Diez años después de la pérdida del dirigente obrero más relevante del siglo XX español, comprobamos que el mantenimiento y difusión de su memoria es una tarea que compete desempeñar a la izquierda y el movimiento obrero.
Hace cinco años, coincidiendo con el quinto aniversario de su muerte, y en mi condición de Portavoz de Izquierda Unida en las Cortes de Castilla y León, di voz a una propuesta de la familia de Marcelino y la Cooperativa Atrapasueños para construir un lugar para la memoria de Marcelino en su región de origen. Dicha propuesta, avalada por su familia y miles de firmas de todo el país, y que trataba de emular proyectos similares como la casa de Blas Infante o el museo de José Pérez Ocaña en Andalucía, fue lamentablemente desoído por la mayor parte de las fuerzas políticas de Castilla y León (como también lo fue nuestra propuesta de concesión de la Medalla de Oro de las Cortes a Marcelino en 2018). Parece que sí hay recursos para que Castilla y León albergue, por ejemplo, una casa-museo en honor a Adolfo Suárez, pero no para Marcelino Camacho.
Esto en realidad tiene completa lógica. Marcelino Camacho es, a diferencia de muchos de los rostros de la transición, una memoria incómoda. Marcelino no es solamente parte de la historia de nuestro país, sino memoria viva de una estrategia dirigida a la construcción de una cultura política autónoma de la clase trabajadora en España. Principal líder de una generación del movimiento obrero que supo construir un poderoso movimiento sindical en plena dictadura franquista, Marcelino fue además un ex-combatiente republicano en la guerra civil, superviviente de varios campos de concentración y preso político del franquismo, de aquellos que pasaban el encarcelamiento organizando escuelas de formación (esta generación de cuadros del movimiento obrero de quienes Manuel Sacristán alabó su capacidad autodidacta).
Las Comisiones Obreras de Marcelino fueron la consecuencia de una estrategia acertada, pero no lo fueron menos de una táctica pegada a la realidad. Ni «predicar» la ideología a los obreros desde fuera, ni fiarlo a la espontaneidad de la gente, sino, como él mismo expuso, «escuchar» las formas de reivindicación de los trabajadores del momento, fortalecerlas, organizarlas y generalizarlas. En eso consistía ser comunista y en eso consistía hacer sindicalismo. Una estrategia y una táctica que en poco más de una década lograron unos niveles de hegemonía considerables -aún más admirables teniendo en cuenta las condiciones dadas- en determinadas zonas industriales y obreras del país. Ser revolucionario no consiste en lanzar las proclamas más estrambóticas del mercado sino en expandir un proyecto de transformación social organizando a la población con absoluta y total independencia del poder. Aquí reside el peligro.
Creo que por esto la memoria de Marcelino es ciertamente incómoda. Aquellos que cumplieron su papel en la transición pueden ser recompensados por las élites culturales y políticas, siempre que se atengan al discurso oficial. Se permite e incluso se reconoce a quienes lucharon contra Franco, pero ni un paso más. Quienes como Marcelino comprendían que en la Transición la izquierda tomó las decisiones que permitía el momento, pero al día siguiente prosiguieron su labor por una sociedad alternativa, quedarán condenados. Podrá tolerarse quizá el recuerdo del Marcelino preso político, especialmente en su salida de Carabanchel, mientras haya una correlación de fuerzas que fuerce a ello, y siempre que la bestia negra del fascismo no se imponga. Pero las élites culturales y políticas jamás perdonarán al Marcelino de la Huelga del 85 o al del VI Congreso de CCOO. Demasiado atrevimiento es desafiar a los dioses para un muchachito de Osma-La Rasa, oficial de primera en la Perkins.
Por esto, porque su memoria es esencialmente revolucionaria, la responsabilidad de preservarla y difundirla recae en la propia izquierda. En los últimos años, la reedición de su autobiografía Confieso que he luchado y la iniciativa del documental Lo posible y lo necesario han sido pasos muy importantes en el trabajo de memoria de Marcelino. Ambos proyectos realizados sin apoyos institucionales.
La adopción de los archivos de Marcelino por parte del Centro de la Memoria de Salamanca, junto a un plan integral y una Comisión de Seguimiento, es una importante oportunidad para comenzar una labor de memoria dotada de más recursos y capacidad técnica. No obstante, la memoria de Marcelino es una tarea cuyo éxito dependerá del grado de identificación entre el proyecto político presente con el de la memoria que pretendemos reclamar.
José Sarrión Andaluz es miembro de la Comisión de Seguimiento del Archivo de Marcelino Camacho