Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
No hay respiro en las humillaciones y acoso sexual que a diario padecen las refugiadas sirias en Akkar, norte del Líbano. Empobrecidas y desesperadas, se ven obligadas a trabajar para patronos abusadores, a alquilar habitáculos a caseros deshonestos e incluso a permitir que sus propios padres las casen con cualquiera. Mientras tanto, las mujeres libanesas de la localidad empeoran aún un poco más su situación afirmando que esas esposas «baratas» sirias están «robándonos a nuestros hombres».
Al examinar los informes sobre las refugiadas sirias sometidas a abusos sexuales en Akkar, norte del Líbano, me vienen a la mente imágenes de la invasión estadounidense de Iraq. En Akkar recibieron a los sirios con los brazos abiertos, pero ese acogedor ambiente se agrió tiempo después.
Hasta este mismo día seguimos obsesionados con las escenas de las secuelas de la caída de Bagdad. Lamentablemente, parece como si nos hubieran arrastrado a otra guerra primitiva, donde los soldados triunfantes actúan como se les antoja en tierra de sus adversarios. Pueden capturar mujeres, secuestrar a los niños y esclavizar a sus hombres. Parece que estoy exagerando, ¿verdad? Bien, veamos.
Con una sonrisa de suficiencia, Ali Taha, un concejal de la ciudad de Tal Hayat, en Akkar, nos dijo: «Nadie habla con sinceridad. Es un tema muy delicado, pero en ocasiones hay historias que acaban sabiéndose. Después de todo vivimos en un pueblo pequeño, y ¡no puedes esconder gran cosa! ¿Cómo se lo explicaría? Bien, tres o cuatro mujeres alquilan una casa. Pues el propietario exigirá dormir con…», contó con los dedos de las manos, «¡la madre, la hija, la hermana y la abuela!».
Esa fue la respuesta de Taha a las preguntas sobre el acoso sexual a las mujeres sirias en esta región tan conservadora. Muchas refugiadas vinieron aquí porque se les ofrecía un entorno acogedor y tanto refugiados como anfitriones están cortados por el mismo patrón sectario. Sin embargo, tal entorno fue un poco «demasiado acogedor» con las mujeres sirias, y el escándalo de Waqf Tiba parecer ser sólo la punta del iceberg.
¿Podríamos decir que es un tema sensible? Claro que lo es. Pero, ¿acaso alguien está demostrando alguna sensibilidad hacia esas mujeres? Los hombres y las mujeres sirias están sometidos a todo tipo de abusos por parte de todos los bandos. Se les trata como botín de guerra y todo el mundo intenta arrancarles un trozo. El traficante que les ayuda a cruzar las fronteras les cobra 100.000 liras libanesas (66 dólares) por persona y les obliga a trabajar un año entero -quedándose con sus documentos de identidad- para saldar la deuda.
Las refugiadas están a merced de terratenientes y patronos, por no mencionar al policía que se encarga de dirigir los campos de tiendas de campaña, convertidos realmente en mercado de esclavos.
Incluso dentro de las familias, el fuerte vende al débil. Las mujeres y los niños se han transformado en meras mercancías y sus sueños más ambiciosos se limitan a tener un tejado sobre las cabezas. Algunas veces se comercia con las mujeres y los niños para alquilar una casa, para saldar una deuda, para conseguir una caja de ayuda o incluso una carga de teléfono móvil. Mientras tanto, hay gente en la región empañando la reputación de las mujeres sirias, llamándolas «rompe hogares y quita maridos». Algunas dicen que les están «robando a nuestros hombres» y que hacen de «esposas baratas». Pero la realidad es que esas mujeres se han convertido en «esclavas» en una jungla dominada por los machos, incluso a los ojos de otras mujeres.
«Los sirios son unos mimados», dice Taha. «Se les da de todo pero si vas a cualquiera de los campos y preguntas por la ayuda, te dicen que no han recibido nada».
Taha, que se muestra muy suficiente sentado tras su mesa en la sala del ayuntamiento, decía: «¡Pedir limosna se ha convertido en un hobby para ellos! Consideran que se merecen todo lo que puedan conseguir. Y piensan que los libaneses están viviendo a sus expensas. Hasta ahora se han distribuido seis millones de colchones pero nadie dice que tenga uno». A pesar de percibir nuestro asombro, prosiguió: «¡Así es como es esta gente! Desde luego, no todos, pero han sido siempre así, incluso antes de escapar de su país. Cualquier refugiada le dirá: ‘Déme una caja de ayuda y ¡tome lo que quiera de mí!'»
Le preguntamos qué estaba pasando con el acoso sexual a las mujeres sirias. Y contesta: «¿Se refiere al escándalo de Waqf Tiba, verdad? Bueno, sí, eso sucedió». ¿Y qué hay del resto de los incidentes? Añade: «Lo de Waqf Tiba fue que un saudí se estaba casando cada cierto tiempo con una refugiada diferente con la ayuda de un supuesto sheij y de un intermediario libanés. Estaban actuando sin control alguno, pero los demás se portan de forma honorable porque hay vigilancia».
«¿Se acuerda de los que acudieron de la televisión para meter las narices en lo de Waqf Tiba? ¡Son incluso peor que ellos! Viven al límite. ¿Sabe lo que significa vivir al límite?». Y añadió: «Las actividades de las organizaciones islámicas se redujeron en un 70%, sobre todo las qataríes, debido a la falta de fondos. Cuando perdieron influencia a nivel político, se olvidaron de financiar.»
En Halba nos encontramos con «Samara», que no es el nombre real de esta muchacha de 14 años. Nos sentamos bajo el sol en los escalones de una ONG local, observando cómo los niños jugaban en el patio de recreo. Samara empezó a ponerse el velo tras casarse a la edad de 13 años, un matrimonio que duró sólo tres semanas. Cuando le preguntamos por qué se casó, nos relató las circunstancias de su familia. Su padre es minusválido y su madre tiene artritis.
Nos dijo: «Estamos alquilando un almacén. Yo solía trabajar para una señora que me pagaba 200.000 liras libanesas (133 dólares) por trabajar en su casa y en su tienda y ayudarla también con los niños. Mis dos hermanas, Aisha, de 11 años, y Sham, de 12, trabajaban para otras familias. Pero una vez rompí un oso de porcelana en el baño, la señora me golpeó y me tuve que marchar. No teníamos dinero para el alquiler y todavía tenemos que pagar 50.000 liras (33 dólares). No sabíamos qué hacer y el dueño nos amenazó con echarnos. Por casualidad, un hombre le pidió a mi tía que le encontrara una buena esposa, ella le habló de mí pero mi padre se negó diciendo: «Mis hijas son aún demasiado jóvenes».
«De todos modos, yo era muy consciente de nuestra situación, por tanto me convencí a mí misma de que tenía que casarme con él. Tendría un marido y tendríamos un hombre en la familia que podría ayudar a mi padre. Acepté su oferta y mi padre aprobó nuestro matrimonio.»
Nos habían dicho que Samara era una muchacha muy agradable, pero que tras el divorcio se aisló y parecía muy deprimida. «¿Qué sucedió?», le pregunté calmadamente. Me respondió mientras se retocaba el velo con la cabeza baja. «¿Qué puedo decirle? Ya ve que soy una niña y en nuestra primera noche él debería haber sido delicado conmigo, pero todo fue por la fuerza. Me dio seis anillos, unos pendientes de oro y un reloj. Siempre repetía: ‘Ponte el reloj, ponte los anillos. ¿Es que no me entiendes, idiota, animal? Y se ponía a golpearme».
«Me escapé dos veces, pero me hizo volver. Pero la tercera me puse las zapatillas y corrí y corrí y nunca regresé». Samara llamó a su ex marido «bastardo», añadiendo que «sus padres sabían bien qué clase de bastardo es. En realidad, cuando vino a pedirme, ellos no aparecieron porque no querían que tuviera novia.»
¿Y qué hay de tus hermanas? Samara respondió: «Mi hermana Aisha tiene once años. Solía ir con mi madre a limpiar la casa de un anciano de 80 años. Y algunas veces se sentaba a mirar los dibujos animados, pero en una ocasión el viejo entró a hurtadillas por detrás y le pellizcó el pecho. Ella gritó pero mi madre no la oyó. Cuando después le contó lo que había sucedido, dejaron de trabajar para él. ¿Cómo vamos a pagar ahora el alquiler?»
Mientras tanto, Futon, de 15 años, nos contó que un grupo de jóvenes la metió a la fuerza en un coche. Y que gritó hasta que la dejaron marchar. Otras refugiadas revelan muchos otros aspectos en cuanto a técnicas de acoso: Son pellizcadas mientras guardan fila para recibir la ayuda; sus jefes y los jóvenes de la localidad tratan de toquetear sus partes íntimas…
Ruida nos habló de un incidente cuando abrió la parte de atrás de un almacén utilizada para distribuir la ayuda y encontró a una joven refugiada en brazos del distribuidor. Esas mujeres revelaron una nueva información a los asistentes sociales: «Todo lo que conseguimos del trabajo se utiliza para pagar el alquiler. A veces vendemos los colchones, las sábanas y los cupones de ayuda para poder pagarlo».
Algunos libaneses interpretan estas acciones de una forma muy particular diciendo: «Ningún sirio va a admitir que recibe ayuda. Aunque distribuyas medio millón de raciones, te dirán que no han recibido nada. Y eso es porque lo venden todo para conseguir dinero».
Cuando se les preguntó sobre los propietarios de las casas, una refugiada dijo: «Los propietarios invaden la casa por cualquier motivo y empiezan a exigir el alquiler desde el día 25 de cada mes. También nos advierten para que no recibamos visitas. Si otra familia se muda con nosotros, nos suben el alquiler».
Acerca de la vida dentro de esas casas pequeñas y tiendas de campaña, una mujer dijo: «Es realmente duro. Hay tensiones entre todos los miembros de la familia, sobre todo entre los jóvenes. Todo el mundo nos trata como si fuéramos un felpudo, hombres, niños, la familia entera».
¿Qué pasa con la privacidad? Una joven se echó a reír diciendo: ¿Qué privacidad? ¿En la casa atestada o dentro de la tienda de campaña? Querida, hemos tenido que olvidarnos de la higiene, hemos tenido que olvidarnos de todo lo relativo a nuestra femineidad. Sólo me acuerdo de que soy mujer cuando empiezan a acosarme».
Fuente: http://english.al-akhbar.com/content/lebanon-syrian-refugees-face-sexual-harassment-abuse