Siria vive hoy sus más difíciles días. Basta con leer la tristeza en los rostros de los sirios y las sirias desplazados dentro de Siria o en los países vecinos para ver el terror: un terror que va desde la hambruna, que se ha convertido en el arma del régimen despótico, hasta la destrucción absoluta […]
Siria vive hoy sus más difíciles días. Basta con leer la tristeza en los rostros de los sirios y las sirias desplazados dentro de Siria o en los países vecinos para ver el terror: un terror que va desde la hambruna, que se ha convertido en el arma del régimen despótico, hasta la destrucción absoluta del país que este régimen lleva a cabo superando incluso a los mismísimos israelíes. La dificultad de este momento que atraviesa Siria no solo se manifiesta en la dolorosa situación humanitaria producto del salvajismo de la dictadura, sino que también lo hace de forma muy clara en los niveles político y cultural.
En el ámbito político se ha cerrado claramente toda posibilidad de lograr una solución política, pues el régimen y sus aliados iraní y ruso siguen con su política de tierra quemada, mientras que las oposiciones sirias se ven desnudas internacional y regionalmente. En el nivel cultural, la cuestión es más complicada, porque la falta de horizonte político se refleja negativamente en la cultura y el discurso ético, por lo que se hace necesario retornar a las obviedades éticas, para que el discurso político dominante no nos aboque al silencio y la muerte. La falta de horizonte político ha quedado clara después de la caída de dos opciones por las que se había apostado, y que estaban destruidas desde el principio: la primera es haber creído en la intervención exterior y en la postura estadounidense de retirarse parcialmente de la zona tras el fracaso de la miserable invasión de Iraq. La segunda es haber creído que los países del Golfo serían capaces de dirigir la región, y saldar sus cuentas con Irán en Siria.
Estas dos míseras opciones no habrían recibido tanta atención si no hubiera sido por la dispersión y la falta de responsabilidad de las que han hecho gala las «instituciones» de la oposición siria en el exterior, que se han convertido en una especie de presentadores de televisión en las cadenas del Golfo. Hablar de la oposición exige mucho espacio, y tal vez el análisis que hizo Subhi Hadid en su artículo ‘La Coalición Siria está plagada de rebeldías (14/11/2013, Al-Quds al-Arabi), ofrezca al lector una introducción para comprender la crisis de la oposición y su desgracia a un tiempo. Pero el nivel cultural revela la profundidad de la crisis ética que vive nuestra cultura en el seguimiento del gran dolor sirio. Así, parece como si el aparato del régimen y sus aliados hubieran logrado presentar la situación en Siria como si fuera una elección entre dos dictaduras: el régimen que dice ser laico, pero es abominablemente sectario, y que está aliado con el fundamentalismo de los Mullahs, o bien las corrientes fundamentalistas desde el Estado Islámico de Iraq y Siria, pasando por Al-Nusra y llegando a aquello que pueda nacer aún fruto de la división de la sociedad siria por medio de la destrucción de sus ciudades y pueblos.
No quiero entrar en los derroteros del análisis conspiracionista, que se basa en el hecho de que el régimen liberó a los takfiríes que estaban en sus cárceles -aunque ya los había utilizado en Iraq-, ni me voy a centrar en la historia de la gran «evasión» que organizo Al-Qaeda en Iraq en Abu Graib, para aumentar las filas de Da’esh (siglas en árabe del Estado Islámico de Iraq y Siria), ni tampoco en el papel del régimen del Partido Da’wa que gobierna Iraq hoy al dejar salir al monstruo de la botella. Si bien se trata de una lectura que puede ser correcta, ya que existe el precedente de Fath al-Islam en Líbano (que supuso la destrucción del campamento de Nahr al-Bared), la cuestión es más compleja aún, e indica que la presencia de los países del Golfo y de Turquía, que han llenado el vacío dejado por la irresponsabilidad de la oposición siria, ha llevado a la revolución siria a caminos tortuosos y ha convertido la acción armada de la revolución en un instrumento en manos del régimen y sus aliados. La complejidad del asunto nace de las cuestiones cultural y ética que he señalado, y ahí es donde está el gran problema desde mi punto de vista. Para ser claro desde el principio, no pretendo humillar a ningún intelectual sirio o árabe que haya sido fiel a la larga relación entre la cultura y el poder dictatorial, porque el tema es mucho más importante que un simple comentario que convierte una posición cultural en soporte de la dictadura. Lo que me quita el sueño es cómo conformar una postura cultural y ética que se eleve por encima del discurso sectario dominante, y sea fiel a los grandes sacrificios que ha ofrecido y sigue ofreciendo el pueblo sirio.
A decir verdad, ya no me concierne un discurso izquierdista pétreo que recurre al imperialismo que en el pasado le llevó a apoyar a un asesino como Milošević, y que hoy le lleva a encubrir los crímenes de Bashar al-Asad y los hombres de su séquito. La cuestión no tiene nada que ver con la resistencia al imperialismo estadounidense, como no tiene nada que ver con la justicia social que el fundamentalismo ha borrado para servir al capitalismo salvaje. Del mismo modo, dudo mucho del discurso liberal que olvida conscientemente la ocupación israelí y se rinde al liderazgo de un Golfo que no tiene nada de liberal.
La búsqueda debe comenzar por la cuestión ética: cómo ponerse de parte de la víctima, cómo defender la ética de esta víctima y evitar que se vea arrastrada a reacciones dictatoriales y sectarias que reproduzcan al régimen despótico con distinta forma.
Y dígase también que el dibujo dictatorial del artista Saad Hajjo, donde vemos una pancarta sobre el que se lee «Abajo el Partido Árabe Socialista Da’esh» resume esta postura ética, como una condición necesaria para poder entrar en cualquier discusión política. La cuestión comienza, pues, con nuestro compromiso ético ante los ingentes sacrificios que han ofrecido y ofrecen los sirios y las sirias, y en no olvidar en ningún momento que el levantamiento popular sirio es legítimo, necesario y justo, y que el lema de la libertad y la dignidad por cuya defensa han muerto miles de personas, es un lema justo que la opresión no puede ocultar.
Desde aquí comenzamos, de la justicia de este derecho, y las coyunturas políticas internacionales y la dificultad de la situación en Siria no nos deben hacer olvidar que la libertad y la resistencia a la dictadura es la base de toda ética y política. Ni el salvajismo del régimen ni la tendencia degenerante de Da’esh y Al-Nusra, ni la crisis de la oposición nos pueden hacer olvidar que estamos con la libertad de los sirios, pase lo que pase, y que ningún discurso está por encima del derecho humano de ser humano.
Publicado por Traducción por Siria