No sé si el compañero Petras habla o al menos lee árabe, viaja con frecuencia por esta zona del mundo o tiene en su defecto buenos informantes de izquierdas que le provean de datos contrastados, pero me gustaría llamarle la atención sobre un error gravísimo en el que incurre en su artículo de ayer (http://rebelion.org/noticia.php?id=156645) […]
No sé si el compañero Petras habla o al menos lee árabe, viaja con frecuencia por esta zona del mundo o tiene en su defecto buenos informantes de izquierdas que le provean de datos contrastados, pero me gustaría llamarle la atención sobre un error gravísimo en el que incurre en su artículo de ayer (http://rebelion.org/noticia.php?id=156645) al referirse a la situación de Túnez. Hablar de «régimen de Marzouki» es -dicho sea con todos los respetos- un disparate. La izquierda de este país (del Partido de los Trabajadores a Dusturna) comienza a hablar de nuevo de «dictadura» y de «régimen», es cierto, pero para denunciar la actuación del partido que está realmente en el gobierno, que es el islamista Nahda y no el CPR. Marzouki, que ocupa el cargo nominal de presidente de la república, es un cero a la izquierda. Un cero: no tiene ningún poder, se le ningunea o puentea de manera permanente (como demuestra el caso de la extradición del ex-primer ministro libio Baghdadi Mahmoudi) y además está condenado a volatilizarse en las próximas elecciones, tal y como revelan las últimas encuestas (http://www.tap.info.tn/fr/fr/component/content/article/378-actualite/33374-sondage-nidaa-tounes-et-le-parti-des-travailleurs-en-hausse-et-poursuite-de-lavance-dennahdha.html).
Pero es, en todo caso, un cero a la izquierda. Defensor de un proyecto de integración panmagrebí con reminiscencias del ALBA, nacionalista progresista empeñado en vincular soberanía y democracia, algunas de sus acciones han pasado completamente desapercibidas también en los medios alternativos: su coherente negativa a extraditar a Mahmoudi, a la que ya hemos hecho referencia, la petición a la Asamblea Constituyente de una auditoría de la deuda externa o la propuesta de concesión automática del permiso de residencia y trabajo a todos los ciudadanos del Magreb, suspendiendo de hecho las fronteras entre los países, son algunas de ellas. Nadie lo escucha. Su alianza con los islamistas, que lo ha dejado en realidad fuera de la gestión del gobierno y ahora enfrentado a ellos, lo ha desprestigiado ante la izquierda marxista; errores de estrategia y de discurso lo han convertido en un muerto viviente. Hablar de «régimen de Marzouki», por tanto, demuestra un total desconocimiento de la situación que vive este país y de los agudísimos conflictos políticos y sociales que sacuden su geografía.
Mucho me temo que este error -enunciado con rotundidad desconcertante- debería invitarnos a acoger con mucha prudencia el resto de los datos sobre los que se apoya el análisis de Petras (de la «Libia estable, segura, laica y próspera que gobernó Gadafi» a la pretensión, cuando menos discutible, de que la política exterior de Mohamed Mursi es aún más dócil que la de Moubarak a los intereses de EEUU). Para denunciar justamente la islamofobia, llamar la atención con tino sobre el anti-imperialismo irreductible del mundo musulmán y enardecer con la mejor intención del mundo a sus lectores, Petras liquida toda la nueva complejidad de la región con unos cuantos trazos gruesos de pintor de brocha gorda, y lo hace curiosamente en la misma dirección que nuestros medios y gobiernos occidentales: considera muerta la «primavera árabe», ignorando todas las luchas sociales aún abiertas en Túnez, Egipto, Libia, Bahrein y Yemen (por no hablar de Jordania o los propios países del Golfo), y exagera la importancia de las protestas populares tras la difusión del vídeo satírico contra el islam. La frase con la que comienza el artículo de Petras resume una posición tomada antes o por encima de cualquier información contrastada sobre el terreno y expresada, además, con una contundencia tan esquemática como apocalíptica: «la llamada primavera árabe» -dice- «es un recuerdo lejano y amargo para quienes combatieron y lucharon por un mundo mejor, por no hablar de los miles que perdieron la vida o su integridad física». Para continuar luego en el mismo tono, recogiendo también una expresión («invierno árabe») muy apreciada por nuestros medios islamofóbicos: «En su lugar, en todo el mundo musulmán, una nueva oleada de políticos reaccionarios, corruptos y serviles han tomado las riendas del poder apoyados por los mismos militares, la misma policía secreta y el mismo poder judicial que sostuvieron a los gobernantes anteriores. La muerte y la destrucción es rampante; la pobreza y la miseria se han multiplicado, han quebrado la ley y el orden, matones reaccionarios han tomado el poder político cuando antes eran una fuerza marginal. Los niveles de vida han caído, las ciudades están devastadas y el comercio está paralizado. Y presidiendo este «Invierno árabe» se encuentran las potencias occidentales, Estados Unidos y la Unión Europea -con la ayuda de las monarquías absolutistas despóticas del Golfo, su aliado turco y un ejército variopinto de mercenarios terroristas islamistas y sus posibles portavoces del exilio». En definitiva: unos cuantos jóvenes ingenuos e ignorantes se dejaron matar, manejados por imperialistas y terroristas, para consolidar aún más la posición de las potencias occidentales en la región. Y si las izquierdas locales -como es el caso de Túnez y Egipto- siguen hablando de «revolución», se niegan a aceptar que nada haya cambiado y no cejan en su lucha para impedir que ocurra lo que el fatalismo de Petras les impone ya desde lejos, es porque muy probablemente son también ignorantes, ingenuas o mercenarias del «capital extranjero».
Sólo en la imaginación encaja todo tan bien. Eso es lo que llamaba Edward Said «orientalismo»: la construcción de un objeto imaginario de conocimiento que se deje manipular con docilidad y sin residuos. Digamos que hay un orientalismo de derechas y un orientalismo de izquierdas y que, en cualquier caso, el orientalismo se nutre siempre de un etnocentrismo inconsciente. En el caso de Petras (dicho sea con la admiración que merece su compromiso de décadas con la causa de la emancipación de los pueblos) ese etnocentrismo parece tomar la forma de un USAcentrismo negativo o de un ultrachovinismo invertido: los EEUU como centro omnipotente y único criterio de explicación -y alineamiento- de todas las luchas y todos los conflictos en todos los lugares del planeta y en todos los rincones de nuestro cerebro. Los que pelean en esta zona del mundo donde vivo merecen que la inteligencia y compromiso de Petras les preste una mayor y más rigurosa atención
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