Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Desde que comenzaron en el Mundo Árabe los acontecimientos denominados «Primavera Árabe», Vijay Prashad ha estado escribiendo acerca de los diferentes países donde los pueblos de toda la región se levantaron contra sus regímenes. Sus análisis han contextualizado constantemente los acontecimientos, sin dejar de ofrecer un análisis exhaustivo de las dinámicas e historias locales. En su libro «Arab Spring, Libyan Winter», Prashad aborda el caso de Libia, sus parecidos y diferencias con otras revoluciones en el mundo árabe, la historia del régimen libio y la intervención «internacional».
Magid Shihade (MS): ¿Fueron las revoluciones en el mundo árabe acontecimientos repentinos desconectados del pasado?
Vijay Prashad (VP): Las revueltas en el Norte de África y Asia Occidental fueron repentinas y previsibles en ambos casos, aunque el alcance de las mismas sí constituyó una sorpresa. En el curso de la década pasada, por toda la región se habían ido produciendo toda una escala de protestas, que tenían en gran medida que ver con cuestiones relativas al bienestar, al aumento de los precios, etc. Los grandes cambios demográficos (los jóvenes representan el 60% de la población) se ven agravados por las altas tasas de desempleo. La probabilidad de que los jóvenes estuvieran desempleados cuadruplicaba al resto de edades en la región. Este hecho supuso siempre una situación explosiva. El desempleo no se debe a presiones malthusianas, demasiadas personas con demasiados pocos empleos para mantenerlas. Se trataba más bien del resultado de la tónica de las políticas nacionales neoliberales y del estatus de segunda clase del Sur Global mientras el Norte no deja de construir una política internacional que favorece a las corporaciones.
Añádase a esta problemática situación económica un clima político baldío, con estados de seguridad nacional como forma dominante desde Túnez hasta Siria. Estos estados han huido de las promesas del nasserismo o nacionalismo árabe: la forma original era en sí levemente alérgica a la democracia, pero esta nueva forma, incubada en los años de la década de los setenta se fundamenta enteramente en una implacable supresión de las poblaciones y en un simulacro de democracia con elecciones completamente manipuladas. La Mujabarat o fuerzas de seguridad interior son mucho más importantes como institución que el parlamento (a menudo algo cosmético) y los medios de comunicación (que solo farfullaban estupideces en lo referente a cuestiones políticas, aunque eran, por supuesto, muy eficaces con sus telenovelas a la hora de transformar la cultura en la anestesia).
La vida social en el norte de África, y hasta cierto punto en Asia Occidental, presionaba ya contra los límites del consenso buscado por el autoritarismo neoliberal de los regímenes de la zona. Las protestas se habían convertido en algo común, ya fuera de los trabajadores de Mahallah, de los Hermanos Musulmanes, de un conjunto de pequeñas organizaciones liberales y de izquierdas de las ciudades o de las organizaciones campesinas de las zonas rurales.
Lo que nadie se esperaba era el alcance del levantamiento y la resistencia de los manifestantes. Parecía como si supieran que estaban luchando por sus vidas. Volverse a sus casas significaba no solo aceptar la derrota por el momento sino que los regímenes neoliberales autoritarios iban ahora a buscarles para aplastar una oportunidad de las que se presentan una vez en la vida. Por eso es que tanto la principal plaza de Túnez y la plaza Tahrir de El Cairo no se vaciaban. Era una cuestión de vida o muerte. La espontánea sensibilidad se vio correspondida por la organización de las fuerzas, fue esta combinación la que envió a Ben Ali y a Mubarak a formas diversas de exilio.
MS: ¿Qué diferencias hay con el caso libio? ¿O qué diferencias hay entre Libia y, digamos, Egipto o Túnez?
VP: Libia fue siempre diferente. Su pueblo se había visto protegido frente al colapso de la vida económica, no se les habían retirado los subsidios que las exportaciones de petróleo permitían. Pero no solo de pan vive el hombre. En el curso de las últimas dos décadas, el régimen de Gadafi trató de privatizar áreas enormes de la vida social y convertir el estado libio en algo que iba a parecerse más al estado egipcio, subordinado a la empresa privada pero firme en el uso de una mujabarat ya implacable. En Libia, los islamistas se habían enfrentado a la ira de las fuerzas de seguridad internas. La larga historia de represión contra ellas galvanizó su revuelta. Fue a causa de los medios utilizados desde 1996 en esa represión contra los islamistas lo que hizo que las clases liberales y profesionales se volvieran contra el régimen favoreciendo una relación amistosa con los islamistas. Estoy pensando aquí en los activistas de los derechos humanos, que se unieron a los islamistas contra el autoritarismo del régimen sin ser ellos islamistas a nivel político ni devotos a nivel religioso.
Pero en Libia, a pesar del hecho de que la gente no tenía experiencia de lucha política, la profunda brecha entre el pueblo y el régimen les permitió llegar a enormes sectores de territorio que se decantaron velozmente a favor de la rebelión. En cuestión de semanas, todo el este del país estaba en manos de la rebelión. Zonas del oeste, sobre todo Misrata, habían también escapado del control de Gadafi. Sectores de la misma Trípoli, especialmente los distritos de clases trabajadoras de Tayura y Suq al-Yumah, se volvieron contra el régimen. Hay que medir la dureza de la respuesta de Gadafi en función de los hábitos de su régimen (siempre respondían así) y por su temor a perder la sociedad (anteriormente no habían experimentado nunca una oleada tal de desafección en tantos lugares). Si, el régimen de Gadafi contraatacó duramente, pero a primeros de marzo había quedado claro que la revolución avanzaba rápidamente y que así seguiría haciéndolo. En el proceso de esa lucha, habría clarificado sus propios compromisos y su propia medida de lo que iba a ser la nueva Libia. Pero antes de que así ocurriera, Occidente intervino. Y ha sido esa intervención la que ha hecho muy problemática la creación de una nueva Libia. Esa es precisamente la historia que cuento en mi libro.
MS: Vd. dice que no solo de pan vive el pueblo. Teniendo eso en cuenta, ¿hay otras cuestiones regionales o de política exterior que quizá hicieron que se intensificara el levantamiento?
VP: Esa parte de la historia es muy interesante. Recordando la obra «Orientalismo», Edward Said llamó la atención sobre el análisis de Harold Glidden acerca del honor y la vergüenza en la cultura árabe. Glidden se interesó por la humillante derrota sufrida por los ejércitos árabes en 1948. Siempre he pensado que esa era una parte muy interesante del libro de Said. Estoy de acuerdo con él en que el relato de Glidden bordeaba el racismo, con una narrativa psicológica sobre los árabes que les retrataba como infantiles y demasiado susceptibles. Glidden afirmaba que la humillación del honor tenía que recuperarse mediante el derramamiento de sangre y cosas así. Era algo enormemente ridículo.
Pero hay un punto de verdad en la primera parte de la sugerencia, es decir que hubo algo humillante tanto bajo las dictaduras autoritarias que prometían tan poco y se llevaban tanto, como ver que Occidente y los israelíes llevan al menos treinta años pisoteando a los palestinos. La humillación de Mohamed Bouazizi es condición general entre los trabajadores eventuales del Norte de África y Asia Occidental -verte atrapado sin poder tener plan alguno para tu vida y sufrir la indignidad de una estructura autoritaria neoliberal que tantas cosas te quita-, eso es algo intolerable. Uno no debería subestimar el gran anhelo de autodeterminación o democracia o como quieran llamarlo. Occidente trata de asumir que esta «democracia» es su donación al mundo, pero eso es ridículo. La lucha por la justicia y el autogobierno es tan antigua como la civilización humana.
A partir de los últimos años de la década de los setenta fue extendiéndose la idea de la humillación y el desprecio hacia el sentimiento general de responsabilidad de la nación árabe. En términos de relaciones internacionales, el nacionalismo árabe ha sido totalmente vencido. Ninguna fuerza política árabe ha podido ponerlo en marcha contra el imperialismo, y cuando la sombra de esa fuerza lo intentó, como ocurrió con Sadam Husein en 1990, quedó patente su vacío (y, trágicamente, su aparición sacó a muchos en apoyo de la aventura de Sadam pensando que se trataba del surgimiento de independencia, cuando era una ridícula imitación de lo que había sido y ya no era, es decir, un genuino nacionalismo árabe popular). El total dominio de los israelíes sobre los palestinos, y durante décadas sobre el Líbano, subrayó sencillamente este sentimiento de derrota histórica. Las intifadas de 1987-1993 y 2000-2006 pudieron galvanizar apoyos, pero solo para una contienda que militarmente (no moralmente) siempre estuvo del lado de los israelíes. No constituye ninguna sorpresa por tanto que entre los liberales y la izquierda en la Plaza Tahrir estuviera Kefaya, movimiento que apareció en 2004 a partir de corrientes asociadas con la campaña de solidaridad con la II Intifada, y el Movimiento del 20 de Marzo, llamado así por las grandes protestas contra la Guerra de Iraq de 2003. Estos dos hechos son indicadores de una visión amplia de la Nación Árabe, algo similar en su época a la conciencia bolivariana que surgió del Caracazo de 1989 y la «marea rosa» en Venezuela, Bolivia, Ecuador y el resto de Sudamérica.
MS: ¿Cuál fue la posición de las potencias occidentales respecto a las revoluciones árabes? ¿Qué oportunidad proporcionó la situación en Libia a las potencias occidentales y con qué fin?
VP: Occidente se quedó atónito ante los levantamientos del Norte de África y, por supuesto ante los de la Península Arábiga. Estos últimos fueron los más amenazadores porque se producían muy cerca de los grandes aliados de Occidente, las monarquías del Golfo Arábigo. Los saudíes habían dejado claro que no tolerarían ningún experimento democrático en sus fronteras. La historia del republicanismo del Yemen atestigua que los saudíes dirigían desde hacía largo tiempo una insurgencia contra ese país que puso al régimen de rodillas (Saleh fue una vez un aliado muy estrecho de Sadam Husein e incluso apoyó su invasión de Kuwait; pero los saudíes acabaron poniéndole de rodillas no mucho después). La defensa del reino de los saudíes es una extensión de la defensa de EEUU (como deja claro la doctrina Carter). Los saudíes no iban a tener ninguna de las revueltas de Bahrein y Yemen, que se encargó de controlar. Y también había que controlar la transición egipcia. Occidente también se sentía descorazonado ante los saudíes en esta cuestión.
Precisamente los israelíes, a pesar de toda su verborrea acerca de ser «la única democracia en Oriente Medio», no se sentían muy felices ante las revueltas. Sus servicios de inteligencia son a menudo competentes y reconocían que una vez desaparecido el autoritarismo neoliberal, el Islam político podía conseguir buenos avances. Israel se beneficiaba en gran medida de la existencia de los viejos regímenes. Era lo que permitía que Israel tuviera un dominio asimétrico sobre los palestinos y el Líbano; a los egipcios ya les habían comprado con la habitual beca anual a su ejército procedente del gobierno estadounidense, y las monarquías siempre se mostraban cautelosas ante cualquier desafío a EEUU y a su apoderado en la región, así como los sirios se habían convertido en el guarda fronterizo de Israel en la región del Golán. Con la «nación árabe» boca abajo, Israel podía permitirse sus aventuras unilaterales contra el Líbano (1982 y después en 2006), extendiendo y afianzando la Ocupación en general y lanzando ocasionales y feroces bombardeos (Operación Plomo fundido, Gaza, diciembre 2009-enero 2010).
Ningún intento de controlar las dinámicas en la región (enviados especiales y elementos así) tuvo éxito. Tuvo que ser la guerra libia la que permitió que Occidente se insinuara como agente activo. Es notable que la OTAN se convirtiera en una fuerza social en el Norte de África… tomando el espacio de una rebelión que desde abajo había generado su propia historia y producido sus propias ganancias. Ahora tendrían que compartir el botín con la OTAN y los estados de la OTAN. Cuando Occidente estaba casi desacreditado por su afiliación con los regímenes autoritarios neoliberales, pudo rehabilitarse a sí mismo a través de la intervención de la OTAN.
MS: ¿Qué tiene que decir ante el argumento de que a las potencias occidentales (EEUU, Europa e Israel) les interesa desestabilizar la región y que, cuando animan las revoluciones en algunos lugares, están o bien alentándolas o bien beneficiándose de ellas de algún modo?
VP: Tiendo a tener una visión de la historia más contingente de lo que esa pregunta implica. Es decir, pienso que Occidente se ha visto cogido por sorpresa. Había asumido que los autócratas neoliberales estaban allí para siempre. Cuando las revueltas pudieron ser adecuadamente manejadas, con la tutela saudí, en el caso del Yemen, el vicepresidente Hadi asumió el poder del presidente Saleh, pero es el hijo de Saleh, Ahmed, quien controla a la Guardia Republicana y vive en el palacio presidencial; nada ha cambiado en Bahrein; nada se permitió que cambiara en Arabia Saudí. Lo que busca Occidente es la estabilidad y el impulso qatarí-saudí promete tal estabilidad a los mercaderes del petróleo y a los traficantes de armas, a la Casa Blanca y al Palacio del Elíseo.
La revuelta en Libia tuvo su propia dinámica. No la forjaron las ONG o los fondos de «promoción de la democracia» de EEUU. Surgió de las contradicciones de la reciente historia libia. Lo que Occidente hizo fue insinuarse a la revuelta como protector de civiles, cuando era completamente obvio que los civiles y los soldados desertores estaban haciendo muy bien la tarea de defenderse. Analizo en mi libro las pruebas del potencial genocidio. Fue la propaganda lo que permitió la entrada de la OTAN y que nos pusieran una venda para que no viéramos lo que iba a suceder en Arabia Saudí y en Bahrein: la guerra libia fue la pantalla de humo utilizada para tapar las pruebas de la dura ofensiva en la Península, incluido el Yemen. EEUU y sus aliados animaron sus pilares del Orden para restablecerse ellos mismos: la V Flota en Manama tenía que tener un hogar estable, después de todo a los iraníes no se les iba a permitir tener aliados triunfantes en la Península, habiendo cedido ya Iraq a los revisionistas gracias a la intervención estadounidense allí.
MS: ¿Cuál es la postura ética que Vd. considera adecuada en las personas progresistas en relación con las revoluciones populares y ante las intervenciones de las potencias occidentales?
VS: Esa es una pregunta muy importante y difícil. Cuando estalla una revuelta, ¿debería la Izquierda incorporarse con independencia de la base social de aquella? ¿Tiene que tener la revolución un carácter izquierdista para que la Izquierda la defienda? No necesariamente. La primera obligación de la Izquierda, en mi opinión, es defender un levantamiento popular contra cualquier estado que trate de utilizar una fuerza abrumadora contra ese levantamiento. Ese es lo mínimo para cualquier clase de Izquierda humanista. A ningún régimen, aunque sea progresista, puede dársele carta blanca para que bombardee zonas civiles.
Dicho eso, no hay duda de que ninguno de los regímenes del Norte de África tenía un elenco progresista en 2011. El régimen de Gadafi empezó bien en 1969, pero en los años ochenta toda su agenda de liberación nacional se había venido abajo. El régimen del Baaz sintió siempre antipatía por la Izquierda y por la agenda del nasserismo: aplastó al Partido Comunista Sirio y confinó la agenda del nacionalismo árabe a los intereses, primero, de su burocracia y, después, en la década de los noventa y en la primera del 2000, a las elites neoliberales surgidas en las principales ciudades, principalmente en Damasco. Creer que estos son regímenes progresivos que necesitan que la Izquierda les defienda es vivir engañado. Solo porque hagan ruido de vez en cuando acerca del imperialismo o del sionismo no deberían cegarnos ante su papel de subcontratistas del imperialismo (tanto Siria como Libia se aprestaron a recibir a prisioneros de Occidente para someterlos a tortura en función del programa de entregas extraordinarias).
Finalmente, la historia no avanza siguiendo un tipo determinado de guión, con los revolucionarios siempre en cabeza formados en la clase de libros que desearíamos que hubieran leído o con el tipo de agenda que debiéramos respaldar totalmente. Las acciones de las diversas fuerzas sociales contra los regímenes autoritarios liberales preparan espacios abiertos para la aparición de una verdadera y nueva Izquierda, que tendrá que actuar de forma muy inteligente para conseguir hacerse un espacio contra el Islam político y el imperialismo, dos fuerzas sociales que, por sus propios programas, tienden a asfixiar a la gente. Es probable que los islamistas se aúpen al poder en cada uno de los recién abiertos espacios aunque, debido a que tienen una agenda económica y social retrógrada, perderán rápidamente su legitimidad o presionarán por una plataforma social muy dura que será conflictiva y creará división y quizá pueda permitirles una segunda oportunidad. La Izquierda árabe que resurja y se reagrupe tendrá que ser muy creativa en este nuevo terreno.
MS: Teniendo en cuenta esta posición por la que ha apostado, ¿deberían los progresistas apoyar las intervenciones extranjeras, especialmente las de la OTAN en el Sur o, más específicamente, en el Mundo Árabe?
VP: Veamos, si la gente está siendo masacrada y no tienen medios para defenderse y la OTAN es la única oportunidad para salvar sus vidas, solo un ideólogo insensible no consideraría esencial tal intervención de la OTAN.
Pero no es ese escenario el que se nos presenta. Esa es una caricatura de lo que los medios de comunicación de la OTAN anunciaron acerca de Libia. Si retrocedemos y consideramos las pruebas, hay dos cosas claras: primera, que las cifras ofrecidas en febrero-marzo de 2011 del recuento de muertos se habían exagerado enormemente (especialmente en un famoso tweet de Al-Arabiya) y, segunda, que los rebeldes se estaban defendiendo solos y, de hecho, iban ganando terreno.
El problema con las intervenciones de la OTAN no está completamente vinculado con los rebeldes sobre el terreno, porque ellos habrían dado la bienvenida a cualquier fuerza armada que estuviera de su parte. De eso no hay duda. El problema tiene que ver más bien con el creciente poder de la OTAN para actuar sin ningún tipo de supervisión y para actuar «fuera de área» (referida a Europa). Cuando el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1973, que pedía a todos los estados miembros que se utilizara «cualquier medio necesario» para proteger a los civiles, la Unión Africana se apresuró a enviar un panel de alto nivel a Trípoli y Bengasi para iniciar conversaciones que alcanzaran el alto el fuego. La OTAN, mientras tanto, encendía motores, prohibía al equipo de la Unión Africana que volara a Libia y empezó con los bombardeos. Desde que esos bombardeos se iniciaron, han aparecido muchas pruebas de que durante las 24.000 salidas se produjeron cifras considerables de víctimas civiles. Es decir, en nombre de proteger a los civiles, la OTAN asesinó a innumerables cifras de civiles. Un equipo integrado por las organizaciones árabes por los derechos humanos y el Consejo de los Derechos Humanos de la ONU pidió a la OTAN que les permitieran investigar sus archivos para averiguar las cifras de víctimas civiles y si éstas se habían producido a causa del bombardeo deliberado de áreas civiles. La OTAN se negó. De hecho, su asesor legal escribió al Consejo de los Derechos Humanos de la ONU sosteniendo que la OTAN no podía haber cometido en modo algunos crímenes de guerra. La sugerencia era imposible. Después, en el Consejo de Seguridad, los rusos pidieron una evaluación de la Resolución 1973, para ver si se había utilizado eficazmente para proteger a los civiles. Y hay que citar el caso de la ciudad libia de Tawerga, donde los rebeldes, bajo la cobertura de la OTAN, eliminaron a más de 30.000 vecinos de piel negra; eso es limpieza étnica en connivencia de la OTAN. La OTAN se ha negado a aceptar cualquier evaluación. Esta es una de las razones por la que el Consejo de Seguridad se resiste a permitir que la OTAN actúe en situaciones parecidas, como en el caso de Siria.
Por tanto, la OTAN no quiere que se lleve a cabo evaluación alguna de su papel en Libia. Esto constituye un problema muy importante. En nuestro mundo moderno y democrático, tenemos que llegar a un acuerdo con la idea fundamental de que el ejército debe estar subordinado y ser responsable ante las autoridades civiles. Pero la OTAN ni se subordina ni se responsabiliza ante otra entidad que no sea ella misma. Permitir que la OTAN opere sin responsabilidad viola este importante principio de modernidad. Uno no puede permitir que la OTAN pase por encima de las autoridades políticas y por encima del planeta. Eso es inaceptable.
La OTAN no es una fuerza social que pueda servir para revitalizar la sociedad árabe y la política árabe. La agenda de los estados que forman la OTAN es antitética con los sueños de la «Primavera Árabe». Los estados de la OTAN presionarán por la misma clase de programas neoliberales por los que llevan ya presionando en el curso de las últimas décadas, y los estados de la OTAN tratarán de construir los ejércitos en los nuevos estados como puerta principal suya para controlar el destino de la región. Hay que rechazar todo esto. La historia ha empezado a distanciarse de los días del imperialismo occidental. Ellos tratarán de prolongar su poder por todos los medios necesarios. Es hora de que los pueblos de las tierras árabes, al igual que hicieron los sudamericanos antes que ellos, le muestren a la OTAN la puerta de salida.
Vijay Prashad es profesor y director de Estudios Internacionales en el Trinity College, Hartford, Ct. Entre sus libros más recientes figuran Arab Spring, Libyan Winter (AK Press) y Uncle Swami: Being South Asian in America (New Press). Es también autor de Darker Nations: A People’s History of the Third World (New Press), con el que en 2009 ganó el Premio Muzaffar Ahmed Book.
Magid Shihade es profesor del Instituto de Estudios Internacionales Abu-Lughod de la Universidad de Birzeit, en Palestina. Su área de investigación se centra en temas relativos a la modernidad, violencia, identidad, antropología y política del conocimiento. Además de sus numerosos artículos, su último libro publicado es «Not Just a Soccer Game: Colonialism and Conflict among Palestinians in Israel» (Syracuse University Press).
Fuente original: http://www.jadaliyya.com/pages/index/4981/on-uprisings-and-interventions_an-interview-with-v