No hemos sabido tener la mirada histórica necesaria para comprender las intifadas árabes. Si así fuera, no nos sorprendería cada hecho en particular como parte de una cadena, y dentro de la cual, se presume que algunos constituyen un «retroceso», como si hubiese algo así como un «progreso». La mirada histórica necesaria es aquella que […]
No hemos sabido tener la mirada histórica necesaria para comprender las intifadas árabes. Si así fuera, no nos sorprendería cada hecho en particular como parte de una cadena, y dentro de la cual, se presume que algunos constituyen un «retroceso», como si hubiese algo así como un «progreso». La mirada histórica necesaria es aquella que ve todos los hechos bajo el mismo apilamiento de cosas de una sola constelación. Y esto significa ser capaces de pensar nuestro propio tiempo como susceptible de ser condensado en la mirada a unos cuantos siglos dentro de un milenio -lo que constituye una época-, y así poder ver el proceso iniciado en 2011 con mirada de largo alcance, en cosa de siglos y no de meses ni años. Así, para comprender la masacre del 14 de agosto de 2013 en las plazas del Cairo, deberemos comprender el proceso de la primavera árabe en sus oscilaciones, más que como el inicio de unas «transiciones a la democracia». Porque la primavera árabe no se trata simplemente de una rebelión para cambiar regímenes autoritarios por democráticos. Se trata de algo que va mucho más allá, de una rebelión cultural contra los modos de vida que hacían posible la escena política para que esos regímenes tuvieran lugar. Hay quienes se niegan a hablar de primavera por diversas razones. Sobre ello hemos discutido en más de algún lugar [2] .
Lo que ha ocurrido en Egipto el 14 de agosto de este 2013 es, sin duda, un hito en la corriente historia de la revolución popular egipcia. Pero esto no se debe solo a que ha ocurrido una masacre, sino que este hito ocurre en un contexto, y es dentro de ese contexto donde hace notar un gesto que nos pone delante una decisiva interrogante sobre el destino de esta revolución: la pregunta por el lugar de la soberanía. El contexto más reciente en el que se sitúa la masacre del 14 de agosto, es el referido al Egipto post-Mubarak, gobernado por la Hermandad Musulmana, que ha sido derrocada el 3 de julio. Este proceso había sido la continuación de la destitución de Mubarak por una revuelta popular iniciada el 25 de enero de 2011, luego de que hubiera estallado una similar en diciembre de 2010 en Túnez, y que tras su contagio a Egipto se expandió por el resto del mundo árabe. Es lo que se llamó primavera árabe, o literalmente en árabe «intifadas»: revueltas.
Se ha intentado forzadamente -desde la ciencia política de perspectiva post-histórica-, tratar el acontecimiento de las intifadas como transiciones a la democracia, algo así como una cuarta ola de las democratizaciones, la que deseaba a Huntington, la musulmana (luego de la tercera, que fue «esencialmente» católica -en referencia particularmente a España y América Latina en los 70sy 80s-). Pero esto no es así, y tampoco lo será, y así lo ha mostrado el curso de los hechos en cada país con sus particularidades. Y es porque en las intifadas se juega un problema transversal al mundo árabe (a la esfera cultural árabe: países situados en la región llamada oriente medio, de habla árabe y de las tres religiones monoteístas). Se trata de la ausencia de una revolución cultural que produjera un cambio de los regímenes de verdad, sobre los que se basaban los modos de vida, tras la caída del Imperio Otomano. Los países árabes pasaron del Imperio al protectorado o colonia, de esta a la independencia nacional en la forma de monarquías absolutas o cuasi, o, de repúblicas autoritarias bajo regímenes militares. Si bien tras la caída del imperio hubo un riquísimo debate cultural y político acerca de los destinos de las comunidades políticas que de este se desprendían -como es natural en toda sociedad de la cual se cae el máximo referente político-, sin embargo, las ideas jugadas en ese «renacimiento cultural» (nahda), han permanecido reprimidas durante casi un siglo, y tras las revueltas de 2011 han entrado a jugar un papel primordial en las tensiones para los nuevos proyectos de régimen político. Las intifadas muestran el coraje de los pueblos árabes de poner en cuestión la existencia actual para existir de otra forma.
Las ideas de la nahda son la manifestación pública de los diferentes proyectos de sociedad que pudieron haber sido posibles con distintas formas para los árabes. En este sentido, lo que ha emergido tras la intifada, es el ethos de la nahda. Es decir, un ethos de interrogación del ser presente en vistas de la posibilidad de ser de otro modo. Si las ideas y el ethos de la nahda habían permanecido clausurados y/o capturados por las dictaduras, es porque no habían sabido imponer un gesto soberano desde el pueblo hacia el poder. La consigna «el pueblo quiere la caída del régimen» que han enarbolado los árabes desde 2010-11, y que ha tenido efectos literales en dos países, ha constituido este gesto soberano, en el sentido que los pueblos han «decidido» que los regímenes que hasta ese momento gobernaban, no podían seguir haciéndolo. Han decidido la destitución de sus gobernantes, teniendo lugar en algunos países, haciéndolos temblar en otros.
Egipto ha sido de los países, como ya sabemos y hemos mencionado, en que el dictador-Mubarak- fue destituido, de hecho, en estos momentos cumple condena de cadena perpetua. El proceso post-Mubarak, consistió en la composición de una asamblea constituyente y en la preparación de elecciones democráticas. El resultado de esto fue, una asamblea con mayoría de delegados de la Hermandad Musulmana, y un gobierno, democráticamente electo, con Presidente y mayoría parlamentaria del mismo partido. El histórico y conocido movimiento islamista, que había permanecido durante casi toda su historia en la clandestinidad, gozaba de una fuerte organización que le permitió el triunfo electoral. Pero esto no era lo que buscaba la intifada. Primero porque la revuelta no deseaba un régimen en particular, y segundo, porque lo que se buscaba no era un gobierno islamista. La Hermandad mal-utilizó este triunfo. En lugar de dar espacio de expresión a cada fuerza que participó en la destitución de Mubarak, para construir un nuevo Egipto, poseyendo la mayoría de votos, actuó -como antaño lo hacía el dictador-, como si fuera dueña del país. Intentó conducirlo hacia una islamización y generó violencia sectaria. Esto produjo que, ya desde noviembre de 2012 estallaran las protestas contra el entonces -recientemente electo- Presidente Mursi, ola de protestas que culminó con la destitución del Presidente el 3 de julio pasado por parte del ejército, supuestamente haciendo caso a las presiones populares, mostrándose -engañosamente, una vez más como en la revuelta contra Mubarak- como defensores del deseo del pueblo.
Sin embargo, la masacre del 14 de agosto muestra otra cosa. Muestra que los militares han figurado al pueblo un gesto soberano: han decidido sobre el estado de excepción, lo que significa que la vida política desde ahora -hasta lo que dure, se dice un mes…-, estará regida por su arbitrio y no por las presiones de la calle que manifiestan los deseos populares (ya que las aspiraciones que se manifiestan en la calle son muy diversas, e incluso, contrarias). Este gesto soberano de los militares plantea un desafío al coraje expresado en Tahrir en febrero de 2011. Entonces, la destitución de Mubarak -producida porque a los manifestantes (convocados desde enero por diversas reivindicaciones sociales) se les ocurrió espontáneamente gritar «el pueblo quiere la caída del régimen» replicando la consigna nacida en Túnez un mes atrás-, supuso la imposición de la soberanía popular por medio del mecanismo de la presión en la calle y la destitución. El 14 de agosto recién pasado, el ejército ha querido arrebatar la soberanía al pueblo decretando el estado de excepción, y por lo tanto pretendiendo decidir por su imposición. Por lo tanto, la masacre del 14 de agosto, no solo supone una matanza condenable de personas, sino que significa un desafío crucial a la revolución egipcia: el lugar de la soberanía popular. Y este es un desafío para la intifada árabe en general, por lo tanto lo que suceda en Egipto, incidirá en los demás países. El gesto de los militares es reciente. Habrá que ver si el poder de las armas logra aplacar el deseo de los egipcios, o si el coraje del deseo se muestra otra vez más poderoso que las armas.
Notas
Kamal Cumsille M. es Profesor del Centro de Estudios Árabes de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.
[2] El más reciente: Cumsille, K. «La primavera árabe: el estado, el secularismo y el sectarismo». Revista Hoja de Ruta, N°42, marzo 2013, www.hojaderuta.org
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