En las últimas semanas se ha intensificado la campaña propagandística en contra del gobierno de Siria. Según informaciones de la prensa británica, agentes del MI6 y fuerzas especiales del Reino Unido (UKSF) están proporcionando entrenamiento militar y armas a los grupos rebeldes, mientras la CIA se encarga de facilitarles sistemas de comunicación. Lo que está […]
En las últimas semanas se ha intensificado la campaña propagandística en contra del gobierno de Siria. Según informaciones de la prensa británica, agentes del MI6 y fuerzas especiales del Reino Unido (UKSF) están proporcionando entrenamiento militar y armas a los grupos rebeldes, mientras la CIA se encarga de facilitarles sistemas de comunicación. Lo que está en el aire es una abierta agresión al país árabe por parte de la OTAN. Uno de sus apoyos sobre el terreno lo constituiría el llamado «ejército sirio libre» que, como ha escrito Michel Chossudovsky, «es una creación paramilitar de facto de la OTAN». Tras el éxito de la guerra contra Libia por parte de la alianza militar occidental, se trata ahora de profundizar más en el desgarramiento del mundo árabe.
Debemos situar esta nueva escalada bélica en el marco general de la estrategia política y militar de los Estados Unidos. Oriente Medio representa una zona de especial valor para la hegemonía norteamericana por tratarse de la región de mayor producción petrolera del mundo y por estar enclavado ahí el estado de Israel. Razones económicas, militares y políticas centran, pues, allí la ambición del águila imperial. Un primer zarpazo en esta dirección lo representó la invasión anglosajona de Iraq en 2003 y la posterior destrucción del estado laico más avanzado socialmente del mundo árabe. Cuando con el rabo entre las piernas y a escondidas han salido de la tierra mesopotámica los últimos batallones norteamericanos, han dejado tras de sí un país arrasado en manos de una camarilla de colaboracionistas. El año pasado, la inestabilidad interna del grupo dirigente dio la excusa para hacerse con el control de Libia, el país más rico en gas y petróleo del Mediterráneo. La debilidad del Consejo de Seguridad de la ONU y la voracidad imperialista de Francia, Reino Unido y Estados Unidos han mostrado el grado de indecencia que puede encubrir la llamada «guerra humanitaria» dirigida por la OTAN (después de los brutales bombardeos de ciudades e instalaciones militares y civiles, parece que los cínicos dirigentes de la Alianza sólo reconocen haber provocado… una única víctima).
Ahora, se trata de desintegrar Siria por dentro o, si fuera necesario, mediante una invasión extranjera, «humanitaria» por supuesto. A quien desee rastrear el origen de esta nueva agresión en marcha y desvelar la nube de mentiras que nos cubre todos los días a través de los grandes medios de comunicación, le recomiendo leer el largo y documentado artículo que Aisling Byrne ha publicado en Asia Times:
http://www.atimes.com/atimes/
Sólo indicaré algún botón de muestra de esta campaña militarista ahí diseccionada. El proyecto original de esta tenebrosa operación se remonta a junio de 2009 cuando la neoconservadora «The Brookings Institution» publicó un informe titulado Which Path to Persia? Options for a new american strategy toward Iran. ¿Quiénes eran sus autores? Seis especialistas en temas de defensa con cargos relevantes en el Departamento de Estado y en diversos organismos gubernamentales estadounidenses, encabezados por Kenneth M. Pollack, que ha sido miembro del Consejo de Seguridad Nacional y analista militar de la CIA, y entre los que figuran un embajador en Israel, una asesora de ExxonMobil y hasta un experimentado espía de la CIA como Bruce Riedel con 30 años de servicio en la Agencia. Entre las medidas apuntadas por estos expertos del imperio para conseguir que Irán vuelva al redil y se convierta en aliado de EEUU, como en los buenos tiempos del Shah Reza Pahlevi, están el apoyo a grupos rebeldes, los ataques aéreos, el cambio de régimen «e incluso una invasión», en este último caso con el apoyo de Arabia Saudí y de los países del Golfo (páginas 152 y 153 del Informe). ¿Les suena esta música? En un estilo chulesco y con siniestro humor estos buitres de la guerra se atreven incluso a sugerir esta alternativa:»Dejarlo [la opción militar] a Bibi [Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel]: permitiendo o alentando un ataque militar israelí» (parte II, capítulo 5, p. 89 y ss.). Y lo más increíble de todo es que en el informe se reconoce explícitamente que Irán no abriga planes en territorio americano, que no ha realizado nunca una operación terrorista contra ellos, y que, incluso en la hipótesis de llegar a poseer armamento atómico, no representaría una amenaza directa al carecer de los necesarios sistemas de transporte: «Irán ─ concluye ─ no ha sido nunca, y casi con certeza nunca será una amenaza existencial para los Estados Unidos» (p. 89, cursiva mía). ¡Esta es la lógica y la moral del imperio!
Dentro de esa estrategia, ¿qué papel juega entonces la agresión a Siria? El ataque a Siria es la primera etapa de la guerra contra Irán. ¿Y cuál es el fundamento para atacar al país de los omeyas? Como subraya A. Byrne, la fabricación de un falso relato, es decir, un cuento, según el cual miles de ciudadanos que protestan pacíficamente contra un gobierno opresor están siendo matados. El «régimen» (palabra mágica que curiosamente sólo se aplica a los gobiernos que no se someten al dictado imperial) sería «una máquina de matar» (a killing machine, en su versión original) y el presidente Assad, cómo no, «un monstruo»(a moster). Si observamos atentamente, estas dos últimas expresiones aparecen un día sí y otro también en las noticias internacionales de los grandes medios. Desde suelo sirio, Thierry Meyssan escribió en fecha reciente un artículo titulado «Mentiras y verdades sobre Siria». Su conclusión coincidía con la de Byrne: La OTAN está contando una historia que no tiene nada que ver con la realidad y lo hace con la finalidad de justificar una «intervención humanitaria».
Una hipotética derrota de los patriotas sirios con la consiguiente instalación en el poder de un grupo de lacayos de las potencias occidentales significaría también una puñalada por la espalda contra el movimiento popular de Líbano y contra la resistencia palestina. Hasan Nasrallah, líder de Hezbollah (la única fuerza militar del país de los cedros que luchó con tanta valentía como inteligencia contra la invasión de Israel y que puso en jaque a su temible ejército), lo denunció a comienzos del pasado mes de diciembre: «Lo que quieren [los miembros de la oposición] en Siria no son reformas políticas ni la lucha contra la corrupción, sino un régimen de traición árabe que se entregue a Estados Unidos e Israel». Desde esta perspectiva, el jefe de Estado de Siria no representa el monstruo que nos quieren hacer creer los ideólogos del saqueo imperial, sino una pieza clave en el mantenimiento de las luchas populares en Oriente Medio. «Bashar al-Assad es un combatiente de la resistencia antiimperialista y antisionista que apoyó a Hezbollah cuando el Líbano fue agredido y que además respalda a Hamas y a la Yihad islámica en su lucha por la liberación de la patria palestina» (T. Meyssan, miembro de la Red Voltaire, artículo citado). Se comprende así el odio que al-Assad y su «régimen» provocan en los instigadores de la guerra.
El gendarme árabe y su fiel y ambicioso escudero
Con la insolencia que dan los millones de petrodólares y el despotismo en el que se asienta su feudal monarquía, el rey Abdallah de Arabia Saudí dio el pistoletazo de salida en la agresión a Siria. Ya en agosto de 2011 sentenció este enemigo de la democracia, ejerciendo curiosamente de juez de las libertades políticas: «Lo que está ocurriendo en Siria es inaceptable para Arabia Saudí». Qué es aceptable para Arabia Saudí, ¿acaso la criminal represión de los manifestantes en Bahrein y la invasión de este pequeño país por tropas saudíes y policías qataríes? ¿O quizá que el ejército dispare a una multitud en Yemen por órdenes de su protegido, el dictador Saleh, provocando decenas de muertos? Como fruto de sus intrigas, la Liga Árabe y el Consejo de Cooperación del Golfo emitieron entonces una declaración criticando al gobierno sirio por el «excesivo uso de la fuerza». Después, han aprobado diversas sanciones contra Siria. Coincidiendo en su estrategia con los neoconservadores anglosajones, el rey Abdallah ha dejado claras sus intenciones: «Nada debilitaría más a Irán que la pérdida de Siria».
Este gendarme del mundo árabe tiene dos obsesiones que caracterizan Arabia Saudí desde su creación: el comunismo y el nacionalismo árabe. Como ferviente anticomunista, el rey Fahd ayudó a los Estados Unidos a armar a 50.000 combatientes en Afganistán (1980-1989) bajo la coordinación de Al-Qaeda, entonces elogiada en los medios como una organización amiga de Occidente y «luchadora por la libertad». Como enemiga declarada del nacionalismo árabe y del panarabismo, esta petromonarquía apoyó militar, política y financieramente la invasión de Iraq (2003). En los meses pasados, ya bajo el reinado de Abdallah, colaboró activamente con la OTAN en la guerra contra Libia. Y para ayudar a la alicaída industria norteamericana y reforzar también su papel de gendarme árabe en la región, en septiembre de 2010 firmó con Estados Unidos el contrato militar del siglo por un importe de 90.000 millones de dólares en armamento, incluidos cerca de 300 aviones de guerra. Según la nota oficial, este gigantesco despilfarro se hacía «para reforzar la capacidad combativa del Reino frente a Irán». Este musulmán ultramontano sabe elegir bien a los enemigos… entre los propios países islámicos.
El rey saudí cuenta, como parece obligado en unos feudales del siglo XXI, con su fiel escudero: el emir de Qatar, Hamad al-Thani. Intrigante y ambicioso, fue la punta de lanza árabe contra el gobierno del coronel Gadafi, vilmente asesinado por los rebeldes en un gesto criminal a la altura de los salvajes bombardeos de sus amos occidentales. Mezclando hábilmente petrodólares y propaganda política a través del canal de televisión qatarí Al-Yazira, fue uno de los urdidores de la coalición inspirada por los dirigentes francés y británico y finalmente dirigida por la OTAN. No contento con ello, envió soldados al teatro de operaciones, en flagrante violación del derecho internacional, como ha confirmado en declaraciones a la agencia France-Press Hamad ben Alí al-Atiya, jefe del Estado Mayor del ejército de Qatar: «Nosotros estábamos entre ellos [los rebeldes libios] y el número de [soldados] qataríes sobre el terreno se cifraba en centenares en cada región. La formación y las comunicaciones eran dirigidas por los qataríes. Qatar ha supervisado los planes de los rebeldes porque eran civiles que no tenían suficiente experiencia militar. Nosotros hemos asegurado el enlace entre los rebeldes y las fuerzas de la OTAN».
Ahora, quiere repetir en Siria el sangriento programa llevado a la práctica en Libia durante los últimos meses. El emir acaba de defender abiertamente una intervención militar árabe contra la patria de los omeyas. ¡Qué vergüenza para el mundo árabo-islámico y qué humillación para su pueblo! De ese modo, las petromonarquías harían el papel sucio que Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña prefieren realizar por mano interpuesta, siempre y cuando se siga el guión preestablecido de destruir el poder legítimo sirio reconvirtiendo esta gran nación árabe en un sumiso peón prooccidental.
El 25 de diciembre pasado, la organización «Qatar Foundation» hizo pública una encuesta realizada por «YouGov» sobre la situación en Siria. A pesar de la campaña internacional de mentiras, los resultados hablan por sí solos: el 55% de los sirios no quiere que al-Assad dimita y el 68% de ellos critica las sanciones impuestas a su país por la Liga Árabe. Como estos datos no coinciden con el cuento occidental y petromonárquico sobre Siria, ningún importante medio de prensa se ha hecho eco de ellos.
A los neoconservadores anglosajones y a los feudales del Golfo poco les importa la voz del pueblo en las calles, y mucho menos las encuestas de opinión. Quizá por ello, escéptico en el fondo e irónico en la forma, René Naba, intelectual francés de origen libanés, haya encontrado la solución milagrosa para los males de Siria: «Bashar al-Assad debería usar un truco infalible para tener la paz, una artimaña: abolir la república, proclamar la monarquía, prohibir las mujeres al volante, el voto a las mujeres e [imponer] el burqa a todo el mundo. (…) Ved cómo las petromonarquías son estables y prósperas y todo el mundo las cubre de elogios…»
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.