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Un debate (amistoso) con Santiago Alba Rico

Islamismo, democracia y revolución

Fuentes: Grund Magazine

Santiago Alba Rico es sin duda uno de los pensadores críticos más lúcidos y agudos que tenemos en la izquierda alternativa. Sus artículos sobre las revoluciones árabes han sido y siguen siendo un punto de referencia esencial para aproximarse a unos procesos que rompen esquemas, abren espacios y nos sitúan ante una nueva etapa histórica. […]

Santiago Alba Rico es sin duda uno de los pensadores críticos más lúcidos y agudos que tenemos en la izquierda alternativa. Sus artículos sobre las revoluciones árabes han sido y siguen siendo un punto de referencia esencial para aproximarse a unos procesos que rompen esquemas, abren espacios y nos sitúan ante una nueva etapa histórica. Las cuestiones que plantearé a continuación son, más que una respuesta a los interrogantes que la Historia nos plantea, un ahondar en una serie de dudas, intentando acercarnos al fenómeno desde la complejidad. Obvia, por supuesto, recalcar que son esbozadas desde el mismo campo del comunismo crítico y heterodoxo al que se adscribe el compañero Alba Rico, y desde luego, todo lo aquí planteado tiene voluntad de ser meramente aproximativo, huyendo de fórmulas acabadas y tajantes.

¿Golpe de Estado o revolución? O más bien… ¿Revolución y golpe de Estado contrarrevolucionario?

No hay duda de que uno de los aciertos fundamentales de Santiago Alba Rico es haber identificado el inmenso peligro que se esconde tras el golpe de estado militar contra los Hermanos Musulmanes. El ejército es el primer capitalista colectivo de Egipto, responsable de la represión durante décadas contra el islamismo político y la izquierda, con una actuación brutalmente represiva desde el inicio de la revolución. Controlan el 30% del PIB a través de las empresas que ellos mismos privatizaron bajo Mubarak y mantienen fuertes lazos con el imperialismo norteamericano. La cuestión esencial es intentar comprender, una vez caracterizado el golpe como contrarrevolucionario, a qué responde éste. ¿Existe una correlación entre las inmensas movilizaciones populares de los días previos al golpe, y el golpe de estado? ¿Es el golpe de estado la culminación de esas movilizaciones o es una reacción ante ellas? La respuesta de Santiago Alba Rico parece orientarse más bien a la primera de las opciones. Creo que la problemática de esta respuesta está en la conceptualización excesivamente unilateral que hace Santiago Alba Rico del concepto de revolución:

«Podemos hablar de «revolución» en uno de estos dos casos:

a) Cuando una mayoría social, con intereses diversos o no e incluso sin un programa político, derroca una dictadura.

b) Cuando un programa político de transformaciones radicales, mediante las armas o no y con el apoyo de una mayoría social, se impone sobre una «democracia burguesa».»

La problemática de esta conceptualización es ver la revolución como un simple «acto», sólo como un «momento político». Esta visión no es una definición de revolución, es sólo una parte, una arista, un prisma, de lo que es una revolución. Como explicaba Trotsky (y recuerdo que Santiago Alba es un comunista de los que gusta de Trotsky, como buen heterodoxo) el dilema de una revolución es precisamente el ser una «entrada de las masas previamente despolitizadas en la vida política». Por lo tanto, es un proceso, y la capacidad para controlar los ritmos, los saltos, al menos en primer momento, no depende de una subjetividad organizada y dirigente. Precisamente la creación de una mediación (lo que en otros momentos se llamó «el partido») es lo que trata de darle un carácter consciente a un proceso de por sí experimental y caótico. Las esperanzas de Santiago Alba Rico de que este proceso pueda ser teledirigido no se corresponden con ninguna experiencia histórica: la capacidad de «elegir el momento» es tan sólo parcial y ante todo, requiere de experiencias (entendida como asimilación de los hechos) de conciencia (entendida como capacidad de la clase de autoformarse y generar sus propias dinámicas estratégicamente) y también de un relato que vaya más allá del «sabemos lo que no queremos». Las revoluciones, las masas, los sujetos necesitan de una articulación ideológica, pues como bien insiste Santiago Alba, las revoluciones no nacen siendo socialistas. Detrás del golpe de estado se esconde, entre otras cosas, esa contradicción entre el proceso objetivo (que también es, por supuesto, subjetivo) consistente en la irrupción de las masas en la vida cotidiana y la debilidad de la subjetividad entendida como conciencia. La situación de caos generada por la revolución es irresoluble para las capas populares sin esa mediación, que por supuesto, no consiste sólo en «el partido», como ciertos sectores de la izquierda revolucionaria han planteado, con su anti-materialista visión de que «lo único que se necesita para hacer la revolución es el partido», sino que requiere de una conformación más amplia.

Esta visión de la revolución como proceso (existiría una tercera acepción, la revolución como transformaciones estructurales después de la toma del poder, pero está se escapa de este debate) implica que existirán coyunturas diversas, ritmos dispares, incluso dentro del mismo espacio temporal. ¿Pueden convivir en un mismo «momento político» la revolución y la contrarrevolución? ¿Pueden existir sucesos que son victorias y derrotas al mismo tiempo, que expresan fortalezas y debilidades al mismo tiempo? ¿Puede significar la caída de Morsi una demostración de fuerza del movimiento revolucionario y a la vez de su impotencia, ya que la resolución ha sido a través de un golpe militar orquestado por el primer capitalista colectivo de Egipto? Adoptar esta visión significa asumir que una revolución lleva implícita la contrarrevolución, que existe una ligazón indisoluble entre ambas y que, desde el punto de vista de la performación política, en determinados momentos la «guerra de posiciones» y la «guerra de movimientos» serán tareas fusionadas. La gran paradoja que se deriva de ello es que las clases se «codeterminan entre sí», tal y como lo entendía E.P Thompson: las luchas, sus choques, se influyen mutuamente, pero sin controlar las consecuencias de sus acciones. Así pues, las consecuencias del proceso de movilización no deben ser confundidas con su resolución. Esta confusión constituye una consecuencia de la conceptualización de «revolución» de Santiago Alba Rico, que consistente en entender la «revolución» como un acto materializado en el cambio de gobierno, y que al final, le lleva a ver sólo el proceso por arriba, minusvalorando procesos que se dan paralelamente y que, sin duda, han sido determinantes, en este caso, provocando la contrarrevolución a pesar de ser una revolución. Santiago Alba Rico hace bien en advertir la involución reaccionaria que supone el golpe militar y la peligrosa deriva sectaria que le ha precedido y sucedido, pero incluso dentro de este contexto de contrarrevolución está implícito su contrario. El escenario sigue abierto y las erupciones latentes: habrá que acostumbrarse a que irrumpan, porque las revoluciones siempre nos interrumpen demasiado tarde y demasiado pronto.

Democracia con mayúsculas y democracia con minúsculas

«A mi juicio, lo más revolucionario que se puede hacer en estos momentos en Egipto, y en todo el mundo árabe, es tratar de construir un Estado de Derecho democrático mientras se trabaja a medio plazo -gramscianamente- en un proyecto contrahegemónico basado en el descontento social.»

Santiago Alba Rico.

No cabe duda de que generar marcos lo más favorables posibles tiene que ser un objetivo táctico, a veces una precondición, para reconformar un sujeto/bloque transformador. El problema es que la construcción de esa institucionalidad es constantemente interrumpida por erupciones sociales que responden a ese descontento social al que alude Alba Rico. Así pues, la construcción de una democracia queda paralelizada a la resolución de los «problemas sociales». Se ligan ambos como nunca en la historia. Obviamente llegados a ese punto, nos queda la pregunta clave: ¿Quién puede llevarlo a cabo? Seguramente, Alba Rico me respondería que ese sujeto hay que crearlo y que para ello se necesitan marcos favorables. Pero entonces ahí existe una contradicción de difícil solución, una inestabilidad permanente: ni las clases populares son capaces (por ahora) de conformarse como sujeto ni las clases dominantes son capaces de construir democracia (en lo político y en lo económico). La situación se vuelve un impasse sin solución mientras exista una «revolución» («masas que entran en política»).

Por otra parte, un análisis desde el materialismo histórico nos lleva a preguntarnos si alguna vez se ha construido una democracia burguesa (y el que escribe considera la democracia burguesa una conquista de los de abajo) sin condiciones materiales para ello. La clase dominante requiere de una cierta estabilidad en lo económico, de una cierta estabilización en las relaciones y estructuras productivas. La respuesta es sin duda negativa. Los casos de construcción de una democracia burguesa en un contexto de crisis histórica del capitalismo (no hablo de crisis coyuntural, como pudo ser durante la transición española) son, que yo sepa, inéditos. La democracia burguesa necesita integrar a sectores amplios de la clase en su estructura, tanto a nivel de hegemonía ideológica, como de coparticipación en la legitimidad. ¿Es posible esa integración en un contexto de descomposición capitalista? Todo el proceso de construcción democrática está «sobredeterminado» (tal y como lo entendía Raymond Williams, como «establecimiento de límites» o «ejercicio de presiones») por ese contexto. De hecho, uno de los factores que provoca el desgaste de los Hermanos Musulmanes es su incapacidad de construir ese régimen, basado en la integración proletaria a base de la estabilidad económica-política. El golpe de estado militar contrarrevolucionario es un reconocimiento implícito de la incapacidad de la burguesía egipcia para desarrollar un proyecto histórico democrático, aunque desde luego, también tiene parte de ajuste de cuentas de los militares contra el islamismo. Eso sí, no cabe duda de que a pesar de las erupciones de masas, el proceso revolucionario se torna de largo aliento, y que combinará ejercicios democráticos de diferentes intensidades, si es que no se impone la solución violenta y aplastante de la dictadura militar abierta. El reto de una izquierda es, basándose en las realidades materiales y subjetivas, avanzar hacia la construcción de una democracia no capitalista, única forma estructural de garantizar las precondiciones para la construcción de una democracia (incluso formal) en un contexto de crisis orgánica capitalista.

Islamismo y laicismo: ¿Cómo lograr un eje de ruptura anticapitalista?

El combate de Santiago Alba Rico contra las pulsiones próximas al positivismo liberal de la izquierda europea es sin duda formidable. Su constante explicación de que la religión es un fenómeno ontológicamente social, no solo místico, sino también cultural, recuerdan al mejor Gramsci. Su punto de partida es el único válido para plantearse el reto de colocar el eje de ruptura en la quiebra del capitalismo construyendo un contrapoder con vocación de mayoría. La cuestión es en qué punto, en qué sujeto (y las consignas que se derivan de su posición social) nos podemos apoyar. Ese punto de partida (que no el único, porque también se entrecruzan otros combates igual de importantes, como el feminista) es una visión de clase no como algo «esencialista» o ideológico, sino potencialmente relacional, unificador en un contexto donde las derivas sectarias pueden conducir al país a la guerra civil, tal y como parecen desear muchos laicos que agitan el muñeco de paja del peligro islamista. Contra la canalización del conflicto hacía la temática religiosa, una posición de independencia de clase consiste en ligar a los permanentemente expropiados en torno a consignas no sectarias. Es obvio que la coyuntura actual es particularmente desfavorable para ello, dado el lógico repliegue del campo del islamismo político después del golpe de estado y la represión, pero esa postura estratégica es la única forma de tejer una hegemonía alternativa. Así pues, el desplazamiento hacia la izquierda no se dará tanto desde dentro del islamismo político ( que orgánicamente tiende hacia la ficción homogeneizadora de las clases) sino desde una posición que combine la independencia de clase, siendo capaz de articular desde fuera y a la vez estimular dentro las contradicciones, a base de pedagogía, en el islamismo político.

Fuente original: http://www.grundmagazine.org/2013/islamismo-democracia-y-revolucion-un-debate-amistoso-con-santiago-alba-rico/

Artículos de Santiago Alba Rico citados:

– «Islamismo, democracia, revolución»: http://rebelion.org/noticia.php?id=170755

– «Egipto, la izquierda y el golpe de estado»: http://gara.naiz.info/paperezkoa/20130704/411577/es/Egipto-izquierda-golpe-Estado

– «¿El fin de los Hermanos Musulmanes?»: http://vientosur.info/spip.php?article8137

– «Egipto: el suicidio de la revolución»: http://www.cuartopoder.es/tribuna/egipto-el-suicidio-de-la-revolucion/4793

Más artículos de interés:

– «Las contracciones de un golpe de estado «democrático»», por Olga Rodríguez: http://www.eldiario.es/internacional/contradicciones-golpe-llaman-democratico_0_150484969.html

– «Históricas movilizaciones en Egipto» : http://vientosur.info/spip.php?article8134

– «Golpe de estado en la revolución»: http://vientosur.info/spip.php?article8135