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Reseña de "La venganza de la historia. La batalla por el siglo XX"

Con erudición y desde una perspectiva insumisa

Fuentes: El Viejo Topo

Seumas Milne, La venganza de la historia. La batalla por el siglo XXI, Swing, 2014, 421 páginas (traducción de Emilio Ayllón Rull, edición original de 2012).

Una introducción y diez capítulos forman La venganza de la historia. La batalla por el siglo XXI. Las temáticas desarrolladas: 1. Los últimos días del nuevo orden mundial El auge del intervencionismo liberal. 2. Recoger tempestades. Guerras contra el terror y tiranía. 3. El ataque del imperio. Agresión, ocupación, engaño. 4. Esclavos del poder corporativo. La marea de las políticas neoliberales. 5. Resistencia y reacción. El rechazo a la dominación. 6. El colapso del capital. La crisis del orden neoliberal. 7. Fin del mundo unipolar. Los límites del poder imperial. 8. una marea de cambio social. Latinoamérica, China y el socialismo del siglo XXI. 9. Señores del desgobierno. Elites desenmascaradas y desacreditadas. 10. Levantamiento y secuestro. La revuelta árabe y la reacción contra la crisis.

En su totalidad, artículos publicados en The Guardian entre 1997 y 2012 que nunca dejan de interesar al lector/a a pesar, en algunos casos, del tiempo transcurrido y la, digamos, no-total-actualidad del asunto tratado, dentro de un amplio arco temático con un fructífero hilo conductor: información contrastada, excelente argumentación y pensamiento propio y crítico afín a una izquierda que desea aprender de viejos errores que se mantiene en pie de resistencia e insumisión, años-luz alejada de cualquier cambalache con una insustantiva (y neoliberal) tercera vía.

Breve noticia de un autor no muy conocido entre nosotros. Periodista y escritor, uno de los politólogos británico más destacados vinculados a la izquierda y a los movimientos sociales (Naomi Klein hizo referencia a su obra en La doctrina del shock en repetidas ocasiones), Seumas Milne [SM] es autor de The Enemy Within: la guerra secreta contra los mineros, libro en el que analiza las luchas de los obreros británicos en 1984-85. Ha sido reportero de The Guardian en Oriente Medio, Europa del Este, Rusia, el sur de Asa y América Latina.

Una nota a su favor que merece destacarse: en 2001, el entonces primer ministro británico Tony Blair, el que fuera en su día la estúpida, falsaria y alienante esperanza blanca del «socialismo» europeo, citaba a Milne como uno de los 10 periodistas más peligrosos del Reino Unido. ¡Más peligrosos! El novelista Robert Harris lo describió como un «Stalinist Rip van Winkle». El periodista Melanie Philips cerró el círculo: lo retrató como portavoz de la Hermandad Musulmana/Hamás en Inglaterra.

La perspectiva de análisis de los artículos seleccionados con algunos ejemplos. El primero está fechado el 23 de diciembre de 2008 («No es la muerte del capitalismo, sino el nacimiento de un nuevo orden»), pocos meses después del gran estallido: «Ahora [tras la irrupción de la crisis] se abre una oportunidad para aquellos dirigentes políticos, de Obama a Hugo Chávez, que estén dispuestos a utilizar este hundimiento para reestructurar el sistema económico. Se oye decir a menudo que, tras la implosión del comunismo y la socialdemocracia clásica, la izquierda carece de un modelo alternativo», pero, matiza SM, en realidad ningún modelo social y económico «de izquierdas o de derechas, ha venido nunca listo para amar: todos ellos, desde el poder soviético hasta el estado del bienestar keynesiano, pasando por el neoliberalismo de Thatcher y Reagan, han surgido como resultado de una improvisación ideológicamente dirigida en circunstancias históricas concretas. Como es bien sabido, ni el propio Marx ofreció un plan de acción». Por contra, remarca, «es la presión para dar respuesta a las necesidades económicas -como sucedió con el New Deal o en la Europa de posguerra- lo que determinará la dirección en que ha de desarrollarse el nuevo orden económico» (p. 245). Seis años después resulta más que evidente la veracidad de la reflexión y que es necesaria mucha más presión social para orientar la situación hacia la dirección deseada.

El segundo está fechado el 16 de diciembre de 2004 («La lucha ya no es contra la religión, sino dentro de ella) y reflexiona sobre un tema esencial ahora y en los tiempos futuros donde los errores, nuestros errores, se han multiplicado:» «[…] para la izquierda laica -que si con algo está comprometida, es con la justicia social y la solidaridad- la verdadera traición habría sido no apoyar a los musulmanes británicos frente la islamofobia o las invasiones de Afganistán e Iraq». Mantener esa solidaridad, prosigue, no implica ni ha implicado nunca en absoluto, «la necesidad de comprometerse con el conservadurismo social en lo referente a los derechos de la mujer o los homosexuales; al contrario, el diálogo puede transformar a ambas partes de manera positiva». Es un error crónico de lo que él, erróneamente en mi opinión, llama progresismo «no reconocer las desigualdades de poder en las relaciones sociales y la actitud de algunos progresistas hacia el islam contemporáneo refleja ampliamente esa ceguera». En su momento, concluye, la oposición total o muy frontal a la religión «tuvo su importancia pero en nuestra época, hacer un fetiche del laicismo clásico es no comprender el cambiante significado social de la religión». La crítica al ateísmo neoliberal es más que pertinente.

Al igual que el nacionalismo, y el ejemplo está lejos de ser desafortunado, «la religión sirve lo mismo para un roto que para un descosido: puede tener un papel progresista o reaccionario. La lucha clave está ahora dentro de la religión y no contra ella» (p. 205).

La venganza de la historia supone un severo correctivo al discurso dominante en la primera década del siglo XXI. SM revela, por ejemplo, como la política de intervención humanitaria, una de las falacias más exitosas y vomitivas a un tiempo de la historia reciente, es de hecho una en ocasiones fallida apropiación del territorio. SM señala y arguye las causas reales detrás de la gran recensión y nos descubre, con buena información y coraje político (lo opuesto a lo que puede representar Vargas Llosa para entendernos) los nuevos modelos de sociedad que se están gestando en América Latina.

Vale la pena detenerse en los compases iniciales de la introducción. Tan reales como nuestra actual realidad a pesar de haber sido escrita hace unos dos años. Señala SM recordando el conflicto de Osetia del Sur: «El breve conflicto ruso-georgiano supuso un punto de inflexión en las relaciones internacionales. Estados Unidos había quedado en evidencia. Su credibilidad y su influencia militar se estaban viendo socavadas por la guerra contra el terror. Iraq y Afganistán. Pasada la mejor parte de las dos décadas en las que había sido capaz de dominar el mundo cual coloso, imponiendo su voluntad en cada continente, los años de poder americano incontestable habían terminado. Reanimada a base de petrodólares, Rusia había puesto fin al implacable proceso de expansión norteamericana, demostrando que no en todos los patios de vecinos imperaba su ley. El mundo captó rápidamente su idea.» (p. 8). Es posible que no fuera todo el mundo y que la idea no fuera captada con tanta rapidez pero se entiende bien la posición del autor sobre uno de los acontecimientos que, en su opinión, «iban a marcar el fin del nuevo orden mundial basado en el incontestable poder económico y planetario de Estados Unidos. El otro acontecimiento es el estallido de la Gran Crisis: «la bancarrota de Lehman Brothers desencadenaba el mayor crack bancario desde 1929 y sumía al mundo occidental en su más profunda crisis desde los años treinta.»

Leyendo a Milne, ha escrito Naomi Klein, a menudo una se siente físicamente aliviada. «No sólo ve la verdad sino que la articula con asombrosa erudición». La autora de La doctrina del shock ha acertado. Con veracidad y erudición para nuestro alivio físico y anímico. Un ejemplo de ello -«Puede que el comunismo esté muerto, pero está claro que no lo suficiente», 16 de febrero de 2006-, sin detenernos en pequeñas diferencias conceptuales y expresivas: «Pero, sea como fuere, nada de esto explica cómo puede se que queden nostálgicos en los antiguos estados comunistas donde por fin pueden disfrutar las delicias del restaurado capitalismo». El relato dominante es incapaz, prosigue Milne, «de dar sentido a la renovación de los regímenes comunistas que tuvo lugar después de 1956 o al temor de los líderes occidentales, bien entrados los años sesenta, a que aquéllos pudieran superar al mundo capitalista». A pesar de todas sus frecuentes brutalidades y fracasos, «el comunismo trajo a la Unión Soviética, a Europa del este y a otros lugares industrialización acelerada, educación universal, seguridad en el trabajo y enormes avances en cuanto a igualdad social y de género». Reunió, lo remarca alguien que no formó parte de la tradición, «idealismo genuino y compromiso práctico, como captan incluso películas y libros críticos de la era postestalinista como El hombre de mármol de Andrezj Wajda o Los niños de Arbat de Anatoli Rybakov. La existencia del comunismo contribuyó a elevar los niveles de vida en el lado occidental, impulsó el movimiento anticolonialista y supuso un poderoso contrapeso a la dominación planetaria de Occidente». ¿Alguna objeción? ¿Hay alivio o no hay alivio al leer esta aproximación?

Un apunte final: ¿se acuerden de quien acostumbraba a recomendar Los niños de Arbat? Efectivamente, un comunista que siempre pensó con cabeza propia y que nunca erró en lo esencial: Manuel Vázquez Montalbán.