Punto 1. Las elecciones del 20N no serán sino un gran fraude, en el que se intenta plebiscitar la contrarreforma termidoriana a la fase de pactos Capital/Trabajo propia del keynesianismo de mínimos que se instauró en las sociedades centrales de postguerra, una vez derrotadas las fuerzas demócratas radicales-socialistas. Lo que puede incidir la ciudadanía con […]
Punto 1. Las elecciones del 20N no serán sino un gran fraude, en el que se intenta plebiscitar la contrarreforma termidoriana a la fase de pactos Capital/Trabajo propia del keynesianismo de mínimos que se instauró en las sociedades centrales de postguerra, una vez derrotadas las fuerzas demócratas radicales-socialistas.
Lo que puede incidir la ciudadanía con su voto cada vez afecta menos a las dinámicas del capital, regidas por organismos supraestatales y corporaciones fuera del alcance de aquél. El pánico que esas dinámicas e instituciones tienen a la democracia ha quedado bien claro a través del amago de referendum en Grecia. Sólo les ha faltado amenazar con el bombardeo del país.
No olvidemos que las elecciones dentro del marco del tardocapitalismo sirven sobre todo para:
· Comprobar el grado de fidelización conseguido con la población respecto de un determinado modo de dominación
· El grado de subordinación ideológica de la sociedad
· La falta de alternativas de las clases subordinadas
Concomitantemente a todo ello, las «elecciones» distraen la atención hacia la alternancia del Bipartido que es presentada si cesar, cada nueva convocatoria, como un «cambio». Éste es propagandizado como elemento proteico o demiurgo salvador de males por sí mismo.
Sin embargo, la degeneración sistémica, la decadencia de la situación económica a escala local y el ahondamiento en el deterioro social provocarán que en más y más formaciones sociales se tienda a constituir gobiernos de concertación nacional, más allá del juego partidista propio de las plutocracias tardocapitalistas (cada vez más devenidas en cleptocracias). El Capital cierra filas en orden a reestructurar el modo de dominación, aumentando al tiempo la explotación y desposesión social.
La estrategia de la izquierda transformadora, por tanto, debe estar puesta en el tenebroso proceso postelectoral que aguarda y en las reacciones populares que vayan surgiendo en el mismo. Esto no significa descuidar la táctica electoral inminente.
Punto 2. Ni el Reino de España ni otros países fuertemente endeudados pueden pagar la deuda que tienen. Esta es sólo una coartada para desmantelar el Estado y terminar de hincar de rodillas al conjunto de la sociedad. El capital transnacional, especialmente el financiero, ha decidido hace tiempo romper los pactos de clase y dar por finiquitada (al menos por un tiempo imprevisible) la opción reformista del sistema.
La represión plurifacética y versátil sobre la contestación social que se da en forma de multitud se hará cada vez más patente. La represión político-económica-policial-judicial sobre la izquierda organizada no integrada será proporcional a esa ofensiva.
El debilitamiento y marginación de la izquierda integrada será concomitante a esos pasos a la vez que consecuencia de los mismos.
Sorprendentemente, frente a este panorama, la izquierda integrada sigue apostando principalmente por las dinámicas y cauces del capitalismo keynesiano en extinción, y con propuestas acordes al mismo, sin gastar apenas energías en la politización de las conciencias ni en la acumulación de fuerzas en la calle, o cuanto menos en generar sinergias con las que brotan, estrategia a la que parece que renunció desde esa edad dorada keynesiana.
Pero descuidada la correlación de fuerzas para aplicar esas reformas propuestas, sus programas sólo pueden acarrear un reformismo digerible por el sistema, en el mejor de los casos, o devenir mera retórica electoralista, en el peor.
Habría que sopesar en cada caso si tal proceder es intencional («estratégico») o es simple cortedad de miras.
Punto 3. La izquierda integral debe de forma perentoria y concluyente, sin más dilación ni titubeos, decidir si da el Gran Salto para romper con este orden de cosas, hacia las reformas no reformistas. Si es así, debe estar preparada para consensuar las líneas estratégicas básicas de esas reformas, así como para proponerlas al resto de la sociedad y defenderlas en todos los ámbitos sociopolíticos y laborales.
Es una obligación ineludible proclamar que sí que hay alternativas, que se tiene proyecto y posibilidades de llevarlo a cabo. De lo contrario nunca se podrá ejercer una labor hegemónica en la atracción de las fuerzas sociales (como izquierda organizada no tiene sentido, más bien es suicida, dar a elegir a las gentes entre «la catástrofe o el caos»).
A continuación, pues, unas referencias básicas para debatir sobre los puntos fuertes de una posible estrategia de transformación:
- La deuda no debe pagarse
- Con los miles de millones ahorrados en pagos de deuda e intereses de la misma hay que hacer todo un programa de inversiones estatales para no sólo reactivar sino engrandecer el sector público social, generando a medio plazo mejora en la calidad de vida de la población y en su seguridad social. Éstas se retroalimentarían con servicios de calidad capaces de proporcionar empleos a más partes de la propia población.
- Esas medidas se reforzarían con una profunda reforma fiscal destinada a extraer los ingentes recursos que el capital no está aportando, bien por la vigente imposición regresiva, bien por fraude directo.
- Hay que establecer una moneda interna de pago a escala estatal para aquellas naciones del hasta ahora Reino de España que quieran confluir en ese proyecto (con miras a la superación del Reino del España en una segunda fase hacia la república confederal o federal ibérica de los pueblos que quieran constituirla). Esa moneda podrá complementarse con diversas monedas sociales, propias del fortalecimiento de economías de base autogestionaria de intercambio.
- Esto va unido a la generación de otras formas de producción-consumo, destinadas al ahorro masivo de energía, que pasa por la eliminación acelerada del trasporte privado, de la obsolescencia programada de las mercancías (con más tiempo de vida útil se necesitaría consumir menos constantemente y por tanto gastar menos, esto es, trabajar menos también), así como de la fabricación masiva de éstas y en general de las actividades públicas y privadas altamente energívoras y contaminantes, abandonando la economía del crecimiento.
- Ello implica también reducir al máximo importaciones y empezar de una vez a sentar las bases de una economía de lo necesario, con un mercado cada vez más «sujetado» por la sociedad.
- Mientras se frena el crecimiento material, hay que generar desarrollo de servicios y bienes de consumo cada vez más asociados a valores de uso realmente útiles (en vez de su actual prevalencia como valores de cambio a menudo sólo útiles para la ganancia privada).
- La nacionalización de la gran banca, de los recursos energéticos y las industrias de carácter estratégico permitirían también una holgada fuente de recursos para la inversión en calidad de vida de la población. Se elimina la banca especulativa para mantener fundamentalmente la banca pública de inversión.
- Es imprescindible realizar una profunda reforma laboral en orden a democratizar la gestión productiva, pero también el consumo, así como aumentar el salario real de la población (al aumentar los salarios reales, aumenta también la capacidad de consumo de bienes útiles, se reactiva la economía -una nueva economía-) y acortar drásticamente las distancias salariales entre ella, para lo que es imprescindible atacar la división sexual del trabajo y la que se basa en la distinción nacional/extranjero.
- Los empleos generados en el sector de la economía social, la cooperativización creciente del trabajo y la rotación de empleos en el sector industrial «tradicional» (crecientemente sustituido por nuevos tipos de industria) implica la posibilidad de incrementar enormemente el empleo en la población, trabajando menos horas y durante menos tiempo de vida (acortamiento de la edad de jubilación), y cada vez menos para patronos individuales, con miras a ir construyendo una economía alternativa total.
- A ello contribuirá la necesaria reforma agraria, para distribuir las tierras a millones de personas, en una recampesinización del campo, en orden a generar una agricultura mayoritariamente de producción local de autoconsumo que siente las bases de la recuperación de la soberanía alimentaria.
- Generación de dispositivos político-legales y educativos acordes con esas nuevas formas de lo económico y lo social. Socialización de la política [1] .
Ante estas medidas dos aclaraciones. La primera es que las condiciones generales de vida en el plazo inmediato tras su paulatina adopción serían ciertamente difíciles (esto debe ser asumido y explicado a la población), pero nunca tan atroces como las que esperan de seguir por el camino del tardocapitalismo degenerativo.
La segunda es que para que tengan posibilidades de sedimentarse es obligatorio buscar la internacionalización de todas esas medidas, a través de la constitución de luchas y sujetos internacionales.
Punto 4. Pero aun así el gran desafío estratégico que queda es ¿cómo se construyen las fuerzas capaces de modificar la correlación de fuerzas para llevar a cabo esas medidas?
Pregunta que haría de subdividirse en dos:
1. ¿Por dónde empezamos?
Respuesta: por la constitución por doquier de franjas de constructores sociales y políticos, sin los cuales es imposible imaginar siquiera respuestas estratégicas a las embestidas del Capital.
Esas franjas permiten pensar en una masa crítica para poder inducir la configuración de l@s explotad@s, excluíd@s y discrimiad@s en fuerzas sociales y políticas capaces de pensarse a sí mismas como sujetos portadores de un proyecto de cambio social, esto es como sujeto político, más allá de su forma-multitud reactiva.
La fuerza social se refiere a segmentos de población organizados que, pertenecientes a determinados sectores sociales, son reconocidos por éstos y por otros adyacentes como fuerza de opinión y lucha en torno a sus problemáticas relevantes. Es, por tanto también, expresión de legitimidad de ese segmento de población organizado.
Una fuerza teórico-programática resulta de la sistematización de la experiencia propia para otorgar sentido al problema de la construcción y el cambio social. La fuerza teórica es la expresión de la potencia movilizadora y la verosimilitud de una visión precisa pero abierta de la realidad y su transformación.
La fuerza política es la síntesis de una fuerza social y una fuerza teórica cuya emergencia y realización ocurre en el campo de la acción, que se caracteriza por su capacidad convocante, dada su legitimidad y verosimilitud, y que por tanto es capaz de definir objetivos y caminos susceptibles de transformarse en práctica política y social alternativa a partir de las condiciones existentes.
Entendida de este modo, resulta evidente que la fuerza política no puede confundirse con la fuerza orgánica que opera en el ámbito de la política con minúsculas institucional. La fuerza política no puede sino entenderse como síntesis de un proceso de construcción de sujetos cuya primera manifestación es el logro de una masa crítica ampliada.
El primer objetivo consiste en llamar a un proceso constituyente que modifique constitucionalmente las reglas del juego. La oportunidad viene deparada en 2012 por el bicentenario de la elaboración por las Cortes de Cádiz de la Pepa.
2. ¿Con qué fuerza-organizaciones hacemos esto?
Aquí radica el meollo de nuestro imprescindible debate.
Primero, decidir si aceptamos o no el arduo camino de la ruptura para la transformación (si queremos ser una «Tercera Fuerza» a corto plazo y una fuerza con vocación hegemónica en el medio término). Y si nos dotamos de unas mínimas líneas (con concretas medidas) estratégicas.
Segundo, si fuera así, ¿cuál es la «fuerza-organización» en la que debemos o estamos poniendo nuestra energía para ello?
Si no queremos que un embrión de esa fuerza sea Socialismo21, ¿quién o qué pretendemos que lo sea? ¿Qué debe ser S21?
Es hora improrrogable de definirse para poder empezar a hacer ya lo ineludible.
¿Cuál es nuestra opción?
[1] Cada vez más propuestas concretas a este respecto son elaboradas desde distintos foros y colectivos sociales, como por ejemplo el trabajo conjunto de Vivir en Deudocracia. Vicenç Navarro, Juan Torres y Alberto Garzón también se han tomado la molestia de realizar propuestas muy detalladas y bien fundamentadas. Por eso aquí no se trata de efectuar una y otra de esas labores, sino de formular líneas programáticas estratégicas sobre las que discutir en una organización que quiere ser transformadora. Para ver si se está de acuerdo en lo básico.
* El autor es profesor
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.