En días pasados, a través de la CNN, supimos de un hecho poco frecuente: una dama de origen venezolano, radicada en los Estados Unidos, había escrito una carta al Presidente Obama solicitándole «haga algo» a fin que Venezuela «no caiga en manos del comunismo». En otras palabras, para que la Casa Blanca impida, o dificulte, la […]
En días pasados, a través de la CNN, supimos de un hecho poco frecuente: una dama de origen venezolano, radicada en los Estados Unidos, había escrito una carta al Presidente Obama solicitándole «haga algo» a fin que Venezuela «no caiga en manos del comunismo». En otras palabras, para que la Casa Blanca impida, o dificulte, la consolidación del gobierno constitucional electo en la Patria de Bolívar en abril del año pasado.
Hasta ahí, la cosa parecía más o menos normal. No era absolutamente extraño, por cierto, que alguien que vive en los Estados Unidos muestre una desinformación absoluto de lo que acontece en América, al sur del río Bravo. Eso, también forma parte de los planes del Imperio.
Lo inusual, en el caso, fue que el Presidente Obama decidió responder directamente esa carta. Y lo hizo de puño y letra, es decir, a través de un manuscrito que «la Tele» nos mostró satisfecha.
Luego de saludar la misiva de la señora, el mandatario yanqui le dijo que «compartía sus preocupaciones», y le aseguró que su gobierno «seguía atentamente los acontecimientos de Venezuela». Tenga la seguridad -le dijo- que «yo estoy detrás de todo lo que allí ocurre».
Confesión más directa, más clara y más cínica que esa, difícilmente podría haber estado en boca de un Presidente de los Estados Unidos en nuestro tiempo.
En el pasado, sí; porque Estados Unidos se sentía -y casi era- el dueño del mundo. Y, por lo menos en esta parte del planeta, carecía de rivalidad que pudiera, como se dice «pararle el macho».
Pero hoy, cuando han surgido diversas potencias en distintos continentes, y los pueblos de América avanzan en su tarea liberadora, y cuando la infantería de marina yanqui sufre derrotas en el Medio Oriente y en el Asia Central, incluido Afganistán; esa «sinceridad» resulta agobiante. Veamos por qué.
Estados Unidos, en efecto, está detrás de todo lo que ocurre no solo en Venezuela, sino también en Cuba, y en Ecuador, y en Bolivia, y en Brasil. Y en toda América Latina.- Y usa, para ese efecto, todos los adelantos de la tecnología de nuestro tiempo.
Cabe entonces que nos preguntemos qué es lo que ocurre en esos países. No se requiere de un certero cacumen dialéctico, ni de mucho dominio del marxismo-leninismo, para darse cuenta que tienen lugar dos procesos contradictorios:
Por un lado, avanzan los pueblos recuperando sus riquezas básicas, afirmando la soberanía de sus Estados, promoviendo niveles dignos de atención en áreas vitales como la educación, la salud, el deporte y otros, y forjando una sociedad elemental de bienestar para sus poblaciones. Sucede en ellos lo que la deplorable desinformación de la señora llama «el avance del comunismo»
Por otro lado, en esos países hay conflictos internos: las mafias despojadas del Poder hacen resistencia desde dentro o desde fuera, promueven acciones terroristas, organizan grupos armados, cometen crímenes a destajo, alientan la subversión de manera ostentosa.
Pues bien, Barack Obama admite que su gobierno está «detrás de todo eso». Y es obvio, porque no apoya a Nicolás Maduro, Raúl Castro, Rafael Correa, Evo Morales, Dilma Rouseff, u otros mandatarios progresistas de nuestro continente. A todos ellos los combate abiertamente, pero también está detrás de todas las acciones sediciosas que se ejecutan para destruirlos.
Eso quedó en evidencia incluso para los sectores más conservadores de América cuando se supo que la Casa Blanca tenía interceptados los teléfonos de muchos mandatarios y gobernantes.
Alan Garcia, por ejemplo, afectado por el hecho, y sabedor que estaba en la lista de los «intervenidos», se quejó sin un ápice de dignidad: «¿por qué a mi? Entiendo que les hagan ese reglaje a sus enemigos, pero yo soy su amigo»
Dilma Rouseff tuvo mejor puestos los pantalones, que García. No sólo denunció el hecho, sino que incluso suspendió su visita a Washington donde tenía previsto tratar temas de «cooperación mutua».
Descubierto con «las manos en la masa» el titular de la Casa Blanca no tuvo otra cosa sino que pedir públicas disculpas. Y le confesó a la Presidente del Brasil algo que sorprendió a muchos «aquí ocurren cosas que yo no ordeno, no controlo e incluso no conozco».
Esa declaración que aquí no fue publicada y que se conoció por la «Tele» debió aludir, probablemente, a las acciones de espionaje que hace la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos al margen del Poder o a espaldas del mismo desde ese país. La Operaciìón ZunZuneo asoma las orejas detrás de bambalinas.
Esta operación «secreta» permite hacer luz sobre diversos temas: en la prensa grande de nuestro continente, por ejemplo, se inició hace un algunos años una campaña muy grande contra Cuba diciendo que en ese país el gobierno «no permitía que la población contara con una masiva difusión de teléfonos celulares y accediera al Internet».
Articulistas, analistas políticos, escribientes de todo pelaje asomaron en enjundiosas columnas preguntándose con una muy marcada dosis de hipocresía y de cinismo, por qué en Cuba, no había telefonía celular al alcance del cliente, por qué el Internet era escaso, por qué tenían poco acceso a ella los ciudadanos de a pie, por qué las escasas «cabinas» ofrecían servicios tan caros, por qué los cubanos tenían dificultades para «interconectarse».
Y es que, claro, ya estaba en plena marcha la «Operación ZunZuneo» esa que funcionaba precisamente a través de teléfonos celulares y la Internet. Los impulsores de la misma, necesitaban urgentemente que los cubanos, todos, tuvieran acceso a estos instrumentos de calificada tecnología. A través de ellos debían hacerles llegar sus mensajes y sus propuestas.
Esta tipo de operaciones no nacieron en suelo habanero, por cierto. Se originaron en Langley, en el bien montado edificio que tiene la CIA en el Estado de Virginia. Y se remitieron desde allí a todas partes con el mismo propósito: inducir a la gente a que asimile los gustos yanquis, tome el «modelo USA», piense en Disneylandia, sueñe con las estrellas de Holliwood y responda -claro- a la manera como se ve el mundo desde los Estados Unidos, es decir, desde la Casa Blanca.
Precisamente para detectar el uso de estos mecanismos de sedición ejecutados por las bandas terroristas anti cubanas que operan en Miami, y que consuman también acciones criminales; fue que trabajaron en el país del norte, en su momento,Ramón Labañino, René González, Antonio Guerrero, Gerardo Hernández y Fernando González, «los 5» como los conoce el mundo.
Ellos buscaron bloquear los programas sediciosos y las acciones terroristas contra Cuba. Y por eso, aún los detestan. Dos de ellos -René y Fernando- lograron recuperar su libertad, pero los otros tres -Ramón, Gerardo y Antonio- continúan en los presidios del Imperio.
En el mundo crece la campaña de solidaridad con ellos. Y en Washington, entre el 4 y el 10 de junio próximo, tendrá lugar una demostración internacional de apoyo a esta causa. En cada país -y también por cierto en el nuestro- tendrán lugar acciones decididas. La libertad de esos héroes no tiene por qué esperar más.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.