Traducido para Rebelión por J.M.
Este verano fue el más duro que Israel ha conocido, aparte de los tiempos de guerra, debido a que falló el proyecto sionista en su versión laica, liberal, civil e igualitaria. No «fallará», sino que «falló». Las razones se pueden enumerar una tras otra, pero es suficiente con pensar en el pequeño de cuatro años y medio de edad, cuyas manos y rostro estaban cubiertos de quemaduras después de que se arrojara una bomba molotov contra el automóvil en el que su familia viajaba el 16 de agosto, cerca del asentamiento de Bat Ayin. El nombre del niño es Mohammed Hassan Jayada. Los seis miembros de la familia, palestinos de Nahalin, resultaron heridos, dos de ellos de gravedad.
Poco después del ataque aparecieron las imágenes en los medios de comunicación de los tres niños que se encuentran detenidos por el crimen. Fueron detenidos el 26 de agosto en la yeshiva de Jerusalén a la que asisten. Los chicos eran de sólo 12 y 13 años de edad, con sus patillas en tirabuzones largos que cuelgan debajo de grandes casquetes, con los rostros borrosos debido a su condición de menores, vestidos con camisas de rayas con los tzitzit visibles debajo y esposados. Estos jóvenes son los sospechosos de este ataque terrorista.
Es imposible no sentir dolor cuando un niño es víctima del terror y es imposible dejar de temblar cuando un niño es un terrorista. Pero por la mirada de estos niños – cuya culpabilidad aún debe ser probada y uno espera de todo corazón que no fueran ellos quienes hicieron esto – es evidente que algo se ha torcido completamente. Los chicos son sospechosos de lanzar deliberadamente un cóctel molotov contra un coche y prender fuego a seis personas, lo que dejará cicatrices permanentes a los niños que viajaban en el coche. Está claro que algo se ha distorsionado porque desde el momento en que los crímenes nacionalistas son cometidos por niños, hemos entrado en un vacío.
Quien trata a los demás de esta manera no tiene ninguna comprensión de lo que significa causar discapacidad, hacer que la piel se achicharre y provocar una horrible agonía. Y quien ha perdido este entendimiento, ha perdido su humanidad. Así que los niños sospechosos, si resultan ser los autores materiales, también son víctimas. Son víctimas de una educación que predica la violencia y el odio, y anula todo significado del término «ser humano». El padre de uno de los sospechosos declaró a Haaretz que su hijo no había hecho nada y añadió que, en cualquier caso, el incidente no se puede considerar completamente ajeno a la realidad en Judea y Samaria [Cisjordania]. Se refería a una realidad (naturalmente, desde su punto de vista) según la cual la tierra le pertenece por derecho divino y la está redimiendo de las manos de la nación de Amalek, la nación del mal.
¿Es ilógico pensar que con el fin de aumentar la estima sus padres estos hijos de colonos decidieron demostrar que pueden castigar a Amalek por sí mismos? ¿Que estaban poniendo en práctica la premisa de que «la mejor autodefensa es un buen ataque»?
Por supuesto, no se puede endilgar todo esto solo a los tres niños detenidos. Si se demuestra su culpabilidad, tal vez resulte que, por casualidad, tienen una mayor tendencia a la violencia que otros niños de su edad. Porque en cada jardín de infantes, hay un niño que piensa que puede hablar con rudeza a los adultos, hacer lo que le plazca, hacer callar a todos los demás, el que tiene una ilusión de poder. Siempre es este niño, más que ningún otro, el que necesita protección y límites, una figura de autoridad y cuidado empático.
Pero ¿se puede hacer caso omiso de las imágenes de los niños del asentamiento judío en Hebrón, que maldicen y amenazan a adultos palestinos como algo rutinario, así como de las de los que patrullan «su comunidad» en la ciudad y están llenos de orgullo de su vil «coraje»?
En este verano, en el que siete chicos y chicas trataron de matar a tres jóvenes árabes en la Plaza Sion de Jerusalén y otros lo justificaron con despreciables tonterías como «la protección del sano estado de las hijas de Israel», es también el verano en el que falló el proyecto sionista en su forma laica, liberal y civil. Porque en este verano finalmente quedó claro que no es sólo una cuestión de delincuencia juvenil o de negligencia de los padres. Más bien, lo que estamos viendo es un aumento de la violencia entre los futuros ciudadanos que amenaza el futuro del país. La violencia que pone en duda el propio proyecto sionista, que trata de eliminar a cualquier persona que no es un judía, que está continuamente ocupada en educar a los niños para sentirse superiores a causa de su nacionalidad en lugar de inculcarles los ideales pluralistas. El proyecto sionista que está dando la espalda a los derechos humanos.
Los que se estremecen cuando se detiene e interroga a los niños palestinos sin la presencia de un adulto, padre o abogado, como ocurrió en Silwan, también se estremecen cuando niños israelíes son llevados a la cárcel bajo sospecha de haber cometido un ataque terrorista. Se defienden los derechos de estos menores y se oculta su identidad. Puede que acabe resultando ser un error, pero no importa, su infancia se hace añicos. La infancia también se hace añicos cuando el niño es un perpetrador de la violencia, cuando no comprende el dolor.
Israel puede sobrevivir como un Estado armado de la ley judía en el que los judíos y los hijos de los judíos hacen lo que les plazca a los árabes por derecho divino, pero esto ya no es el proyecto de Estado sionista que Herzl imaginaba, un Estado en el que podría vivir una persona decente. Y este verano, simplemente porque no irrumpió una guerra regional, esto quedo claro de repente.
Fuente original: http://www.haaretz.com/opinion/after-zionism-into-the-void.premium-1.462826
rBMB