Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
La oferta «rompehielos» de negociaciones directas con el gobierno de Asad formulada por el líder de la «Coalición Nacional Siria» pone en evidencia un cambio significativo. Importantes sectores de la población, incluidas las elites sunníes, quieren evitar que prosiga la escalada sectaria. Se considera que sería un precio demasiado alto a pagar. Quieren salvar a su capital, Damasco, de la suerte corrida por Homs y Alepo.
De momento, han sido los demócratas de Tahrir y la izquierda reunida alrededor del «Órgano de Coordinación Nacional por el Cambio Democrático» (OCNCD), quienes han venido sistemáticamente advirtiendo de la peligrosa dialéctica desplegada entre militarización y sectarismo. Desde el principio mismo han estado pidiendo una solución política a través de negociaciones y defendiendo una estrategia defensiva que disminuyera la intensidad del conflicto frente a la represión del régimen (Opción I). Dada la rigidez de la reacción del aparato gobernante, la oposición oficial -«oficial» porque es la que los gobernantes del mundo occidental han reconocido- ha podido marginar y aislar fácilmente al OCNCD tildándoles de «agentes del régimen». Esto fue posible a pesar de sus indudables credenciales de haber pasado décadas en la resistencia al régimen, incluyendo largas penas de prisión.
La oposición oficial se embarcó velozmente en la «línea libia», respondiendo con una escalada militar. A pesar de la impopularidad de una intervención extranjera durante los primeros meses de la revuelta, confiaban y finalmente solicitaron una intervención militar auspiciada por Occidente (Opción II). Políticamente, les ayudó el hecho de la desproporcionada represión del ejército sobre el pacífico movimiento de protesta civil, lo que provocó una deriva orgánica hacia una autodefensa armada. (Eso no excluye que hubiera grupos yihadistas actuando desde el primer momento; sin embargo, a diferencia de la narrativa del régimen, eran un fenómeno marginal inflado por el gobierno para justificar su represión armada).
No obstante, finalmente, como consecuencia de las luchas entre determinados sectores de las elites estadounidenses en el poder, no se produjo una intervención militar occidental directa. La razón sustancial fue la debilidad de EEUU, reconocida por la administración Obama, tras las experiencias afgana e iraquí, lo que hizo que adoptaran una actitud de cautela.
En Siria, la militarización llevó, paso a paso, a un giro del movimiento insurgente hacia las fuerzas yihadistas. Resultaron ser los combatientes más eficaces al no temer a la muerte gracias una ideología fuerte y sin fisuras. Sus capacidades operativas y superioridad ante el resto de las fuerzas también se derivan del apoyo financiero que les llegaba del Golfo. Al mismo tiempo, su crecimiento se debe asimismo al hecho de no apostar por una intervención exterior sino que ellos mismos (islámicos sunníes) cogen las riendas de la situación. Es cierto que el entorno yihadista global, demostrado en combate, tiene algo que ver pero sería engañoso explicar la insurgencia en función, principalmente, de factores externos.
En primer lugar, el movimiento civil de tendencia izquierdista y democrática quedó marginado (Opción I); después se reveló que la línea libia (Opción II) era cada vez más improbable; a continuación, entró en juego la opción yihadista, radicalmente sectaria (III), intentando transformar la lucha por los derechos democráticos en una guerra civil contra infieles y herejes.
En realidad, el régimen ha estado persiguiendo el mismo empeño solo que desde el lado opuesto: describiendo a cualquier oposición como un amenazador monstruo fundamentalista salafí. La militarización y la posterior islamización actual o, mejor dicho, la yihadización de la oposición armada, ayudó al bloque en el gobierno a estabilizarse políticamente. Las apuestas, en vez de ir a favor de la democracia, parecen haber dado un giro hacia la búsqueda de la primacía confesional mutua. Así, el régimen podría poner de su lado no sólo a las minorías confesionales, o conseguir al menos neutralizarlas ante el temor plausible al islamismo sunní, sino también a una buena cantidad de elites sociales y de clases medias liberales. Aunque la afiliación confesional de estos estratos es mayoritaria sunní, hasta ahora no se han apuntado al confesionalismo y, ante todo, no quieren verse implicados con una yihad desestabilizadora. Si Asad sólo se hubiera apoyado en las minorías confesionales, no podría haber sobrevivido mucho tiempo sin el apoyo ruso e iraní.
Un nuevo elemento ha ido apareciendo: el creciente temor de EEUU a una propagación incontrolada del yihadismo. Al incluir al Frente Nusra en su infame lista de organizaciones terroristas, han emitido claramente una señal de advertencia a todos los actores. Ningún poder regional está feliz con los yihadistas; ni siquiera los estados del Golfo, de donde siguen fluyendo los fondos, quieren su victoria a gran escala.
Tanto a nivel nacional como internacional, se ha solidificado un punto muerto que, a corto plazo, no puede resolverse militarmente. Por tanto, países decisivos como Turquía están buscando una vía para rectificar su posición anterior y están también explorando de forma cauta y secreta las posibilidades para un acuerdo negociado.
El curso de los acontecimientos en Homs y Alepo muestra que también el yihadismo está condenado al fracaso. En la antigua capital de las revueltas, Homs, el régimen consiguió aislar a los yihadistas de la población y sitiarlos. Allí está perpetrándose una guerra civil sectaria, incluyendo la concomitante separación confesional. Las partes más importantes de la ciudad, habitadas por una mayoría sunní, fueron al parecer reconquistadas por las fuerzas gubernamentales. Parece ser que se ha logrado una cierta estabilización que podría interpretarse como un éxito parcial. Alepo está en guerra desde hace casi un año. El régimen bombardea con artillería barrios populares causando matanzas indiscriminadas y forzando a huir a la población mientras los yihadistas intentan corresponder con ataques sectarios. De los anteriormente cuatro millones de habitantes, quedan menos de tres y una mayoría de ellos han tenido que desplazarse a otros barrios de la ciudad. La vida pública ha cesado. La ciudad está arrasada. Gracias a la proximidad de Turquía, siguen llegando suministros a los rebeldes. Puede sostenerse una guerra de desgaste pero a un precio muy alto. El régimen sólo defiende lentamente puntos estratégicos, perdiendo incluso algunos de ellos. Pero los rebeldes son totalmente incapaces de abastecer de productos básicos a la población civil, lo que podría estar siendo deliberadamente promovido por el régimen en una cínica táctica de desastroso impacto humanitario.
Por tanto, la «batalla final» sobre Alepo se alarga sin un final a la vista. Cada vez hay más gente preguntándose si van a condenar a Damasco al mismo destino.
La esperanza de un compromiso de desescalada
La oposición oficial solía señalar a la voluntad de la calle -expresado por Al-Jazeera & Co.- cuando intentaban justificar su petición de armas o el llamamiento a una intervención exterior. La misma línea se siguió respecto a las negociaciones. Quienquiera que defendiera una solución política era tachado de traidor.
Ha habido dignatarios islámicos advirtiendo de la movilización sectaria y de su deriva hacia una guerra civil. Han estado abogando por el diálogo (no necesariamente con el régimen sino al menos con sus partidarios). Pero no se han referido a la esfera política en un sentido pleno. Moaz al-Khatib está considerado como un imán moderado. Cuando se le eligió como líder de la «Coalición «, pareció suscribir la posición de la corriente dominante. No obstante, sus últimas declaraciones a favor de las negociaciones sugieren que se ha mantenido fiel a su reputación.
Khatib dio a conocer su oferta de repente y sin consultar previamente con sus socios directos dentro de la oposición. Para ellos, debe haber sido una especie de golpe unilateral. De otra forma, no hubiera podido realmente lanzar su rompedor avance. Eso no implica, sin embargo, que esté aislado o que su idea fuera consecuencia de un arranque precipitado. Le consideramos como la voz de diversas e importantes fuerzas dentro y fuera de Siria que hasta ahora habían permanecido en silencio.
Puede hacerse una interpretación en el sentido de que la burguesía damascena pretende salvarse a sí misma mediante un compromiso pacificador porque no creen ya en una victoria rápida de ninguna de las partes. De esta forma confían en evitar la destrucción total y su papel en la sociedad.
Por otra parte, también puede observarse un cambio gradual en Washington. Hasta ahora, EEUU había apoyado a la oposición en su intransigente postura respecto a un acuerdo negociado. Pero la prolongación del conflicto y el veloz crecimiento del yihadismo, su amado enemigo, les ha puesto cada vez más ansiosos, tanto al aparato del poder como a la opinión pública. De momento, venían descartando repetidamente una implicación militar directa, aunque toleraban los juegos de sus aliados regionales que apoyaban las diferentes tendencias islámicas. Una fracción de la administración presionaba para que se armara a partes de la oposición intentando al mismo tiempo dejar de lado a los yihadistas, un empeño que ya fracasó en Libia y en otros lugares. La ex secretaria de estado Clinton estaba promoviendo esta línea, junto a algún otro mandamás, como Petreaus. Pero esta facción parece haberse aquietado. No deberíamos olvidar que sobre la mesa ha habido también otra opción, hasta ahora subordinada, representada por la declaración de Ginebra de Washington y Moscú de fecha 30 de junio de 2012. Obama, el rey elegido, parece finalmente decidirse más por las palomas.
Traicionando la revolución
No sólo los partidarios de la oposición oficial, también muchos izquierdistas consideran los intentos de llegar a un compromiso como una traición a la revolución. Por ejemplo, en el artículo «Revolutionary Left Current«, se explica que un acuerdo negociado es «una corrección desde arriba para salvar los intereses de la burguesía y recoger los frutos de la revolución».
«El juicio acerca de tales iniciativas está sujeto, desde nuestro punto de vista, a los criterios que reúnan las siguientes condiciones: proporcionar a las masas la capacidad de restablecer su lucha para derrocar al régimen dictatorial, que no se permita que éste prolongue su tiempo o supervivencia y, sobre todo, que posibilite el espacio para un cambio radical desde abajo que favorezca a las clases populares y sirva a sus intereses generales y directos».
Podemos incluso estar de acuerdo con esos criterios generales. Pero nos oponemos a la asunción general de que las negociaciones ofreciendo un compromiso están perjudicando los intereses del movimiento popular democrático.
No sólo contamos con las experiencias de las revoluciones en Sudamérica, Sudáfrica y algunos países asiáticos. Las negociaciones pueden servir como instrumento para ampliar el consenso que mantiene el movimiento revolucionario entre las masas populares. En ocasiones, las tendencias más militaristas del movimiento son las más propensas a capitular, mientras que aquellos que persiguen la revolución, no como mero golpe militar o aventura sino como lucha estratégica, seguirían también adelante en las peores circunstancias.
En Siria, hay otros indicadores de por qué la revolución no puede seguir un modelo clásico de radicalización sucesiva de un movimiento popular que llega a su cenit en la lucha armada. Dos obstáculos enormes bloquean esta vía: el sectarismo y la geopolítica.
a) Bajo determinadas circunstancias, el movimiento armado exacerba el sectarismo: el movimiento revolucionario no puede manejar ni domar a un tigre. En realidad, el peligro de ser tragado por el sectarismo es muy claro (así le ocurrió a la resistencia iraquí).
b) Rusia, Irán y China temen la caída de Asad por razones geopolíticas obvias. Aunque no compartamos su negligencia por los derechos democráticos del pueblo, nos importa su oposición a la supremacía estadounidense. El movimiento popular a través del planeta necesita que superemos el mundo monopolar. Cualquier paso hacia lo multipolar es positivo, aunque no suficiente. La afiliación de facto de la oposición, incluso la democrática, con el bloque pro-Occidente sólo puede revertirse a través de un acuerdo negociado, ya que éste indica la disposición y voluntad de no entrar en la órbita estadounidense y allana el camino para la cooperación con Moscú & Co.
Estos dos aspectos aconsejan una línea de desescalada. Esto no contradice en modo alguno la autodefensa (armada). Un acuerdo político, un compromiso con el régimen que proporcione algo más de libertad para continuar la lucha sería la mejor solución intermedia para la revolución democrática, cuando esa lucha no pueda militarmente ganarse en función de unas determinadas circunstancias políticas. Los primeros pasos deberían ser la liberación de los presos políticos y el establecimiento de una tregua. La consecuencia debe ser un gobierno de transición que implique realmente un gran cambio en las características del régimen. Así podría mantenerse la exigencia irrevocable de la retirada de Asad, no como condición previa, sino como resultado.
Muchos consideran muy improbable y poco realista ese acuerdo dados los antecedentes históricos del régimen, y quizá tengan razón. Alegan que se ha derramado demasiada sangre, y puede que estén en lo cierto. Pero, en ocasiones, el bíblico ojo por ojo y diente por diente no consigue los resultados políticos esperados, llegándose a un punto muerto. Renunciar a participar en esta espiral de escalada podría interpretarse como debilidad pero podría más tarde acabar convirtiéndose en fortaleza y coraje. Creemos, por una parte, que la situación no está tan clara a nivel internacional, teniendo en cuenta la indeterminación estadounidense. Por otra parte -y este es el aspecto fundamental-, incluso una ronda de negociaciones fallidas podría cambiar la relación política de fuerzas a favor de las fuerzas democráticas, especialmente dentro de los grupos minoritarios de las comunidades. Y podría convencer a Moscú para que permitiera o incluso presionara por un cambio dentro del régimen.
Si la burguesía damascena endosa finalmente esta posición, miel sobre hojuelas. «Esta clase burguesa se animaría ante la necesidad de un cambio parcial del régimen dictatorial, parcial y desde arriba, restringido a las funciones políticas, no a las sociales». Absolutamente correcto, pero este ha sido también el caso en Túnez y Egipto, representando, sin embargo, un paso delante de gigantes. La «burguesía intentará mantener sus intereses de clase», como ha estado haciendo en Túnez y Egipto, pero, aún así, ese cambio significa un inmensa ganancia para el movimiento popular.
Mejor un paso atrás que una guerra civil a muerte (incluso aunque estuviera apoyada por partes de las masas populares que abrazaran el yihadismo, lo que significa que los yihadistas también tienen que estar presentes en un proceso de negociaciones) que aboque a una destrucción general que podría aniquilar también el impulso de la revolución democrática popular.
Por último, la propuesta de negociación es un medio para conseguir que el bloque democrático revolucionario esté conformado por una mayoría en la que participen todas las confesiones. Esto no puede conseguirse hoy mediante las armas porque está haciéndose una lectura de la violencia en función de pautas confesionales. Sólo abordando los temores de las comunidades sectarias, extendiendo la invitación política para un acuerdo negociado en la dirección de una transición democrática, podría ganárselas para una revolución democrática que de este modo podría conseguir la hegemonía.
Fuente original en inglés: http://www.antiimperialista.org/node/107037
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