Los continuos avances de los que es testigo la revolución siria ponen de manifiesto la profundidad de la crisis que vive el país. Tras un año desde que se iniciara la revolución, el régimen despótico sigue siendo capaz de amenazar políticamente y su terrible máquina represora sigue su trabajo letal, asesino y destructor. Aunque una […]
Los continuos avances de los que es testigo la revolución siria ponen de manifiesto la profundidad de la crisis que vive el país. Tras un año desde que se iniciara la revolución, el régimen despótico sigue siendo capaz de amenazar políticamente y su terrible máquina represora sigue su trabajo letal, asesino y destructor. Aunque una parte de esta realidad tiene que ver con el apoyo ruso e iraní al régimen y a la dubitación internacional ante el llamado «miedo a la alternativa», la razón principal de esta situación reside en el interior del país.
Ese defecto, o lo que parece un defecto, no es una característica exclusiva de la revolución siria, sino que es una parte del presente de las revoluciones árabes que estallaron de forma espontánea, como expresión de una voluntad por encima de lo político; es decir, una voluntad popular sin liderazgo político, y cuyo único proyecto era un grito de emancipación de la humillación, la vileza y la falta de dignidad. Esta característica general es resultado del hecho de que la política ha sido asesinada durante las últimas cuatro décadas, obteniéndose como resultado directo la marginación y fragmentación de las fuerzas políticas opositoras. Por ello, las revoluciones estallaron entre los jóvenes y con lemas sencillos que se resumen en una única expresión que anuncia que «el pueblo quiere derrocar al régimen».
Las revoluciones árabes gozan de un punto fuerte que es su espontaneidad y su carácter de estallido popular, pero este punto fuerte es también su punto débil. En Egipto la usurpación del poder por parte de la Cúpula Militar en una especia de golpe no habría sido posible si las fuerzas de la plaza de Tahrir hubieran tenido la capacidad de formar un gobierno temporal que anunciase la caída del régimen en la calle. Las fuerzas organizadoras con programas políticos claros han estado ausentes, excepto en el caso de los islamistas, que dudaron antes de unirse a la revolución y después intentaron aliarse con el ejército para cambiar la apariencia del régimen, colocándole un sombrero a Egipto la mitad del cual fuera un turbante y la otra mitad un casco militar. Esta ausencia permitió a los militares tomar el poder, pero esta misma ausencia hace de la reacción de las plazas una cuestión que no se toma en consideración, complicando la lucha entre el general y el sheij por el poder.
Esta realidad es la que ha conformado hasta hoy el punto débil de la revolución siria. La falta de un liderazgo eficiente que dirija las diferentes actividades revolucionarias ha dejado a la revolución sin la posibilidad de aventurarse a nada; más bien, ha sumergido a los dirigentes de la oposición en el exterior en discursos aleatorios que carecen de toda utilidad. Pero la revolución estaba en otro lugar, la revolución que se enfrenta a un régimen que no tiene reparo en utilizar todas las armas para bombardear, matar, destruir y violar, ha conformado su estructura social y organizativa como racimos de uva; es decir, sin un liderazgo central, intercambiándose las ciudades entre sí el papel de enfrentarse a la represión, y así, la revolución no se apaga incluso tras la salvaje destrucción de Baba Amro en Homs, por ejemplo. La disposición en forma de telaraña de las actividades revolucionarias se ha extendido incluso a dentro de las propias ciudades, pues ante la separación con tanques que ha hecho el régimen entre sus barrios, los revolucionarios han logrado construir sus redes de manera que sean independientes entre sí. De este modo, Al-Wa’r se manifiesta aunque Baba Amro esté destrozado, y así sucesivamente.
Lo que parece una realidad adecuada para el enfrentamiento, no es un reflejo de madurez política y organizativa, sino todo lo contrario: se trata de una manifestación de la ausencia y marginación de las fuerzas políticas. Además, demuestra la incapacidad del Consejo Nacional Sirio de construir una visión política que ofrezca un proyecto para librarse de la dictadura que empiece desde las bases de la revolución y sus luchadores sobre el terreno.Tal vez esta carencia sea la causa principal que le otorga al régimen esa capacidad de mantenerse. Es cierto que la máquina represora que construyó Al-Asad padre al estilo norcoreano, es una máquina sorda, pero esa sordera podría haberse roto con un proyecto nacional democrático con postulados claros, que forme parte de la práctica popular diaria, y con la creación de diversas estrategias de confrontación.
Un punto débil es un punto fuerte y viceversa. Esto explica cómo y por qué el régimen no ha logrado acabar con la revolución. La «doctrina de Hama» que inventó el régimen en 1982, ha sido aplicada por dosis, llegando a su punto álgido en Homs, pero no ha servido, puesto que la máquina represora está golpeando a un cuerpo de mercurio que, apenas conformado, se descompone y vuelve a recomponerse. Por su parte, el aparato de seguridad se sorprendió con el hecho de que su observación y vigilancia de los opositores era inútil, pues se van creando continuamente nuevos liderazgos en lugares escondidos que el régimen ni imaginaba, por ello «sus victorias militares» no sirven.
La revolución no se detendrá, y la posibilidad de que se calmen los bombardeos con la llegada de los observadores internacionales, según el plan de Annan, será una ocasión para renovar la fuerza de las campañas populares para salir de nuevo. Ello sin soñar con que el régimen detendrá la represión y las matanzas, sino que lo más probable es que la fantasía represora y criminal nos sorprenda con nuevos métodos.
El punto débil de la revolución significa que el largo sufrimiento seguirá prolongándose y que hay que un esfuerzo político y mental que debe salir de los capullos que han comenzado a abrirse, y que todos los que apoyan la revolución del pueblo sirio no deben escatimar su apoyo y su crítica. Criticar las prácticas erróneas es apoyar, del mismo modo que la construcción de una ética revolucionaria que comience por evitar el sectarismo y rechazar la venganza se ha convertido en una misión urgente. Nuestra admiración por la revolución, su espontaneidad y nuestras sorpresa por los grandes sacrificios que han ofrecido los sirios y las sirias no debe impedirnos señalar este punto de debilidad, que ya no puede seguir aceptándose, y que indica el extraño y sorprendente retraso de la élite política en lo que respeta al pueblo.
Pero la revolución es la única opción, todo avance debe partir de las realidades que ella misma crea, abriéndose así nuevos horizontes para cimentar los valores revolucionarios. Todo lo demás que se diga y toda llamada a la tolerancia con el régimen en nombre de los errores de la revolución y sus problemas es desertar de la política y la vida.
No hay alternativa a la revolución. No habrá marcha atrás hasta la caída del régimen y la fundación de la democracia. Desde esos dos puntos parte la política, que ha de mantenerse fiel al grito salido de lo más profundo, y que convirtió un reclamo de dignidad humana en el mayor acontecimiento histórico de la historia moderna de los árabes.
Tomado de http://traduccionsiria.blogspot.com.es/2012/04/no-hay-alternativa-la-revolucion.html