No solo, como dice la Policía francesa, ha sido un crimen cometido por «profesionales» debido a la forma de realizar las ejecuciones; también las víctimas han sido cuidadosamente seleccionadas. Sakine Cansiz era todo un símbolo en la lucha de liberación del pueblo kurdo, como se suele decir, el mayor pueblo del mundo sin Estado: cerca […]
No solo, como dice la Policía francesa, ha sido un crimen cometido por «profesionales» debido a la forma de realizar las ejecuciones; también las víctimas han sido cuidadosamente seleccionadas. Sakine Cansiz era todo un símbolo en la lucha de liberación del pueblo kurdo, como se suele decir, el mayor pueblo del mundo sin Estado: cerca de 40 millones de personas divididas por las fronteras de Turquía, Siria, Irak e Irán.
Originaria de una de las zonas más progresistas de Turquía -había nacido el año 1957 en una familia alevi de Dersim-, Sakine formó parte a comienzos de los 70 de esa legión de jóvenes que engrosó los poderosos movimientos revolucionarios de este país y, a partir de los cuales, se formó en 1978 el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), del que fue fundadora junto a Abdulá Ocalán.
Tras el golpe militar de 1980, pasó por el infierno de la cárcel de Diyarbakir, convertida en centro de tortura y exterminio. A partir de entonces, su vida quedó ligada a la guerrilla, primero en los campos de entrenamiento del Líbano, después en las montañas de Irak y últimamente trabajando entre la numerosa diáspora kurda de Europa.
Fidan Dogan, veinte años más joven que Sakine, era originaria de la zona de Maras, algo más al sur de Dersim, y en Francia representaba al Congreso Nacional del Kurdistán, el organismo internacional impulsado por el PKK que en 1997 sustituyó al hasta entonces denominado Parlamento Kurdo en el Exilio.
Se trata, por lo tanto, de dos destacadas dirigentes en la línea del PKK, partido cuya hegemonía política en las provincias habitadas por los kurdos en Turquía ya no discute ni el Gobierno de Ankara. Puede gustar o no, pero en esta vasta región al sureste de la Anatolia apenas existe oposición al PKK dentro de las organizaciones kurdas.
Por eso ruboriza tanto ver cómo los medios de comunicación, siguiendo una interesada valoración inicial de la oficiosa agencia Anatolia, se han enzarzado en buscar como explicación al triple crimen supuestas disidencias o ajustes de cuentas internas, disidencias a las que nadie pone cara ni definición.
De acuerdo con esta tesis, los autores serían sectores del partido opuestos a la negociación iniciada por Ocalán; sin embargo, en pocas ocasiones como la actual ha existido en torno al PKK mayor cohesión sobre una estrategia que ya comenzaba a dar resultados con el inicio de las conversaciones de Imrali. Nadie gana más que los kurdos en estas negociaciones, porque supondrían el fin a décadas de sufrimiento, periodos de brutal represión, cientos de asesinatos impunes, miles de pueblos destruidos, cientos de miles de desplazados…
Todo indica que este triple crimen es el último intento de evitar el reconocimiento de su lengua indoeuropea, de sus diferencias respecto a la ciudadanía turca, una mayor autonomía para sus municipios y mejoras en las condiciones de internamiento de Ocalán.
Pese a no ser grandes exigencias, son suficientes para pulverizar ese dogma, mantenido oficialmente desde la fundación de la República en 1923, de que en Turquía solo hay turcos, habiéndose llegado a negar oficialmente la existencia del pueblo kurdo.
Quien conozca algo este país sabrá el grado de radicalismo que puede alcanzar el nacionalismo turco y la necesidad que tienen algunos sectores, vinculados sobre todo a las fuerzas armadas, la policía y los servicios secretos, de parar, a cualquier precio, el proceso de paz. La tesis del ajuste de cuentas interno ya no la mantiene abiertamente ni el propio Gobierno, que, en sus últimas declaraciones, pone el acento en «una provocación» contra las conversaciones con el PKK, reconociendo así implícitamente una posible conspiración dentro del propio Estado.
No es la primera vez que el movimiento kurdo sufre una acción de este tipo. De forma muy similar fue acribillado en Viena el 13 de julio de 1989 el secretario general del Partido Democrático del Kurdistán de Irán (PDKI), Abdulrahman Ghasemlu, mientras negociaba con representantes del régimen iraní. Entonces también se dudó de la autoría. Pero la Policía austriaca identificó a uno de los responsables, que logró refugiarse en la Embajada iraní y salir del país acogiéndose a la inmunidad diplomática.
El asesinato de Ghasemlu quedó impune. Y lo mismo ocurrió el 17 de septiembre de 1992 en el restaurante Mikonos de Berlín, donde fueron asesinados cuatro destacados activistas kurdos de Irán, entre ellos el también dirigente del PDKI Sadegh Sharafkandi. La Policía alemana tampoco logró detener a los asesinos. Ahora le toca a la francesa demostrar su eficiencia.
Amnistía Internacional ha pedido que se remueva cielo y tierra para esclarecer esta ejecución política, a sangre fría, en pleno centro de París, algo inaceptable para cualquier Gobierno que se precie. En su envenenada nota, Amnistía Internacional pide a la Policía Turca que no deje de prestar toda su colaboración a sus colegas galos para encontrar a los sicarios.
Se podrían poner otros ejemplos como los mencionados, ejemplos que solamente demostrarían la importancia que tiene para Turquía, Irán, Irak y Siria neutralizar a un pueblo cuyas aspiraciones ponen en cuestión las fronteras trazadas de forma artificial en Oriente Medio al acabar la Primera Guerra Mundial.
Fuente original: http://www.cuartopoder.es/terramedia/la-triple-ejecucion-de-militantes-kurdas-apunta-a-los-servicios-secretos-de-turquia/4482