[Sábado 17 de Diciembre de 2011] 2.410 personas cruzaron el puesto de control de Belem en dos horas y 45 minutos, desde las 3.55 de la mañana hasta las 6.40h. «Un buen promedio si se compara con un día normal», comenta un voluntario del Programa de Acompañamiento Ecuménico en Palestina e Israel (EAPPI), una asociación […]
[Sábado 17 de Diciembre de 2011] 2.410 personas cruzaron el puesto de control de Belem en dos horas y 45 minutos, desde las 3.55 de la mañana hasta las 6.40h. «Un buen promedio si se compara con un día normal», comenta un voluntario del Programa de Acompañamiento Ecuménico en Palestina e Israel (EAPPI), una asociación que supervisa el puesto de control de Belem dos veces a la semana.
«Algunas veces estamos aquí hasta las 7.45 u 8.00h de la mañana para el mismo número de personas». Cada día laboral unos 2.500 palestinos de Belem entran en Israel para trabajar. Necesitan al menos una hora para pasar el «muro de separación» que divide Belem de Jerusalén. El puesto de control abre a las 4.00 de la mañana pero si llegas a las 2.00 puedes encontrarte ya con una larga fila de gente esperando: son las personas que trabajan en ciudades lejanas como Tel Aviv y Haifa.
Llegamos a las 4.45 de la mañana, todavía de noche, cuando parece que Belem y sus alrededores duermen. Sin embargo, el puesto de control, a pocos kilómetros, muestra una realidad completamente diferente: cada día miles de trabajadores esperan su turno para cruzar al otro lado. Aproximándonos al «muro de separación» oímos a la gente gritando.
Gritos inhumanos y gritos de una humanidad exhausta llegan desde esta jaula por la que se ven obligados a pasar. Esperamos con ellos y ellas para compartir su pelea cotidiana para llegar al trabajo. Los primeros son los que trabajan en Israel en la construcción del muro intentando mantener sus permisos de trabajo. Sin embargo, estos permisos tienen un tiempo limitado de validez; sólo para unos meses y sólo para unas horas, de 5.00 de la mañana a 19.00 de la tarde.
Cada mañana los trabajadores esperan al menos una hora en una jaula de hierro, fuera del recinto, en la calle. El techo de esa jaula no les protege del frio del invierno ni del terrible calor del verano ni de la lluvia. Tiene más de 100 metros de longitud pero una vez dentro sientes que no se termina nunca. Algunos intentan ahorrar tiempo pasando a través de los barrotes; otros, los más atléticos, saltan a través de los agujeros del techo. Los trabajadores que han estado esperando durante horas a menudo les gritan. ¡Qué vergüenza, qué vergüenza!, grita un hombre mayor a un joven delgado que pasa a través de un hueco. Otros parecen acostumbrados a esos comportamientos, Dios le perdone, murmura otro, mientras sigue esperando.
Los palestinos son tratados peor que a los animales, despojándoles de su humanidad. Como si fuera una forma sistemática de castigo colectivo.
Al final de esta jaula hay un torno que se abre y se cierra de repente a voluntad de los soldados. La frustración aumenta y la gente se da empujones.
Esto es sólo el primer paso, un grupo de personas pasa el control antes del puesto de control real. Después del torno, un soldado comprueba los documentos de los trabajadores que recorren una distancia de unos 100 metros, entran en un largo corredor y llegan a un hall más grande. En estos 200 metros de distancia cada palestino, joven, viejo o lisiado empieza a correr hacia el segundo torno. Intentan ganar algunos minutos después de la espera de más de una hora en la cola. Si llegan tarde a sus trabajos, corren el riesgo de ser despedidos.
Después del torno hay un detector de metales donde se revisan bolsas y objetos metálicos. Si suena la alarma, deben cruzan de nuevo. Vimos a un hombre cruzar ese detector de metales tres veces intentando explicar al soldado que tenía una barra de metal en su pierna, mostrando el certificado médico. Se le obligó a quitarse los zapatos y en esta ocasión le permitieron pasar. Esto ocurre cada día. Si les preguntas a los soldados qué sienten humillando de esta manera a los palestinos, sus respuestas son diferentes: algunos dicen «ponte en mi lugar» o «yo también debo levantarme muy pronto cada mañana».
El paso final: los trabajadores deben enseñar su documento de identidad, permiso de trabajo y la palma de sus manos. Si la información es correcta, una imagen fotográfica aparece en la pantalla del ordenador de la garita y el torno se abre.
Llegamos al otro lado del puesto de control, todavía en Cisjordania, una área extensa de tierra entre el muro de separación y la linea verde, robada por los israelíes durante la construcción del muro. Desde aqui los trabajadores continúan su viaje a Jerusalem, a los asentamientos o más allá, a Tel Aviv o Haifa. Esto ocurre cada día.
Tardamos una hora y media en cruzar el muro de separación. «Hoy es un día de suerte», nos dicen algunos trabajadores, y esto nos lo confirma el voluntario de la EAPPI. «Algunas veces nos lleva más de tres horas. Depende de la voluntad de los soldados». Y esto ocurre cada día.