A decir de Silvio Rodríguez, los poemas de Benedetti están en todas partes: «lo mismo en las conversaciones que en los muros, en postales de amistad, en lemas de correo en Internet, en libros que la gente de dedica usando sus palabras, su bandera humana, su poesía».
Cultivó todos los géneros literarios y los periodísticos. Vivió más de 80 años y escribió más de 80 libros que se tradujeron a más de 20 idiomas. El montevideano por antonomasia, Mario Benedetti, cultivó los sentimientos y por eso está sembrado en nuestros corazones: nos enseñó que caminando codo a codo somos mucho más que dos.
Nació en Paso de Toros, Uruguay, el 14 de septiembre de 1920 y, desde su amado Montevideo, partió hacia la eternidad el 17 de mayo del 2009, hace cinco años.
De su infancia no le gustaba hablar, sus padres no se llevaban bien, un abismo cultural los separaba y discutían mucho frente a los hijos. Mario estudia en el Colegio Alemán de Montevideo, pero cuando en 1933 se hace obligatorio el saludo nazi, lo cambian de escuela. Muy pronto opta por la vía autodidacta. Es un apasionado lector, cree en el esfuerzo y práctica la disciplina. Le gustan los deportes, en especial el futbol y el ping pong. El suyo es un país tranquilo: «verde y con tranvía», hasta que en ese mismo 1933 un golpe de Estado depone a Baltazar Brun, cuyo suicidio impresiona a Mario: se avergüenza por la falta de reacción de la colectividad.
Desde la adolescencia padece asma y se revela alérgico a la nuez, la penicilina y, sobre todo, a las dictaduras. Entra a trabajar en una empresa de refacciones automotrices; tiene sed de absoluto, de trascendencia espiritual.
Un domingo, sentado en la Plaza San Martín, con un libro del poeta Baldomero Fernández Moreno, descubre su vocación literaria. Tendrán una influencia decisiva en él Antonio Machado, José Martí y César Vallejo. Lee con fruición a Maupassant, a Chéjov, a Georges Duhamel quien lo deslumbra por su lenguaje tan accesible. Pasa por Proust, por Faulkner. Sabe que su destino es ser escritor y se pone a escribir, primero en una revista de Logosofía y, casi al mismo tiempo, cartas a Luz López Alegría, quien se convertirá en su esposa, su amor, su cómplice y todo.
Al poco Benedetti ya tiene tres empleos: el de Will L. Smith, la refaccionaria para autos; otro como taquígrafo y traductor en una agencia de importaciones y exportaciones y, otro más, como taquígrafo de la Federación de Baloncesto del Interior. En sus ratos libres vende libros de puerta en puerta y aprende idiomas lo que lo lleva a traducir a Kafka, a Shakespeare y a Musil. Es uno de los primeros traductores en América Latina.
Aun así, encuentra e inventa, tiempo para escribir y en 1945 publica su primer libro de poemas, La víspera indeleble, cuya portada es un dibujo de Luz. Mario llegó a renegar de ese poemario, a decir que era tan malo que ni críticas adversas recibió. El éxito empezó con su octavo libro, Poemas de la oficina. La primera edición se agotó a los 15 días. En ese entonces los empleados públicos eran el eje de la vida nacional pero no existían para la literatura que se ocupaba de corzas y gacelas. Benedetti gustaba de decir que: «El Uruguay es la única oficina del mundo que ha alcanzado la categoría de república».
«El poeta oficinista», como le decían, acude a los cafés para escribir lo suyo. Después, en casa, lo revisa y mecanografía en su Olivetti. Le tiene absoluto respeto al lector, por eso no se permite la más mínima errata.
A Benedetti se le ubica en la literaria Generación del 45, cuyo principal antecedente es la revista Marcha, nacida en 1939 y finiquitada por la dictadura en 1974. Dirigida por Carlos Quijano, era independiente de toda filiación partidaria, tenía vocación internacionalista pero con una mirada muy latinoamericana. Benedetti llegó a dirigir la sección cultural.
En Réquiem por Carlos Quijano Benedetti escribió: «Todo el país esperaba ansiosamente el viernes, porque Marcha era algo así como el termómetro social, el diagnóstico comunitario, y siempre lo había sido. A pesar de la gastada tipografía, de la pobre calidad del papel, de la escasez de avisadores, de su incorregible talante polémico, el semanario era una tribuna insoslayable y su repercusión excedía en mucho el ámbito nacional. Para varias promociones de periodistas fue una escuela insustituible.
«[…] ¿Quién de nosotros podrá olvidar esos jueves folklóricos, en que concurríamos a los vetustos, destartalados talleres de la imprenta Treinta y Tres a corregir nuestras galeras y a armar y compaginar las secciones a nuestro cargo, a veces en medio de duras polémicas internas, siempre aderezadas por el humor y la confraternidad?».
Y como desde siempre Benedetti estuvo de parte del mundo, de mejorar al mundo para el «próximo prójimo», ya desde la década de los cincuenta participa en el Movimiento Democrático de Resistencia al Tratado Militar con Estados Unidos. En ese entonces Benedetti escribió: «El tratado impone un desvío de la política tradicional del país de contener la injerencia de un poder militante creciente, que fatalmente incidirá en el poder civil».
El año 1959 es decisivo en la vida de Benedetti. Es el año del triunfo de la Revolución Cubana y de su primer viaje a Estados Unidos, que lo ratifica como antiimperialista. A la famosa pregunta para obtener el visado gringo sobre si tenía intenciones de matar al presidente, el escritor respondió (premonitoriamente) que los norteamericanos se bastaban solos para eso. Pero 1959 es también el año de la publicación de Montevideanos y de la escritura de La tregua. Queda claro que su capacidad de comunicación es siempre a través del sentimiento y de la emoción. Poco después, con la aparición de El cumpleaños de Juan Ángel, Mario Benedetti dirá «La política es una forma del amor», confesará: «Quizá mi única noción de patria/ sea esta urgencia de decir Nosotros» y escribirá: «No te salves/ no te llenes de calma/ no reserves del mundo/ sólo un rincón tranquilo/ no dejes caer los párpados/ pesados como juicios/ no te quedes sin labios/ no te duermas sin sueño/ no te pienses sin sangre/ no te juzgues sin tiempo…».
El 30 de julio de 1971 escribió en el artículo Cuando los padres entierran a sus hijos: «Hoy en día, la máxima prueba de amor filial (y no es moco de pavo) que estos jóvenes están dispuestos a dar a sus mayores es nada menos que enseñarles a no mentirse, a no engañarse. […] la gran bendición que estos muchachos trajeron a sus padres fue, paradójicamente, una profunda sensación de malestar, una necesidad de interrogarse a solas, que es acaso el modo más primitivo de interrogarse frente a la sociedad».
Vendrán los tiempos de las amenazas, de torturas, muerte y destrucción. «Es un tiempo de guerra, es un tiempo sin sol», cantará Daniel Viglietti, el cantautor más importante del Uruguay. Mario alerta a través del semanario Marcha del empeoramiento del país, de las atrocidades y de la corrupción, del peligro de acostumbrarse a ello, de ser engañando por la propaganda, de la militarización de la vida cotidiana. Todo aquello que vivió su «paisito» y que ahora los mexicanos padecemos. Para entonces Benedetti se ha vuelto un intelectual incómodo. Publica Letras de emergencia, donde aparece el poema Desinformémonos que nos da nombre y guía nuestros pasos. No quiere exilarse y un día lo tiene que hacer, tiene que salir para Buenos Aires. Escribirá que le han confiscado la palabra y le quitaron hasta el horizonte. Está muy reciente el pinochetazo en Chile, la situación en Argentina no es halagüeña. A sus 53 años se encuentra sin trabajo, sin dinero, con el pasaporte a punto de caducar y teniendo que empezar de cero.
Una anécdota lo retrata de cuerpo entero. Hombre cabal. Transparente. Hecho de una sola pieza. Las fuerzas de seguridad montevideanas tomaron preso a un militante del Movimiento 26 de Marzo. Lo acusan de ser Tupamaro. Le encuentran el teléfono de Benedetti. Anuncian que no saldrá de los cuarteles hasta que el escritor se presente. Y Mario vuelve a Montevideo y se presenta ante los militares, a pesar de que todo indica que es una trampa. Es interrogado largamente. Se vuelve de inmediato a Buenos Aires. No logra evitarle la cárcel a Homero Rodríguez pero escribe «Hombre preso que mira a su hijo».
Combate la nostalgia, la frustración de la única manera que sabe hacer: trabajando mucho y volcando su afecto en sus próximos prójimos, procura crear vínculos con el país que lo recibe y que el exilio sea algo vital y no enfermizo. Primero Argentina, después Perú, luego Cuba y finalmente España. Doce años durará su exilio.
Pero es en México durante las jornadas solidarias con el pueblo uruguayo en 1978 cuando, en la sala Nezahualcóyotl, el poeta y Daniel Viglietti con su guitara se juntan: uno se sienta en una mecedora y el otro en una silla, cada quien tiene una luz de lectura, un micrófono y un vaso de agua. Uno ha leído al otro, el otro ha escuchado al primero. Ambos comparten la esperanza en un mundo menos injusto, menos cruel en las diferencias. A la declaración de amor que es el poema Bienvenida: «Sé que voy a quererte sin preguntas/ Sé que vas a quererme sin respuestas» le sigue la canción Anaclara: «Con un grafo/ ella escribe en las paredes ‘resistir’/ bufanda rojinegra por la espalda/ minifalda/ Anaclara/ Borra infancia/ aprendiendo en bellas artes a crecer/ con pechos de rosales sin espinas/ aguamarina/ Anaclara…». Se conocían desde antes, desde 1967, en La Habana. Mario había escrito en 1972 un libro sobre Viglietti. Le gustaba eso de la «Canción de Propuesta». Entendía la Nueva Canción como un moderno poema popular. La voz de la guitarra y de la poesía se vuelcan una sola aunque sus recitales lleven por nombre «A dos voces».
Con el espectáculo «A dos voces», Mario Benedetti y Daniel Viglietti iniciaron sus respectivos desexilios el 2 de mayo de 1985. Al respecto dijo la poeta Idea Vilariño: «Dos voces esenciales hablacantando las crueles urgencias, las fieras circunstancias, las módicas esperanzas, el destino de los hombres todos, pero más aún del hombre americano».
El regreso a su tierra no es una palabra, no es un sentimiento ni un viaje. Es sobretodo «expectativa». «Sé que no soy el mismo y soy el mismo/ y cuando al fin se abra la muralla/ la primera nostalgia entrará lentamente/ con cuidado infinito y con un bastón blanco». Se suceden los reencuentros (que no son siempre miel sobre hojuelas) y las ausencias.
Al decir de Silvio Rodríguez los poemas de Benedetti están en todas partes: «lo mismo en las conversaciones que en los muros, en postales de amistad, en lemas de correo en Internet, en libros que la gente de dedica usando sus palabras, su bandera humana, su poesía».
El alzamiento en Chiapas, México, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional el 1° de enero de 1994 le resulta una gran alegría, le refrenda la esperanza y lo apapacha pues le dicen que el Subcomandante Insurgente Marcos tomó su nombre de guerra de uno de los personajes de El cumpleaños de Juan Ángel.
México siempre fue un lugar de encuentros: con Juan Rulfo, con Efraín Huerta, con Jaime Sabines en el terreno poético. Venía por lo menos una vez al año, a pesar de que le daban miedo las multitudes y la altura que alborotaba las crisis de asma. Ahí estaba Mario Benedetti puntual en su cita en la Feria del Libro del Palacio de Minería. A veces se quedó tres, cuatro horas después de la lectura de sus poemas para firmar libros, para dedicarlos escuetamente pues los sentimientos ya estaban vertidos en las letras impresas.
Benedetti llegó a sus ochenta años, según dice él, empezando a olvidar las ausencias, los vacíos, algunas dudas y los nombres de ciertas calles, como dijera Machado: aligerando el equipaje. Una pena, quizás la mayor de todas, mayor que los exilios, mayor que la muerte de los amigos, es la que le causa en el 2006 la muerte de Luz, su compañera de toda la vida, la cómplice que le enseñó a usar el corazón y a quien le dedicó siempre sus libros. A partir de ese momento y pese a premios, reconocimientos y hasta Doctorados Honoris Causa, la realidad se volvió un malestar que terminó el 17 de mayo de hace cinco años.
Fuente: http://desinformemonos.org/2014/05/las-voces-de-benedetti-a-cinco-anos-de-su-chau/