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Más que volver a las cavernas debemos salir de esta [1]

Fuentes: Rebelión

Vivimos en una vida real regida por una economía y un cortoplacismo irreal.

Una vida, que nos es un verdadero vivir nuestra propia vida, sino una ficción ideológica, económica, antiecológica, acumulativa, que no es otra cosa que una imagen virtual en nuestra mente, es algo que viene de un viento y una luz que penetra, como imágenes reflejadas en las paredes de la gruta en que vivimos. Vivimos en un engaño insolidario.

La economía, que lo domina todo, no es una economía real, sino imaginaria. Es tal y como es la economía financiera y especulativa, y una imagen consumista proyectada en nuestra mente. Es sobre todo cortoplacista y por sobre todo efímera y también mortífera.

Y lo que llaman economía real no es tan real, puesto que es una quimera que se basa en el crecimiento ilimitado de bienes-materiales y de bienes-servicios, pero que se obtiene a partir de unos recursos no renovables, como los mineros, o los de las energías fósiles, que son limitados. Y tratar de obtener algo ilimitado de fuentes limitadas es tan irreal como las sombras que veía Platón en su famosa caverna. Pero es que también son irreales las economías obtenidas desde los recursos renovables, formadas principalmente por los cultivos procedentes de suelos vivos, es decir los productos de la naturaleza y los de las llamadas energías renovables.

La agroindustria ofrece a corto plazo beneficios que nos aportan los esenciales alimentos.

Pero los del crecimiento económico oligárquico  sólo lo consiguen a base de transformar fuentes de recursos renovables en recursos no renovables.

El caso más destacable de recursos renovables y el más extendido en el planeta es el “suelo vivo”, que es el origen de la vida orgánica, y es el único sistema capaz de generar de forma indefinida y continuada el ciclo de la materia orgánica (M.O.). Esto es necesario recordarlo continuamente, pues es algo muy necesario y vital. Hay que insistir en recordar una y otra vez pues no para de olvidarse aunque es algo vital. Esto lo olvidan continuamente los técnicos crecentistas de la agroindustria, los gobiernos, que han influido, en todos, en la creencia religiosa ciega de que único objetivo vital es el producto interior bruto (PIB) que nos lo venden como la forma sagrada que es la medida de todo.

El suelo vivo es el germen del ciclo de la vida.

El ciclo natural de la M.O. cuando es potenciado por los ecosistemas artificiales de la agroindustria tiene dificultades para desarrollarse. Es un proceso vital que se estudia desde la enseñanza primaria, aunque continuamente viene olvidándose, pese a ser esencial para el mantenimiento de la vida.

El funcionamiento de este proceso es muy sencillo de comprender, comienza al caer una hoja muerta sobre el «suelo vivo», que está repleto de microorganismos y de microfauna la cual descompone eficientemente esta hoja caída al suelo, de esta manera la materia de la hoja pasa a hacerse asimilable por las raíces del vegetal y luego, a través de la función clorofílica o fotosintética, el vegetal consigue volver a convertir de nuevo esta materia en una nueva hoja o rama. Con este ciclo vital de la M.O. puede mantenerse indefinidamente desde el suelo, en un ciclo cerrado, como recurso renovable.

Pero en su codicia, los del crecimiento económico oligárquico, permanecen emplazados al fondo de la gruta de la modernidad-artificial. Donde todo tiene que tiene que ser artificial incluso la inteligencia.

En los años 60 tuvieron una visión irreal, inventaron la revolución verde y redoblaron la actividad agroindustrial.

Todos no vivimos en una realidad duradera, sino más bien una realidad efímera. Nos encontramos en el fondo de una gruta oscura deslumbrados por una luz completamente quimérica, apocalíptica y con ciego deslumbramiento distópico del desarrollismo cortoplacista de un ecosistema artificial parásito de gran voracidad, que terminará agotando todos los recursos planetarios.

Así las cosas, resulta indispensable y urgente salir lo antes posible de esta gruta virtual del capitalismo con su destrozador ecosistema parásito.

Hay que salirse de la gruta en la que nos encontramos, pero desde luego no para de nuevo meternos en la antigua gruta de la era de las cavernas. Aquellas antiguas cavernas sí que eran auténticas y menos virtuales, aunque padecían ciertas dificultades de: menos acomodo, menos de esperanza de vida, etc. Pero sus habitantes también gozaban de aspectos beneficiosos, pues practicaban con frecuencia los cuidados, los bienes relaciónales, el respeto a la madre tierra (por ejemplo no asesinaban a los suelos vivos con agrotóxicos derivados del petróleo hoy ya en vía de extinción). Otro inconveniente que padecían era que aún tenían poca acumulación de conocimiento como el que tenemos hoy.

Es cierto que hoy tenemos una gran cantidad de conocimiento acumulado, la lengua hablada, escrita, la ciencia, la filosofía o las sorprendentes revoluciones industriales, informáticas, etc.

Aunque deberíamos haberlos sabido usar para el beneficio de todos, en lugar de abusar de estos conocimientos para un engañoso beneficio para unos pocos. Sino hubiéramos caído en el injusto y suicida abuso del conocimiento hoy no estaríamos al borde de un multicolapso y de un cambio climático que nos puede conducir al final de nuestra existencia y de la de todo ser vivo sobre el planeta[2].

Por ello resulta necesario y urgente que empecemos a saber utilizar responsablemente y sin abuso oligárquico, el saber para el beneficio de todos y para salvar nuestras vidas y la casa común de todos, la biosfera.

En definitiva, parece bastante claro que está siendo necesario salirse de esta caverna virtual que hoy la vemos como única forma de percibir la realidad, tal y como es, y que comencemos a comprender y a utilizar el verdadero conocimiento, que poco tiene que ver con las sombras virtuales, ni con los abusos oligárquicos realizados con el conocimiento y la inmensa mayoría de las personas.

Notas:

[1] Tal y como nos hace pensar José Saramago en su reflexiva novela “La caverna”.

[2] Los gobiernos neoliberales cortoplacistas no les importa en absoluto conservar el suelo el suelo vivo. Que sólo lo usan para el negocio inmediato y cortoplacista. Y menos aún conservarlos para la protección de la biosfera y para la utilización ecológica y sostenible de las futuras generaciones.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.