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¡Qué difícil es hacer la revolución desde los despachos!

Fuentes: Rebelión

La muerte de Hugo Chávez ha venido acompañada por una cascada de declaraciones emitidas por políticos de todos los pelajes e ideologías. Entre ellas queremos resaltar las del portavoz de Izquierda Unida en el Parlamento andaluz José Antonio Castro y la reacción a las mismas. El diputado por Málaga se ha visto catapultado a la […]


La muerte de Hugo Chávez ha venido acompañada por una cascada de declaraciones emitidas por políticos de todos los pelajes e ideologías. Entre ellas queremos resaltar las del portavoz de Izquierda Unida en el Parlamento andaluz José Antonio Castro y la reacción a las mismas.

El diputado por Málaga se ha visto catapultado a la primera línea de críticas por afirmar que «le gustaría que en Andalucía se abriese un periodo similar al que se abrió en Venezuela en su momento para implantar el socialismo del siglo XXI».

Aquí no nos vamos a sumar a quienes vapulean sus palabras. Compartimos que muchos elementos presentes en la revolución bolivariana son exportables a nuestro país. Además estamos intelectual y afectivamente unidos a quienes como Pedro Montes o Manolo Monereo llevan años hablando y sembrando en nuestro país las bases ideológicas del socialismo siglo XXI.

No van por ahí los tiros. Las sensaciones negativas no nos salen del análisis teórico sino al desmenuzar la praxis que está llevando en el día a día, tras su pacto del gobierno con el PSOE, la coalición de izquierdas. Dan ganas de parodiar a Los Inhumanos («que dificil es hacer el amor en un Simca mil…») y proclamar: ¡qué dificil es hacer la revolución desde un sillón oficial!

Al poner en un platillo de la balanza las declaraciones de Castro y en el otro la «Realpolitik» valderiana imperante en IU-LV-CA, vemos que, contempladas desde la luz de la política cotidiana llevada a cabo por los cogobernantes, tras las primeras hay mucho de cuadratura del círculo, de paradoja imposible, de oxymoron.

Intentamos poner un ejemplo: mientras se reivindica como deseable para nuestra tierra la acción político-social llevada a cabo por la revolución venezolana, en Andalucía se comparte mesa y mantel con los hermanos políticos de Carlos Andrés Pérez y su Acción Democrática, los mismos que durante el felipismo favorecían los negocios del multimillonario Gustavo Cisneros o hicieron la vista gorda ante la masacre del «Caracazo».

Mientras se habla de transformación social, se apuntala la «pata izquierda» del régimen juancarlista y del liberalismo económico imperante, al partido que ayer cumplió sumiso -gobierno Zapatero- las directrices de la oligarquía y hoy mismo, con Rubalcaba, acude raudo a tapar las vergüenzas al descubierto del Borbón cazador.

Mientras se sueña con una transformación social se defiende que ésta puede darse estando unidos en la acción de gobierno a quienes sólo son alternancia electoral, un matiz distinto de la misma gama de color, pues ni desean, ni pueden, ni serán alternativa social y económica. Para ello deberían formular una propuesta política distinta. Nunca la plantearán.

Para hacer creíbles las ideas no se puede acusar de recortador al gobierno de Mariano «Manostijeras» (que lo es, y desbocado) y a reglón seguido, acatar por «imperativo legal» las recomendaciones del gobierno central, aunque esto signifique poner en la calle a miles de profesores, dejarse meter el gol en la comisión de los ERES, apoyar unos presupuestos que nada cambian o no enfocar con lupa limpiadora a las tan cuestionadas agencias públicas de la Junta…

Habrá quien asevere: «Pero los Consejeros de IU son honestos«. Eso se da por descontado, ¡faltaría más!

Las palabras de Castro sirven para contemplar las dos personalidades que conviven en IU. La primera -que podría ser encarnada por la mayoría de las bases y dirigentes como Alberto Garzón o Juan Manuel Sánchez Gordillo-, conecta perfectamente con las reivindicaciones populares porque participa de ellas y combate por ellas.

En la segunda intuimos una importante desconexión con la realidad. Difícilmente puede comprenderla o defenderla quien está ajena a ella. Es respaldada por quienes ven en la Política un chiringuito de colocación y tienen un pasado laboral inmaculado, sin ningún contrato de empresa u oposición aprobada que lo manche.

Casi tan limpio como el de la ministra Fátima Bañez. Similar al de algunos liberados que desde hace quinquenios no tienen un andamio o un taller al que volver. Y aunque empezaron defendiendo una idea, terminaron defendiendo una posición. Lo cual es humano, pero no ejemplarizante.

Hace unos quince años en una asamblea de un pueblo de la campiña cordobesa, un cargo orgánico de cuyo nombre no quiero acordarme apostillaba cada una de sus intervenciones con un «al tajo, compañeros, al tajo». Los jornaleros presentes se miraban sorprendidos unos a otros y comentaban en voz baja: «qué sabrá éste de tajos si nunca ha doblado el espinazo». A los pocos meses, se celebraban elecciones generales. En un distrito de la capital se proponían nombres para la lista. Por cada propuesto, el proponente hacía una glosa. Acababan de nominar a una compañera por «su vinculación al movimiento obrero«. El siguiente en intervenir propuso al de «compañeros, al tajo«. Antes de que lo loase fue cortado por otra intervención «No hace falta que lo digas. A Fulanito también lo propones por su vinculación al movimiento obrero«. La carcajada fue general. Imaginad que el susodicho fuese hoy un alto cargo. Y que predicase la revolución bolivariana. Esa es la dicotomía de la que hablaba.

Las transformaciones sociales no se hacen en los bares. Hacer una revolución en el salón puede ser un ejercicio intelectual divertido, pero para lograr revertir la actual situación, la gran alianza no puede establecerse con quienes desean que nada cambie, que todo siga igual. Debe hacerse con la mayoría, buscando los puntos de coincidencia con los que podamos impugnar el sistema.

Cuando se quiera emular a la revolución bolivariana, no se puede olvidar que ésta llegó porque sus promotores no estaban dispuestos a administrar las migajas del capitalismo. E hizo visibles al pueblo, a los sin voz, a los sometidos. La vieron creíble. Y eso la ha hecho peligrosa.

Si de verdad quiere IU la llegada del socialismo del XXI, podía empezar a preguntarse: ¿qué estoy haciendo en la Junta? ¿Cumplir mi programa, las promesas que hice o gestionar lo poco que me dan lo mejor que pueda?

En los párrafos anteriores hemos comentado una paradoja. Termino con un pleonasmo: «Para creerme que la acción gubernamental está sirviendo a la izquierda transformadora, tengo que verlo con mis propios ojos«. Tal vez sea miope. O simplemente escéptico.

Juan Rivera, miembro del Colectivo Prometeo y del Frente Cívico-Somos Mayoría

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.