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La pugna por el liderazgo en el espacio del cambio

Fuentes: Rebelión

Ha saltado una tensión larvada. Hay que aproximarse con el máximo rigor y objetividad sobre su carácter para buscar una solución pactada o, al menos, reducir su impacto negativo.

En el conflicto entre Yolanda Díaz y su equipo con la dirección de Podemos existen dos factores específicos. Uno, las diferencias políticas. Dos, la expectativa del cambio de primacía en la gestión política y del poder político-institucional del espacio del cambio renovado.

Con respecto a lo primero no hace falta repasar las pequeñas discrepancias, más allá de los ruidos comunicativos instrumentalizados en los medios y redes sociales. Desde mi punto de vista son menores y no impiden un amplio acuerdo político y programático, así como de estrategias y alianzas, arbitrando la regulación de la pluralidad. Hay un consenso amplio sobre el programa de reformas acordado, la gestión rigurosa en los distintos Ministerios y responsabilidades institucionales, los acuerdos con los socios de investidura y la participación en el Gobierno de coalición progresista junto con el Partido Socialista,aun admitiendo una posición subordinada, aspecto solo cuestionado por la minoría escindida del sector anticapitalista, en particular de Adelante Andalucía, que demuestra poco interés en la nueva confluencia.

No obstante, hay matices, a veces significativos, que especialmente para las derechas y el Partido Socialista presentan a Podemos como más exigente e incómodo en sus planteamientos reivindicativos, cosa cierta, pero que lo utilizan para amplificarlo, demonizarlo y ofrecer preferencias mediáticas hacia el proyecto de SUMAR (y hacia Más País/Compromís), siempre de forma instrumental, es decir, en la medida que perjudica un espacio unitario compacto y debilita a Podemos, cuestión muy sensible para ellos.

Sin embargo, hay que hacer referencia al gran desacuerdo estratégico en el año 2016 que dio pie a la ruptura de Podemos con grandes desgarros internos que todavía colean: la polarización entre el apoyo al pacto de PSOE/Ciudadanos con un gobierno continuista en lo económico, político y territorial, en el caso del errejonismo, o la oposición al mismo, en el caso del pablismo, con exigencia de un programa de cambio con un gobierno de coalición de izquierdas, ya posible y rechazado por el Partido Socialista.

Se puede hacer también referencia a las otras dos grandes escisiones en la izquierda transformadora. El primero, la crisis del PCE-PSUC a primeros de los años ochenta, aparte del sector prosoviético, por los grupos carrillista y renovador, más moderados que terminaron en el PSOE. El segundo, la escisión dentro de Izquierda Unida de la corriente de ‘Nueva Izquierda’, también más moderada, de Nicolas Sartorius y López Garrido, que también terminó en el Partido Socialista. Expresa la dificultad de una izquierda moderada, diferente a la socialdemocracia en la que convive con la orientación socioliberal dominante, pero que ante cierto giro discursivo y político hacia la izquierda, como en el caso del ‘sanchismo’ deja menos margen para una izquierda moderada autónoma.

En definitiva, el gran espacio del cambio de progreso conformado en el primer lustro de protesta social y cívica de la década pasada y del que nació Podemos y sus confluencias (y la renovación de Izquierda Unida) se puede -y se debe- articular en torno a un proyecto de izquierda transformadora renovada, con un fuerte contenido social, feminista, ecologista y confederal. Es más necesario ante la persistencia de las crisis socioeconómicas, las desigualdades sociales, territoriales, medioambientales y de género, y las deficiencias democráticas. Es necesario un reformismo fuerte con políticas públicas protectoras, reguladoras y distribuidoras, basadas en la igualdad y las libertades individuales y colectivas.

Así, aunque haya distintas sensibilidades más moderadas o transversales o más transformadoras y confrontativas, no creo que sea motivo de ruptura política. Las dinámicas reformadoras de fondo dependen de la activación cívica, aspecto fundamental que a veces queda en la periferia de las estrategias políticas. En todo caso, sí es imprescindible regular los conflictos políticos y orgánicos, respetar la pluralidad, fortalecer la cultura unitaria y los procedimientos democráticos, decisorios y de debate, y desechar todo tipo de sectarismos, prepotencias y descalificaciones.

Las izquierdas no cuentan con el disciplinamiento externo de los diversos poderes fácticos que lo ejercen con las derechas por su ligazón directo. Las izquierdas alternativas dependen, sobre todo, de la confianza ciudadana recibida y del pequeño estatus institucional conseguido y todo ello derivado de su gestión transformadora, su vinculación social y su credibilidad como representantes populares. La democracia, el compromiso cívico y los valores éticos y solidarios son más fundamentales para ellas.

Principio de realidad y pugna partidista

Lo que me interesa destacar aquí es que, dado que el argumento actual es que no ha habido tiempo para la articulación territorial de SUMAR y su tarea es conseguir buenos resultados en las elecciones generales, para su desarrollo habría que enlazar otra fase posterior a ellas. La realidad organizativa es diversa y plural, con diversos equilibrios representativos por territorios y a nivel estatal. Y queda pendiente para toda la siguiente legislatura la misión de conformar todo el conglomerado político en sus distintos niveles en un proceso confederativo, con un liderazgo coral y transitoriamente como coaliciones, más o menos compactas, a la espera de reunir condiciones suficientes para un auténtico proceso constituyente, unitario y compartido. Si se aspira a desarrollar un proyecto de país para una década es preciso avanzar en el contenido, condiciones y marco temporal de los tres aspectos encadenados: programa, estrategia y sujeto político y social. O sea, política pura de la buena para implementar. El liderazgo colectivo se debe curtir en ello.

Todavía vivimos del impulso cívico y sociopolítico transformador iniciado hace más de una década. Su reafirmación y desarrollo condicionará la próxima. No se ha cerrado el ciclo del cambio de progreso. La representación política debe dar la talla en su capacidad articuladora, gestora y orientadora.

Ahora se da por supuesto el gran valor del control del grupo parlamentario y el equipo gubernamental confederal, no solo para la gestión política sino para lo que estamos contemplando de tener una palanca más operativa que desborda el plan inicial de una simple plataforma electoral estatal y que debe definirse sobre esa articulación global y territorial. Todo ello siempre que las izquierdas ganen las elecciones, le interese o acepte el PSOE un Gobierno de coalición y no pase el espacio del cambio a la oposición parlamentaria o una situación muy subalterna. Es otra hipótesis, como la de ir divididos, que augura una crisis del conjunto del espacio del cambio y de las izquierdas en la que, de momento, no entramos.

No obstante, conviene tener en cuenta las dos experiencias traumáticas de fuerte división electoral pero que han constituido datos de la realidad condicionantes de las siguientes etapas de la configuración del espacio del cambio. La primera, tras la emergencia de Podemos y la competencia con Izquierda Unida en las elecciones europeas de 2014, la fuerte división competitiva en las elecciones generales de diciembre de 2015 que terminó con los resultados de 69 escaños para los primeros y 2 para los segundos. Esa cruda realidad, aunque en términos de votos la desproporción era menor, permitió constatar la representatividad institucional entonces de cada fuerza política, así como la renovación de la dirección de IU y su acuerdo de coalición con Podemos (y las distintas confluencias) para las elecciones generales de junio de 2016. La segunda experiencia tras la separación del grupo de Errejón de Podemos y la constitución de Más País, fue las elecciones generales de noviembre de 2019, con 35 escaños para todo el espacio confederal de Unidas Podemos y las confluencia catalana y gallega, y 3 para la alianza Más País/Equo/Compromís, aunque también esa relación de más de diez a uno se reduce a la mitad en términos de votos. Estaba lejos de las expectativas de estos últimos (cifradas entre diez y quince escaños) y de los deseos del Partido Socialista para que con esa supuesta mayor división del voto del cambio posibilitar su Gobierno en solitario, cosa que la misma noche electoral tuvo que rectificar.

No es simple especulación, sino constatar los hechos, analizar las tendencias y abrir horizontes. Si contemplamos un programa de reformas para el país a diez años, con todas sus eventualidades, es prudente valorar este proceso de formación de la fuerza política del espacio del cambio que es el instrumento que lo pretende ejecutar. Como decía, programa, estrategia y sujeto están entrelazados y condicionados por las nuevas realidades sociales, estructurales y de poder. Mejor que no plantear el problema o proponer falsas soluciones, se trata de abordarlo con realismo e interés colectivo.

Hay que analizar e intercambiar valoraciones sobre los intereses, expectativas y aspiraciones de cada fuerza política, siempre respetando el principio de realidad y la apuesta por la unidad en la pluralidad. Muchas veces es difícil de objetivar, pero es el punto de partida imprescindible para acordar los equilibrios representativos que pueden compensarse con otras variables. Una de las mejores maneras, aparte de valorar el arraigo social y la potencialidad organizativa demostrados, es medir y comparar la representatividad electoral en las distintas elecciones. Por ejemplo, los resultados en las últimas elecciones generales de 2019 para el Parlamento, ya avanzados, son los siguientes (sin contar la posterior baja de dos escaños canarios): Grupo confederal de Unidas Podemos, 35 escaños (Podemos, 20; Izquierda Unida, 5 -que pasa de sus tres iniciales por la baja y sustitución de dos de Podemos-; En Comú Podem, 7; Galicia en Común, 2; Alianza Verde, 1); Más País, 2 (Más Madrid, 1 y Equo, 1), y Compromís, 1.

También una base, con reservas, son las encuestas demoscópicas. Según el último estudio del CIS, la estimación de voto para Unidas Podemos es el 12,7% y para Más País/Compromís, el 1,1%. Aunque no entra en adjudicación de escaños, según distintas encuestas, la media sería algo inferior a los treinta y cinco actuales de los primeros y el mantenimiento de los tres de los segundos. Y con el tema que nos ocupa sobre las expectativas electorales de SUMAR, considerando el último estudio de los microdatos del CIS, sin cocina, en preguntas abiertas y contando su oferta incipiente, tenemos la siguiente distribución de los votos declarados a Unidas Podemos: a Podemos, 41,1%; a Unidas Podemos, 34,7%, a SUMAR, 16,8%; a Izquierda Unida, 6,3%.

Igualmente, hay que considerar con el máximo realismo el impacto electoral del prestigio de los liderazgos, la credibilidad de las formaciones políticas y las potencialidades del proyecto unitario. Lo que parece evidente, al menos para las elecciones generales por su sistema electoral, es que la unidad es posible, positiva y deseable. Con los mismos votos actuales del espacio del cambio, sumados, se acercarían a los resultados en las elecciones generales de abril de 2019: 42 escaños conseguidos por Unidas Podemos/En Comú Podem/Galicia en Común más 1 de Compromís. A ello habría que añadir, si todo va bien, la expectativa de ampliación por su oferta unitaria y renovada.

En definitiva, no estamos hablando de puestos institucionales, listas electorales o equipos gubernamentales y de las condiciones políticas para ampliarlos. Todavía no toca y se abre una etapa intermedia durante el primer semestre del año, hasta después de la experiencia y los resultados de las elecciones municipales y autonómicas en que se concretará el abordaje directo de esa tarea.

Una solución pactada

Ahora, el debate enconado se sitúa en cuál es el marco político-organizativo que va a tener prevalencia en su decisión, para colocarse mejor en esa negociación y aunque se supone que con una ratificación democrática masiva y las justificaciones políticas correspondientes. Y se dibujan dos posibilidades. O es Yolanda Díaz con su equipo de SUMAR que se arroga la exclusividad de la conducción del proceso. O es a través de una negociación multilateral y abierta con todos los grupos del espacio del cambio y, en particular, con Podemos, hasta ahora la fuerza más representativa y, por supuesto, con el protagonismo de la candidata consensuada.

La primera opción, que yo sepa, no forma parte de la consulta y el proceso de ‘escucha’ de la problemática expuesta por la gente, sino de la exposición discursiva de la propuesta de Yolanda Díaz en las asambleas y los medios, o sea, en la parte de arriba-abajo no de abajo-arriba. Así, tras la ‘escucha’ manifiesta su disponibilidad para aceptar ser la candidata y continuar con la siguiente fase, en febrero, de constituir una agrupación política-SUMAR, reconvirtiendo el movimiento ciudadano-SUMAR y su proyecto programático. Queda formalizada una sigla, aspirante a ser la principal representación orgánica y pública, diferenciada de las estructuras de los partidos de todo el conglomerado. Y aparte de definir la orientación y ejecutar la gestión política pretende el monopolio sobre la primacía para configurar las listas electorales al Congreso y el Senado, los grupos parlamentarios respectivos y la composición de las responsabilidades gubernamentales en el futuro Ejecutivo de coalición.

Por tanto, se constituye una plataforma o grupo político (se rehúye de la palabra partido), al margen o superador de las formaciones existentes, que estructure, además de su propia vertebración orgánica estatal y territorial, la gestión político-institucional: la orientación política, el programa electoral, la estrategia y las alianzas, la composición de las listas y el grupo parlamentario, la representación institucional y gubernamental. Los distintos grupos políticos pueden elegir su propio modelo negociador para sacar ventaja para sus intereses respectivos y así lo han manifestado explícitamente algunos dirigentes afines a la propuesta. La dirección de Podemos ya ha avanzado su propuesta de negociar una coalición electoral admitiendo la pluralidad del conjunto y a SUMAR como otra agrupación política sustantiva. No es una oferta descabellada.

En conclusión, las distancias son grandes. Como he pretendido explicar no es solo un debate de ideas más o menos realistas sino de intereses (legítimos) de reconocimiento representativo y de estatus y capacidad de influencia política en una gran encrucijada. Los riesgos de ruptura y división son significativos. Sus consecuencias serían mucho mayores que las de las experiencias traumáticas anteriores. En esta ocasión, sus efectos podrían contribuir a impedir la continuidad de otra etapa de progreso y abrir las puertas a la involución derechista, sin que tampoco se beneficie el Partido Socialista (o las izquierdas nacionalistas).

Igualmente, demostraría la impotencia política y la incapacidad democrática y unitaria de la nueva representación político-institucional de las fuerzas del cambio, tan duramente construida. La frustración de la gente de izquierdas y la desafección popular podría ser profunda y duradera. No se puede llegar a ese abismo. Hay que atajar cuanto antes ese recorrido. La responsabilidad sería compartida por todos los principales actores. Sería lo de menos, comparado con el desgaste y el sufrimiento colectivo de la mayoría social y de la gente más activa de este histórico proceso de cambio. El liderazgo de Yolanda Díaz depende de que impulse y se alcance una solución pactada.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo.

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