Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
La mayor parte de los medios de comunicación están teñidos de alguno de los 50 matices del amarillismo, además del nacionalista azul y blanco y el militarista marrón.
Los informes que destacan las dificultades financieras en las que los medios de comunicación israelíes están sumidos dan miedo. La idea de que Israel podría despertar a una situación en la que sólo hay dos o tres periódicos y una sola cadena de televisión importante es aterradora. No es difícil imaginar qué tipo de país será, qué se publicará y, lo más importante, qué no.
Sin embargo -precisamente ahora, en su hora más oscura- es imposible negar el rol negativo y nefasto que ciertos medios de comunicación juegan aquí. La eliminación de los medios televisivos amenaza a la democracia, sin embargo la persistencia de algunos de ellos, en su formato actual, no deja de ser un peligro. Antes de lamentar su desaparición, también deberíamos lamentar su presencia.
La mayor parte de los medios de comunicación está teñida de 50 diferentes tonos de amarillismo, además del nacionalista azul y blanco y el marrón militarista. Las generaciones de israelíes corrompidas crecieron en el adormecimiento de la mente, con una televisión que embrutece y una prensa que está en lo trivial y sensacionalista, alarmista y lascivo.
El azul y blanco y marrón nos dio medios de comunicación que son los grandes colaboradores de la ocupación, ocultándola de la conciencia y esterilizándola por décadas. Si la sociedad israelí es hoy más nacionalista, más racista, es gracias a los medios, que inculcaron en ella la demonización y la deshumanización de los palestinos; que nos enseñaron a tratar a los refugiados africanos como «infiltrados» que representan un peligro existencial, nos enseñaron que el mundo entero está contra nosotros y que siete mil millones de habitantes del planeta siempre se equivocan y seis millones de judíos de Israel siempre tienen razón.
Fueron los medios de comunicación que nos enseñaron que todo le está permitido a Israel, que siempre es la única víctima, que el derecho internacional se aplica a todo el mundo con la excepción de nuestra tierra diminuta. Fueron los medios de comunicación que nos enseñaron a aplaudir cada guerra, al menos en un principio, y que los corresponsales militares son portavoces militares vestidos de civiles.
Fueron los medios de comunicación que nos enseñan a rendir culto a los generales, por lo menos hasta el invierno de 1973; y sentir lo mismo por el rico, al menos hasta el verano de 2011. Se nos ha enseñado a apartar nuestros ojos de lo que ocurre en los territorios, entre los ocupantes y ocupados, a reprimir lo que ocurrió en 1948 y a excluir a los árabes israelíes. A los medios de comunicación también les gustaba asustarnos sobre casi cualquier cosa que se moviera, y por algunas que no lo hacían: desde la gripe porcina y la caída de nivel bajo del Lago Kineret hasta a los 21 eritreos desesperados en la frontera, a los pilluelos de las calles de Gaza hasta la bomba atómica de Irán, todo era una muestra para el terror.
Estos medios funcionan en un estado de libertad. Con la excepción de la Autoridad de Radiodifusión del Estado de Israel, no hay presión de las autoridades, todo lo que escriben y transmiten es una cuestión de elección. Desde hace mucho tiempo, no ha habido ningún «proyecto de medios de comunicación», sino más bien el alistamiento voluntario, y mínima censura, que es más auto-censura. La mayoría de las campañas están motivadas por consideraciones comerciales, no ideológicas. El objetivo es apaciguar, enmudecer y entretener a los espectadores o lectores, no perturbarlos y sostenerlos por la noche.
Han tenido algunos lucimientos también. Políticos corruptos y figuras públicas abatidas por investigaciones periodísticas, cuestiones importantes impuestas en el orden del día, o evitación de injusticias cuando los medios de comunicación optaron por hacerlo. También hay más de unos pocos periodistas talentosos y de principios en Israel que no se han inclinado ante las bajezas de los medios sensacionalistas en el extranjero; el periodismo israelí es más importante que eso.
Desde el interior de todo esto, brillando desde lejos -hay que decirlo, a pesar del pudor- el periódico que ahora está leyendo. Si el Canal 10 se cierra, significa la pérdida de las versiones israelíes de «Wipeout» y «Beauty and the Geek», y hay bastante de esto ya en el Canal 2. Si Maariv cierra, significaría el fin de sus columnas de propaganda ultranacionalistas (la compra del periódico por parte del derechista Shlomo Ben-Zvi garantizará su continuidad). Israel Hayom también tiene la misma oportunidad. Pero si alguna vez Haaretz tuviera que cerrar, Dios no lo quiera, cambiaría la faz de Israel.
Si una banda de policías corruptos fuera a tirar a la cuneta a un palestino sondado en medio de la noche, ¿quién lo publicaría? Y si David Grossman quiere escribir una columna sobre este tema, ¿donde lo haría? Perdonen mi auto-glorificación, pero el periódico Haaretz es un faro de casi un siglo de antigüedad cuya luz, dirigida a Israel y al mundo, nunca se atenúa, defendiendo el honor de la prensa de Israel y su sociedad. Este periódico libre y valiente nunca ha sido disuadido mediante amenazas o por la cancelación de suscripciones o publicidad. Incluso el abajo firmante ha escrito en él por 30 años consecutivos, para disgusto de muchos.
Fuente: http://www.haaretz.com/opinion/50-shades-of-yellow.premium-1.463596