A pesar de las condiciones de pobreza en las que se encuentran en Jordania o en el Líbano, las y los exiliados se niegan a regresar a las regiones controladas por el régimen de Bashar Al-Assad.
Hace ocho años, una ciudad creció en medio de la nada. Fue cuando la crisis siria puso a familias enteras en el camino al exilio, huyendo a los países vecinos. La situación, que todos creían que era temporal, se hizo permanente. En el noreste de Jordania, Zaatari ahora alberga a casi 80.000 sirios, la mitad de ellos niños, en el campo de refugiados más grande de Medio Oriente, administrado por las Naciones Unidas (ONU) y las autoridades jordanas
Hay treinta y dos escuelas, dos hospitales y, en tonos de gris y blanco, 24.000 refugios o albergues prefabricados, oxidados por la humedad y esparcidos en una tierra que el invierno ha vuelto un barrizal. Los pasos se hunden en él, ensuciando los pantalones.
Una calle principal, la única pavimentada, de un kilómetro de largo, alberga chozas donde se compra tanto un teléfono como carne, pañales o vestidos de novia. Esta calle comercial fue apodada Los Campos Elíseos. Desde entonces se ha convertido en Sham Elysée, en referencia al nombre dado a Siria en árabe, reconstituida en miniatura aquí bajo el patrocinio de los principales donantes internacionales, como lo recuerda la presencia de sus banderines en varios lugares del campo. Siria está a apenas veinte kilómetros de distancia, pero la mayoría de los refugiados de Zaatari no pueden regresar.
«Es un campo abierto», insiste un representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Se requiere un permiso para aventurarse afuera, y los vehículos blindados de la gendarmería se despliegan en sus límites. En ocho años, Abu Mohamad solo ha salido dos o tres veces. «No tengo nada que hacer afuera», dice este padre de 51 años, ocupado horneando empanadas de pan en la panadería que abrió en 2014 dentro del campamento, donde pasa su vida como en un vacío.
Perspectivas sombrías
Lo esencial de las necesidades de los habitantes se puede satisfacer allí. Incluso hay un supermercado donde las y los refugiados pagan escaneando el iris con los ojos. El Acnur puede identificarlos en su base de datos biométricos y cobrarles directamente de la ayuda humanitaria.
Hay 1,4 millones de sirios viviendo en este país de menos de 10 millones de personas. De todos los países limítrofes con Siria, Jordania y Líbano han recibido proporcionalmente el mayor número. El país del cedro afirma tener 1,5 millones para sus 5,9 millones de habitantes. Ninguno de estos Estados tiene ley de asilo. En un contexto de desaceleración económica regional, desde el inicio de la crisis siria en 2011, la situación de las y los refugiados ha seguido deteriorándose. Los efectos de la nueva crisis ligada al Covid-19 abren perspectivas aún más sombrías.
En Jordania, el 85% de ellos vive por debajo del umbral de pobreza. En el campo de Zaatari, Mahmoud debe revender parte de los productos alimenticios que adquiere a través de las Naciones Unidas para conseguir algo de dinero en efectivo.
La mayoría de las y los refugiados sirios viven fuera de los campamentos y pagan alquileres de alrededor de 200 euros al mes. Casi un tercio de ellos no tienen otra fuente de ingresos que la ayuda internacional. Se han concedido menos de 180.000 permisos de trabajo a personas refugiadas sirias desde 2016, la mayoría de ellos en agricultura y construcción, y el acceso a otros sectores está más restringido o incluso cerrado. En un país marcado por una tasa de desempleo del 20% y, a pesar de los esfuerzos del gobierno, muchos sirios se ven relegados al sector informal, fuera de las normas fiscales o contables.
En el Líbano, el 95% de las familias sirias están endeudadas, a menudo con familiares o tiendas, a un promedio de 1.100 dólares (980 euros). «Esta deuda crece en cien dólares cada año», recuerda Mireille Girard, representante de Acnur en Beirut. A fines de 2019, el 73% de las personas refugiadas vivía por debajo del umbral de pobreza, en comparación con el 68% en 2018.
La crisis sin precedentes que ha enfrentado el país desde el otoño de 2019, que se refleja en particular en la inflación galopante y los despidos masivos, ha nublado aún más el futuro de las y los refugiados. «Los que tienen la suerte de recibir ayuda la ven devaluarse. La gente se está hundiendo cada vez más en una pobreza cada vez más extrema”, advierte la Sra. Girard. “Algunas personas refugiadas sacan a los niños de la escuela para mendigar, aceptan situaciones de explotación, el matrimonio precoz como medio de supervivencia se ha vuelto más común que en Siria … «
Las y los refugiados viven con el temor de ser deportados
En la llanura de la Bekaa, las tierras agrícolas siempre han atraído la migración estacional desde la zona fronteriza siria. Hoy, un tercio de los refugiados sirios en el país se quedan allí permanentemente. Aquí y allá, entre hileras de campos, aparecen barriadas de tiendas de lona.
Safwan Soueid, de Homs, en el centro de Siria, ha vivido en uno de estos barrios marginales durante cinco años, instalado en tierras alquiladas a una persona privada, con otras familias. No hay campos de refugiados oficiales en el Líbano. El refugio donde vive con su familia tiene un piso duro, pero, para indicar que su presencia no es permanente, las paredes no pueden exceder unas pocas filas de bloques de hormigón. Como consecuencia, tienen que hacer bricolage con un mosaico de lonas, listones de madera y aislamiento improvisado. Cuando salió de Siria hacia el Líbano, Safwan tenía una granja de pollos y su esposa era profesora de inglés. Ninguno está trabajando ahora. Safwan señala con orgullo el estante en el que su hija mayor coloca sus cuadernos escolares. «Está entre los estudiantes con las mejores calificaciones, quiero que sea doctora. «
Un poco más adelante, Bushra (el primer nombre ha sido cambiado), de 60 años, nos muestra los daños invernales y la humedad en el techo de su casa, con boquetes en varios lugares. Ella ha vivido allí con sus dos hijos durante seis años después de huir de la región de Damasco. Para pagar el alquiler, los dos hijos de Bushra abandonaron la escuela. Los miembros de la familia viven con el temor de ser expulsados del país porque han pasado cinco años en los que no han podido pagar los impuestos para renovar sus permisos de residencia.
Después de haber abierto en gran medida su territorio a los refugiados sirios, Líbano ha endurecido gradualmente su política de recepción. Actualmente, unos 330 municipios imponen toques de queda a los sirios. En 2015, el gobierno ordenó al Acnur que dejara de registrar nuevos refugiados. En un contexto de creciente desempleo y austeridad, en nombre de la defensa de las y los trabajadores libaneses, el Ministerio de Trabajo lanzó, en el verano de 2019, una vasta campaña para combatir el empleo ilegal de extranjeros.
El fin del exilio es un sueño imposible
En Jordania, la protección también se debilita. «Jordania es una generosa tierra de acogida, pero la frágil situación económica y la pérdida de atención internacional están comenzando a pesar sobre el país y, lentamente, se está reforzando la idea de que hay que privilegiar a los jordanos», subraya Muriel Tschopp , jefa de la ONG Consejo Noruego para los Refugiados en Amman.
La reapertura, a fines de 2018, del principal puesto fronterizo entre Jordania y Siria, después de tres años cerrada y mientras el régimen de Damasco reconquistaba pero no estabilizaba la provincia fronteriza de Deraa, había alimentado la esperanza de un reactivación comercial y de retorno de refugiados a su país de origen.
Solo 36.000 sirios habrían tomado esta decisión, elevando el total de retornos registrados oficialmente entre 2016 y 2019 a 53.000. En el Líbano, el 80% de la gente refugiada siria dice que quiere regresar a sus hogares. Las autoridades libanesas y sirias están organizando retornos voluntarios grupales y, en 2019, el presidente Michel Aoun mencionó la partida de 300.000 personas. El gobierno también adoptó un decreto en abril de 2019 para permitir la expulsión a Siria de aquellos que ingresaran ilegalmente a partir de la adopción del texto.
Aunque la tendencia está en aumento, el final del exilio es un sueño imposible para muchos. «Siria ya no me interesa», dice Fayad (el nombre ha sido cambiado), un padre de Idlib que ahora vive en Beirut. “Vi cómo mataban a mis seres queridos, destruyeron mi casa, dispersaron a mi familia… Nunca volveré a una región controlada por el régimen».
Desde su refugio improvisado en la llanura de Bekaa, Bushra tampoco prevé un regreso. Teme demasiado que sus hijos sean reclutados para el ejército, como Abu Mohamad, el panadero del campo de Zaatari, quien, cuando habla de Siria, hace un gesto con el pulgar como si se estuviera cortando la garganta. La madre de Mahmoud regresó en marzo de 2019 a la región de Damasco. “Había escuchado que la situación era mejor. Hoy se arrepiente, nos asegura. Las condiciones de vida son malas y tengo que enviarle comida. Pero ella quiere morir en su país. «
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur