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Siria

Y sin embargo, no desesperaremos

Fuentes: Al-Quds al-Arabi

La imagen en Egipto parece tremendamente pesimista, pues en el momento en que el régimen siente que se tambalea, recurre a la escisión sectaria. Eso es lo que hizo el régimen de Hosni Mubarak justo antes de la revolución del 25 de enero, con el objetivo de abortar la revolución haciendo uso del sectarismo, y […]

La imagen en Egipto parece tremendamente pesimista, pues en el momento en que el régimen siente que se tambalea, recurre a la escisión sectaria. Eso es lo que hizo el régimen de Hosni Mubarak justo antes de la revolución del 25 de enero, con el objetivo de abortar la revolución haciendo uso del sectarismo, y eso es lo que sucedió ayer ante la catedral de San Marcos en El Cairo. Es como si el recurso final del régimen fuera prender una escisión sectaria instintiva, en un intento de huir de su destino destruyendo la unidad del tejido social.

Esta realidad no es necesariamente resultado de un pensamiento conspiracionista, sino el resultado de una realidad que se escapa de sus normas, en la cual todo maníaco sectario puede utilizar esta nueva antigua arma para proteger a un régimen que se tambalea inevitablemente pase lo que pase. La escisión sectaria no salvó a Hosni Mubarak ni a Habib Adli, y no salvará tampoco a Muhammad Mursi ni a su guía.

Si la escisión no puede cambiar la fortuna, puede no obstante, provocar una destrucción estructural en la sociedad, y eso es lo que hizo en Iraq Paul Bremer con su voluntad salvaje de invadir Iraq, y lo que sucede hoy con la dinastía gobernante en Siria, que dirige la salvaje represión, haciendo uso del revólver sectario, considerando que puede por medio de ello retrasar su acechante final.

Pero lo que creó la invasión estadounidense en Iraq con su clara connivencia con las élites opositoras que se subieron a los tanques de la ocupación muestra los escenarios a los que puede verse sometida la zona, por medio de la contra-revolución que quiere acabar con las posibilidades de las revoluciones árabes.

En Egipto, los Hermanos siguen pensando que la «urnocracia» que llevó a su candidato de reserva a la presidencia puede acabar con el significado de los valores de la libertad y la dignidad que erigió la revolución del 25 de enero y así se chocan con un muro del gran logro del pueblo egipcio en su lucha contra la ocupación británica. Ese es el fundamento del patriotismo egipcio sobre la base de la unidad del pueblo, bajo los lemas de «La religión es de Dios y la patria es de todos» y «Unidad de la Media Luna y la Cruz». Así, la etapa de los Hermanos parece una reacción no solo contra el naserismo, sino también una tardía venganza contra la revolución de 1919, venganza que amenaza con acabar con la unidad del pueblo egipcio que la larga ocupación británica no pudo tocar.

Este estúpido suicidio no significa que los Hermanos puedan, mediante sus llamamientos implícitos a revivir el califato, mantener el poder, sino que puede significar que el precio de su caída suponga la apertura de una profunda brecha en el tejido social egipcio, que necesitará décadas para deshacerse de sus heridas.

En Siria, el régimen no vacila en cometer cualquier acto con tal de alargar su vida, y para que el precio de su caída sea la caída de la nación siria y su destrucción, tal y como esperan los sionistas. Nada puede salvar al régimen de los Asad, utilice las armas que utilice, o aunque haga uso de unos medios que llegan al límite de la locura. ¿Por qué se mantiene? ¿Por qué no busca una salida?

No hay respuesta más que el hecho de que el régimen hereditario fundado por Hafez al-Asad se edificó sobre la destrucción del Estado y sus instituciones para beneficio de la mafia y banda gobernantes. La caída definitiva del Estado sirio como institución comenzó con el Movimiento Correctivo dirigido por Asad padre. Con ese hombre, cuya era se distinguió por una mezcla de inteligencia y salvajismo, todas las instituciones del Estado y la sociedad se deslizaron hacia la desintegración. La cruenta masacre de Hama fue la ocasión que aprovechó el régimen para acabar con el Estado, el poder judicial, los sindicatos y todas las instituciones de la sociedad civil.

Lo que pasa hoy es el resultado de dicha destrucción, pues ni el ejército sirio se comporta como un ejército nacional, porque no es un ejército en el sentido organizativo de la palabra, sino una telaraña de autoritarismo cuyos hilos llegan hacia el palacio presidencial, ni el poder judicial se comporta como tal, ni tampoco el periodismo ejerce su profesión como debiera. Siria ha caído en el abismo de la represión sin normas, bajo la sombra del poder absoluto de la familia gobernante a la que no pone normas ninguna formación institucional.

Desde el inicio el régimen ha hecho creer que protege a las minorías, especialmente a los alauíes, cuando en realidad se protegía con ellas, y destruía la historia de la costa siria que rechazó el proyecto divisorio y participó en la construcción de la unidad siria que el colono francés pretendía destruir.

El régimen dictatorial que creó el proyecto golpista baasista con una idea fabricada a partir de una mezcla entre el romanticismo y el fascismo fue en los dos países árabes en los que gobernó una venganza contra la lucha por la independencia mediante la recuperación de la estructura sectaria que promovió el colono.

Y hoy el régimen dictatorial no encuentra en Siria ante sí más que lo que dejó atrás, un régimen que se protege con el pasado del pasado, que utiliza el lenguaje del rechazo para devolvernos al tiempo colonial, que explota las estupideces de algunas fuerzas de la oposición siria y su dependencia del exterior petrolero para hacer que todo dependa de la muerte y la destrucción, y que lucha hasta la última casa en un Damasco destrozado por su despotismo.

Es raro cómo los opuestos coinciden en adorar el poder. Los Hermanos en Egipto y los baasistas en Siria no sueñan más que con mantenerse en el gobierno incluso aunque no puedan ya gobernar. El poder se ha convertido en el antónimo de la nación y la destrucción de la sociedad garantiza la conservación de un poder que ya no tiene de poder más que la ilusión.

Y sin embargo, no desesperaremos. El precio es muy alto y la historia larga y dolorosa, pues a lo que se enfrenta el mundo árabe es a la fundación de la idea de la legitimidad en la sociedad y el Estado, y es una cuestión que debe descubrir todo el pus creado por el despotismo. Uno no se deshace del pus tapándolo, sino rompiendo su ampolla. Ojalá estemos en las primeras etapas del enfrentamiento contra la ampolla del pus sectario.

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