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Gilad Atzmon, Siria y el «pueblo elegido»

Fuentes: Rebelión

Uno de los curiosos efectos de los bombardeos israelíes sobre Siria -a los que Bachar Al-Assad ha respondido de inmediato bombardeando Alepo, Deraa y Raqa- es la relegitimización del régimen y la criminalización de los «rebeldes» y, por extensión, de la izquierda solidaria con la lucha del pueblo sirio que se opone a la dictadura. […]

Uno de los curiosos efectos de los bombardeos israelíes sobre Siria -a los que Bachar Al-Assad ha respondido de inmediato bombardeando Alepo, Deraa y Raqa- es la relegitimización del régimen y la criminalización de los «rebeldes» y, por extensión, de la izquierda solidaria con la lucha del pueblo sirio que se opone a la dictadura. Para un sector del anti-imperialismo y del anti-sionismo europeo esa solidaridad constituiría en realidad un apoyo explícito a Israel y a la ocupación de Palestina y exigiría, por lo tanto, «nuestro» más enérgico «rechazo ético y moral» como paladines que somos de la causa palestina y la liberación mundial. El que este tipo de atajos pansémicos -de la velocidad al tocino o viceversa- se produzcan con frecuencia dentro del campo anti-imperialista no los hace menos dolorosos ni menos destructivos; y su potencia tenebrosa se multiplica si es un intelectual comprometido y de reconocido renombre el que los utiliza (http://rebelion.org/noticia.php?id=167836).

Si he de decir la verdad, no me gusta el tono desenfadado y perdonavidas con el que Gilad Atzmon, un tío estupendo, despacha al mismo tiempo la complejidad de la situación siria y el gesto solidario de -entre otros- Tariq Ali, Fredric Jameson, Norman Finkelstein o Ilan Pappe. ¿Desde dónde habla Atzmon? ¿Desde un superior compromiso? Después de todo, es «un tío estupendo que quiere liberar Palestina» y que, como Ali, Jameson, Finkelstein o Pappe, dedica una parte importante de su tiempo y de su esfuerzo a defender una causa justa. ¿Cuál sería la diferencia? Todos somos tíos estupendos que, en cualquier caso, no nos jugamos la vida -o al menos no directamente- sino sólo la inteligencia, el discurso y quizás el prestigio (el talón de Aquiles donde se nos puede clavar una lanza). Sólo tenemos nuestras palabras. Pero que no comprometamos otra cosa que nuestras palabras entraña al menos dos consecuencias. La primera es que, si sólo «decimos», sólo «hacemos» lo que decimos: nuestros gestos son nuestros verbos. No creo que haga falta recordar todo lo que han dicho a lo largo de sus vidas Tariq Ali, Jameson o Pappe sobre la ocupación israelí; ni que esas «acciones discursivas» jamás se han visto desmentidas fuera del discurso -la contradicción que llamamos hipocresía o doble moral- por ninguna acción material: ellos, desde luego, no han bombardeado Gaza ni colonizado Cisjordania mientras hablaban de libertad y democracia, pero tampoco han compartido nunca cócteles con los verdugos ni participado -por ejemplo- en una manifestación pro-israelí. Son unos tíos estupendos, como Gilad Atzmon, que -como Gilad Atzmon- consisten en lo que escriben; y nada que hayan escrito hasta la fecha contiene el más mínimo atisbo de apoyo, directo o indirecto, a Israel y la ocupación de Palestina.

La segunda consecuencia de que no comprometamos más que palabras es precisamente que tenemos que tener mucho cuidado con lo que decimos. Y si Tariq Ali, Jameson y Pappe han extremado los cuidados en la redacción del comunicado sobre Siria (http://rebelion.org/noticia.php?id=166595), no puede decirse lo mismo de la denuncia de Gilad Atzmon. Romperle las piernas a la lengua no es como romperle las piernas a un hermano, desde luego, pero es romper algo muy serio con lo que tenemos una íntima relación de parentesco. Atzmon cuida poco la lengua. Abusa de ella. Le hace decir cosas que inhabilitan precisamente su capacidad para hacer diferencias; es decir, su poder de significar. Dice que Ali, Pappe y Jameson se han «metido en la cama con Bibi» (Netanyahu) porque él, Atzmon, ha decidido que habría alguna misteriosa relación hipotáctica -de subordinación- entre los dos términos de esta coordinación: la firma de un comunicado en solidaridad con el pueblo sirio y los bombardeos de Israel sobre Damasco. Pero esa hipotaxis es peor que fantasiosa; es malvada; o peor que malvada: falsa. Ningún argumento enteramente reversible -o que permita asociaciones contagiosas ad libitum- es realmente un argumento. Una arbitrariedad que cortocircuita toda posibilidad de pensar e introducir diferencias no es un pensamiento. Veamos. Si Atzmon dice que solidarizarse con el pueblo sirio equivale a acostarse con Netanyahu, los EEUU, Qatar, la OTAN, etc., podríamos igualmente decir que solidarizarse con el pueblo palestino equivale a acostarse con Irán, la Yihad Islámica, sectores rabínicos radicales, el Frente Nacional francés y algunos grupos neonazis antisemitas. Aún más absurdo: este tipo de escaleras mecánicas de doble dirección conducen a su propia autodestrucción: porque pendiente abajo tendríamos que aceptar que los que estamos a favor del pueblo sirio y del pueblo palestino -como es el caso de Ali, Jameson y Pappe- estaríamos al mismo tiempo a favor y en contra de los yihadistas, los nazis, la OTAN, los EEUU, Israel y Palestina; es decir, a favor y en contra de todos los actores, amigos y enemigos, entrometidos en esa gran cama revuelta en que se ha convertido Siria.

¿Por qué un hombre inteligente y comprometido como Atzmon le hace esto a nuestra Madre lengua? ¿Por qué se burla de los que «quieren liberar al pueblo sirio»? ¿No quiere él liberar al pueblo palestino? ¿Es que uno lo merece menos que el otro? ¿Es que hay que escoger entre uno de los dos? No es eso lo que pensamos los que apostamos por afirmar al mismo tiempo los principios y la complejidad. Algunos nos comprometemos sólo de palabra, desde comunicados y artículos, pero en Siria, sobre el terreno, hay miles de hombres y mujeres (de las Coordinadoras Locales a los partidos de la izquierda revolucionaria, incluyendo a muchos palestinos) que se juegan el pellejo defendiendo los principios (democracia, laicismo, soberanía, socialismo) y asumiendo por eso una oposición compleja: a la criminal dictadura del Assad, sin duda, pero también a Israel, a las potencias del Golfo, a los EEUU, a los HHMM, al frente Nusra. Dirá Atzmon que no son muchos y no van a ganar, que la geoestrategia impone su feroz dogal, que no es momento para blandenguerías o ingenuidades, que hay que elegir, frente a los principios y la complejidad, una rotunda simplicidad jesuítica (nada de «humanismos» ni «progresismos»). Pero entonces, ¿en nombre de qué, cómo atreverse a hablar -y con ese empaque paternalista y displicente- de «ética y moralidad»? Esta invocación a la «ética y la moralidad» con la que Atzmon despacha a «esos tíos estupendos» me resulta particularmente dolorosa si pienso que su atajo criminalizador reproduce fielmente la lógica del régimen sirio. Ali, Jameson y Pappe están a salvo; y Atzmon no quiere matarlos. Pero a los que piensan en Siria como Ali, Jameson y Pappe esa lógica criminalizadora -los «rebeldes» son «terroristas» que se acuestan con Israel- les está haciendo literalmente pedacitos: bombardeos aéreos, torturas, masacres indiscriminadas. Quizás Atzmon piense que eso es lo que merecen -por acostarse con Netanyahu- y que los israelíes, a su vez, merecerían otro tanto (una expiación colectiva de un gran crimen colectivo), pero que se atreva, si tiene agallas, a enraizar esa locura sangrienta en «la ética y la moralidad».

Lo bueno de los razonamientos consistentes es que son como la homeopatía: en el peor de los casos, no causan ningún efecto. Un razonamiento inconsistente, en cambio, siempre tiene consecuencias materiales. Atzmon, que ha sufrido en sus propias carnes estas hipotaxis contaminantes, no debería entregarse a la lujuria de las criminalizaciones. Porque tienen descendencia, como él bien sabe; vástagos monstruosos que vagan por las noches, justicieros, depurando las filas de los que no son suficientemente sionistas, suficientemente anti-sionistas, suficientemente amigos. Lógicas iguales producen efectos iguales, ya se trate de Israel o de Siria; y son los pueblos y los que los defienden los que acusan los golpes. Hay algo muy «israelí» en el gobierno sirio; y algo muy «sirio» en el gobierno israelí. Y hay algo ahora muy palestino en el pueblo sirio como hay algo muy sirio en el pueblo palestino. ¿No podría Atzmon, ese tío estupendo, oponerse a la «israelidad» en general y solidarizarse con los dos pueblos masacrados, el sirio y el palestino, en lugar de «elegir» uno, como hace Israel, y criminalizar, como hace Israel, a los que creen posible defender para todos la justicia, la democracia y la dignidad?

Lo peor que puede decirse de Tariq Ali, Jameson y Pappe es que han apoyado de palabra al pueblo sirio; lo mejor que puede decirse de Atzmon es que lo ha abandonado. Pero ha hecho algo mucho peor: ha dicho que esos mismos que denuncian a Israel por sus crímenes, cuando denuncian al régimen sirio por los suyos… ¡están apoyando los crímenes de Israel! ¿Es posible decir una cosa así sin hacer jirones la lengua? ¿No hay también palabras-bomba? Hace unos días, el ministro del interior español, Jorge Fernández Díaz, hizo una declaración de pérfida y gloriosa majadería: «El aborto tiene algo que ver con ETA pero no demasiado». Pues bien, de la argumentación de Atzmon se puede decir lo mismo que decía un usuario de facebook de la majadería del ministro: «esta frase tiene algo que ver con la posesión de un cerebro, pero casi nada».

Con la ética y la moralidad -para las que basta apenas una neurona decente- nada de nada.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.