenguaraz de Hillary Clinton, canciller del lobby sionista del AIPAC que funciona en Washington.
El trámite formal de solicitud de ingreso se hizo a principios de agosto pasado en Ramallah, sede de la Autoridad Nacional Palestina. Una carta en tal sentido fue depositada allí, dirigida al secretario de Naciones Unidas, Ban Ki moon. La entrega la hizo Latifa Abu Hmeid, una señora de 70 años al que Israel mató un hijo y que tiene otros siete hijos encarcelados en cárceles israelíes. Ella vive en un campamento de refugiados en Cisjordania; los militares ocupantes le demolieron dos veces su casa como represalia por la militancia de su prole.
Al surcoreano Ban esa carta le quema en las manos. Sabe que unas 140 delegaciones estarán de acuerdo en reconocer a Palestina, pero EE UU y su socio sionista no le perdonarán una postura favorable a aquel ingreso. Al secretario Ban le gustaría irse de vacaciones, como leyó que hace el porteño Mauricio Macri cada vez que está en problemas. Pero él no puede zafar. El 21 de septiembre deberá abrir la 66º Asamblea y dos días más tarde tendrá que darle la palabra a Abbas, quien pedirá que dejen de tratar a Palestina como un paria o kelper. No hay argumentos para negar ese derecho elemental. Los que digan que no serán escrachados mundialmente como enemigos de la autodeterminación de las naciones. Peor aún, como agentes del imperio.
Pocos que dudan.
La campaña de la ANP tuvo a los países árabes como un puntal, en particular la Liga Árabe. Los miembros de la Organización de Unidad Africana, del tercermundista Movimiento de Países No Alineados y del «Grupo de los 77» más China, han sido entusiastas defensores de esa causa.
El grueso de los 125 estados que ya reconocen a Palestina está en esos ámbitos. Pero también hay movimientos dentro de Europa. Por ejemplo España ha anticipado que sufragará a favor en la Asamblea de la ONU, cosa que aún demoran y dudan otros socios de más calado en la Unión Europea, como Alemania, Reino Unido y Francia.
Ese terceto, bajo presión norteamericana y sionista, trata de persuadir a la dirigencia palestina de que no plantee ahora la solicitud de estado miembro sino más adelante. Que se conforme con un estatus de «observador» al estilo del Vaticano, pero éste es «estado observador», en la tanto la ANP es solamente «organización observadora».
El enviado especial de Barack Obama, David Hale, viajó hasta Ramallah para persuadir a Abbas de arriar su bandera, pero no tuvo éxito. Allí no quieren saber nada con rebajar ese derecho básico a ser tratado en pie de igualdad con los otros estados del mundo. Sí han tenido el cuidado de decir que si les otorgan ese reconocimiento, no cesarán en su negociación pacífica con Israel. Los diálogos están interrumpidos desde setiembre del año pasado, como reacción de Abbas y su gente, sobre todo su gente, ante la autorización del primer ministro israelita Benjamin Netanyahu a seguir con las construcciones ilegales en Cisjordania y Jerusalén Este.
Si esa traba es levantada, el titular de la ANP no tendría inconvenientes en retomar las conversaciones. Si su país es admitido por la ONU, llegará a esa eventual mesa de diálogo en mejores condiciones, fortalecido.
El que no duda más es Turquía, una fuerza importante dentro de la OTAN y que tenía buenas relaciones políticas y militares con Tel Aviv hasta mayo de 2010. Los comandos de elite de las tropas israelitas que asaltaron el barco turco «Mavi Marmara» y mataron a 9 ciudadanos turcos, más la total falta de disculpas de Netanyahu, dinamitaron esa relación. Hoy Ankara está ubicada en el campo de los que quieren que en el Edificio de Cristal de Nueva York se festeje con ovación el ingreso del nuevo socio.
Argentina votará bien pues el gobierno de Cristina reconoció a Palestina en diciembre de 2010 y casi en simultáneo hubo decisiones idénticas de Brasil, Ecuador y Uruguay. Se supone que ahora será coherente con esa decisión soberana.
Ahora o dentro de poco.
Lo más probable es que Abbas formule su moción y una abrumadora mayoría lo secunde y vote afirmativamente. La duda es si serán 140, 150 o más los que levanten la mano. La delegación sionista a cargo del embajador Ron Grosor sólo busca aumentar el número de representantes que se abstengan, nada más. Es dudoso que logre algunos votos explícitos a favor de Israel, porque las políticas de genocidio para con los palestinos le ha provocado un gran aislamiento internacional. Grosor practica un «grosso» terrorismo ideológico, pues acusa a los países que voten ahora el reconocimiento palestino y no lo supediten a nuevas conversaciones entre Netanyahu y Abbas, de ser «enemigos de la paz» y cómplices de «un baño de sangre». Quedó dicho que fue Netanyahu quien dinamitó esa mesa hace exactamente un año.
Si la Asamblea General vota mayoritariamente por Palestina, a Washington no le temblaría el puso para vetar en el Consejo de Seguridad. Si es así, aquel reconocimiento sería político pero sin validez legal. No importa. Sería lo mismo un gran paso adelante porque evidenciaría ante los ojos del mundo que aquella causa es mayoritaria. El veto versus los votos. Esa contradicción se iría resolviendo a favor de estos últimos, con el correr de los próximos meses.
Es que Israel se está quedando sin aliados en Medio Oriente, como le sucedió con Egipto tras la debacle del presidente Hosni Mubarak, sumado al conflicto con un miembro de la OTAN como Turquía.
A eso hay que sumar el surgimiento de una fuerte ola de protestas internas, en Israel, ocasionadas por el alto costo de la vida. A principios de mes casi medio millón de indignados salió a la calle en Tel Aviv y otras ciudades, en un movimiento que tiene altibajos pero no cesa. De golpe el Rothschild Boulevard se pobló de carpas de tanta gente que protestaba contra la carestía y el desempleo, como si fuera la plaza Puerta del Sol de Madrid.
Aunque muchos de los manifestantes de ese boulevard no quieran saber nada de la causa palestina y hasta muchos odien a los árabes, de hecho con su protesta antigubernamental están actuando como si fueran sus amigos. Ellos también debilitan al gobierno de Netanyahu en la vidriera internacional, justo cuando en la ONU está a punto de sufrir una derrota diplomática.
Va de suyo que si a los palestinos les niegan el reconocimiento como Estado, protagonizarán nuevas protestas y otras formas de lucha en Gaza, Cisjordania y Jerusalén oriental. Algunos analistas hablan de una «Intifada III». Quizás no sea para tanto, pero ese rebrote eventual de violencia, que provocará más muertos y heridos de ambos lados (mucho más de uno que de otro), querrá ser imputado a los palestinos. Falso. Si eso sucede, habrá un solo responsable: la alianza del gabinete ultraderechista de Israel y la Casa Blanca.