Si la decisión de excluir a Omar Suleimán de las elecciones presidenciales se mantiene tras la apelación, la razón principal será el propio Omar Suleimán: el hombre habrá fracasado en el primero de sus escalones para subirse a la escalera de la presidencia. El candidato, al que sus partidarios vieron como dotado de superpoderes de […]
Si la decisión de excluir a Omar Suleimán de las elecciones presidenciales se mantiene tras la apelación, la razón principal será el propio Omar Suleimán: el hombre habrá fracasado en el primero de sus escalones para subirse a la escalera de la presidencia. El candidato, al que sus partidarios vieron como dotado de superpoderes de leyenda y como el terror de los competidores, sucesor de Mubarak y jefe de sus servicios secretos, no ha sido capaz de evaluar con la precisión propia de un hombre de Estado con experiencia el respaldo de sus votantes, entregando así a la comisión electoral de las presidenciales la cuerda con la que le ahorcó.
Creo que la gran alegría que estalló en la calle egipcia tras la decisión de apartar a Omar Suleimán de la lista de candidatos se debe a dos razones: una, el rechazo a su personalidad repelente y soberbia, y la otra, su oscura historia. Por mi parte creo que la postura de cualquier egipcio hacia la candidatura de Omar Suleiman no debe construirse sobre puntos de partida exclusivamente políticos. El tema no debe limitarse solo a si es el hombre de Israel y EEUU, o a si vendió gas al enemigo a precios de saldo, o si es apoyado por las fuerzas del petróleo o si las camisetas de propaganda de su campaña vienen de Arabia Saudí. La postura sobre su candidatura debe ser en primer lugar una postura ética y según este criterio, no podemos apoyar a un candidato que se manchó las manos con la sangre de víctimas acusadas de terrorismo a las que EEUU enviaba a las cárceles de Suleimán para obligarlas a hablar, o con la sangre de las víctimas de la ofensiva israelí contra Gaza. Cualquier medio para impedir que sea candidato lo considero una defensa de la humanidad antes que una defensa de la revolución. La revolución tiene el derecho, y también el deber, de vencer por valores y de arrancar por ello las raíces y los pilares de un régimen de corrupción y totalitarismo, y podía haber derramado sangre por ese motivo pero sin embargo insistió en mantenerse pacífica. Que el Parlamento haya recurrido a emitir una ley que impide sus derechos políticos a la cúpula del antiguo régimen es, en mi opinión, el último intento para evitar que Egipto se deslice hacia mares de sangre.
Parece que ha llegado el final inminente de Omar Suleimán, un final no completamente feliz como suele suceder en las películas, ya que la ley enviada desde el Parlamento sigue siendo una bomba lanzada sobre el regazo del Consejo Militar, que tiene que tomar una decisión difícil en cualquier caso, ya sea aceptar esa ley o rechazarla o meterla en la nevera del Ministerio de Defensa. En función de esa decisión y de las complicaciones que de ella se deriven se determinará el destino político de un gran número de símbolos de la era del totalitarismo y la corrupción, a la cabeza de los que se encuentra el general Shafiq, quien se jacta de que Mubarak está, como él, en lo más alto.
Que Shafiq se mantenga en las elecciones presidenciales o salga de ellas no es un factor determinante en los comicios. El fin de la batalla depende en primer y último lugar de las propias fuerzas revolucionarias antes de depender de la idoneidad de sus detractores. Pero la pregunta es quiénes son exactamente esas fuerzas revolucionarias. El primer dilema en este punto es cómo miran los revolucionarios a los Hermanos Musulmanes. ¿Los consideran una facción suya? ¿O creen que el grupo, sobre todo tras el escándalo de la Asamblea Constituyente, ha salido del escuadrón desbocado y sin posibilidad de retorno, con la intención de apoderarse de todos los poderes? La respuesta a esta pregunta depende básicamente de la decisión de los propios Hermanos Musulmanes, y de si pueden reconciliarse con el resto de las fuerzas tomando la decisión valiente de retirar a su candidato a las elecciones presidenciales y presentando unas disculpas al pueblo que no hieran su orgullo. Considero que la decisión de retirar a su candidato en reserva, Mohamed Mursi, presidente del partido Libertad y Justicia, que es en este momento el único candidato de los Hermanos Musulmanes, no será tan doloroso como si se tratara de Jairat Shater. Mursi, que carece de popularidad y de elementos de liderazgo, no ganará el asiento de la presidencia con facilidad por muy eficaz que sea la movilización del partido que haya detrás de él.
La decisión de retirar a Mursi, de ser tomada, será una decisión de incorporación o de regreso de los Hermanos Musulmanes al bando patriótico. La semana pasada los Hermanos Musulmanes enviaron mensajes contradictorios y mientras el guía hacía un llamamiento a la unión de las fuerzas revolucionarias, el grupo salía a manifestarse el viernes pasado en solitario en una manifestación bajo el lema «Proteger la revolución» y cuando el Partido Al Wasat hizo un llamamiento a los candidatos a la presidencia a reunirse para adoptar una postura sobre la candidatura de Omar Suleimán, los Hermanos Musulmanes no estuvieron presentes ni se disculparon por su ausencia. En la reunión tampoco estuvo el candidato Hamadin Sabahi, pero sí pidió disculpas por ello. Abdelmanaam Abul Futuh y Abul Ezz al Hariri mandaron a la cita a dos de sus representantes y sí estuvieron presentes en el encuentro Salim al Awa, Hisham al Bastawisi y Aiman Nur. La sorpresa fue la asistencia de Amer Musa. No es importante si el Partido Al Wasat lo consideró uno de los candidatos patrióticos, lo importante es que el resto de los candidatos lo aceptaron como tal, tal vez al tener en cuenta que la reunión se celebró bajo el lema de las fuerzas «patrióticas» y no «revolucionarias». Fue una irrupción determinante para un candidato, Amer Musa, sobre cuyo vínculo con el poder de Mubarak y su rebeldía hacia aquél oscilan las opiniones, aunque a esa interrupción le falte el sello de legitimación popular.
Los candidatos adoptaron en ese momento una serie de medidas, pero sabían que la decisión más importante que de ellos esperaban los partidarios de la revolución era el acuerdo sobre un único candidato que aglutinara los votos y no los dispersara, un acuerdo que no pudieron lograr. El llamamiento al acuerdo surgió hace unas semanas, y por él se creó una comisión de personalidades públicas conocida como la «comisión de los cien». Esta comisión hizo un llamamiento a la formación de una corriente nacional aglutinante que apoye un «proyecto presidencial» sobre el que se construya una «institución» presidencial que incluya un «equipo presidencial» dirigido por el presidente y los diputados, y que esté rodeado de un grupo de personalidades nacionales que hagan aportaciones políticas, intelectuales y combativas y que dispongan de visiones y políticas que permitan al equipo presidencial aplicar nuevas políticas que saquen al país de la crisis actual. La comisión hizo un gran esfuerzo para contactar con los candidatos que dirigieron de modo especial Kamal al Halbaui, Ammar Ali Hasán, y el importante investigador economista Abdeljaleq Faruq. Aunque no estamos del todo satisfechos de la última reunión celebrada hace diez días, tras la que se produjo la reunión del Partido Al Wasat en el que quedó claro que el llamamiento requiere otro empuje.
Como miembro de la comisión que formó la reunión para seguir los contactos con los candidatos, junto a Abulela Madi, presidente del Partido Al Wasat, y Hatem Azzam, diputado y vicepresidente del Partido Al Hadara, me encuentro en el aprieto de examinar lo que sé sobre las posturas de los candidatos, pero la secretaría me exige que le diga la verdad: que la misión no es fácil pero que hay que empezar desde el principio, y el principio está, a mi parecer, en hacer una propuesta concreta para llegar a un acuerdo sobre un presidente único, y que la propuesta sea como un borrador para discutir, como ha propuesto recientemente Hisham al Bastawisi. Este candidato propone un acuerdo entre los candidatos sobre el presidente y cuatro diputados que representen a las diferentes tendencias políticas, y que formen un consejo presidencial donde las decisiones sean tomadas por mayoría, algo a lo que se debe comprometer el presidente candidato antes de las elecciones ante el pueblo, que será testigo del acuerdo y un aval de éste ya que no está estipulado en el Anuncio Constitucional.
El acuerdo, como es previsible, es difícil para los candidatos porque les obliga a renunciar a sus ambiciones y a aceptar un puesto por debajo de aquél al que han aspirado durante muchos meses, tanto ellos como sus partidarios. Consideraciones como la dignidad o el orgullo son a menudo desbocadas, los sueños y quimeras de la presidencia a veces pueden a la sabiduría, las campañas oficiales de los candidatos deben transmitir a todos la confianza en la victoria, pero Al Bastawisi ha dicho que si todos se comprometen a consensuar el programa y el equipo presidencial, está dispuesto a renunciar a todas las posturas. Un espíritu así nos permitiría llegar a un final feliz, sin el cual la Historia emitirá su dura sentencia sobre quienes se han abstenido de responder al llamamiento de la nación, poniéndose por delante de él.
Fuente original: http://www.boletin.org/
http://www.almasry-alyoum.com/