El texto corresponde a la intervención del autor en el acto público titulado «D. Manuel Azaña, un proyecto de República para España entera» que se celebró en el gran Salón de Actos del Ateneo de Madrid el 18 de diciembre de 2020, organizado por la Agrupación Ateneísta «Juan Negrín» y las Secciones de Ciencias Sociales y Ciencia y Cultura Militar del Curso 2019-2020 del Ateneo.
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Como algunas personas saben, he dedicado cierto tiempo a la poesía. Algunos libros publicados, algún galardón… nada muy espectacular tampoco. No creo que los versos cambien el mundo, pero sí pienso, con toda convicción, que nos ayudan a ubicarnos en él, haciéndolo más habitable.
Recuerdo ahora, que en algunas Ferias del Libro donde participé, había siempre alguna edición de oferta con el título, «Miguel Hernández para niños», «Antonio Machado para niños», y otros ítem. Se trataba, como cabe suponer, de obras podadas con el fin de hacerlas más asequibles a un público aún no plenamente formado por razones de edad. Desde entonces yo, cuando veo que a alguna figura histórica se la simplifica y recorta para hacerla cercana a determinados gustos, empleo la expresión «para niños». Pues realmente, suele consistir en no tratar los aspectos que pueden resultar más incómodos para determinadas concepciones. Vinculadas, en esos casos, a quienes promueven la iniciativa. Es decir, la «versión infantil».
Este fenómeno, que puede tener, quizá, cierta justificación en el terreno de la divulgación artística, aunque no sea de mi personal gusto (yo de niño no leí versiones para niños de Hernández ni de Machado, mas sus propias obras), opino que es mucho más peliagudo cuando hablamos de Historia y de Política.
Refiriéndome concretamente a D. Manuel Azaña, a décadas de satanización, muchas veces ridícula, por el franquismo (que lo consideraba, con motivo, un enemigo mortal), le han sucedido años en los cuales su figura ha sido sometida a manipulación, con el fin de hacerla homologable a la realidad socio-política española consagrada en 1978. A saber: una Monarquía basada en que determinadas herencias del franquismo (por ejemplo, el Concordato con el Vaticano, como bien nos recuerda el profesor Pedro García Bilbao, las bases militares estadounidenses…) son, sencillamente, intocables. ¿Habría estado de acuerdo Azaña con esa realidad, que sigue siendo, básicamente, cuarenta y dos años después, la misma? Yo pienso que no. Lo pienso, porque le he leído. No en ninguna «versión para niños», sino en la versión del propio Manuel Azaña.
¿Cómo se llega entonces a que quien fue la más visible columna, el más conocido exponente, de la II República española, pueda ser presentado, verbigracia, casi como un avalista de los pactos de 1978, los cuales finiquitaron la posibilidad de restauración de aquella República? Es un proceso de cierta complejidad y en el cual concurren varias partes, interesadas. Tanto en determinada izquierda, como en cierta derecha. De Alfonso Guerra, a José María Aznar. Creo que no digo nada nuevo con esto. Pero sí voy a señalar, si bien de modo sucinto, algunas claves de esta, a mi parecer, tergiversación del sentido político de la figura de D. Manuel Azaña.
Por ejemplo, se insiste en presentarle como una personalidad, invariablemente, moderada. Suele ser la palabra más repetida. Se eleva, pues, a categoría, olvidando que la llamada, en política, moderación, al igual que su némesis, la radicalidad, pueden ser, precisamente porque de política hablamos, estados cambiantes, dependiendo de asunto y momento. De cuanto se trata, al adjudicarle esa definición per se, desligada de circunstancia concreta, es de presentarnos a alguien ceñido al posibilismo, que ya es una categoría distinta a la moderación. Y categoría, a mi entender, que alicorta a Azaña, reduciéndolo.
¿Es entonces D. Manuel Azaña de ese tipo de políticos denominados pragmáticos, entendiendo por tal -quienes usan de la taxonomía-, al tipo que se amolda a lo existente con poco riesgo y procurando no verse nunca solo? Antes que en mis palabras, mas tampoco en las de ningún otro intérprete, creo bueno buscar la respuesta a esta pregunta en la voz del propio aludido. El 11 de febrero de 1930, conmemoración de la I República española, pronunció un discurso el cual se publicó luego con el significativo título de «Llamada al combate». Dijo Azaña:
«Nos llaman la vocación y el deber. Iremos todos los españoles que quieran igualar esta condición con la de hombres libres. Todos ellos, pero ninguno más. Los tímidos, los espectadores benévolos, no los queremos; que pierdan su rancia doncellez y vengan con nosotros, o se vayan para siempre con el enemigo. Cualquiera que sea nuestro oficio, cualquiera que sea la formación mental y moral que hayamos recibido, los que entremos en este combate debemos ir poseídos del magnífico, envidiable e incontrastable fanatismo por la idea. Debéis templaros en ese fanatismo. Cuando todo está dicho, explicado y probado, es hora de conducirse creyendo a cierra ojos que la idea nos dará la verdad social española. No temáis que os llamen sectarios. Yo lo soy. Tengo la soberbia de ser, a mi modo, ardientemente sectario, y en un país como éste, enseñado a huir de la verdad, a transigir con la injusticia, a refrenar el libre examen y a soportar la opresión, ¡qué mejor sectarismo que el de seguir la secta de la verdad, de la justicia y del progreso social! Con ese ánimo se trae la República».
Yo creo, es mi opinión, pero con cierta base, que esto nos muestra a un político más idealista que pragmático. Y digo, conste, «idealista», en el mejor sentido del término. Azaña antepone claramente la verdad de una causa, cuanto de justo y de ético tiene, a cualquier consideración presuntamente utilitarista. Si es popular, o no. Si genera consenso, o no.
Dicho de otra forma, pienso que para Azaña, la batalla (uso su misma expresión), cuando hay buen motivo, debe darse, más allá de que se pierda o se gane. Sin miedo a quedarse solo. Sabiendo que, a veces y como escribiera Ibsen, «el hombre más fuerte es el que está más solo». Y así Azaña, un hombre quien movió multitudes en España como nadie antes y nadie después, no le temía sin embargo a la soledad política, ni a ser tildado de sectario, cuando fuese por buena razón. Azaña, en este sentido, es radical, no moderado. En el sentido etimológico de la palabra «radical»: ir a la raíz de las cosas.
Azaña fue Secretario de la Junta de Gobierno del Ateneo de Madrid, primero, y Presidente después. D. Carlos París, quien también fue Presidente, y yo fui Secretario en su Junta, escribió, poco antes de fallecer, un libro titulado «Ética radical». Yo me presento el próximo mayo a la Presidencia de la Junta de Gobierno del Ateneo, como muchos saben, y estoy convencido de que la radicalidad de la cual escribía nuestro admirado filósofo, es la misma de la que hablaba nuestro no menos admirado político: la radicalidad de la ética. La radicalidad de la verdad y la honestidad. Que aunque otra cosa quieran hacer creer algunas personas, no es menos necesaria en la política, que en la filosofía.
Otra clave de la distorsión a la que se somete a la figura de Azaña para encajarla, aunque sea a martillazos, en la arquitectura estatal de 1978, se halla en algunas interpretaciones las cuales se hacen de su papel durante la Guerra de 1936-1939, la Guerra de la II República española (que Azaña presidió en esos años) contra el fascismo nacional e internacional.
Siempre me ha parecido ver, en determinados relatos, un ánimo, interesado, de confrontar a los dirigentes republicanos de la época, más allá de las diferencias reales que pudieron tener. Exacerbándolas a posteriori. Pienso que ello se debe a un interés en presentar a la República española como un constante desacuerdo, enfrentamiento, caos… En definitiva, algo inviable, justificándose así la Monarquía de 1978, pese a su legado franquista. Por tanto, se nos presenta a un Azaña enfrentado con Negrín, a éste con Companys, a José Díaz con Largo Caballero, a José Antonio Aguirre con… y así, poco menos que todos contra todos.
No es real. Precisamente ahora, cuando vemos las discrepancias que, con toda lógica, pueden darse, y se dan, en un Gobierno de coalición (como lo era el español también en aquella época, y coalición más amplia que la del Gobierno actual), podemos valorar mejor las diferencias que pudieron tener unos políticos, los de entonces, sometidos a una presión muchísimo mayor, la de una Guerra devastadora.
¿Tuvieron controversias? Sí. ¿Gobernaron juntos, mantuvieron la legalidad Republicana todo cuanto les fue materialmente posible, frente al fascismo? También. Todos ellos, todos, fueron leales a la República española. Hubo traiciones en 1939, como sabemos. Pero no fue la de ninguno de ellos. Puede comprobarse.
Yo he constatado que muchos supuestos comentarios atribuidos a estos dirigentes en ese período, vienen de terceras fuentes, años después. Que si Azaña expresó su desconfianza en la causa republicana durante la guerra, diciendo algo de un barco. Que si Negrín dijo que era más fácil entenderse con Franco que con los catalanes. Que si Companys dijo… Indáguese, por favor, y se verá que son todos comentarios atribuidos por otras personas y siempre en el ámbito de supuestas conversaciones privadas. O sea, sin forma de verificar.
Cuanto sí sabemos a ciencia cierta, es lo que dijeron públicamente, y escribieron, estos grandes dirigentes republicanos, poco dados, además, a no expresar bien claro su pensamiento (otro motivo para desconfiar de supuestas frases atribuidas) Sabemos, por ejemplo, que Azaña, y Negrín, y José Díaz, creían en las autonomías regionales, dentro siempre de la unidad de España con un Gobierno central. Y sabemos que Companys y Aguirre también creían en esa unidad republicana española, que respetara las competencias regionales. Lo dijeron públicamente, lo escribieron. Véase, por favor.
«El Jefe de Gobierno que quiso Azaña». Eso han dicho, con literalidad, de D. Juan Negrín, reputados historiadores. Durante la Guerra, Azaña, Presidente de la República, Jefe de Estado, pudo haber destituido a Negrín de estimarlo pertinente. Tenía esa potestad constitucional. Pero nunca lo hizo.
Pudo, también, haber apoyado el Golpe de Estado, que protagonizado por Segismundo Casado, Cipriano Mera y Julián Besteiro, expulsó al Gobierno Negrín de España en marzo de 1939, y se rindió a Franco sin condiciones. El apoyo de Azaña podría haber legitimado, de alguna forma, aquel golpe capitulador, el cual entregó a millones de españoles y de españolas a la salvaje represión franquista. Pero Azaña no lo apoyó. Azaña fue leal.
¿Que dimitió como Presidente de la República en febrero de 1939? Es cierto. Era un hombre ya mayor (doce años más que Negrín y Franco, por ejemplo), enfermo (moriría el siguiente año) y agotado físicamente. Dimitió de su cargo. Pero no destituyó a Negrín ni traicionó a la República. Eso no lo hizo.
Hay ciertas visiones, no exentas de medios de difusión, interesadas en pintarnos a un Azaña desengañado de la República. Es la forma, lo digo otra vez, de justificar la actual Monarquía. D. Manuel Azaña no fue un hombre desengañado. Fue un hombre derrotado, como tantos otros, por una fuerza militar enemiga y, en su parte más decisiva, no-española (la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini) Entre eso y alguien desilusionado de su ideal, que fue la República para toda España, como también los es para quien subscribe, media un abismo, un océano de irrealidad y desinformación.
Quiero finalizar comentando el famoso discurso de Azaña en al Ayuntamiento de Barcelona (en Barcelona se ubicaba la capital de la República española en ese momento), el 18 de julio de 1938. Especialmente conocido por su frase, «paz, piedad y perdón». También aquí, a mi parecer, se ha pretendido mal interpretar a un Azaña que estuvo, como en tantas otras ocasiones, memorable.
Quien lea o escuche (está grabado), completo aquel discurso, corroborará que basa en la rotunda condena al Golpe de Estado del 18 de julio de 1936, y en la denuncia de la intervención del fascismo internacional en el conflicto español. Una intervención, como bien señala Azaña, posibilitada por el mirar hacia otro lado de Francia y de Gran Bretaña. No es, en absoluto, un discurso capitulador, mendicante, como a veces se ha querido hacer creer. Dice, por ejemplo, del Ejército Popular:
«Esta es la grandeza inconfundible del ejército español, del ejército de la República, el ejército que es ahora verdaderamente la nación en armas (…) Este ejército que, con su tesón, con su espíritu de sacrificio, con su terrible aprendizaje está formando y ha formado el escudo necesario para que entretanto la verdad y la justicia se abran paso en el mundo».
Así pues, es Azaña –Jefe de Estado, no lo olvidemos-, quien ofrece, no pide, paz, piedad y perdón. Y lo hace, justamente, desde la legalidad republicana. En consonancia con los llamados «13 Puntos de Negrín», la declaración política elaborada por el Jefe de Gobierno a quien el propio Azaña eligió. El tercero de dichos Puntos, publicados el 1 de mayo de 1938, decía: «República popular representada por un Estado vigoroso que se asiente sobre principios de pura democracia». Y el decimotercero, establecía: «Amplia amnistía para todos los españoles que quieran cooperar a la inmensa labor de reconstrucción y engrandecimiento de España». De esto habla pues Azaña en Barcelona dos meses y medio después. Él mismo lo señala:
«Hace pocas semanas, el Gobierno de la República ha promulgado una declaración política que ha hecho bastante ruido, y yo lo celebro. En esa declaración política, lo que yo encuentro es la pura doctrina republicana –nunca he profesado otra-, y al prestarle mi previo asentimiento a esa declaración sin ninguna reserva, no hice más que remachar y repasar todos mis pensamientos y palabras de estos años».
Finalizo esta exposición: si el tercero de los «Puntos de Negrín» -los Puntos, también, de Azaña, como él mismo señaló-, decía República popular sobre principios de pura democracia, el primero de aquellos Puntos, proclamaba: «Asegurar la independencia absoluta y la integridad total de España». Hablamos, pues, de patriotas. Republicanos, de izquierdas, y respetuosos de las competencias regionales. Patriotas españoles en un sentido profundo y republicano. Hermanado con las demás naciones de la Tierra.
Con toda educación, yo lo siento por los Srs. Guerra, Aznar, y quienes más quieran creer que estos políticos -Azaña, Negrín, José Díaz…-, gigantes, habrían apoyado la Monarquía de 1978. Yo no lo creo. Murieron en el exilio y en él yacen dignamente. Ni en los peores momentos se plantearon la restauración borbónica. Jamás. Reto a encontrar una palabra suya, una sola, en tal sentido. Yo creo que estos hombres, de Honor, hubieran defendido la República española en 1978 y la defenderían hoy. De hecho, la defienden.
Miguel Pastrana. Secretario de la Junta de Gobierno del Ateneo de Madrid (2008-2017), y candidato a la Presidencia en 2021.