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Sobre la matanza de Atocha

Matanzas fascistas y umbrales de la transición

Fuentes: Rebelión

Para Enrique Valdevira, Luis Javier Benavides, Francisco Javier Sauquillo, Sefarín Holgado y Ángel Rodríguez Leal. In memorian et ad honorem Iñigo Aduriz publicó el pasado martes en Público un artículo con el título «Las primeras víctimas de la Transición», con una mayúscula – la T de «Transición»- innecesaria en mi opinión. Afirma en él, refiriéndose a la matanza de los abogados laboralistas de CC.OO, que «la noche de 24 de enero de 1977 él […]


Para Enrique Valdevira, Luis Javier Benavides, Francisco Javier Sauquillo, Sefarín Holgado y Ángel Rodríguez Leal. In memorian et ad honorem

Iñigo Aduriz publicó el pasado martes en Público un artículo con el título «Las primeras víctimas de la Transición», con una mayúscula – la T de «Transición»- innecesaria en mi opinión. Afirma en él, refiriéndose a la matanza de los abogados laboralistas de CC.OO, que «la noche de 24 de enero de 1977 él [Alejandro Ruiz-Huerta, que sigue «sintiendo culpa por no haber fallecido] sobrevivió al atentado que paradójicamente es considerado por muchos como el umbral de la Transición -de nuevo con mayúscula- que devolvió la democracia a los españoles».

No hubo ninguna democracia devuelta.

Que la matanza fuera o no el umbral de la transición, no parece tema decisivo. Acaso asunto de alguna insustantiva tesis doctoral. Lo que sí tiene interés es recordar que la matanza tiró para atrás al movimiento obrero y antifranquista (en Barcelona, por ejemplo, la manifestación de protesta por lo sucedido fue silenciosa; nadie se atrevió a gritar, una y mil veces, lo que pedía el alma de todos nosotros: «¡Asesinos!, ¡abajo el fascismo!»). Se tuvo miedo, mucho miedo; no era para menos. No se andaban con chiquitas. No sabíamos exactamente qué hilos y grupos movían las actuaciones de los asesinos pero olían a azufre.

No es una estupidez conjeturar que la dirección del PCE, tras los atentados, pensara que era necesario de todas-todas un pacto con el sector evolucionista del régimen. Los otros, los denominados inmovilistas querían llevarnos a otra guerra incivil (o acaso no, y todas las piezas y acciones estaban ensayadas). Un pacto se imponía como fuese y a costa de lo que fuera. Tragando sapos, monarquías, desaparecidos, asesinatos del fascismo, muertos en cunetas y fuerzas represivas sin depurar, por no hablar de poderes eclesiásticos y grandes poderes económicos.

Tal vez no había otra vía… o tal vez sí. Sea como fuere, no parece que la transición fuera inmaculada y, desde luego, la «democracia» que «se devolvió» a los españoles distó mucho de ser un sistema político que recogiera el sentir, las finalidades y el esfuerzo de tantos y tantos luchadores antifranquistas. Que el día de la matanza, sobre que Bardem y Morán realizaron una película, no sea recordado por la Comunidad de Madrid como un día de homenaje a los combatientes es corroboración de los peores atributos de la transición-transacción.

Dos notas finales.

Los cinco asesinados no fueron víctimas de los últimos sicarios del franquismo como señala Aduriz. Hubieron otras víctimas antifranquistas y otros sicarios fascistas, muy cubiertos por el aparato de Estado franquista, que actuaron de forma similar.

Para vergüenza de todos, ninguno de los familiares de los luchadores asesinados es considerado «víctima del terrorismo». Sí lo son, en cambio, los familiares del almirante fascista Carrero Blanco y los del torturador franquista y ex colaborador de la Gestapo Melitón Manzanas.

PS. Vale la pena recordar las declaraciones de Alejandro Ruiz-Huerta. Dicen mucho de las CC.OO de aquellos años, algo distintas de las actuales. Ligados al PCE y CC.OO, señala Aduriz, construían la democracia desde abajo. «No éramos expertos en derecho del trabajo, sino que estábamos comprometidos con los trabajadores». La noche de la matanza celebraban una reunión de asesoramiento y coordinación para su trabajo en los barrios populares de Madrid: legalización de asociaciones, tramitación de expedientes urbanísticos. Les salió cara. Joaquín Navarro, líder clandestino de la sección de Transportes, se salvó por los pelos.

Nota:

[1] Iñigo Aduriz, «Las primeras víctimas de la transición». Público, 24 de enero de 2012, p. 21.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.