Una manifestación de mujeres entra en la plaza de Taksim gritando a la policía: «No toques mi cuerpo. Parad los acosos sexuales durante las detenciones». Debido a los repetidos casos de abuso de poder y acoso a los que son sometidas las mujeres desde el momento de su detención hasta que son llevadas a comisaría […]
Una manifestación de mujeres entra en la plaza de Taksim gritando a la policía: «No toques mi cuerpo. Parad los acosos sexuales durante las detenciones». Debido a los repetidos casos de abuso de poder y acoso a los que son sometidas las mujeres desde el momento de su detención hasta que son llevadas a comisaría los colectivos feministas han convocado una marcha.
En las calles que desembocan a la plaza esperan los agentes antidisturbios perfectamente armados a que termine la rueda de prensa de la primera manifestación de la tarde. En media hora comienza otra llamada a la ciudadanía para entrar en el parque Gezi. El consejo de Estado ha invalidado esta mañana la petición de Tayyip Erdogan, el Primer Ministro turco, para convocar un referéndum sobre las obras de destrucción del parque Gezi, ya que sobre el proyecto pesa una orden judicial de suspensión y, por tanto, el Consejo estima que no es constitucional convocar un referéndum. En la actualidad el parque continúa cerrado bajo la custodia de la policía y de ciudadanos de confianza del partido ataviados con chalecos como si pertenecieran a ella.
Antes de la hora de la protesta comienzan las cargas al principio de la calle Istiklal. Los camiones TOMA (vehículos antidisturbios equipados con cañón de agua, pintura y otras sustancias químicas) barren la calle más transitada de Estambul. No importa quien esté delante. Un preaviso de lo que vendrá después.
Primeras bombas de gas pimienta. Transeúntes y turistas sentados en los cafés corren a guarecerse en el interior de los locales. Los manifestantes -pertrechados con mascarillas, gafas (imprescindibles para aguantar el gas pimienta y lacrimógeno) y casco- corren a las calles laterales para esquivar la violencia de la policía. La gente está recuperando el resuello cuando se escucha a un saxo tocando los primeros acordes de «O bella ciao». La calle estalla en aplausos y vítores.
«Tenemos miedo, pero seguimos saliendo a la calle», explica una mujer de 35 años, «llevamos más de un mes de protestas y estamos aprendiendo a resistir». Sus ojos se están acostumbrando al gas pimienta y a pasar noches y noches corriendo de un lado a otro. La policía carga indiscriminadamente en la zona de los comercios, lanza bombas de gas pimienta, pelotas de goma, balas de pintura. Hay focos de gran tensión, donde no se puede ni respirar y, en medio, islas donde el conflicto es menor. Cuando una bomba estalla la mayoría buscan cobijo, la calle se queda unos minutos vacía, impregnada por una densa nube de humo. Cuando el gas se dispersa y se puede respirar de nuevo, todo vuelve a la normalidad. Vuelve la música en los tejados, otros continúan cenando, los manifestantes se toman un respiro y vuelven hacia Taksim. Las estrechas callejuelas que cruzan a ambos lados de Istaklal están plagadas de tiendas, restaurantes, vendedores y vendedoras ambulantes que no cesan de trabajar en toda la noche. No obstante, se estima que el turismo ha bajado en un 40%, los comerciantes se quejan, muchos hoteles del centro se encuentran con las habitaciones vacías, y los restaurantes tienen numerosas mesas libres.
«Al principio todos salíamos corriendo», explica una estudiante de Erasmus, «después empezamos a ver fotos y vídeos de gente que no tenía miedo. Por ejemplo, un chico se quedó 20 minutos sentado mientras un (tanque) TOMA le atacaba con el cañón de agua, y otro se queda quieto mientras le rocían con espray. La gente aprende, toma ejemplo, si ellos pueden, yo también».
Estambul resiste. Los ataques de la policía para evitar que nadie entre en la plaza se prolongan a lo largo de toda la noche. Cada vez mas violentos. Un grupo de tres personas camina con las mascarillas quitadas y las gafas, la policía los identifica como manifestantes y comienza a golpearlos contra una pared hasta que uno de los propios policías grita a sus compañeros que se detengan: «parad o los vamos a matar». Una de las testigos se lamenta: «no es un incidente aislado, ya saben quienes son los activistas y cuando va quedando menos gente por la calle los buscan para detenerlos o pegarles». «Lo que está sucediendo es la vez como un sueño y como una pesadilla. Pero vamos a seguir protestando porque estamos muy enfadados», explica la testigo.
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