Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Christian Höller: Los recientes levantamientos en diversos países árabes han sido acompañados, por lo menos por parte de comentaristas occidentales, de medidas a partes iguales de esperanza y temor. Esperanzas de que esas sociedades vivan por fin una ola ininterrumpida de democratización. Temores de que tendencias más reaccionarias puedan dominar la situación. Para usted, como profundo especialista en los sistemas políticos en la región así como alguien con muchos vínculos personales en ella, ¿cuál ha sido el sentimiento prevaleciente?
Gilbert Achcar: Para mí, los eventos constituyen esencialmente una fuente de esperanza. Ciertamente tengo preocupaciones por la evolución y el futuro del movimiento pero el que una ola revolucionara semejante se esté extendiendo por la región es algo muy positivo. Los que expresan temor por lo que sucede son implícitamente aquellos que creen que la estabilidad ofrecida por gobiernos despóticos podría ser considerada con el mal menor en comparación con escenarios potenciales en los que piensan, como ser una toma del poder islámica. Semejantes puntos de vista son no solo etnocéntricos o antidemocráticos sino también completamente erróneos en su evaluación porque la razón básica para el despliegue de movimientos de oposición islámica fundamentalista es precisamente la existencia de semejantes regímenes despóticos. En los hechos, la mayoría de esos regímenes han sido patrocinados por países occidentales, desacreditando así la idea misma de democracia o secularismo tal como la propugnan en Occidente. Mientras existan regímenes semejantes también habrá todo tipo de oposición fundamentalista. Más bien habría que tomar en consideración el hecho de que las poblaciones de esos países están hartas de despotismo, y que necesitan urgentemente liberarse de él como cualquier otra población en el mundo. Lo que fue considerado bueno para Europa Oriental, por ejemplo, también se aplica a los países árabes.
Höller: Desde una perspectiva distante o más bien de «forastero», lo que ha sido impactante es la vasta diferencia entre países: Aunque algunos han vivido olas continuas, casi «interminables» de agitación (como en Egipto), otros se han mantenido comparativamente calmos. ¿Cuál es en su opinión el principal criterio para esto, que haya países muy propensos a levantamientos potenciales, mientras otros son casi inmunes, o tal vez demasiado represores para que se desarrollen escenarios semejantes?
Achcar: Casi no hay algún país en la región que sea inmune a un escenario semejante, desde Mauritania, Marruecos y Argelia a Jordania, el Líbano y Siria, e incluso Omán y Bahréin. Tal vez los Emiratos Árabes Unidos y Qatar sean los únicos países que no han sido afectados, pero se trata de Estados extremadamente artificiales, donde en realidad los detentores de ciudadanía forman una pequeña minoría -algo como quince o veinte por ciento de la población. En cuanto a la mayoría de los otros países, la dimensión y forma del movimiento de protesta depende del grado de represión, hasta qué punto es odiado o no el gobierno, cuán despótico es, si lo es. El levantamiento comenzó en Túnez, donde había un gobierno bastante despótico, y se extendió a países como Egipto, Libia y Yemen donde el régimen es aborrecido por vastos sectores de la población. En la mayoría de los demás países en la región, con la notable excepción del reino saudí, hay menos un problema de regímenes despóticos duros que de una demanda de reforma política, o sobre todo de demandas sociales como es el caso en Iraq. Habiéndolo dicho, el desarrollo muy disparejo del movimiento es un resultado natural de la disparidad de la región. Numerosos países comparten muchos problemas y características cuando se trata de falta de desarrollo, igualdad social, o justicia social. Pero cuando se trata de modelos de poder político existen ciertamente vastas diferencias.
Höller: Usted señaló recientemente en un artículo que «ante todo, es un levantamiento democrático» Desde el punto de vista de una democracia radical hecha y derecha parecería que potencialmente todos los grupos sociales significativos tienen que juntarse y encontrar una nueva alianza, o equilibrio de poder, a fin de efectuar una transformación democrática exhaustiva. ¿Piensa que algo como esto exista por ejemplo en Egipto, a diferencia de Libia o Siria, o no se aplica para nada este concepto?
Achcar: Bueno, todavía no hemos llegado al punto en el que podamos contemplar una democracia radical – lo que depende, claro está, de qué se coloca bajo esa etiqueta. Cuando digo que es una «revolución democrática» quiero decir que el actual movimiento es mucho más parecido a la «primavera de los pueblos» del Siglo XIX (1848), que se extendió por Europa desde París a Viena, que a la ola revolucionaria de 1918, que tuvo lugar después de la revolución rusa y fue una revuelta con base de clase, dirigida por fuerzas radicales de izquierda con una perspectiva de cambio socialista. No es lo que está ocurriendo en el mundo árabe, donde el proceso es más básico que eso e involucra una coalición muy amplia – mientras más despótico el régimen más amplia es la oposición que enfrenta. Una vez que se ha dado el primer paso, librándose de los representantes más destacados del despotismo y la corrupción, el siguiente paso es definir en términos positivos qué clase de régimen político alternativo vendrá después. Es el momento en el que normalmente ocurren divisiones dentro de la oposición más amplia. La vanguardia del movimiento ha sido gente dedicada a conseguir una sociedad democrática moderna y las instituciones correspondientes – en su mayoría jóvenes demócratas liberales (en el sentido político, no económico), muy parecidos a los jóvenes de 1848. Pero inicialmente, dondequiera hubo un régimen despótico también se encuentra a grupos que adhieren a perspectivas religiosas fundamentalistas. Una vez desaparecidos los dictadores, ocurre un divorcio entre el movimiento islámico y la coalición izquierdista, un divorcio que ya es bastante obvio en Egipto y Túnez.
Höller: Algunos de los levantamientos, por lo mismo en sus primeras etapas, parecían estar muy dominados por (como usted dice) una juventud liberal democrática. ¿En qué medida ha eclipsado esta predominancia una perspectiva más basada en la clase, o relacionada con la clase trabajadora? O en otras palabras: ¿ve la acción de una relación de fuerzas más equilibrada, o más desigual en el actual movimiento?
Achcar: La mejor manera de encarar esto es considerar los hechos. Los dos países donde han tenido más éxito los levantamientos hasta ahora, es decir Túnez y Egipto -y tenemos que tener en cuenta que todavía hay un proceso en desarrollo incluso en ellos- son en realidad los países donde el movimiento obrero se unió a la lucha. Los trabajadores han sido muy importantes en el derrocamiento de los gobernantes existentes en ambos países. Pero un semejante movimiento basado en la clase no existe en países como Libia, Yemen, o Siria, donde hasta ahora no ha habido huelgas de los trabajadores, mientras que las huelgas fueron un factor decisivo en el derrocamiento de Mubarak, por ejemplo. Esto no quiere decir que el movimiento de los trabajadores en Egipto o Túnez esté inspirado por una perspectiva de cambio social en el sentido de superar el capitalismo. No son movimientos con un carácter radical anticapitalista – por lo cual no nos encontramos en una especie de situación posterior a la Primera Guerra Mundial. Son más bien trabajadores que aprovechan la oportunidad de la agitación actual para impulsar sus propias demandas de cambio social y reforma. Pero esto también muestra cuán determinante puede ser el movimiento de los trabajadores en la lucha democrática en sí. Después de todo, se trata de un modelo histórico, si se considera por ejemplo la así llamada «cuna de la democracia» en Gran Bretaña donde el movimiento Cartista de los trabajadores jugó un papel importante en el Siglo XIX en el impulso hacia el sufragio universal (aunque en realidad fue solo masculino), contra el derecho a voto basado en la riqueza que había existido hasta entonces. Esto fue muy esencial para el proceso de democratización en general.
Höller: The New York Times escribió recientemente: «En un arco de revueltas y revolución, la idea de una ciudadanía más amplia está siendo probada a medida que el silencio impuesto por la represión cede ante la cacofonía de la diversidad». ¿Estaría de acuerdo con ese tipo de evaluación y si es así, cuáles piensa que serían los pasos necesarios para transformar esta «cacofonía de la diversidad» en un sistema más o menos democrático?
Achcar: Bueno, «cacofonía de diversidad» es solo otra expresión para pluralismo democrático. Cuando hablamos de regímenes políticos, prefiero una cacofonía a una sinfonía con un conductor autoritario. Alguna gente subraya el hecho de que no existe una fuerza dirigente en estos movimientos, lo que en cierto sentido es más reconfortante que tener a un partido dirigente ansioso de monopolizar el poder. Habiéndolo dicho, no pienso que haya una cacofonía en el sentido de caos, sino más bien que en cada etapa de la lucha existen diferentes alianzas. No se tiene el mismo bloque de fuerzas de A a Z en procesos tan complejos. Cuando se trata de derrocar a un déspota se tiene que tener una alianza muy amplia incluyendo a fuerzas religiosas fundamentalistas. Pero cuando se trata de definir las nuevas instituciones con las que se le quiere reemplazar, la alianza naturalmente se hace mucho más estrecha. Los que luchan por la democracia pueden estar de acuerdo con este objetivo y actuar juntos sin iniciar debates ideológicos sobre temas como el socialismo. En realidad esto no es lo que está sucediendo. La gente está preocupada sobre todo de profundizar el cambio democrático y asegurar que lo que comenzó como un proceso revolucionario no sea abortado sino llegue al objetivo de una transformación democrática.
Höller: Muchas reacciones de Occidente parecen estar determinadas sea por proyecciones revolucionarias muy idealizadas (como una nueva Meca de una próxima revolución mundial) o, en el otro extremo por temores orientalistas o islamofóbicas muy engañosas. ¿En qué medida es posible escapar a semejantes proyecciones, especialmente desde la perspectiva de un observador exterior?
Achcar: Bueno, el hecho es que cuando se trata de aspiraciones democráticas o libertad política, los árabes u otros musulmanes no son diferentes de los chinos, o latinoamericanos o de los pueblos de Europa Oriental. El orientalismo en el sentido peyorativo pertenece a una manera de ver las cosas que cree que la gente es fundamentalmente conformada por diferentes culturas, que hay una esencia cultural diferente en diferentes partes del mundo y, por ello, diferentes necesidades políticas. Rechazo semejantes puntos de vista y creo fuertemente que la democracia y la libertad son ideas muy universales, y no temo para nada el contexto universal en este contexto. Después de todo, si uno hubiera observado a Europa en el Siglo XVIII podría haber dicho que la cultura existente era tal que los pueblos europeos necesitaban regímenes absolutistas, que es lo que tenían antes que las monarquías comenzaran a derrumbarse a fines de ese siglo y durante el siguiente. De la misma manera, ha habido teorías sobre cómo los pueblos de Europa Oriental, de Prusia a Rusia, eran adictos al totalitarismo, y sin embargo el estalinismo se derrumbó después de 1989 de una manera sorprendentemente rápida y abrió el camino a regímenes más o menos democráticos. Si todavía no es enteramente el caso en un país como Rusia, no es un tema de cultura sino de condiciones socio-económicas y políticas, incluyendo el tamaño del país y su desarrollo disparejo. La debilidad relativa de la sociedad civil en ese país también se relaciona con el hecho de que se trata del país en el cual la experiencia del totalitarismo ha sido la más prolongada de todas. El otro punto es que los que dicen que los levantamientos se abren al fundamentalismo islámico olvidan el hecho de que el peor régimen (en lo que tiene que ver con fundamentalismo así como despotismo político y social) en toda la región es el reino saudí. Pero es el país más cortejado por todos los Estados occidentales. El reino saudí, un Estado inmensamente rico dirigido por la institución fundamentalista islámica más extrema, que es en realidad un protectorado estadounidense, es la principal fuente de la propagación del fundamentalismo en el mundo musulmán. Durante por lo menos dos décadas, EE.UU. en alianza con el reino saudí ha estado utilizando el fundamentalismo islámico contra la izquierda – contra el nacionalismo izquierdista, contra el comunismo, etc. La islamofobia occidental es primordialmente un temor ante corrientes islámicas anti-occidentales. Es el temor por los intereses occidentales y no un temor por el pueblo de la región. Cualquiera que se preocupe por la gente en la región estaría ante todo muy feliz porque finalmente están siendo derrotadas las dictaduras, y que ahora es posible manifestarse, etc. Y en segundo lugar, comprendería que el hecho de que un gobierno esté colaborando con los Estados occidentales no significa que sea ilustrado. El reino saudí es la mejor prueba.
Höller: Un temor particular que es expresado repetidamente se refiere a las consecuencias que la agitación pueda tener por la seguridad del Estado de Israel. Al mismo tiempo, aparecen esperanzas (por ejemplo, con la reciente apertura de las fronteras egipcias con Gaza) de que las condiciones de vida de los palestinos podrían mejorar significativamente. ¿Cuáles, a su juicio, serán las consecuencias más relevantes para el conflicto israelí-palestino?
Achcar: Israel es exactamente uno de los Estados que reflejan esas actitudes occidentales que temen a la democracia del lado árabe. Ha mostrado muchas señales de gran ansiedad ante los levantamientos democráticos en la región. Es el espectáculo de un Estado que está acostumbrado a alardear de que es «la única democracia en Medio Oriente», y que ahora se inquieta ante los levantamientos democráticos a su alrededor. Israel, así como EE.UU., saben perfectamente que no pueden tener amigos en la región si no son déspotas. Si un gobierno ha de reflejar de alguna manera las aspiraciones populares, tendrá que ser hostil a Israel y a EE.UU. -no porque su pueblo sea fanático o racista, sino porque están sufriendo a manos de Israel y EE.UU. que ocupan territorios árabes. La actual agitación conlleva por lo menos la esperanza de que Israel termine por comprender que no puede continuar por el camino de la arrogancia y la intransigencia, muy encarnado por el gobierno de Netanyahu. Este tipo de actitud crea mucho odio porque se basa en un profundo desprecio. Sin un cambio en la actitud israelí nunca habrá paz en la región. Si uno estudia los «Papeles Palestina» que fueron recientemente publicados por Al-Jazeera, verá que la dirigencia palestina fue lo más lejos posible e hizo todas las concesiones deseadas por los israelíes, pero no obtuvo nada a cambio. Básicamente, esta «Machtpolitik» [política del poder], de la que hace gala Israel y que se basa únicamente en la fuerza, solo puede llevar al desastre a largo plazo, para la población de Israel así como para sus vecinos.
Höller: ¿Espera que ahora se imponga un nuevo ímpetu de antisionismo?
Achcar: Cuesta imaginar un nuevo ímpetu porque la hostilidad a las políticas israelíes ya es muy fuerte. Es alimentada por la conducta de Israel, y por nada más. Ahora hay un proceso de reconciliación y de unificación de los palestinos, pero siguen comprometidos con un camino hacia una solución pacífica. El punto es que a pesar de todo lo que concedió la Autoridad Palestina de Mahmud Abbas, no obtuvo nada a cambio.
Höller: La política exterior de EE.UU. se ha mostrado muy incierta e insegura con referencia a los últimos levantamientos. ¿Es posible que estemos entrando a una fase histórica que pueda apuntar hacia el fin de una fuerte influencia de EE.UU. en la región? ¿O piensa que el gran mapa geopolítica se mantendrá en gran parte igual en el futuro cercano?
Achcar: Estamos presenciando definitivamente una importante conmoción en términos geopolíticos. Hasta ahora, EE.UU. estaba acostumbrado a ejercer su hegemonía sobre la región a través de una alianza despótica. Lo que vemos ahora es una oleada y una irrupción del pueblo en el campo político, y EE.UU. se enfrenta a una situación en la que tiene que tomar en consideración este factor popular. Ahora tiene que crear alianzas con fuerzas conservadoras que gocen de auténtica influencia popular, que es el motivo por el cual están llegando ahora a un acuerdo con la Hermandad Musulmana a la que consideran como una fuerza relativamente moderada dentro del fundamentalismo islámico. Se ve esto en Egipto donde la Hermandad Musulmana está colaborando con los militares. EE.UU. está tratando de desarrollar un plan B para la región, con la Hermandad Musulmana como protagonista crucial; también introducen a sus aliados turcos, pero el eje de su estrategia siguen siendo las monarquías del Golfo y su Consejo de Cooperación del Golfo. Después de todo, es donde está el petróleo, lo que hace que esta región sea tan importante para EE.UU. En otro caso les importaría un comino.
Höller: Para llegar a un aspecto diferente de la reciente agitación: Se ha hablado mucho del supuesto papel de los nuevos medios y sobre todo los medios sociales -Facebook, Twitter, y otros instrumentos de comunicación- en la organización de los levantamientos. ¿Cuán relevantes o realistas son semejantes afirmaciones desde el punto de vista de un politólogo? ¿Cómo describiría el estatus general de la modernización tecnológica respecto a los procesos de más modernización política y social que están en juego?
Achcar: Tenemos que ver esos medios tecnológicos por lo que son. Son medios e instrumentos, pero no crean movimientos. Los movimientos de protesta han existido siempre en los tiempos modernos, no importa si sólo se tenía la impresora más elemental en el Siglo XIII, o Internet como en la actualidad. La gente siempre ha utilizado la tecnología disponible para organizarse y movilizarse. Una dimensión importante, sin embargo, es el carácter de red de organización, que es muy facilitado por la naturaleza de red de la nueva tecnología de los medios. Esto permite un tipo más horizontal de organización y por ello facilita un movimiento sin dirigentes reconocibles. En la mayoría de los levantamientos democráticos actuales, se encuentra esta misma tendencia para que aparezcan formas nuevas y más flexibles de organización en la lucha. Con instrumentos como Facebook, es posible lograrla en todo un país si no en todo un conjunto de países, mientras en el pasado, comenzaba en una ciudad, y luego cualquier otra ciudad tendría que seguir el ejemplo, etc.; o había un partido dirigente que ya tenía una organización por doquier. De modo que la nueva tecnología facilitó considerablemente este tipo de organización horizontal, pero no creó el movimiento. En ese sentido, ciertamente no hubo una «revolución Facebook».
Höller: Hace seis años, en 2005, usted escribió sobre la primavera árabe – «tardía y fría» fueron las calificaciones que utilizó entonces. Ha tardado bastante hasta que esa primavera metafórica se materializara, o se «calentara». ¿Cuál será, a su juicio, el margen de tiempo aproximado para que la actual primavera se desarrolle en un verano más hecho y derecho?
Achcar: Cuando utilicé la metáfora primavera en ese artículo fue irónicamente. De hecho, era lo que los medios y el gobierno de Bush querían que la gente creyera que estaba sucediendo en 2005 como resultado de la ocupación de Iraq y las presiones que ejercieron sobre Egipto y el reino saudí a favor de algunos cambios cosméticos. Hubo ciertamente algunos cambios, pero ciertamente no fue una «primavera de los pueblos». Actualmente, la metáfora primavera es mucho más justificada, incluso a pesar de que la «primavera de los pueblos» en el Siglo XIX terminó mal. Su impacto, sin embargo, no pudo ser erradicado. Ese legado siguió existiendo y finalmente los cambios democráticos tuvieron lugar. Actualmente, pienso que hay más motivo de esperanza porque en el Siglo XIX la condición dominante del mundo era mucho más despótica en general que hoy en día. El mundo árabe es más una excepción en nuestro mundo actual, pero la gente ha comenzado a superar su miedo, que era el mejor instrumento del despotismo. Pase lo que pase a corto plazo y sea cual sea el resultado de elecciones en diferentes países, ahora existe una verdadera posibilidad de construir un fuerte movimiento democrático. Por ello, hay buenos motivos de esperanza y un optimismo moderado sin caer en la ilusión de que no habrá importantes obstáculos o dificultades en el camino. Lo que sido logrado hasta ahora es absolutamente impresionante.