Como soy cubano de nacimiento y porque quiero a Cuba como mi verdadera Patria, y porque me he pasado toda mi vida adulta viviendo en los EE.UU., país que quiero sinceramente, de donde soy ciudadano desde hace muchísimos años y en donde han nacido mis hijas y mis nietos, deseo que ambos lleguen a tener, […]
Como soy cubano de nacimiento y porque quiero a Cuba como mi verdadera Patria, y porque me he pasado toda mi vida adulta viviendo en los EE.UU., país que quiero sinceramente, de donde soy ciudadano desde hace muchísimos años y en donde han nacido mis hijas y mis nietos, deseo que ambos lleguen a tener, algún día, una relación normal y de respeto. Mirándolo objetivamente, lo que deseo no es nada anormal. Consiste únicamente en que dos naciones, que están a solo unas pocas millas de distancia, dejen atrás las grandes diferencias que por años han tenido y restablezcan relaciones políticas y diplomáticas con el mayor respeto a la soberanía e independencia de ambas.
Varios hechos se saben: Uno, que con el triunfo revolucionario de 1959, Cuba por fin llegó a conquistar su verdadera independencia; dos, que el gobierno revolucionario, con todo su derecho, nacionalizó propiedades de norteamericanos en Cuba; tres, que debido a esas confiscaciones, el gobierno de los Estados Unidos le implantó a Cuba una serie de sanciones económicas; cuatro, que el gobierno de EE.UU. rompió, unilateralmente, las relaciones diplomáticas con la isla de Cuba, y cinco, que desde aquellos primeros años de la revolución cubana, este país comenzó una política agresiva de subversión que ha continuado, con más o menos intensidad, hasta los días de hoy, es decir, por más de cinco décadas.
Si la nacionalización de las propiedades norteamericanas en la isla marca el comienzo de esa política en contra de Cuba, ese argumento no tiene base, porque, primero, cualquier nación soberana tiene el derecho de confiscar propiedades y segundo, porque el gobierno cubano, desde el mismo principio, ofreció compensar el valor de las mismas.
Siempre me he negado a pensar que ese argumento que el gobierno norteamericano utilizó para romper las relaciones y comenzar una política absurda y criminal contra Cuba haya sido, realmente, la razón para que esta política haya continuado por tantos años. Por supuesto, se sabe que ese argumento de confiscación de propiedades hace muchísimo tiempo que las diferentes administraciones de este país no lo esgrimen para continuar con la agresión hacia su vecino cercano. Al pasar el tiempo, los pretextos han cambiado, de acuerdo a las circunstancias o a los intereses del momento.
Las relaciones con el bloque socialista, los derechos humanos, las tropas en Angola, la falta de elecciones para la democracia representativa, la falta de libertad de prensa, etc., etc., han sido utilizados por EE.UU. como argumentos en diferentes periodos para evitar construir un puente de entendimiento y confianza entre ambas naciones. Cuando no ha sido Juana, ha sido su hermana, pero siempre han encontrado o buscado una razón para pasarse con fichas. Lo curioso es que nunca han sacado a relucir la verdadera razón para seguir aplicándole a Cuba esa irracional y criminal política.
Nunca he oído a ningún funcionario del gobierno de los Estados Unidos decir que la razón para seguir lloviendo sobre lo mojado, en relación con Cuba, es que este país no le perdona al pueblo cubano que se haya decidido a ser libre y soberano y a no aceptar que la política de Washington sea la que impere en Cuba. No hay nada más. No hay ninguna otra razón. Es simple. En el establecimiento político de los Estados Unidos no se acepta que Cuba haya apostado por su independencia. No se aceptó después del Tratado de París, hace más de cien años, ni se acepta ahora, ya entrado el siglo XXI. Lo máximo que se aceptó fue una república mediatizada, primero, con una enmienda que le daba el derecho a EE.UU. a intervenir en los asuntos de Cuba, y, al abolirse la desgraciada enmienda, lo más que se aceptó fue que el embajador norteamericano tuviera la última palabra en la política interna de Cuba. Seamos serios, todos los presidentes cubanos de la república, hasta 1959, gobernaban a Cuba mirando hacia el norte. Gobernaban esperando las señas que les hacían desde Washington. Una llamada desde «la» embajada a Palacio, cambiaba leyes, decretos y resoluciones. Los presidentes cubanos tenían un nivel mínimo de autonomía. Cuando de los intereses de EE.UU. se trataba, jugaban con la cadena, pero nunca con el mono.
En los últimos tiempos, el gobierno cubano le ha hecho varias propuestas al gobierno de EEUU para sentarse a conversar en igualdad de condiciones y con respeto mutuo. Hasta el momento, al menos públicamente, no ha habido una respuesta positiva por parte de autoridades norteamericanas. El Presidente Barack Obama, que acaba de ser reelegido, tiene en sus manos la posible resolución del conflicto entre ambas naciones.
Hace unos días, el Canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, hizo otra vez el planteamiento. ¿Lo aceptará el Presidente Obama o continuará esa errónea política que ha llevado a los Estados Unidos a estar solo contra el mundo? En sus manos está la solución. La pelota está en su cancha.
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