Cuando vivía en Jerusalén, en el camino a mi clase de Torah siempre marchaba por una calle sinuosa llamada «Kaf-tet be-november», o sea «29 de noviembre». El nombre de esa calle conmemora un acontecimiento que sucedió en las Naciones Unidas (ONU) hace sesenta y cinco años. Eso puede parecer sorprendente, ya que la mayoría de […]
Cuando vivía en Jerusalén, en el camino a mi clase de Torah siempre marchaba por una calle sinuosa llamada «Kaf-tet be-november», o sea «29 de noviembre». El nombre de esa calle conmemora un acontecimiento que sucedió en las Naciones Unidas (ONU) hace sesenta y cinco años. Eso puede parecer sorprendente, ya que la mayoría de los israelíes son hoy en día más bien desdeñosos de la ONU. El presidente del gobierno actual se refiere a la ONU como un «teatro del absurdo» y «un lugar sombrío para mi país». En realidad, Israel ha optado por ignorar docenas de resoluciones de la ONU que piden el retorno de los refugiados palestinos y la retirada de Israel de los territorios conquistados en 1967.
¿Qué sucedió el 29 de noviembre de 1947? Ese día, la Asamblea General de la ONU decidió la partición de Palestina en dos estados, uno árabe y otro judío, y la internacionalización de Jerusalén. En un raro momento de unidad, los Estados Unidos y la Unión Soviética apoyaron la resolución. Entre otros, la apoyaron también Islandia, Costa Rica y Nueva Zelanda. Sin embargo, todos los estados limítrofes de Palestina votaron en contra de la resolución, que hacia caso omiso de la voluntad de la mayoría de la población del país y de toda la región, y que era una receta segura para la violencia crónica. El reciente derramamiento de sangre en Gaza es sólo el episodio más reciente en ese drama interminable.
Pero la mayoría de los sionistas vieron la votación en la ONU como una victoria rotunda para su movimiento. En lugar de integrar la sociedad existente en Palestina, desde el inicio los colonos sionistas habían llevado la política de «desarrollo separado». La ONU asignó al futuro Estado sionista el 55 por ciento del país, en el que los judíos -sionistas, no sionistas y antisionistas- constituían entonces apenas más de un tercio de la población, y poseían el 7 por ciento de la tierra. Desde 1947, los sionistas trataron de ocupar «el máximo de territorio con un mínimo de árabes». Cientos de miles de árabes fueron expulsados o aterrorizados para que abandonaran sus hogares entre 1947 y 1949. Desde entonces el ejército israelí ha conquistado toda la Palestina de 1947, es decir, el territorio entre el río Jordán y el Mediterráneo. Y por eso, una vez más los judíos se encuentran en minoría en ese territorio, segregados de la mayoría árabe.
Cuando en noviembre de 1917 el gobierno británico aprobó la idea de convertir Palestina en «hogar nacional» de los judíos, uno de los más prominentes políticos británicos judíos, Edwin Montagu, la rechazó de manera tajante, ridiculizando la idea misma de que los adeptos del judaísmo en diferentes países pertenecieran a una nación independiente. De hecho, los judíos en los países occidentales, cualquiera fuera su actitud frente al sionismo, no han emigrado a Israel en números significativos. Lo contrario es cierto: hay muchos más israelíes que viven en Estados Unidos y Canadá que judíos norteamericanos en Israel.
En lugar de proporcionar un refugio seguro, Israel se ha convertido en el lugar más peligroso para los judíos. Muchos advirtieron de esa consecuencia. Hannah Arendt, refugiada alemana en Nueva York e intelectual sionista, escribió en vísperas de la declaración unilateral de la independencia de Israel:
E incluso si los judíos fueran a ganar la guerra…. los «victoriosos» judíos vivirán rodeados por una población árabe totalmente hostil, y encerrados dentro de fronteras cada vez más amenazantes, absorbidos en su autodefensa física […] Y todo esto sería el destino de una nación que, sin importar cuántos inmigrantes todavía podría absorber y hasta dónde se extenderán sus fronteras… seguiría siendo un pueblo muy pequeño y superado en número por vecinos hostiles.
Sin saberlo Hannah Arendt hizo eco al rabino antisionista Amram Blau, quien acusó a los sionistas de no tener respeto alguno por la vida humana: «ellos han demostrado ser irresponsables, extendiendo su dominio sobre zonas de la Tierra Santa habitadas por árabes, y por consiguiente haciendo que todo el mundo árabe entre en conflicto con la comunidad judía».
En realidad, no hay otro tema que divide a los judíos tan profundamente como la cuestión de Israel. A diferencia de los judíos, los sionistas cristianos -varias veces más numerosos que todos los judíos del mundo-, constituyen hoy la más poderosa fuerza a favor de Israel en los Estados Unidos.
La conflagración reciente confirma que el Estado de Israel, militarmente superior y gozando de la impunidad, puede hacer irrelevantes las resoluciones de la ONU, desdeñar el derecho internacional, pero no puede traer la paz a tan sufrido país. Por haber abierto en 1949 la puerta a esa tragedia, la ONU tiene poco que celebrar este 29 noviembre.
– Yakov Rabkin es catedrático de historia en la Universidad de Montreal. Su libro más reciente «Contra el Estado de Israel: historia de la oposición judía al sionismo» (Planeta) ha sido publicado en doce idiomas.
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