Los precios del petróleo han experimentado una caída sin precedente en el año 2020, lo que ha conmocionado al sector de los combustibles fósiles.
El impacto ha sido brutal en las compañías petroleras, especialmente en el sector del petróleo de esquisto estadounidense, cuya extracción tiene un alto coste. También ha aumentado la presión económica de los países petroleros africanos, como Angola, Argelia, Libia y Nigeria, que han visto crecer su déficit presupuestario y han sentido la hemorragia en sus reservas de moneda extranjera. En este contexto, algunos analistas se han apresurado a especular que la pandemia podría acabar con la industria del petróleo y contribuir a salvar el medio ambiente. No obstante, es preciso ser precavidos ante tales afirmaciones eufóricas y tal optimismo.
En tiempos de crisis, si hablamos en serio sobre trascender el petróleo, resulta crucial examinar con detenimiento los vínculos entre los combustibles fósiles y la economía en general y abordar las relaciones de poder y las jerarquías del sistema energético internacional. Estas relaciones tienen sus raíces en los legados coloniales y neocoloniales, así como en prácticas de desposesión, saqueo de recursos y apropiación de tierras, especialmente en el Sur Global.
En el imaginario popular, cuando hablamos de energía hablamos de carbón, petróleo y gas. La mayor parte de estos recursos (especialmente los dos últimos) proceden del Sur. Al modo de controlar y saquear estos recursos se le llama “extractivismo”. Se puso en marcha en 1942 con la conquista de las Américas y ha sido estructurado mediante el colonialismo, la esclavitud, la explotación y la violencia pura y dura. En la actualidad continúa con la creación de “zonas de sacrificio” y en forma de guerras imperialistas y gobierno militarista del mundo.
Las economías del Sur ocupan una posición subordinada dentro de la división profundamente injusta del trabajo global: por una parte son proveedoras de recursos naturales baratos y de una reserva de mano de obra barata y por otra proporcionan un mercado a las economías industrializadas. Esta situación fue impuesta y configurada por el colonialismo, y los intentos para superarla han sido hasta ahora derrotados por las nuevas herramientas de dominación imperial: la deuda paralizante, la religión del “libre comercio” y los programas de ajuste estructural entre otras. Buena parte de ello ha contado con el respaldo de las élites nacionales parasitarias.
Estas herramientas de dominación no solo condenan a los países del Sur global a un modelo económico orientado hacia el exterior –dirigido por la necesidad de responder a las demandas de los países ricos– sino que también limitan el espacio político para una toma de decisiones soberana, como el abandono de los combustibles fósiles. Un ejemplo contundente es el Tratado de la Carta de la Energía, un peligroso acuerdo de inversiones que permite a la industria de los combustibles fósiles mantener el control de los recursos y seguir dañando el planeta.
La agroindustria es otra de las formas en que se entrelazan la dominación imperialista y el cambio climático. Es una de las principales causas de este último y además mantiene a muchos países del Sur global prisioneros de un modelo agrario insostenible y destructivo. Este modelo se basa en la exportación de cultivos comerciales y el agotamiento del suelo y de los escasos recursos hídricos de regiones áridas y semiáridas como Egipto y Marruecos.
Aunque algunos gobiernos occidentales presuman de proteger el medio ambiente por prohibir el fracking dentro de sus fronteras y plantear objetivos de reducción de emisiones de carbono, ello no les impide apoyar decididamente a las multinacionales que explotan yacimientos de gas de esquisto en sus antiguas colonias, como hizo Francia con Total en Argelia. Desplazar los costes de una industria tan destructiva del Norte al Sur es una estrategia del capital imperialista en la que el racismo medioambiental se une al colonialismo energético.
La transición a las energías renovables puede ser de carácter extractivista. Dos ejemplos del norte de África muestran la manera en que el colonialismo energético se reproduce en forma de “acaparamiento verde”. La planta solar de Uarzazat (Marruecos) empezó a funcionar en 2016 y se publicitó como la mayor del mundo. Pero si escarbamos bajo la superficie obtendremos un panorama más sombrío. En primer lugar, la planta se instaló en tierras de comunidades agropastoriles bereberes sin su aprobación ni consentimiento. En segundo lugar, este megaproyecto está bajo control de intereses privados y ha sido financiado mediante una deuda que asciende a 9.000 millones de dólares. En tercer lugar, el proyecto no es tan “verde” como afirman sus promotores, pues requiere un uso exhaustivo de agua para el enfriamiento y limpieza de los paneles solares. En una región semiárida como Uarzazat, desviar el agua de su uso doméstico y agrícola puede ser fatal para la población local. Lo mismo ocurre con el Proyecto Solar Tunur, en Túnez, que produce energía barata para Europa Occidental y priva a los tunecinos de ella. Planes coloniales del mismo estilo se están desplegando ante nuestros ojos mediante un flujo sin restricciones de recursos naturales baratos (incluyendo la energía solar) del Sur al Norte, mientras Europa Occidental se fortifica para evitar que otros seres humanos alcancen sus costas.
Una transición verde y justa debe transformar y descolonizar de manera radical nuestro sistema económico global, inadecuado desde el punto de vista social, ecológico e incluso biológico. También requiere una revisión de las pautas de producción y consumo intensivas en energía y profundamente derrochadoras, especialmente en el Norte global. Tenemos que superar la lógica imperial y racializada de la externalización de los costes que, si no cambia, solo generará colonialismo verde y un mayor extractivismo y explotación (de la naturaleza y la mano de obra), con el fin de lograr unos objetivos supuestamente verdes. La lucha por la justicia climática y una transición justa precisa reconocer las diferentes responsabilidades y vulnerabilidades del Norte y del Sur. Deben pagarse reparaciones ecológicas y climatológicas a los países del Sur que son los más castigados por el cambio climático y han sido condenados a un extractivismo predador por el capitalismo global.
En un contexto global de lucha imperial por la influencia y los recursos energéticos, el discurso sobre la sostenibilidad y una transición verde no debe servir para embellecer prácticas neocoloniales de saqueo y dominación.
Fuente: https://www.africasacountry.com/2020/11/energy-transitions-and-colonialism
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