La sabia máxima que reconoce que cada generación debe escribir su propia historia, ha tenido una feliz realización con la publicación por Ediciones Boloña del título Cuba entre tres imperios: perla, llave y antemural, de la autoría de Ernesto Limia Díaz (Bayamo, 1968). Graduado de Derecho, la seriedad de este primer libro lo confirma en […]
La sabia máxima que reconoce que cada generación debe escribir su propia historia, ha tenido una feliz realización con la publicación por Ediciones Boloña del título Cuba entre tres imperios: perla, llave y antemural, de la autoría de Ernesto Limia Díaz (Bayamo, 1968). Graduado de Derecho, la seriedad de este primer libro lo confirma en nuestro medio como un profesional de la Historia.
El ímpetu de estudiante sagaz que afortunadamente aún le es cercano al autor, se une en este texto con la madurez de un joven profesional, que asume la historia de su patria como un hecho de totalidad, sin estancos ni parcelas, con ir y regreso desde y al archipiélago que por definición es Caribe y Latinoamérica, y también mundo. Esta ambición por atrapar la dialéctica de lo local-global es ya un mérito en un medio historiográfico que no se ha salvado del boom de la micro-micro historia, entendida esta no como la necesaria mirada hacia las especificidades y lo fenomenológico, sino como concesión al proclamado fin de los metarrelatos. Que tal propósito holístico se logre llevar a feliz término, es además una buena noticia para la historiografía cubana, y también para quienes enseñamos historia, y estamos en la tarea de romper los esquemas pretendidamente «didácticos», en pos de abrir a la mente y el corazón de nuestros estudiantes el discurso real y maravilloso del pasado en presente.
La política de las potencias europeas -de España, Francia y el Reino Unido de la Gran Bretaña- alrededor de Cuba articula la visión del libro y constituye su principal eje. El colonialismo en su esencia descarnada, sus sujetos de poder, las monarquías, sus personeros y aliados en tanto bloque expoliador, se presenta sin los cosméticos de las múltiples visiones edulcoradas. Ello no impide dibujar las particularidades de cada sujeto, y sobre todo rescatar la credibilidad de las personalidades en tanto portadores de sentimientos, necesidades e intereses. Más que la bibliografía que lo acompaña, el texto deja explícita huella de la amplia y exhaustiva investigación documental y bibliográfica que ha realizado su autor.
Lima Díaz demuestra su dominio sobre la teoría, la metódica y metodología de la Historia, pero sobre todo acredita una notable fortaleza filosófica, para demostrar que el discurso académico debe y puede romper los moldes tecnológicos que lastran el trabajo de no pocos jóvenes -y no tan jóvenes- investigadores, a los que hemos formado en los logaritmos del método y el culto al documento, en pleno divorcio con la teoría del conocimiento y su aplicación pluricualitativa. Hay en la narración, por demás, una vocación de filosofar, ejercicio muy raro en nuestro medio, porque en tal despliegue de inteligencia no se educa hoy en nuestras cátedras.
Forma y contenido premian también el esfuerzo de este autor. Ha escrito un tratado de Historia que sustenta con un rico aparato referencial, pero este «tratado» se lee como novela. Hay que decodificar las tesis y los informes. Quienes entendemos esta demanda, no siempre lo logramos en nuestra propia producción, querer no es poder, nuestros más cercanos camaradas saben del esfuerzo, pero el público lector necesita y premia los resultados. Limia Díaz ha cosechado con éxito en tan difícil oficio.
De manera explícita y recurrente el autor toma distancia del relato histórico, para aportar su opinión, que no solo es historiográfica, sino eminentemente ética y política. Esta herejía será criticada por los eternos veladores del discurso de la ciencia, habrá quien lo acuse de «politizar» su texto. Estoy convencido de que Limia Díaz sabe a qué se expone, y lo hace con toda intención. No hay en él un posicionamiento confrontativo, ni irrespetuoso. Todo su libro es un serio homenaje a quienes le han antecedido, en particular a los maestros más contemporáneos de la ciencia. De lo que se trata es que su trabajo se realiza en consecuencia con un criterio de principio, sobre el objeto social y la misión política e ideológica de la Historia. Y en mi opinión este no es solo otro acierto, sino que estamos ante la principal provocación intelectual que aporta el autor.
Entre los debates historiográficos y siempre ideológicos sobre los que Limia Díaz toma partido, deseo subrayar dos. El tema indígena en cuanto a lo que nos devela como reto, y el de la llamada toma de la Habana por los ingleses, por su inmediata actualidad, al cumplirse el pasado 6 de junio los 250 años del inicio del sitio de la capital por la armada invasora.
El tema de la conquista y colonización
Este libro comienza la historia de Cuba en el punto de estudiar a sus primeros descubridores. Limia Díaz cuestiona la pretendida extinción indígena, lo que para el autor no descalifica, sino que presupone la abrupta disminución de esta población, como consecuencia del genocidio de la conquista y colonización. Y ello no le impide reconocer el papel desempeñado en la crítica de la barbarie colonialista, por una élite erudita de la Iglesia Católica, fundamentalmente de dominicos, en la que destaca la excelsa figura de Bartolomé de las Casas.
Como sugerencia para una próxima edición, hay que recomendarle una más actualizada conceptualización sobre el tema de las culturas que habitaban Cuba a la llegada de los europeos, categorías como indio y/o indocubano han sido trascendidas por los aportes de nuestros arqueólogos y antropólogos. Esta anotación nos ratifica por demás, la urgencia ya expresada por los colegas de las mencionadas disciplinas, de promover en el espacio editorial nacional, una mayor presencia de los importantes resultados que sobre el mundo indígena cubano se acumulan en los centros y colectivos de investigación del país.
Desafortunadamente a pesar de existir interesantes propuestas, la Historia Antigua de Cuba y las ciencias que a su actualización más contribuyen, no rebasan los círculos de sus propios creadores, no fertilizan con amplitud la labor docente en las universidades. La historia de los primeros descubridores de Cuba, sigue reducida y desactualizada en los textos escolares, y se mantiene distante del conjunto de los cientistas sociales y el público interesado.
La invasión de La Habana por los ingleses
En la visión de Limia Díaz hay una narración precisa que se despoja del recurrente discurso de una historiografía centrada preferentemente en el tema militar. El autor coloca a los actores internacionales y locales, y como elemento novedoso devela dentro del campo agresor inglés, la existencia del bloque de intereses y personajes de las 13 colonias británicas de Norteamérica.
Los estudiosos de la relaciones entre Cuba y los Estados Unidos encontrarán en la visión que Limia Díaz brinda, un punto que hasta ahora no ha sido suficientemente sopesado. Coloca este autor en el escenario de la batalla inglesa por La Habana y en los entresijos políticos de su ocupación y negociación, a figuras que como George Washington, y Benjamín Franklin serían reconocidos como padres fundadores de la nación del Norte, catorce años después.
Limia Díaz vuelve sobre el hecho suficientemente demostrado por los estudiosos del tema, que refieren la incapacidad y cobardía del Capitán General español y de la mayoría de la oficialidad colonialista, y frente a tan execrable conducta destaca la actuación del capitán de navío español Luis de Velasco e Islas y los defensores del Castillo de los Tres Reyes de El Morro, que resistieron durante 44 días el asedio de los invasores. La venganza de la potencia tratante de esclavos, que deja con vida a los militares españoles hechos prisioneros, para masacrar a cuchillo a los defensores negros de la fortaleza, dibuja el carácter genocida y racista del ejército invasor y recuerda episodios similares de esas tropas imperiales en otras latitudes.
El autor nos recrea la resistencia habanera como categoría histórica principal. Habla de los regidores devenidos en jefes militares y efectivos guerrilleros. Junto al legendario José Antonio Gómez de Bullones – Pepe Antonio -, coloca entre otros, al Coronel Don Luis José de Aguiar, que llega al torreón de la Chorrera cuando las tropas españolas ante la inminente llegada de las fuerzas invasoras se retiraban; se niega a abandonar la posición, reemplaza los cañones, y resiste el embate británico con 500 milicianos y 150 esclavos a su mando, hasta que la superioridad del atacante les obliga a abandonar las trincheras. A tiro limpio se retiran los milicianos, para continuar en la profundidad del territorio habanero, la lucha contra la ocupación durante los once meses que esta se prolongó. Pienso que en la reedición que este libro merecerá en un futuro inmediato, debe revelarse la participación en estos hechos del capitán de granaderos del batallón de Morenos Libres de La Habana Joaquín Aponte, quizás uno de los negros libres con mayor rango militar, de quien no por casualidad sería nieto José Antonio Aponte Ulabarra, el primer líder independentista y abolicionista cubano.
Hace honor Limia Díaz al cabildo habanero que no se dejó humillar por el jefe invasor. Precisa la postura rebelde del obispo Pedro Agustín Díaz Morell y Santacruz, y no deja de colocar la patriótica protesta de la primera escritora cubana Beatriz de Jústiz y Zayas Bazán y cien mujeres habaneras que acusan el medroso y errático proceder del mando español.
No olvida el historiador, precisar que al sonido de Don Dinero, un grupo de conciencias se reblandecieron, y que no faltaron los colaboradores y mercenarios. Este es un recordatorio a tener siempre en cuenta. Los invasores por su parte, no podían en La Habana ni tomarse un vaso de vino en una taberna, sin que peligrara su vida, y esa es la principal lección y legado para todos los tiempos.
La pretendida prosperidad que produjo la invasión, convertida en un mito de la historiografía burguesa, que aún hoy se escucha y lee, es desmenuzada con el escarpelo del investigador. En tal sentido, el libro demuestra de forma irrefutable la endeblez de la tesis que afirma que el acontecimiento que tratamos, en perspectiva, fue un elemento de progreso en la historia de Cuba.
Acude Limia Diaz a Manuel Moreno Fraginals, para precisar que los once meses de dominación británica solo aceleran un proceso que ya era inevitable. Sobre todo, recoloca la problemática histórica desde la óptica de los explotados, e insiste en que un resultado inmediato de la toma de La Habana fue el recrudecimiento de la barbarie esclavista. Con el impulso al desarrollo de la oligarquía plantacionista, avanzó el modelo depredador que el capitalismo europeo diseñó para la cuenca del Caribe, el litoral del Nordeste brasileño, y buena parte del Sur del territorio continental norteamericano. Millones de seres humanos -negros africanos en su inmensa mayoría-, serían sacrificados a la producción de azúcar, café, algodón, mientras los costos de deforestación acumularían una ya hoy irreversible deuda ecológica.
La presentación
El arte amable siempre, es sin duda una justa y necesaria respuesta de paz y amistad. Celebro que en ocasión del 250 aniversario de la invasión británica, en La Habana, hayamos tenido una semana de la cultura enfocada en los valores de los pueblos del Reino Unido, dedicada a reconocernos en el lenguaje más universal de la humanidad. En este escenario se realizó el viernes 8 de junio la presentación de Cuba entre tres imperios: perla, llave y antemural.
Al iniciar la semana cultural, refiriéndose al óleo Capture of Havana by the English Squadron (La Toma de La Habana por el escuadrón inglés) realizado por Dominic Serres, expuesto en una de las salas del Museo de la Ciudad, Eusebio Leal Splenger afirmó: La obra debe servir para evocar en nosotros a los verdaderos héroes de la batalla: a don Luis Vicente de Velasco (…); a las milicias defensoras de los castillos de Cojímar y La Chorrera y, particularmente, a José Antonio Gómez Bullones, Pepe Antonio, quien desde Guanabacoa realizó sus operaciones de guerrilla para salvaguardar aquello que comenzaba a llamarse una patria criolla. La presentación del libro de Limia Diaz, cumplió con creces el sentido de conmemoración patriótica proclamado por el Historiador de la Ciudad.
En una sala abarrotada de público en el Museo Castillo de La Real Fuerza, la editora del libro Silvana Garriga, ponderó las virtudes del autor y reconoció el aporte del diseñador Joyse Hidalgo-Gato. Su intervención mesurada y precisa, dibujó a quienes como ella entregan ciencia, arte y ternura en cada libro-obra que nos regalan. El historiador Raúl Rodríguez La O, se refirió a los aportes historiográficos que hace Limia Díaz, y afirmó la importancia de las nuevas miradas de la más joven intelectualidad cubana, sobre temas que parecen ya agotados. Subrayó el presentador la calidad de propuesta del prólogo escrito por Juan Nicolás Padrón, criterio que sin dudas los lectores y lectoras compartirán.
Con la pasión que caracteriza su estilo y verbo, Rodríguez de La O nos hizo ver y sentir la carga al machete de los milicianos negros y mulatos, que abandonaron la muralla de El Morro para ir hasta las mismas trincheras de los sitiadores, sorprenderlos con tanto arrojo, y hacer cuenta de los invasores machete en mano.
El reto de sus presentadores fue asumido. Excelente la intervención de Limia Díaz, por la profundidad y modestia, por el tono íntimo, y el compromiso, por decir lo que hay que decir sobre la Historia. Bayamés de nacimiento y vocación patriótica, el historiador se siente también habanero, en tanto vive, trabaja y sueña en la capital de todos los cubanos y cubanas. Escribe, afirmó, para sus hijos, para los jóvenes y también para los historiadores.
Recordó Limia Diaz -y luego lo vimos citado en la contraportada- la expresión de Augustin Louis Marie de Ximénèz en su poema de época L´ere des Français (1793), el concepto de la «Pérfida Albión», título que caracteriza los intereses expoliadores del imperio británico en todos los continentes, y ello lo hizo para reafirmar que su esfuerzo está dedicado a pensar el presente. Sentí en tal afirmación la solidaridad del historiador con la causa argentina por la recuperación de las islas Malvinas, el rechazo al imperio que acompañó a la potencia hegemónica en el apoyo al apartheid sudafricano, la destrucción de Serbia, la guerra «contra el terrorismo»; que invadió Afganistán, arruinó y masacró en Irak, avanzó el colonialismo y la muerte sobre Libia, para colocar ahora sus tambores de muerte en las fronteras de Siria e Irán.
Con las emociones que me provocaron las hermosas y firmes palabras de Silvana, Raúl y Ernesto, contemplé desde el parapeto privilegiado de La Fuerza, el esplendor de la bahía habanera, donde hoy solo puede entrar un barco de guerra inglés en son de paz y colaboración, aunque sería mejor que nunca entrara.
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