Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
En el video, la cabeza de Bashar al-Asad se agita sobre una gran almohada blanca; de repente, Bashar despierta. «¡El pueblo quiere derrocarme!», grita y el pompón de su gorro de dormir rebota a un lado y otro.Se acerca un oficial militar, le da una palmadita sobre la cabeza y susurra suavemente como si confortara a un bebé: «No se preocupe, querido Presidente, nadie quiere derrocarle. Vuelva a dormirse».
«¡Pero estaba soñando que el pueblo ya no me quiere!». «Todos le queremos, Sr. Presidente», dice el oficial, «pero tiene que descansar, ¡mañana es viernes y nos queda mucho trabajo por hacer!». Bashar apoya la cabeza en la almohada y dormita.
«Duerma… duerma… no permita que nada disturbe sus sueños», canturrea el oficial. «Ya verá cómo tratamos a los terroristas, salafíes y conspiradores. Le libraremos de todos ellos…»
Pero la pesadilla de Bashar se convierte en realidad. Dos actores surgen de debajo del escenario de madera con los rostros envueltos en keffiyas y, con ojos bien brillantes, van moviendo unas marionetas de un lado al otro mientras gritan al compás de un redoble de tambor: «¡Qué bella es la libertad!».
Solo unos cuantos de nosotros estábamos allí presentes. Obligados a mantener el acto en secreto, nos pusimos en cuclillas sobre el suelo de un oscuro escenario en la parte de atrás de un teatro de Beirut en una fría tarde de noviembre.
Desde que empezó el levantamiento sirio, Beirut ha sido testigo de cómo los artistas disidentes sirios afluían a la ciudad buscando refugio, invadiendo los pocos bares alternativos donde la comida y la bebida son asequibles. En sus reuniones, era fascinante observar que sus acaloradas conversaciones, en vez de dejarse llevar por la depresión, como cabía esperar, estaban salpimentadas de bromas y chistes políticos sobre las satíricas consignas, canciones y videos que circulan por toda Siria y por Internet.
Tras mis primeras reuniones, decidí que esas mentes tan creativas contribuyeran a apoyar el levantamiento -tanto en el Líbano como en Siria-, por lo que pedí a algunos de mis nuevos amigos sirios que me introdujeran en ese mundo. Es un mundo que empezó a formarse hace más de un año pero que apenas ha recibido atención de los medios internacionales porque se expresa fundamentalmente en lengua árabe.
Un día recibí una llamada telefónica invitándome a presenciar la preparación de la obra.
Tras detenerles durante la Marcha de Intelectuales y Artistas que se celebró en Damasco el 13 de julio de 2011, los actores decidieron ocultar sus identidades durante las actuaciones. Unas grotescas marionetas de madera, creadas por un famoso artista sirio, ocuparon su lugar. Yamil (no es su nombre real), el director de la obra, había entrado ilegalmente en el Líbano ataviado con una peluca y grandes mostachos. La actuación no iba a tener público, iba a grabarse para subirla en Internet.
«Ni siquiera fuera de Siria estamos a salvo de los matones del régimen», dijeron los actores, que señalaron las marionetas, ahora sin vida, depositadas en el suelo. «Somos terroristas y alborotadores. ¿No ves nuestras armas?»
Una joven de Damasco continuaba trabajando en el decorado, colocando un marco dorado alrededor de una foto de Hafiz al-Asad. Quien fue en otro tiempo casi un icono sagrado, estaba ahora listo para el ridículo.
Los desafortunados intentos de la comunidad internacional para trazar una vía que saque a Siria del actual punto muerto y ponga fin al cada vez más elevado número de víctimas han provocado una creciente desesperación que ha empujado al levantamiento, esencialmente civil, al borde del abismo de un conflicto armado. Este conflicto ha eclipsado el modo en el que el espíritu revolucionario ha alimentado la sátira y el ingenio por los que el país es famoso y que han colmado la vida diaria de una explosión sin precedentes de expresión creativa.
Durante décadas, los sirios no hicieron otra cosa que susurrar. «Incluso las paredes tienen oídos», era un dicho popular. Las bromas políticas se limitaban a los círculos de confianza y la gente se veía obligada a reverenciar la iconografía del líder, un culto que se había extendido a colegios, espacios públicos, producciones culturales y medios de comunicación. Cuando el levantamiento evolucionó, los medios estatales, adheridos a la delirante narrativa de que todos los manifestantes son terroristas armados, dejaron de tener influencia en la mayoría de la gente. Una poderosa contracultura fue desbloqueando las mentes, apoyándose en la tradición popular y sacando hábilmente partido de las herramientas de la tecnología moderna de la comunicación.
Salí del Líbano hacia Damasco en abril de 2012. Ya en el lado sirio de la frontera, pasamos por delante de Zabadani, una ciudad turística acurrucada entre idílicas y verdes colinas, donde se estaban produciendo feroces combates. Fue aquí donde se creó la consigna más sencilla y mordaz de la revolución que se extendió finalmente a las canciones y muros por todo el país: «No te queremos». Puede que a los de fuera les parezca algo ingenuo, pero supuso un golpe letal al culto al líder construido sobre la idea de que el pueblo sirio es como un niño que adora a su paternal líder. Minhibak (Te queremos) era una frase que los sirios tenían que repetir una y otra vez: una orden para amar. En la actualidad, los partidarios del levantamiento hacen bromas con eso, llamando a los grupos leales al régimen los «minhibakiyeh»: ‘Los que te amamos’. Desafiar el culto al líder ha sido siempre un acto altamente subversivo y los sirios decidieron hacerlo a menudo con gran sentido del humor.
Un día a mediados de los noventa, cuando estuve viviendo durante un año en Damasco en casa de una tía, acompañé a una prima mía a una marcha escolar. Los alumnos gritaban: «¡Hafiz al-Asad, el líder eterno!», cuando de repente un grupo de alumnos mayores empezó a balar: «Ha-a-a-fiz al-A-a-a-ssad, el lí-í-í-der e-e-e-terno», y después acabaron deshaciéndose de risa. Mi prima se quedó helada de miedo y al mirar su rostro comprendí la gravedad de lo que habían hecho. Los jóvenes tuvieron suerte, su pequeña actuación pasó desapercibida y durante unos minutos habían conseguido ridiculizar tanto al líder como a ellos mismos.
Los escolares de Daraa, probablemente de la misma edad que los niños que balaban y cacareaban hace veinte años, fueron torturados por pintar grafitis subversivos en los muros, desencadenándose el levantamiento cuando sus indignadas familias tomaron las calles para protestar.
«Es increíble cómo piensa, habla y actúa ahora la gente», me dijo el escritor Hassan Abbas. Si uno intenta aprender algo sobre Siria, es siempre recomendable hablar primero con él, porque es la enciclopedia andante del país.
Abbas estaba sorprendido de la fuerza con la que los sirios se habían convertido en pueblo: «No es la elite de artistas o intelectuales quienes forman la vanguardia, sino la gente normal y corriente». Y les comparaba con Aladino, atrapado, diminuto e insignificante, en la lámpara mágica, convirtiéndose en un gigante una vez liberado. Por vez primera, los sirios están conociendo su propia geografía, señaló. Los mapas de Siria solían esta prohibidos por razones de seguridad y las bibliotecas tenían que importar mapas de Jordania o Líbano. «Me considero a mí mismo un experto en Siria», dijo, «pero de repente parece que estuvieran surgiendo lugares de la nada y escuchamos dialectos nunca antes oídos. Ahora es el pueblo sencillo del país, a quien todo el mundo consideraba analfabeto, el que nos está educando. Mira Kfar Nibl».
Kfar Nibl, un pueblo situado al norte de Siria, cerca de Idlib, era totalmente desconocido hasta que el sarcasmo lo puso en el mapa. Kfar Nibl se ha convertido en una marca de las mejores y más divertidas consignas, compartidas y difundidas por activistas y simpatizantes. Cuando los observadores de la Liga Árabe llegaron a Damasco y se alojaron en el Hotel Sheraton, se hizo circular una foto en la que aparecía un grupo de aldeanos sosteniendo una pancarta en la que podía leerse: «¡El pueblo de Kfar Nibl exige la construcción de un hotel de cinco estrellas para que los observadores árabes nos visiten también a nosotros!»
Sin embargo, tan alto espíritu de desafío no queda impune. Las fuerzas de seguridad han invadido el pueblo en varias ocasiones, pero ellos siguen inventando consignas.
Aplastar la resistencia no violenta fue una medida muy pensada, expuso Abbas, un intento de forzar a la gente a tomar las armas contra un Goliat militar. «¿Por qué detuvieron y torturaron a los manifestantes pacíficos?» Abbas cree que el peor enemigo del régimen es la gente que se reúne pacíficamente en un espacio público.
Día a día, las protestas se fueron acercando desde los suburbios al centro de Damasco, pero los manifestantes todavía no lograban ocupar las plazas más importantes de la capital. En abril de 2011, los manifestantes de la Plaza Abbasiyin fueron recibidos con fuego de artillería pesada. Los manifestantes en las plazas centrales de Homs y Hama se encontraron con el mismo destino.
«Como desde el principio trató de destruirse ese espacio público, éste se trasladó de la esfera física a la cultural y espiritual dispersándose por toda Siria como gotas de agua», explicó Abbas, nombrando pueblos anteriormente dormidos donde continuaban surgiendo protestas por calles y plazas. «No tenemos un espacio colectivo pero tenemos al menos nuestras danzas colectivas».
El brío con el que los sirios recuperaron la música y danza tradicional no es solo una espina en el costado de las autoridades. El clérigo sunní ultrarradical Adnan al-Arur, que huyó en los años ochenta de su ciudad natal de Hama exilándose en Arabia Saudí, utiliza los canales religiosos por satélite para incitar contra los chiíes y alauíes. Pero trata de impedir también que los manifestantes canten y dancen en base a que tales actividades son haram, es decir, prohibidas por la religión. Hizo un llamamiento a Abdel-Baset Sarut para que dejara de cantar y de mezclarse en público con las mujeres.
Sarut, llamado «el ruiseñor de la revolución» por sus admiradores y «emir salafí» por el régimen, es en estos momentos el portero de un equipo de fútbol de Homs. Su ascenso a la fama empezó cuando se puso a la cabeza de una muchedumbre de manifestantes en Homs y empezó a cantar sobre sus hombros. El documental Waer, filmado por la cineasta siria Samira (no es su nombre real) es un relato convincente de su historia.
Samira se reunió conmigo en la calle. «Caminemos», me dijo. «Nunca he disfrutado tanto». Retenida durante meses por los servicios de seguridad, le está costando mucho recuperarse. Cuando al-Arabiyya emitió su documental en noviembre, y se la confinó en una celda, las calles de Homs se quedaron desiertas porque la gente estaba frente a las pantallas de televisión. Una de sus primeras decisiones fue grabar en Homs, al presentir de alguna manera que la ciudad con sus divisiones sectarias se convertiría en un disputado campo de batalla. La gente tenía un gran deseo de identificarse con alguien, dijo Samira, y desde el más complejo de los lugares surgió esa voz, que expresaba lo que ellos sentían.
«Al ser de origen beduino, Sarut tiene una natural confianza en sí mismo y le gusta pasarse algún tiempo frente al espejo», rió Samira. «Las mujeres le adoran como a Brad Pitt y los hombres tratan de parecerse a él.»
Sarut, que ha sido objeto de varios atentados por las fuerzas del régimen, está ahora escondido y hace ocasionales apariciones para prestar su apoyo a las protestas. En una emisión, a primeros de diciembre, en un programa que ofrece al-Arur en un canal del que también tiene la propiedad, Sarut telefoneó. Defendiendo que esa canción era el arma de los desarmados, procedió a cantarla en directo en el programa ignorando totalmente al clérigo. También se unió en esas apariciones a la destacada actriz alauí Fadia Suleiman hasta que la obligaron a huir del país.
Los sirios llevan amordazados tanto tiempo, explicaba Samira, que la cultura popular resulta subversiva a todos los niveles: «Rompe con la cultura estalinista que el Partido Baaz impuso al país y ridiculiza la cultura de las elites en un programa en la Opera de Damasco, algo tan alejado de la vida de la gente. Finalmente, cuando la gente grita mientras baila «Dios es grande», desafían también al islamismo radical y al salafismo porque nada de eso se permite en una interpretación religiosa estricta.
En Damasco, sede del establishment político y de seguridad, los disidentes se ven obligados a moverse en la clandestinidad. Visité a Sami (nombre ficticio) y a un grupo de activistas en un apartamento alumbrado con luces de neón y un espeso ambiente a causa del humo de los cigarrillos. Nos sentamos sobre colchones y bebimos té a sorbos. Sami se llama a sí mismo «un freelancer de la revolución». La razón que ofrece de por qué se unió al levantamiento es sencilla y precisa: «No queremos que nos cuenten más sandeces». Apagó el cigarrillo, encendió otro y se disculpó por no poder abrir la ventana y dejar que entrara el aire fresco. «No queremos que los vecinos oigan nuestra conversación, ¿verdad?».
«Insulsa, reaccionaria y sin visión alguna», así describió Sami la maquinaria de propaganda del régimen: «No tienen nada importante que decir, por eso están imitando a la revolución». Se rió recordando cómo, en una ocasión, los shabiha , mientras emulaban la consigna revolucionaria «Libertad para siempre, incluso contra tu voluntad, Bashar», gritaron: «Shabiha para siempre, incluso contra tu voluntad, Bashar».
Experto en Internet, con el pelo largo, familiarizado con la subcultura occidental y mencionando de pasada a su novia, representa el prototipo del árabe laico, moderno y revolucionario que adornaba las portadas de las revistas occidentales el pasado año antes de que las elecciones en Túnez y Egipto recuperaran las barbas islámicas para las primeras páginas. No se siente especialmente asustado por los islamistas.
«¿Cuál es la diferencia?», preguntó. «Cuando se obliga a la gente a besar la foto de Bashar al-Asad y a recitar La ilaha ila Bashar (No hay otro dios que Bashar), ¿no es eso otro culto religioso parecido al incuestionable culto a Dios de los islamistas?».
En opinión de Sami, el culto al líder ha llegado a estar tan arraigado que las autoridades no saben cómo lidiar con el hecho de que el levantamiento es en gran medida popular: «Siempre echan mano de oscuras personalidades que, según ellos, agitan a la gente desde fuera. De esa forma, personajes como al-Arur fueron en un primer momento cobrando importancia».
El grupo quiere revolucionar el centro de Damasco, donde la vida prosigue a un ritmo casi normal. Intentaron promover varias huelgas, casi siempre en vano. Sami fue uno de los que desactivó los cajeros automáticos en las barriadas acomodadas de Damasco cuando sus residentes ignoraron una huelga general convocada por los manifestantes. Preparó unas simples tarjetas de plástico que parecían tarjetas de crédito, las cubrió de pegamento y las pegó en las ranuras de los cajeros. Recordaba divertido cómo los empleados de los bancos intentaban desesperadamente despegarlas de las máquinas, maldiciendo las tarjetas con los más duros insultos.
Me introduje caminando por una tranquila barriada que discurre por detrás de la ajetreada calle Bagdad para visitar el taller de Yusef Abdelke. Yusef me dio la bienvenida a través de una pequeña puerta de madera que, como tantas otras entradas diminutas de la ciudad, oculta un espacioso y bello patio otomano cubierto de azulejos negros y blancos. Abdelke es uno de los pintores más importantes del país y cofundador de la página en Internet Art and Freedom.
Me ofrecía una taza del té de hibisco que hervía mientras las palomas zureaban en el patio. Su pelo, recogido en una cola de caballo, se había vuelto blanco como la nieve. Después de estar detenido, en tiempos de Hafiz al-Asad, por sus actividades políticas con la izquierda, pasó veinticuatro años de exilio en París. Desde su vuelta a Siria en 2008, las autoridades le han impedido viajar sin necesidad de imponerle la prohibición formal a viajar que se dicta contra muchos miembros de la oposición política, sino mediante el igualmente común y eficaz método de bloquear la renovación de su pasaporte. Para conseguirlo, tendría que visitar la seguridad interna a fin de resolver «antiguas cuestiones».
«¿Estás loca?», me gritó cuando le pregunté si no merecería la pena intentarlo, después se echó a reír. «A mi edad no voy a ir a hacer una audición a la seguridad del estado como si yo fuera un criminal y ellos los patriotas». Parece estar en paz consigo mismo. Cree que encontrar la libertad en el exilio es una ilusión. «Tiene mucho más de declaración política quedarme en silencio en Siria que manifestarme en el extranjero». Sin embargo, él no es de los que se quedan callados. Su grupo invita a los artistas a crear obras que den expresión artística al levantamiento. También tomó la iniciativa de fundar una unión independiente de artistas. Toda producción artística tiene que someterse a la autorización de las instituciones culturales que operan bajo el ministerio de cultura y que cuentan con personal muy próximo a los círculos de poder. Aunque los pintores se las arreglaban a menudo en el pasado para evadir la censura, ya que no estaban organizados bajo una entidad especializada comparable a las poderosas instituciones del cine y el teatro, el ministerio de cultura ha recuperado la censura previa para las exposiciones desde que empezó el levantamiento. «Hemos vuelto al espíritu de los ochenta cuando, tras la masacre de Hama, se prohibieron las exposiciones». Abdelke no espera poder mostrar su obra en Damasco a corto plazo. En cambio, esa obra está de gira por París, Beirut y El Cairo, mientras el artista se queda atrás.
A diferencia de Abdelke, Firas (nombre ficticio) es un hombre que lleva una doble vida. Me reuní con él en Yabal Qasiun, la montaña que se cierne sobre Damasco ofreciendo vistas espectaculares de la ciudad. En el lugar adonde las familias solían escapar del sofocante calor del verano, se han demolido la mayoría de las antiguas cabañas que se utilizaban para picnic. Lo único que quedó a salvo fue un restaurante de moda en la cumbre, propiedad de un magnate de los negocios y compinche del régimen, Mohammad al-July. Estuvimos vagando a lo largo de la hilera de cafés débilmente iluminados que reemplazaban a las cabañas y que se utilizaron para atender a los visitantes del Golfo que llegaban buscando mujeres iraquíes, las víctimas a las que la guerra y la pobreza habían arrojado a la prostitución. Ahora están casi vacíos. Finalmente nos acomodamos en un café que tenía un sofá imitando la piel de tigre. Rodeados de palmeras de plástico iluminadas con una luz rosada, una inmensa pantalla de televisión ofrecía canciones pop libanesas por encima de nuestras cabezas.
«Sí, aquí nadie me reconocerá». Satisfecho, Firas asintió con la cabeza y pidió unos batidos de fresa. Fue una de las pocas estrellas populares de la televisión que tomó la decisión de situarse junto al levantamiento y que esconde su desagrado por las producciones oficiales culturales que le hicieron famoso y que continúan produciéndose a pesar de los disturbios.
En los últimos años, Siria se había hecho célebre por sus series de dramas suntuosos, en parte financiadas por las monarquías del Golfo, que se habían hecho tan famosas que consiguieron suplantar a las producciones egipcias que habían dominado durante décadas las pantallas de televisión de toda la región.
Los actores de la televisión siria alcanzaron el estrellato y se atrajeron un número enorme de fans. Desde que empezó el levantamiento, muchos de ellos han decidido permanecer en silencio, cuando no han defendido al régimen. «Cuando algunos actores firmaron un comunicado contra el asalto en Daraa, recibieron amenazas. Así que, la mayoría están ahora cagados de miedo», dijo Firas.
El drama sirio empezó contando con un presupuesto relativamente bajo y por tanto se grababa en localizaciones naturales, no en estudios. La autenticidad se convirtió en su marca pero ahora la mayoría de los lugares son inaccesibles y algunos países del Golfo se niegan a comprar producciones sirias. Incluso así, dijo Firas, «todavía intentan proyectar la imagen de que todo va bien». Firas abandonó todos sus proyectos televisivos pero recientemente decidió trabajar de nuevo para evitar el radar de la seguridad: «Si dices que no demasiadas veces, levantas sospechas». Le pregunté por qué no hacía público que apoyaba el levantamiento. «¿Y después qué?», me contestó. «¿Salir a la luz pública y perder la posibilidad de contribuir con algo positivo?»
En vez de hacer eso, optó por rodar documentales clandestinos que se muestran en los canales árabes por satélite. «Algún día nuestra sociedad tendrá que curarse las heridas y necesitaremos una documentación adecuada, de mejor calidad que los temblorosos videos de YouTube». El viento soplaba y allá abajo las luces verdes y blancas de Damasco parpadeaban. Inspiró profundamente: «Es bueno mirar hacia abajo desde arriba. La ciudad se ha convertido en una pesadilla orwelliana».
En el Damasco orwelliano, los manifestantes han tenido que acabar haciendo un uso creativo de Internet. Cuando era demasiado arriesgado tomar las calles, se utilizaban los videos caseros como medio para sustituir las manifestaciones. En mayo de 2011, las mujeres crearon un precedente inspirador cuando empezaron a subir «sentadas caseras«, en las que aparecían con gafas de sol negras y sosteniendo pañuelos frente a sus rostros mientras coreaban consignas a favor de un estado civil y de la democracia. En una reunión de artistas, hablé con Loay (nombre ficticio), un dramaturgo que había filmado muchas sentadas. Los reunidos empezaron de repente a debatir sobre armamento. Afloraron las contradicciones y los tonos de las voces fueron haciéndose más altos. Loay hizo una pausa para asomarse a la calle por la terraza y comprobar si los transeúntes podían escuchar las voces. «Deberíamos salvaguardar el alma cívica de esta revolución», subrayó, «y creo que las mujeres serán las líderes de esa misión».
Indicó que habían sido mujeres jóvenes quienes habían llevado recientemente su protesta al corazón del establishment político y empresarial. El 10 de abril de 2012, el día en que se suponía que entraba en vigor el alto el fuego negociado a través de la iniciativa de Kofi Annan, Rima Dali, de 34 años, derramó pintura blanca sobre su vestido rojo frente al Parlamento, sosteniendo una pancarta en la que se leía: «Que pare la matanza. Queremos una patria para todos los sirios». Pocos días después, cuatro muchachas se tumbaron en el suelo en el Centro Comercial Damasceno mientras las compradoras de clase alta tropezaban con ellas.
«Lo que están haciendo es muy inteligente», explicó Loay. «Como el régimen describe a los manifestantes como terroristas asesinos, es difícil castigar a la gente por pedir que se ponga fin a la violencia y una nación para todos.»
Apenas salió de la prisión, Rima Dali se puso de nuevo a trabajar organizando una campaña global. «Tenemos que hacer todo cuanto podamos para demostrar que el pueblo sirio quiere una solución política», me dijo por Skype. «Hay muchos y diferentes actores que están tratando de secuestrar la revolución y que tienen interés en incendiar el conflicto. Si algo nos ha aportado la iniciativa, ha sido un poco de espacio para recuperar el activismo no violento. No podemos dejar pasar también esta oportunidad».
De regreso en Beirut, cerca de la estación de autobuses donde llegan los taxis y autobuses que vienen Siria, me reuní con Mustafa Haid en la puerta de atrás de un café, un lugar habitual de reunión de los activistas sirios. Es un investigador de la situación de los derechos humanos a quien desde hace años se prohíbe viajar y que pasa ahora parte de su tiempo libre navegando por Internet para encontrar nuevas producciones creativas y anotarlas en su cuaderno: «Si no archivamos todas estas expresiones, se olvidarán». Pasando de un clip a otro, demuestra cómo la credibilidad de la narrativa oficial ha ido poco a poco erosionándose, quedando de inmediato en ridículo casi cada acto propagandístico del estado mediante los videos en formato casero. Cuando surgió en Midan la primera protesta masiva, la televisión estatal informó con toda seriedad que la gente había tomado las calles para dar gracias a Dios por la lluvia. Haid me muestra un video del pronóstico meteorológico que apareció en Internet pocos días después, mostrando nubes sobre Damasco, con el titular: Noticia importante. Los habitantes de Midan dan gracias a Dios por la lluvia, pero Al-Jazeera insiste en describirles como manifestantes por la democracia.
Con los videos caseros, los ciudadanos han desafiado también la propaganda oficial que tilda a los manifestantes de bandas armadas y terroristas. Haid hizo un comentario sobre uno de los primeros, un video casero muy sencillo del levantamiento que apareció en marzo de 2011. Muestra un niño pequeño que está con los ojos tapados y maniatado junto a un sofá del cuarto de estar de su hogar mientras una voz recita: «Hemos capturado a las bandas armadas». La cámara va del niño a todo un surtido de armas extendido a sus pies: pistolas de plástico y monedas de 25 liras.
Otro de los primeros videos que aparecieron, este grabado en Homs, mostraba a tres hombres con los requisitos habituales de un grupo terrorista armado: keffiyas, kalashnikovs y barbas. Una voz les ordena que enseñen sus armas: uno saca un calabacín hacia la cámara, el segundo una berenjena, mientras el tercero enseña un cinturón de munición amarrado a la muñeca lleno de algalia.
Admitiendo con una amplia sonrisa que los sirios están obsesionados con la comida, Haid me muestra uno de sus favoritos. Es también uno de los primeros videos, en respuesta a una trasmisión de la televisión oficial en la cual un supuesto testigo describía como los terroristas estaban envolviendo con medicinas y billetes de 500 liras los sándwiches de kebab y utilizándolos como sobornos para hacer que la gente protestara. Dos jóvenes de Hama subieron con prontitud un falso programa de cocina titulado: «¡Come y protesta!» Hablando con un pepino como micrófono, el chef anuncia el plato del día: «El kebab de las 500 liras». Hace un repaso de los ingredientes: «Primero abrimos el pan y lo llenamos de kebab (bajo en grasas, desde luego, para que no empape el dinero). Hoy vamos a utilizar píldoras con sabor a dinamita, especialmente adecuadas para ataques suicidas. Las machacamos bien, para que los manifestantes no se den cuenta del sabor. Después, rociamos el kebab con la pólvora sin que pueda verse. Envolvemos apretadamente el sándwich con el dinero. Y ¡bon appétit! Si quieres saber lo delicioso y eficaz que es este sándwich, puedes pedir a cualquiera de las 500.000 personas que toman las calles en Hama que te ofrezcan uno».
Para Haid, lo que está en marcha es algo más que un mero levantamiento: «Los dictadores juegan con el miedo y crean tabúes casi sagrados. Es por eso que estas formas de expresión son verdaderamente revolucionarias: porque profanan los símbolos del poder», dijo.
Como el disentimiento mordaz ha despojado al régimen de cualquier posible legitimidad que un día pudo tener, admite amargamente que en estos momentos es la violencia absoluta y todas las apuestas de los intereses de la política internacional lo que lo están manteniendo. Encuentra la sabiduría en una entrada de una página de Internet: El régimen está acabado, pero ¿cómo nos libramos de él?
Layla Al-Zubaidi es antropóloga, activista y directora de la Oficina para Oriente Medio de la Fundación Heinrich Böll, que tiene su sede en Ammán; asimismo es co-editora del libro de inminente aparición «Democratic Transition in the Middle East: Unmaking Power» (Routledge).
Fuente original: http://www.jadaliyya.com/pages/index/5920/syrias-creative-resistance