Texto presentado en el marco de la iniciativa “La Disyuntiva”, promovida entre otras personas por Julio Anguita, de cuyo desarrollo se dará cuenta en su momento en estas páginas
La conciencia pública se está transformando. Por fin se habla profusamente de la crisis ecológica como de una amenaza inminente que se debe afrontar (aunque tras la etiqueta limitativa de “cambio climático”) y se abren oportunidades concretas de vincular ecologismo y socialismo. No obstante, la dificultad para emprender una acción transformadora es inmensa. El sistema-mundo funciona con una gran interdependencia entre todas sus partes, de modo que no es fácil iniciar un cambio de fondo en una de ellas sin chocar con la resistencia sistémica del conjunto, que encarna los intereses de la oligarquía mundial del dinero, muy aferrada a sus privilegios.
La inestabilidad de una economía de casino imbuida de un impulso patológico hacia el máximo beneficio del capital, que destruye sociedades y ecosistemas con furia inquietante, empeora las cosas día tras día, dejando una estela de víctimas por el camino. Pero esta misma inestabilidad puede alumbrar oportunidades para corregir el rumbo. Los colapsos previsibles supondrán sacudidas intensas que obligarán a reconsiderar la viabilidad de esta sociedad que hoy parece inconmovible. Los partidarios del cambio asumirán un gran riesgo si desaprovechan esas oportunidades para disputar al poder establecido la dirección del cambio.
La crisis actual es también una crisis cultural, de valores y prioridades. La sociedad carece de objetivos que no sean la mera reproducción del orden social y la difícil adaptación a las constantes mutaciones tecnológicas que, sin orden ni concierto, se imponen a la sociedad. Adolescentes y jóvenes reciben un solo mensaje: prepárate bien para acceder a algún puesto de trabajo bien remunerado; esto es lo único que debe preocuparte. ¿El sentido humano de tu futuro trabajo? Qué más da… ¿La utilidad social de tu futura actividad? No importa… ¿Qué clase de sociedad vas a contribuir a construir? No se sabe… ni le importa a nadie. ¿No hay un grave problema ecosocial en las actuales sociedades? Eso no es asunto tuyo… ni de nadie. Es urgente dar a estas cuestiones otro tipo de respuestas que sean pertinentes, atractivas y motiven a la juventud; pensarlas dentro de un proyecto global en una sociedad sin proyectos colectivos, que avanza a ciegas no se sabe adónde; y abrir paso a lo que hoy es la tarea fundamental de nuestra época: la transición social hacia un orden de igualdad y democracia y la transición ecológica hacia un metabolismo sostenible, hacia la salida de la crisis climática, hacia el abandono total del modelo energético fosilista, hacia la protección de la biodiversidad en peligro y hacia una nueva relación con una naturaleza maltratada. Es ni más ni menos que una lucha por una nueva civilización, lucha que, si fracasa, nos puede despeñar en el abismo de la barbarie.
I. TRES ÁMBITOS DE ACTUACIÓN INMEDIATA
Estas transiciones no serán posibles mientras impere el capitalismo, y en particular el capitalismo neoliberal. La tarea es inmensa, pero desde ahora mismo se pueden destacar tres grandes ámbitos de actuación inmediata.
(1) Transición energética democrática. Es prioritaria no sólo por el cambio climático, sino también debido al inevitable agotamiento de los combustibles fósiles y el uranio en un horizonte de medio siglo. La Unión Europea y algunos de los gobiernos estatales europeos están diseñando planes para los próximos 30 años. El BEI propone un billón (1012) de € en diez años para esa transición. Esto impulsará un nuevo tejido industrial (fabricación, instalación, mantenimiento…) y muchos nuevos puestos de trabajo. La transición a las renovables abarcará a toda la población del país sin excepción y, por eso mismo, supondrá una operación económica de gran envergadura. Por razones técnicas, es posible un despliegue muy participativo de las energías renovables: una nuclear o una central de gas requieren enormes capitales, pero instalar y financiar captadores fotovoltaicos o minieólicos en domicilios está al alcance de la ciudadanía, así como participar en iniciativas vecinales, creación de cooperativas energéticas, etc. Así se puede frenar el modelo centralizado que el oligopolio energético tratará de perpetuar. Será fundamental la acción de los gobiernos (estatales, regionales y municipales) en sinergia con la iniciativa ciudadana: de ahí la importancia de hacer políticas de gobierno. A la vez, hace falta hacer política desde abajo, cambiando de mentalidad y comprendiendo que iniciativas económicas de esta clase por parte de la ciudadanía activa son otra forma de hacer política. Hay que llegar al agotamiento de los combustibles convencionales con la transición energética ya muy avanzada si se quieren evitar colapsos desastrosos para la sociedad.
(2) Transición agroecológica. La agricultura industrial actual es insostenible a la larga y entrará en crisis cuando empiece a escasear el petróleo. Las incertidumbres ligadas a la crisis energética aconsejan avanzar hacia la máxima autosuficiencia alimentaria como mecanismo de seguridad ineludible frente a posibles dificultades en el comercio mundial de alimentos. Hace falta, pues, un avance decidido hacia un modelo agroalimentario ecológico de proximidad, sin química de síntesis, con poca o nula maquinaria, recuperación de suelos erosionados, preservación de la fertilidad espontánea de los suelos, etc. Y con miras a un cambio así, es mejor no esperar, es mejor avanzar con iniciativas prácticas desde ahora mismo. Como la agricultura ecológica exige más mano de obra, esto requiere un éxodo urbano, un retorno a la tierra de cientos de miles o millones de personas. Hay que pasar a una producción de proximidad de los alimentos, que ahorra en conservación y transporte, mejora la salud de personas y medio ambiente y agiliza el metabolismo, simplificándolo y mejorándolo. Conlleva un reequilibrio demográfico del territorio nacional (llenar la “España vaciada”) que demandará potenciar los pueblos y ciudades pequeñas y mejorar el medio rural en infraestructuras escolares, culturales, sanitarias y de todo tipo, con el correspondiente desplazamiento al campo de muchos trabajadores de los servicios. Los modernos sistemas de comunicaciones pueden y deben jugar un papel en esa mejora. Para que esta transición agroecológica alcance el volumen necesario harán falta muchos esfuerzos. Pero la vuelta al campo y algunas de las acciones aquí señaladas pueden ponerse en práctica de inmediato, mediante iniciativas colectivas y con el apoyo de administraciones públicas.
(3) Reconversión industrial. La industria del futuro deberá desconectarse del extractivismo minimizando la minería y funcionando con los metales y otros materiales no renovables (y por tanto finitos) ya extraídos del subsuelo. Sus tareas: alargar la vida útil de los artefactos; reutilizarlos; fabricarlos para que sean fáciles de reparar; reciclar artefactos y los componentes y materiales de que están hechos. Esto supone un sector industrial de reparación, restauración y reciclado, con muchos empleos nuevos, que puede funcionar con empresas de tamaño pequeño o medio y cooperativas, dispersas en el territorio. Esta reconversión industrial está llamada a expandirse a medida que escaseen los minerales vírgenes, pero puede empezar a ponerse en práctica desde ahora mismo, como apuesta de futuro, con el apoyo de administraciones públicas. La coexistencia de un sector así con una industria de punta, más sofisticada, con requisitos (técnicos, financieros y otros) más complejos, se puede imaginar, de cara al futuro, como una estructura industrial dual.
II. LOS NECESARIOS CAMBIOS ESTRUCTURALES
Estos tres tipos de medidas apuntan hacia un futuro con menos recursos naturales disponibles y preparan el terreno a ese futuro. Tienen la peculiaridad, a mi entender, de que no requieren medidas revolucionarias y se pueden llevar a la práctica de inmediato a condición de que haya una masa crítica de personas que comprenda su lógica histórica. No obstante, parece claro que vendrían potenciadas por algunos cambios estructurales que, en cualquier caso, deberán implementarse en uno u otro momento para poder avanzar hacia una economía ecológicamente y socialmente sostenible. Me refiero a la superación de la economía financiarizada, a cambios importantes en la división del trabajo y al combate contra la desigualdad –cambios todos ellos que implican un choque frontal con la modalidad neoliberal de capitalismo hoy dominante en el mundo, y que, por eso mismo, presuponen una fuerza y una voluntad políticas que hoy no existen y que deben ser construidas. Las consideraciones que siguen se sitúan en el terreno de objetivos a plazo medio o largo.
Finanzas y fiscalidad. Hay que prohibir el uso del dinero y de otros medios monetarios o cuasimonetarios para especular y generar riqueza ficticia que desorganiza la producción y distribución de la riqueza verdadera. Las finanzas deben ponerse bajo el control y gestión de una banca pública, que puede completarse con sistemas de crédito sin ánimo de lucro (cajas de ahorros, cooperativas de crédito, etc.) de ámbito restringido en el espacio. La creación de moneda debe reservarse a los poderes públicos y prohibirse a la banca privada. Esto puede compatibilizarse con la emisión de monedas locales (o de ámbito superior) para favorecer la economía territorial de proximidad. La fiscalidad debe servir para dotarse de los medios económicos públicos necesarios para satisfacer las necesidades colectivas y una redistribución de la riqueza que corrija las desigualdades.
Redimensionamiento del transporte. El transporte consume hoy la mitad de toda la energía exosomática usada por la humanidad. Es imperativo reducir drásticamente la necesidad de transporte, tanto de cosas como de personas. La división territorial del trabajo asociada a la mundialización capitalista (materias primas, productos semielaborados y productos finales recorren sin cesar miles de kilómetros de punta a punta del planeta) es un derroche insostenible que debe eliminarse mediante producción y comercio de proximidad. El comercio a larga distancia y el modelo neoliberal de comercio mundial van a ser en buena medida inviables. También el transporte de personas deberá redimensionarse drásticamente, afectando en particular al turismo masivo. El monocultivo turístico debe eliminarse para evitar la ruina inevitable cuando escasee el petróleo. Ahora bien, es evidente que un cambio en esta división territorial del trabajo es una tarea ciclópea, que probablemente sólo puede darse de manera traumática, cuando la escasez de energía lo imponga por pura necesidad.
Lucha por la igualdad, por un mayor peso de lo público, por una planificación democrática. Todas estas, y otras, medidas de transición ecológica requerirán un esfuerzo colectivo apoyado desde las administraciones con inversiones públicas y planificación. La urgencia e imperiosidad social de esas medidas implican intervencionismo público incompatible con la filosofía individualista y librecambista neoliberal. El socialismo —alguna forma de socialismo democrático— está llamado a ofrecer una alternativa. Este intervencionismo no supone necesariamente prohibir la iniciativa y la propiedad privada, sino un papel regulador y directivo de las instituciones públicas, estatales y otras. Y deberá dotarse de mecanismos de mercado para agilizar el sistema de producción y consumo. Se requerirá también igualitarismo, esto es, una distribución equitativa que permita a todo el mundo vivir dignamente y compartir sacrificios y beneficios a lo largo de unos procesos de adaptación complejos, hoy difíciles de prever, hacia sociedades con menos recursos naturales disponibles por persona. La imprevisibilidad de esta difícil transición aconseja dotarse de mecanismos distributivos y redistributivos que eviten que partes significativas de la sociedad queden marginadas o relegadas. La necesidad de intervencionismo público, planificación e igualdad apunta a una alternativa socialista como salida aconsejable a la crisis.
Hay que felicitarse de que el neoliberalismo, pese a su evidente hegemonía, no haya podido destruir la aspiración a la igualdad social, que sigue viva y con buena salud. La expansión reciente del feminismo es un buen indicio de su vigor. El paro como enfermedad social no va a existir si la propiedad y control de los medios de producción no son monopolio de una minoría oligárquica. No hace falta decir que estos cambios hacia la igualdad van a suponer un importante conflicto de clases.
III. HACER FRENTE A LAS EMERGENCIAS
Tareas inmediatas
A partir de estos planteamientos creo posible lanzar un proyecto ilusionante que movilice a miles de militantes, activistas y otras personas con espíritu pionero en iniciativas de índole muy variada con la perspectiva común de la transición ecosocialista y de los tres grandes objetivos antes señalados (transición energética, vuelta a la tierra y reconversión industrial). Hay que empujar a los estados, las entidades regionales, municipios y otros entes públicos a tomar la iniciativa. Pero el proyecto presupone la necesidad de actuar desde abajo, desde la sociedad civil, mediante la iniciativa ciudadana individual o asociativa, y con microiniciativas realizables a corto plazo. Ejemplos: acción de barrio en pro de la cohesión social (con medidas en favor de ancianos, niños, sin techo, etc.), comunidades de intercambio de servicios por trueque, colonias de vacaciones, rehabilitación de edificios (aislamiento térmico), iniciativas colectivas para instalar fotovoltaica y minieólica en edificios, empresas pequeñas y/o cooperativas de renovables, vuelta a la tierra, comunas agroecológicas, huertos urbanos y periurbanos, reforestaciones, recuperación de pueblos abandonados, etc. La política, nuestra política, no puede ni debe limitarse al combate por el poder. Debe emprender acción social a todos los niveles. Se trata de “otra manera de hacer política”. Iniciativas de este tipo deberían combinarse con intervenciones institucionales para reforzarlas y darles continuidad: hay que crear sinergias entre sociedad civil y gobiernos.
Tareas de emergencia
Hay, sin embargo, un aspecto de la situación presente que no suele tomarse en consideración: se trata de que vivimos circunstancias muy volátiles y de gran fragilidad. Se nos repite una y otra vez que la crisis de 2007 puede reproducirse dado que no se tomaron medidas para evitar su repetición. Otro riesgo es la crisis energética. Si la transición a las renovables no se ha culminado cuando empiecen a sentirse en serio los primeros signos de escasez de petróleo y gas, las sociedades padecerán crisis brutales de adaptación. Un elemental ejercicio de imaginación indica que una escasez brusca de petróleo puede tener, al menos durante un tiempo, efectos dramáticos, como desabastecimiento alimentario, problemas con el suministro del agua, colapso de partes del sistema de salud, interrupción de procesos productivos en fábricas y talleres por falta de suministro, cortes de electricidad, etc. (Eso ocurrió en la Cuba del período especial cuando se dejó de recibir petróleo soviético.) Por eso es de elemental prudencia prepararse para emergencias de gran alcance, que también van a poner en tensión a las sociedades y en entredicho los dogmas neoliberales.
1. Proponer un amplio consenso social y político (suprapartidista si es posible) para aplicar eventuales medidas de emergencia que puedan resultar necesarias.
2. Emergencia bancaria: suspender durante un período la actividad bancaria (precedente: Roosevelt, tras imponer en 1932 unas “vacaciones bancarias” durante 5 días, mantuvo sólo la actividad de los bancos solventes e impuso normas estrictas de control público, como la Banking Act o ley Glass-Steagall de 1933, que separaba bancos de depósitos y bancos de inversión). Puede representar un primer paso hacia la nacionalización de la gran banca.
3. Programa público de inversiones verdes, empezando por la transición energética, con acompañamiento de medidas de reconversión industrial y laboral. Emisión de bonos para captar el ahorro privado. Aprovechar los recursos ofrecidos por el Banco Europeo de Inversiones (BEI).
4. En caso de grave alteración de la economía, implantación limitada en el tiempo de una renta garantizada a todo el mundo para parar el golpe. Introducir racionamiento de productos si hace falta. Prohibir temporalmente todos los desahucios, con medidas públicas de apoyo a los pequeños propietarios de viviendas de alquiler. Expropiación de todas las viviendas poseídas por inmobiliarias y fondos de inversión para constituir un patrimonio público de vivienda social para alquilar.
5. Puesta en marcha de instrumentos de planificación. Aparte de los propios ministerios y organismos estatales, dotar a los Consejos Económico-Sociales de atribuciones planificadoras que hoy no tienen.
6. Valerse de los artículos 128, 130, 131 y 135.4 de la Constitución española de 1978 para intervenir a favor del interés general.
7. Adquisición pública –buscando la fórmula adecuada— de los pueblos abandonados y de edificios sin uso en pueblos para constituir un fondo inmobiliario rural y un banco de tierras. Poner este patrimonio público de edificios, viviendas y tierras a disposición de quienes deseen repoblar las zonas rurales y explotarlas, con facilidades de acceso. Planes para repoblar las zonas deshabitadas, regenerar tierras para el cultivo y el pastoreo, reforestar masivamente (esto también lo hizo Roosevelt, como plan contra el paro, con el Civilian Conservation Corps, que llegó a emplear a unos 250.000 jóvenes). Ayudar al desarrollo de una agricultura ecológica familiar o cooperativa (con centrales de compra para garantizar precios mínimos, crédito asequible, etc.), eliminando —gradualmente— las ayudas a la agricultura industrial. Impulsar entre la juventud un amplio movimiento de recolonización de espacios vacíos y de vuelta a la tierra.
8. Drástica reforma fiscal. Nacionalización de la gran banca y de los servicios públicos: agua, grandes compañías privadas de energía. (El estado debe dotarse de los medios financieros para sus políticas intervencionistas y de inversiones públicas. Estudiar la posibilidad de emitir medios de pagos complementarios que puedan circular paralelamente al euro, como en la propuesta de Varoufakis que Tsipras desestimó.)
REFLEXIONES FINALES
La situación ecosocial es tan grave y evoluciona tan deprisa que lo que aquí se propone pronto puede resultar impracticable, al menos en parte, como anuncian numerosos estudios solventes, por la crisis de recursos materiales y energéticos. Debemos estar mentalmente preparados para contracciones drásticas obligadas de nuestras actividades. Las energías renovables pueden topar con cuellos de botella por falta de materiales. El colapso del transporte puede generar desabastecimientos y parálisis. No podemos dar por supuesto que vamos a salir indemnes. Pero el programa aquí esbozado tiene la ventaja de mandar un mensaje práctico a la ciudadanía: “no sabemos hasta dónde podremos llegar, pero tampoco se trata de quedarnos de brazos cruzados; empecemos a andar todos juntos e iremos identificando, sobre la marcha, qué hacer en cada momento para salir lo mejor parados. Ésta es una aventura colectiva en la que nadie debería quedar atrás.” Sin falsas ilusiones, pero sin aceptar la parálisis.
Hace falta que estos objetivos sean asumidos por un amplio espectro de personas. Por ello se propone un amplio consenso social y político suprapartidista, para que no naufraguen medidas de emergencia que requieren amplios acuerdos. En momentos de invasión, guerra o catástrofe natural de gran magnitud se consiguen consensos de este tipo.
Es posible que apelar a un activismo de pioneros o a un romanticismo revolucionario parezca irreal. Pero la situación es dramática y exige superar indiferencia y pasividad. Los Fridays For Future y Extinction Rebellion son movilizaciones de nuevo tipo indicadoras de que algo está cambiando en la mentalidad colectiva de los más jóvenes, que perciben la necesidad de medidas audaces y urgentes. A veces una chispa enciende inesperadamente el fuego. Y en tales casos la falta de ideas e iniciativas es el mayor peligro.