Traducido del francés para Rebelión por Susana Merino
A dos años de las revoluciones árabes de Túnez y El Cairo, el tiempo del entusiasmo cede el paso a la reflexión. La emoción debe dejar paso al análisis. Ciertamente nadie lamentará la caída de las dictaduras, los tiranos derrocados y los climas de plomo que sofocaban estos regímenes que gozaban de la benevolencia de las democracias occidentales. Pero si la alegría ante la desesperación de los dictadores, sus temores a ser atrapados uno a uno por una contagiosa oleada de cólera han quedado relegados a un feliz e imborrable recuerdo, no sería lógico permanecer insensible hoy a los nubarrones que amenazan a lo que han sido formidables levantamientos sociales y populares. La inenarrable alegría que nos produjeron no puede, por sí misma, impedirnos expresar nuestras inquietudes.
¡Lo imprevisible!
Con absoluta seguridad aquel estallido no puede reducirse a un paréntesis y nadie puede tocar la campana que pone fin al recreo o el silbato de finalización del partido. Porque las sociedades que experimentaron estos levantamientos ya no son dóciles ni tienen miedo, porque éste ha cambiado de bando. Y el dentífrico no volverá al tubo. Pero cuidémonos de que no se pisotee, porque la gravedad, la sed de venganza y las ambiciones agazapadas en la sombra podrían coagular la situación en el sentido inverso al de los movimientos emancipadores que la originaron. Ha llegado, por lo tanto, el tiempo de la vigilancia. Con sus exigencias que imponen reubicar los acontecimientos en la temporalidad evolutiva de un área estratégica y cultural. Por que en dos años la región se ha trastocado totalmente y el tiempo se ha acelerado bajo el impacto de las implosiones internas y de las injerencias externas. Las tendencias y los desafíos se han confirmado y hoy domina la evolución del conjunto de la región árabe-musulmana. La escena de Malí se halla igualmente afectada.
Ningún analista puede presumir de haber previsto que regímenes tan autoritarios como los de Ben Alí o Mubarak se hundirían en tan poco tiempo de formas tan poco usuales en los esquemas tradicionales de la vida política. Ausencia de un líder reconocido, nada de formas organizadas encarnadas en un partido o una estructura militante, sin programas, sin acumulación de luchas masivas. Solo una palabra de orden y un deseo: acabar con los déspotas y la humillación. Ninguna cancillería advirtió la llegada de la tormenta. Ningún complot tiró de los hilos ni organizó el acontecimiento. Los regímenes se hundieron porque habían llegado al final de su carrera, porque el miedo había cambiado de bando y porque los aparatos represivos intervinieron con prudencia jugándose el porvenir y abandonando al poder establecido.
Tras derrocar a los déspotas comenzó el tiempo de la reconstrucción. Con su cohorte de injerencias y maniobras. Las sociedades políticas aparecieron en su día más despojado. Los partidos en su mayor parte únicos, vinculados al poder se aislaron tolerando lo esencial de la protesta en la sociedad civil. Las fuerzas islámicas, aprovechando las deficiencias del Estado habían tomado desde hacía tiempo el control, iniciando actividades caritativas. Muy pronto aparecieron como las únicas fuerzas organizadas capaces de desempeñar un papel político mayor y de canalizar la rebelión. Se beneficiaban además de un plus. Su estatuto indiscutido de víctimas de la represión de los regímenes derrocados e importantes apoyos financieros del exterior procedentes de regímenes que sostienen al Islam político, en primer término de Arabia Saudí y Catar.
Uno de los efectos de las Primaveras árabes es que mostraron la inevitable importancia de los Hermanos musulmanes, rodeados a menudo de salafistas, con el consiguiente rechazo del marco electoral para acceder al poder y el aliento al recurso de la violencia. El objetivo de ambos está bastante próximo en lo que atañe a sus deseos de aplicar lo esencial de los principios de la Sharia en toda la sociedad. Rápidamente se organizaron consultas. Organizaciones por aquí, legislativas allá. En todas partes el resultado fue el mismo. Conmociones «islámicas», escasa penetración de las fuerzas laicas, progresistas y emancipadoras. Pero sobre todo organización estructurada de un lado y desmigajamientos, divisiones o alegre anarquía del otro. Combate desigual cuya finalización aún no se ha escrito, pero que alimenta serias preocupaciones. La situación emergente actual viene de lejos y refleja y sanciona muchos decenios de evolución política de la región.
Una zona fuertemente perturbada
En efecto esta zona árabe-musulmana ha conocido durante decenios las peores derivas. Este vasto conjunto de áreas de liberación y de construcción nacional, teñido de un fuerte sentimiento antiimperialista, ha sido desvastado por múltiples guerras. El movimiento nacional se ha destruido. Las fuerzas progresistas o marxistas que jugaron un importante papel durante las décadas del 50 y el 60 fueron en todas partes objeto de una represión feroz y señaladas como el enemigo principal por las fuerzas oscurantistas y religiosas que ascendían. El Islam político e integrista ha matado más árabes que occidentales. El nuevo panorama político emergente sustituyó la antigua trama por nuevas líneas de fuerza organizadas sobre un esquema que favorece los enfrentamientos étnicos y religiosos. Estas oscilaciones determinan los enfrentamientos actuales y los vuelve menos comprensibles a los ojos de otros continentes.
Desde Palestina hasta el Sahel, pasando por los países del Magreb, Egipto, Siria y los países del Golfo, se afirma una nueva trama que traduce la incautación de los conflictos nacionales étnicos y religiosos por parte del islamismo. La región se halla atravesada por una tenaz y sangrienta oposición entre suníes y chiíes, que se apoyan en ciertos Estados. Una de sus formas más extremas -el salafismo- aliada a veces con la yihad de Al Qaída emprende acciones antioccidentales con la esperanza de afianzar su prestigio en el mundo musulmán y aparecer como el más decidido y determinado, con el objeto de atraer aquellos segmentos de población humillados y víctimas de las políticas neoliberales impuestas en toda la región.
Esta zona se ha convertido en un vasto campo de intervenciones militares, de recomposición y de injerencias políticas. En todas partes en que las armas truenan se debilitan los Estados y quedan a merced de las rivalidades de los clanes en las que prosperan los negocios y los contratos a la sombra de frágiles conatos de paz. Irak y Libia han sido devastadas por hombres de negocios sin escrúpulos en connivencia con los potentados locales. Somalia se ha convertido en un Estado en quiebra, abandonado a bandas rivales que se refugian en el asalto y la piratería. El Sahel va camino de convertirse en una vasta zona de inseguridad en la que la atención solo recaerá sobre los islotes de recursos fuertemente defendidos sin la menor consideración por el océano de miseria que los rodea. En esta región el imperialismo, el caos y el islamismo van a la par, para gran desgracia de sus poblaciones.
Las Primaveras árabes están en el centro de estas tormentas. Se enfrentan a las derivas autoritarias de los nuevos poderes y al agravamiento de la violencia que las acompañan. Aparecen milicias represivas paramilitares tanto en Egipto como en Túnez. Siembran el terror y tratan de imponer un nuevo orden en el espacio público diezmando las libertades individuales. Como en Irán, surgen comités de buenas costumbres sobre la base de principios religiosos. Se ha dado un paso más asesinando a un líder político de la izquierda tunecina. El mensaje ha sido claro. Los progresistas deben comprender que ha llegado el tiempo de instaurar un poder islámico, a través de las urnas o por la fuerza y que la «Primavera» se debe olvidar rápidamente. Este tipo de modelo está establecido desde hace algunos años en Marruecos, Turquía, Irán, Sudán y en el Golfo. Existen fuertes presiones que tienden a a orientar las «revoluciones árabes» en tal sentido.
Se ha hablado mucho de los modelos de referencia que inspiraron las «Primaveras árabes» Paso a paso fueron recordando el espíritu europeo de 1848, las transiciones democráticas de América Latina de los años 80, luego el giro a la izquierda de ese mismo continente hacia el 2000, luego las transiciones de Europa de Este. Se planteó la pregunta de cúal pudo ser el papel que jugó «cuestión palestina» o las dimensiones antiimperialistas del movimiento. Pero a medida que los acontecimientos se desarrollaban las explicaciones perdían validez porque todo terminaba relacionándose con las especificidades de la región, sobre todo con el despotismo gubernamental y el peso de la impronta religiosa.
Nos gustaría creer que todavía no se ha jugado todo. Y sobre todo que la inmensa esperanza que surgió de una mayor libertad y dignidad no quedará sin futuro.
Fuente: http://www.gabrielperi.fr/Printemps-arabes-Le-dentifrice-ne?lang=fr
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