Recomiendo:
0

Siria

De Sherezada a Hillary Clinton

Fuentes: Rebelión

Todo hombre culto pertenece a dos naciones: la suya y Siria. Estas hermosas y consagratorias palabras del historiador André Parrot que difícilmente pueden predicarse de otra nación, ilustran magníficamente lo que es Siria en la historia de la humanidad. Veamos apenas un pequeño bosquejo: Su historia política se remonta al año 4.000 a.c. con la […]

Todo hombre culto pertenece a dos naciones: la suya y Siria. Estas hermosas y consagratorias palabras del historiador André Parrot que difícilmente pueden predicarse de otra nación, ilustran magníficamente lo que es Siria en la historia de la humanidad. Veamos apenas un pequeño bosquejo:

Su historia política se remonta al año 4.000 a.c. con la instalación de comercios y núcleos urbanos a lo largo del río Éufrates. Pero su historia plena se remonta a la verdadera «noche de los tiempos» en términos de organización social y política, 9.000 a.c.cuando allí alboreó la civilización con el conocimiento y desarrollo de la agricultura y con ella los asentamientos humanos. Esto, aunado al descubrimiento de las herramientas de cobre y bronce con todo lo que ello apareja en el campo de las artes, los oficios y las técnicas para múltiples actividades, devino en la configuración de la civilización que pervive hasta hoy -quién sabe si mañana-: las leyes de la agricultura, la organización administrativa de las ciudades, la metalurgia, el primer alfabeto, las religiones, la filosofía, las regulaciones del comercio y de las relaciones internacionales, entre otras. 

Siria forma parte del Asia, en concreto, el Oriente Medio, y por su antigüedad y como parte de Mesopotamia que era y por ser el hogar donde se dieron tantos descubrimientos, jugó un papel muy importante en la historia de la humanidad. ¿Qué otra nación se puede dar el lujo de ser llamada cuna de civilizaciones?

Siria era el territorio donde se conectaban Oriente y Occidente y en su suelo hoy podemos encontrar los más bellos y característicos testimonios de las primeras épocas de nuestra cultura: construcciones romanas, ciudades bizantinas, mezquitas tan preciosas como las de los Omeyas que data del año 705, hermosas catedrales cristianas de la Edad Media, el castillo y la tumba nada menos que de Saladino la gran leyenda del Oriente musulmán, héroe de la lucha contra las Cruzadas.

La ciudad antigua de Damasco declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco debido a sus ciento veinticinco monumentos y construcciones, tesoros del espectro de las culturas, poderes y religiones que a lo largo de los milenios conquistaron y gobernaron la ciudad: el Egipto de los faraones, los asirios, los persas, Alejandro Magno, el imperio romano, los mamelucos, Bizancio, los musulmanes árabes, turcos otomanos, mongoles, cruzados y por último los franceses ya en el siglo XX…. Es tan espléndida la ciudad, que en la Mezquita de Los Omeyas uno de los lugares santos del Islam, se encuentra y venera la tumba del apóstol cristiano Juan Bautista, y en una de las ocho puertas de la ciudad que datan de la dominación romana, se conmemora el lugar por donde salió el también apóstol cristiano Pablo, el de la caída del caballo y consiguiente conversión cuando iba «camino de Damasco».

Estamos hablando entonces de una nación crisol de culturas, cuna de una Historia donde de alguna manera casi todas y todos nos encontramos.

Y ese lugar, ese lugar tan bello y significativo, es el que está a punto de ser devastado por la furia imperial, por el odio vesánico nacido de los intereses más mezquinos y perversos de los dueños del poder político, económico y militar del mundo. Poder validado y legitimado únicamente por la fuerza, odio e intereses que les permite destruir la nación que se oponga o no resulte funcional a ellos.Y esos dueños tienen nombre: son los Estados Unidos, agente catalizador de los intereses del capitalismo y punta de lanza de este en su etapa imperialista y lo que él nuclea y significa: el capital financiero internacional, las transnacionales del petróleo, el complejo industrial militar norteamericano, y las potencias europeas que giran y hacen parte de idénticos intereses. Por eso consignábamos arriba un pesimista «quién sabe si mañana«, y colocábamos unos puntos suspensivos después de los franceses como últimos invasores de la gran nación. Porque hoy, como lo vaticinábamos en un artículo anterior «El modelo neoliberal nuevo feudalismo», Siria, la Gran Siria que antes conformaban además de su actual territorio lo que hoy son Jordania, Palestina y El Líbano, está ad portas de que Estados Unidos y la OTAN, amparados o no, eso no importa, por una resolución del Consejo se Seguridad de las Naciones Unidas que de permiso o no, eso no importa, la bombardeen, destruyan e invadan. Y desde luego su petróleo y su alto valor geoestratégico serán más, pero muchísimo más trascendentales que la vida de cientos de miles de sirios, la tumba de Saladinoo de Juan Bautista, o aquél castillo medieval en la ciudad de Alepo asentado sobre cimientos que datan de 3.000 años A. de C., desde cuyas almenas hace dos mil años los arqueros del rey repelían a las hordas de GengisKhan.

Y hay que aterrizar ahora y referirse a la «guerra civil» que se vive en Siria. Es cierto que hay población descontenta, que el sistema de gobierno no es democrático -¿alguna vez eso le ha importado a Occidente?- y existe oposición al régimen del presidente Bashar Al Assad. Pero ésta, óigase bien, muy poco o casi nada tiene que ver con la guerra que allí se vive. Muy poco, porque esa oposición política, civil y desarmada que existe, no es la que dinamita hoteles llenos de civiles en Damasco, vuela la sede del ministerio de defensa, derriba aviones militares y comete masacres de civiles para adjudicárselos al gobierno y dar pábulo a la intervención «humanitaria» foránea desde antes decidida. Esa oposición al régimen sabe con toda lucidez que si triunfa la insurrección, el baño de sangre, la anarquía y la destrucción de la riqueza del país -dando por descontada desde luego la pérdida de la soberanía nacional-, será inmediata; inevitable. Y que en ese baño de sangre caerán miles de los opositores civiles opuestos y sin vínculo alguno con los grupos de mercenarios, de extremistas, de simples criminales y de fuerzas foráneas como Al Qaeda y militares turcos que conforman el ejército rebelde. No gratuitamente, el Partido Obrero de Turquía, exigió a su gobierno declarar persona no grata a la Cónsul de Estados Unidos en la ciudad de Adana, Deria Darnell por entrenar a terroristas sirios que combaten al presidente de este país. Y tampoco es casualidad que el ejército sirio haya capturado el 7 de agosto de 2012 en la ciudad de Alepo a siete oficiales de los servicios secretos de Turquía y Arabia Saudita cuando dirigían a rebeldes en esta ciudad. Y no es coincidencia que los rebeldes mercenarios a su vez secuestraron en Damasco a 48 peregrinos iraníes.

Porque lo que hay que resaltar, es que la guerra no es un levantamiento del pueblo sirio contra el régimen del presidente Al Assad como lo difunde hasta la fatiga el frente de guerra periodístico de las potencias agresoras, caso en el cual habría que ver con algún respeto la insurrección, y esperar que los contendientes internos definieran una nueva legitimidad del poder. No. La guerra es de laboratorio, planificada y ejecutada desde el Pentágono en ejecución del proyecto de rediseñar política y geoestratégicamente el Medio Oriente para hacerlo funcional a los intereses políticos y económicos imperialistas. La «guerra civil» en Siria está asistida por los servicios de inteligencia de Estados Unidos, Israel e Inglaterra especialmente -CIA, Mossad y M16-, desde suelo turco. Desde aquí dirigen las operaciones y suministran armas, pertrechos y recursos financieros al llamado Ejército Libre de Siria y a Al Qaeda -¡Sí Al Qaeda! tan implicado en el conflicto.

El mayor crimen de guerra, es la guerra. Y el mayor crimen contra la humanidad, hacerla. Porque la devastación material y moral que ella causa, los ríos de dolor y muerte que ocasiona, los ejércitos de niñas que sentencia a vender sus cuerpos en los bulevares del «primer mundo», sólo los pueden justificar y esto a la luz muy restrictiva del Derecho Internacional, las más obligantes causas. Por ello es que quienes hacen guerras de agresión como la que está a punto de desatarse contra Siria -al igual que antes contra Somalia, Kosovo, Irán, Irak, Libia y Afganistán y pronto de nuevo Irán y Corea del Norte-, enmascaran sus inconfesables motivos con nobles «razones humanitarias», «defensa de la humanidad» y la cínica «legítima defensa preventiva».

Por ello, ya va siendo hora de que la conciencia moral de la humanidad, esa que no difunden las grandes cadenas de comunicación al servicio de la guerra, se levante y diga ¡Nunca Más! -como en la Argentina-, Nunca Más guerras por la «Justicia», la «Libertad» y la «Democracia», donde los nuevos libertos lo son pero entre grilletes de tierra de las fosas comunes.

Todas las naciones aquí mencionados como escenarios de esas crueles guerras, tienen un pasado de esplendor que legó además a la humanidad hitos de fantasía como Las Mil y Una Noches, donde la presencia de la muerte y la perfidia, las historias de Aladino y Ali Babá, los relatos de Sherezada al rey Schariar son la ocasión de una moraleja donde se honra la vida y el bien. Ya nos lo advierte como hecha para hoy, la exhortación al comienzo del hermoso texto:

«Que las leyendas de los antiguos sean una lección para los modernos, a fin de que el hombre aprenda en los sucesos que ocurren a otros que no son él. Entonces respetará y comparará con atención las palabras de los pueblos pasados…. Por esto, ¡Gloria a quien guarda los relatos de los primeros como lección dedicada a los últimos!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.