Las protestas que comenzaron hace algo más de una semana en Turquía evolucionan con inusitada rapidez hacia una situación peligrosa y desconcertante en la cual los actores centrales ya no son los manifestantes versus Erdoğan, sino Erdoğan contra su propio partido y/o Erdoğan, quizá, contra molinos de viento. La película de los hechos ofrece la […]
Las protestas que comenzaron hace algo más de una semana en Turquía evolucionan con inusitada rapidez hacia una situación peligrosa y desconcertante en la cual los actores centrales ya no son los manifestantes versus Erdoğan, sino Erdoğan contra su propio partido y/o Erdoğan, quizá, contra molinos de viento.
La película de los hechos ofrece la siguiente evolución: antes de su salida hacia el Magreb, el primer ministro, tras unas primeras manifestaciones duras, decide mostrarse mínimamente conciliador, cuanto menos en el tono empleado hasta el momento. Parece responder, además, a las recomendaciones del presidente Abdullah Gül en ese sentido. También se han hecho públicas preocupantes advertencias de Washington, Bruselas y Londres para que se limite el recurso a la violencia policial.
Cuadro segundo: el 3 de junio, mientras Erdoğan despega hacia el Magreb, el viceprimer ministro Bülent Arinç entona un mea culpa y pide disculpas por los excesos policiales, a la vez que se muestra comprensivo hacia los movimientos de protesta, todavía centrados en torno al parque Gezi, en Estambul, aunque ya hubieran saltado de hecho a otras ciudades. Inicialmente, parece que aquello forma parte de una maniobra concertada: el primer ministro se ausenta, desciende la tensión en las calles, y su sustituto aprovecha la tesitura para ofrecer la pipa de la paz.
Sin embargo, no es así, o bien se produce en algún momento un cortocircuito, en Turquía, esto es en el seno del AKP; o en Marruecos, en la cabeza de Erdoğan. Ya antes de tomar el avión de regreso, en el mismo Túnez, el primer ministro empieza a tronar cual basilisco otomano. Asegura que piensa seguir adelante con el proyecto para remodelar la zona del parque Gezi -asunto que, en principio, no debería ser de vida o muerte para un primer ministro- y de paso advierte de que hay terroristas infiltrados entre los manifestantes.
Esto último resulta bastante chocante, porque caso de ser cierto, el MİT , que es un servicio de inteligencia bastante competente, y más ahora en relación con peligros derivados de la guerra de Siria, no hubiera tardado en dar nombres y pruebas. Así que, de forma bastante intempestiva, Erdoğan va y pone en un compromiso a los servicios de inteligencia del Estado.
Pero no se detiene ahí. Nada más volver -quizás incluso mientras volaba de regreso- inicia un violento contraataque, cuando la violencia de las manifestaciones parecía haber cedido. Su cuenta en Twitter no paraba de vomitar mensajes -era realmente una tralla sostenida, contínua- expresando sus ideas, amenazas, datos, frases. Era evidente que no se trataba de un trabajo estrictamente personal, pero aún siendo obra de un equipo de redes sociales, el esfuerzo fue considerable. Y lo es, de hecho, porque la cuenta sigue manteniendo un fuego sostenido.
Pero sobre todo, el primer ministro decide «sacar los votos a la calle»: habla ya sin tapujos de la mayoría que le apoya, se reviste de la voluntad de todos los turcos -el conocido delirio mesiánico que producen algunas mayorías parlamentarias- y se da un baño de multitudes nada más bajar del avión. Pero esa maniobra, claro está, es muy peligrosa: supone renunciar a la imagen de verdadero líder nacional y jugar a la ruptura social en beneficio propio.
¿Qué ha sucedió entre los días 3 y 6 de junio para que se produzca este viraje?
Seguramente tuvo mucha importancia la caída de la bolsa el lunes día 3: algo más de un 10% en un solo día. Turquía se ha convertido en país refugio para la inversión internacional -y preferentemente árabe- una buena parte de la cual va hacia fondos de inversión muy rentables. Ese dinero se reinvierte en construcción o incrementa fortunas o especulación; pero no está generando exportación de alto valor agregado; y en ese sentido, de producirse una retirada de las inversiones extranjeras la economía turca, que hasta ahora crecía espectacularmente, podría sufrir un duro quebranto. Porque si la situación de desorden en Turquía no deja de ser portada internacional, el dinero escapará. Y la gran obra del AKP en esta década -una Turquía próspera y estable- podría quedar vacía de contenido.
Sin embargo, Erdoğan recibió un par de capotes: el pasado viernes, día 7, la agencia de calificaciones crediticias Fitch Ratings comunicó que el actual nivel de protestas en Turquía no son una amenaza para el rating. Ese mismo día, tuvo lugar en Estambul un foro sobre Unión Europea, al que acudió el Comisario para la Ampliación, Stefan Füle. Aunque volvieron a aflorar los reproches alemanes sobre el uso excesivo de la fuerza policial, Erdoğan se las apañó para demostrar que también Bruselas sigue confiando en Ankara. No le faltaba razón, teniendo en cuenta que desde hace algunos meses, desde Berlín se están levantando barreras para volver a impulsar las negociaciones con el candidato turco.
Por lo tanto, parece evidente que Erdoğan se sintió respaldado internacionalmente y volvió a la carga contra los manifestantes, pero reforzando también su posición en el propio AKP. Aquí afloran algunos síntomas de que el mesiánico primer ministro se está convirtiendo en un peligro para el partido. Su imagen se ha vinculado demasiado con el propio AKP, contribuyendo a ofrecer una imagen de autoritarismo e intolerancia que no aqueja, ni mucho menos, a todo el AKP. En consecuencia, si la prensa internacional empieza a perder el respeto a Erdoğan, el partido también paga la factura. Si la figura del primer ministro como «Sultán» intolerante se reafirma, el AKP pasa a quedar minusvalorado como mero patrimonio del tiranuelo. Ay de los partidos que no saben reaccionar contra los mesías que generan.
Y lo cierto es que el AKP es algo más que el partido de Erdoğan, aunque es verdad que inicialmente fue obra suya. Pero ahora es el primer partido islamista moderado que ha tenido éxito real en la historia de la República turca. Y no sólo eso, sino que además ha logrado dar diez años de estabilidad, progreso y respetabilidad internacional a Turquía. Seguramente merecería tener una continuidad histórica más allá del destino de Erdoğan.
¿Ha empezado éste a sospechar que en el seno del AKP se mueven fuerzas que ven claro ese planteamiento?¿Teme que lo perciben como un estorbo, o sólo se lo imagina? Los baños de multitudes que lo arropan a él en concreto -no al partido en su conjunto-: algunas dimisiones que empiezan a producirse, calladamente; la posibilidad de que las disculpas de Bülent Arinç no hubieran sido una sugerencia suya; la advertencia del presidente Gül…
Pero sobre todo, resulta significativa la batalla que se empeña en librar en solitario, él contra los revoltosos, que ya son todo y cualquier cosa: terroristas, saqueadores, agentes extranjeros, anarquistas. Y la última y más inquietante acusación: todo es una maniobra de los especuladores para espantar a los especuladores extranjeros, para que se hunda la bolsa turca. En consecuencia, amenazó a la banca privada: lo pagarán caro. E instó a sus seguidores a utilizar la banca estatal en detrimento de la privada. No dio nombres, no quiso darlos, lo cual es peor, porque amplifica la sospecha y hace corresponsable a toda la banca privada turca -¿también la banca islámica?- de una difusa conspiración.
Lo interesante del caso es que ya desde el día 4, miles de seguidores de Erdogan retiraron sus ahorros o cancelaron sus cuentas en el Garanti Bank, el tercero de Turquía, en protesta por la parcial cobertura de las protestas por parte de NTV, la cadena de televisión afiliada al banco.
Según cifras de hace días, se habían retirado del banco entre 18 y 20 millones de dólares en cuentas bancarias. Frente al total de de los 47.000 millones que maneja Garanti Bank en su fondo de cuentas, eso parece poco. Pero no deja de ser fascinante que un líder de tendencias neoliberales -porque eso es en realidad Erdoğan- contribuya a testear a gran escala la viabilidad de un arma de presión ciudadana que hasta ahora se había probado sólo en acciones limitadas, pero con buenos resultados.
Fuente original: http://eurasianhub.com/2013/06/10/erdogan-contra-todos/